CAPITULO II
EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
De los numerosos símbolos que aparecen en una u otra tradición o civilización, alejadas en el espacio (geográfico) o en el tiempo (histórico) y que son idénticos, merece especial atención el símbolo de la rueda. No sólo porque éste se da en todas las culturas de las que tenemos noticia, sino también por las innumerables posibilidades que brinda, la diversidad de campos que abarca, y la acción concentradora que ejerce en el estudio y el ordenamiento indispensable en cualquier investigación seria. 

Por otra parte, las relaciones de todo tipo a que se presta este símbolo parecen indefinidas, así como sus conexiones con otros pantáculos igualmente tradicionales.1 En efecto, siendo el símbolo de la rueda la expresión del movimiento y la multiplicidad, también lo es de la inmovilidad original y de la síntesis. Es, asimismo, la expresión simbólica de la expansión y la concentración. De la energía centrífuga, que parte del centro a la periferia, y de la energía centrípeta, que retorna a su centro, eje o fuente. Para volver a extenderse una vez más, siguiendo una ley universal a la que obedecen las mareas de los mares (flujo y reflujo) y la tierra (condensación, dilatación). Así como la diástole y la sístole, la aspiración y la expiración del hombre o del universo, es decir, tanto de lo microcósmico como de lo macrocósmico.  

Es este símbolo también la manifestación de lo que siendo apenas virtual (el punto) genera un espacio o plano (que delimita la circunferencia).2 Y está obviamente ligado, por lo tanto, con el espacio y el tiempo, y asociado o unido a cualquier idea de cosmogonía y creación. En este mismo sentido, el movimiento superficial de la rueda, o externo, estaría vinculado con la manifestación, mientras la virtualidad, la inmovilidad del punto central o eje, se hallaría conectada con lo inmanifestado.3 Las modalidades especiales del símbolo de la rueda surgen por la irradiación, o por la "actualización", de las "potencialidades" del punto central, que se hace "presente" en el tiempo, creando un campo espacial. Se ha visto que un punto genera un plano, es decir, un espacio. Ese punto central es un eje en la tridimensionalidad. Por lo tanto el símbolo de la rueda está estrechamente ligado con todo símbolo axial y vertical. Y asimismo con todas las proyecciones de la vertical, es decir, con la creación de planos o espacios horizontales, articulados a través de un eje al cual reflejan, siendo uno de ellos el perímetro limitado de nuestro mundo, ciclo, o cualquier campo definido en relación con las coordenadas espaciotemporales.  

Entre los símbolos que manifiestan la verticalidad, o el eje, deben destacarse el árbol (asociado por cierto a la vida y a la generación cíclica), la montaña (o la piedra como "Miniatura" de aquélla) y asimismo el hombre. Por lo que concierne a este último –tal cual hoy lo encontramos–, ha extraído sus conocimientos, toda su cultura, de un modelo simbólico revelado, que es la proyección de la energía vertical al crear un plano horizontal (una civilización, por ejemplo), que en su movimiento cíclico, rotativo, es reintegrada a su no ser primigenio. La ciudad, el sistema social, el templo, el hogar, los objetos de uso cotidiano, las costumbres, el arte, las leyendas, mitos, artesanía, agricultura, labores domésticas, así como los ritos religiosos, civiles o personales, o las normas de ordenamiento, leyes y pautas de comportamiento actuales, han sido aprendidas de civilizaciones tradicionales anteriores en pleno proceso de degradación. Esas estructuras, que constituyeron por siglos la forma del ordenamiento social y personal (hoy completamente desvirtuadas), reconocían por antecedentes al mito, a lo supracósmico, supraindividual y divino, destacando sus orígenes sagrados.  

En cuanto a otras modalidades de este pantáculo (pequeño todo), al que nos estamos refiriendo, señalaremos su identificación con la idea de ciclo o de espacio cerrado sobre sí mismo; ya se trate del ciclo del sol en un año, o su movimiento aparente en un día, o represente la vida entera de un ser humano (desde su nacimiento hasta su muerte), o un período histórico en esa existencia, o en la existencia del mundo en general (vgr. un siglo). Es interesante en este sentido asociarlo al estudio del movimiento, los calendarios, los períodos vinculados con la agricultura, el conocimiento de la armonía de los cielos y la tierra, y todo lo concerniente a la ciencia de los ritmos.  

Es, pues, el símbolo de la rueda, un prototipo o modelo de la idea arquetípica que el cosmos íntegro no hace sino manifestar. Y al ser un modelo del cosmos bien pudiera ser calificado como universal en la acepción más amplia de este término. Por eso llama poderosamente la atención, que siendo de tan singular importancia, no se le preste la dedicación debida, aun apareciendo como un legado fundamental, en unánimes formas tradicionales.  

