Amigos centroamericanos, ha llegado la hora
 de partir, de seguir trabajando todos juntos. Me llevo una caja de
 tarjetas postales de Costa Rica. Aquella de la noche de Navidad en
 que todo el país era un retablo. Instantáneas de los
 lagos nicaragüenses y guatemaltecos. De volcanes humeantes a tiro
 de piedra. Atardeceres donde se comprueba que la magia es la realidad
 palpable. Una geografía en erupción, antiguas presencias
 vivas exudadas por los poros de la tierra, prolongándose en
 un fluido difuso, envolvente. Una vegetación partícipe
 del encantamiento de lo sensible. Esta es la montaña austral,
 a escala humana, en su expresión tropical. Cadenas de cerros
 en estado de guerra interna. Jóvenes alertas dispuestos a cumplir
 una misión realmente histórica. Y también pequeños
 paisajes secretos. Minúsculos paraísos perdidos, aun
 para sus propios habitantes, completamente sumidos en enormes minucias.
 
 
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