La niña
 automática con un odio
 acérrimo, acaba de matar a una cucaracha convencida de haber
 hecho un gran bien a la humanidad. La niña automática
 se castiga y ríe alternativamente, imitando a sus modelos o
 matrices. Cuando sus progenitores sufren el horror de la automaticidad,
 la automática padece grandes traumas climatizados. Todo ello
 convenientemente psicoanalizado y desinfectado desde la niñez.
 Ahora, debidamente convencida, convertida en heroína hipotética
 de la sociedad exitista, que en ella se reconoce y compadece en forma
 monstruosa, juega a ser una incomprendida farsante, una pequeña
 chantajista honrada, una triunfadora al servicio de la estupidez. La
 pequeña vástago social de este mundo es la creadora de
 la moda; hoy llamada superstición, también obsesión,
 o elixires hipnóticos. Una torpe oficiante ritual; una actriz
 repitiendo las mismas literalidades de todos los tiempos bajo formas
 escolares pretendidamente nuevas en una horizontalidad degradada, de
 idealismo material, donde el culto del ego –esa personalidad imaginaria
 y para colmo heredada– impera. Dime encantadora niña automática,
 tibiamente condicionada, amigablemente prostituida, ¿a quién
 le ganaste? Dime, mi pequeña viborita, tú, ¿de
 quién eres?
 
 
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