Esto se debe, en gran parte, al hecho de que la simbología aparece, a los ojos de nuestros contemporáneos, como una ciencia nueva, en el sentido historicista de este término. Siendo que tanto los antecedentes de esta ciencia, como su razón de ser, se remontan precisamente al símbolo, o sea, a la posibilidad de toda manifestación –actual o pretérita–, entroncando con los orígenes no-históricos o atemporales de cualquier expresión. Ya que esta expresión no hace sino plasmar la energía esencial a través de una forma sustancial. Sin embargo, nunca más citados que hoy en día los autores que se han ocupado, en el pasado o en el presente, acerca de los temas de la simbólica, que apasionan al investigador actual, y en los que éste ve una posibilidad nueva, o una manera de acceder al conocimiento (no a la suma de información o al enciclopedismo estéril) auténtico.  

De todas maneras, no está de más subrayar el hecho de que aún entre estos autores no se haya tratado específicamente el tema, sino incluido entre otros estudios y enseñanzas simbólicas.4 Tampoco está de más recalcar cierta dificultad en la comprensión del lenguaje' simbólico por parte del lector corriente, no familiarizado con el método analógico y la utilización de la síntesis y no del análisis. Es importante, por otro lado, destacar que muchas de estas dificultades se deben a las diversas terminologías, o palabras, que se emplean con distintas acepciones, en tal o cual contexto, en un mismo o en diferentes códigos. A veces con sentidos o entonaciones completamente ajenos a los originales, cuando no invertidos, como es el caso de la lectura "literal", o "sentimental", de cualquier texto, símbolo, rito, mito o leyenda. O de la propia existencia, sin ir más lejos.  

En todo caso, diremos que el símbolo es la expresión de una energía oculta, que se manifiesta a través de la propia estructura simbólica. A esa energía el símbolo debe su razón de ser, pues sin ella nada estaría simbolizando. Es por lo tanto el recipiente en el que se plasma su propia forma y el transmisor de una energía que al conformarlo se expresa a sí misma. En ese sentido hemos dicho que, en términos generales, cualquier expresión es simbólica. Y la manifestación entera es un símbolo de algo que está por detrás, o más allá de ella. O mejor, de algo que es inmanente en ella, o de aquello que se halla ocultó, o que es virtual o potencial en su ser. Debe haber, pues, una correlación muy definida y analogías muy precisas (aunque fueran invertidas) entre lo simbolizado y el símbolo. Así éstas se tomaran desde el punto de vista de lo simbolizado, como energía actuante que plasma al símbolo y se manifiesta a través de él, o desde el punto de vista del símbolo, como mediador de una energía-fuerza que lo trasciende y que él no hace más que manifestar. Sin esta correlación sería imposible que cualquier símbolo, palabra o gesto, expresase cualquier cosa. O se llegaría a la confusión de lenguas, donde las palabras, los gestos o los símbolos, carecieran de todo sentido. El caos, la negación del orden, la torre de Babel.  

En este desorden, los símbolos 5 habrían perdido su energía y no actuarían como transmisores de la idea-fuerza, pues habría sido rota su conexión con lo simbolizado, al ser aislados de su fuente de vida y tratados analíticamente o de manera literal. Sin embargo, en forma potencial, estos símbolos conservan la vibración que los ha plasmado, y basta con que sean actualizados para que recobren su vivificante labor mediadora, y se conviertan en el vehículo, o la estructura necesaria, que nos va a llevar más allá de sí misma, a un plano o nivel diferente de comprensión. En este punto hay que disipar rápidamente algunos equívocos. El primero es el de confundir alegoría con símbolo, y dar a éste un valor como de algo probable o posible, en la "esfera" del "como si fuera". Es decir, haciéndolo "simbólico", en la versión degradada que hoy en día tenemos de este término. Por lo tanto negándole toda posibilidad real, didáctica o actuante. O lo que es lo mismo, negándolo lisa y llanamente.6 El segundo es tratarlo como algo del pasado. Algo ya muerto y que nada significa. O tomar lo que éste dice como una cosa "superada". Todo día de la creación es el primero y todo símbolo expresa hoy, a su manera, una idea arquetípica, universal, simultánea y eterna. El tercero es el grueso error de confundir al símbolo con lo simbolizado, de lo cual la idolatría y la literalidad dan buenos ejemplos.  

Asimismo, debe recalcarse que todas las tradiciones han atribuido a sus símbolos y códigos simbólicos el carácter de revelados, o de origen suprahumano; a lo que se debe agregar la coincidencia de que los símbolos fundamentales están presentes en todas las tradiciones de manera manifiestamente idéntica, aun en sus aplicaciones secundarias, o en sus formas derivadas y folklóricas. Y así estos dos simples hechos: a) la observación de la identidad asombrosa entre las simbólicas de todas las tradiciones (vivas o muertas); y b) el que todas ellas les asignaran a esas simbólicas un carácter no humano y revelado, debe ser para nosotros tanto un tema de meditación, como un incentivo para el estudio y la comprensión de estas simbologías y tradiciones. A las que podremos acceder gracias al vehículo simbólico, tomado como la estructura de una idea. Desde esta perspectiva, habría que visualizar al símbolo como un gesto por el cual se expresa una idea-fuerza: o sea, el arquetipo en acción. De "el fuego" a los fuegos", de lo sintético a lo múltiple. Asimismo, inversamente cambiando el punto de vista, de lo múltiple a lo sintético. De los innumerables fuegos, al fuego arquetípico.  

En lo que se refiere específicamente al símbolo tratado en estas páginas, nos interesa quede en claro su relación con dos energías complementarlas, que hemos llamado vertical y horizontal, y que también pueden ser designadas –haciendo una transposición analógica– como esencial y sustancial. El eje central (vertical) enlaza una cadena de mundos, o de planos de manifestación (horizontales), uno de los cuales es nuestro mundo o nuestra vida, en la variedad indefinida de mundos y vidas. De ciclos dentro de ciclos. Va de suyo, que el punto que genera al plano es invisible, como cualquier punto en el espacio. Y que el axis, que es la razón de ser de cualquier espacio tridimensional (en la arquitectura por ejemplo), permanece oculto e imperceptible, expresándose sólo en forma refleja, en las innumerables manifestaciones a las que él da lugar. Tal como el espacio vacío, con respecto a las paredes, las columnas, estructuras u ornamentos, que constituyen su ropaje sustancial. Lo mismo podría ser aplicado a la arquitectura universal. También debe decirse que este eje central, que vincula dos o más planos entre sí, lleva implícita la idea de movimiento, como en el caso de las ruedas de un carro, vehículo simbólico (como el caballo), que expresa la posibilidad de un viaje, el traslado de un punto a otro punto, o la conexión de un plano con otro plano. La asociación obvia de este símbolo con el movimiento, se expresa en distintas tradiciones por la idea de un carro solar, o por la rueda calendárica de un tiempo cíclico, reiterado por sus propias limitaciones (en el caso del sol por sus dos solsticios y dos equinoccios). Que no son sino las mismas limitaciones (encuadre, orden) de todo lo manifestado.  

Es así, entonces, que el punto central en un plano horizontal (o lo que es lo mismo, el eje vertical, en lo volumétrico), se debe emparentar con la potencia esencial de lo ilimitado, mientras que su expresión manifiesta, es decir la circunferencia, debe vincularse con la limitación del acto, que conforma las superficies periféricas o sustanciales de la figura. Por otra parte, esta inversión que hace de lo horizontal un reflejo de lo vertical, y de toda manifestación sustancial una proyección de la inmanifestación esencial, nos dice mucho acerca de la ilusión de todo lo que se mueve, lo relativo. Lo que tiene principio y fin, o está sujeto a causa-efecto. Por eso mismo nos habla también de la realidad de lo que siendo uno (el centro como proyección de la vertical), no tiene par. De aquello que permaneciendo inmóvil (lo absoluto), no está subordinado a ningún proceso dialéctico.7 Por otra parte, este esquema de la rueda es el modelo del ciclo. En la vida que nos rodea, de la que formamos parte constitutiva, todo son ciclos que existiendo simultáneamente se interrelacionan entre sí, como pueden ser el del átomo incluido en el mayor de la molécula, y éste en el de la célula, y la célula en el del organismo humano; o como el ciclo del día, incluido en el mayor de la semana, y éste en el del mes, y el mensual en el año, etc. Todo lo que reconoce principio y fin, causa y efecto, nace y muere en forma indefinida, mientras lo increado, lo no dual, es infinito y eterno.  

Hay en el plano manifestado una energía (centrífuga) que parte del origen virtual hasta el límite de sus posibilidades, y que retorna al mismo punto original (centrípeta), para continuar perennemente este recorrido. Estos dos aspectos son también los de dilatación o expansión, y contracción o concentración, simbolizados respectivamente por el círculo y el cuadrado. Ambas figuras –como símbolos de un espacio o campo limitado– son equivalentes. Y tanto el círculo como el cuadrado han representado para la antigüedad idéntica perspectiva simbólica. A veces una misma tradición ha utilizado con preferencia una de esas formas, en tal o cual período, o las dos de manera conjunta.8 Las tradiciones del extremo Oriente simbolizan estos dos aspectos 9 con el Yin y el Yang, que actúan como fuerzas permanentes y equilibradoras de todo ciclo o proceso cualquiera. En el caso del ciclo del hombre, habría también una energía ascendente relacionada con la niñez y la juventud, y otra descendente equiparada con la madurez y la vejez. En rigor, esta división binaria del ciclo es importantísima y parte en dos nuestro modelo de la rueda. Si fuese la porción oriental la ascendente, y la occidental la descendente, correspondería, desde este punto de vista, la primera al símbolo del círculo (energía centrífuga), y la segunda al del cuadrado (energía centrípeta).  

Pero, antes de seguir, debemos aclarar que el modelo simbólico de la rueda, es válido no sólo para un ciclo en particular, cualquiera que éste sea, sino que es el prototipo de una idea arquetípica, y puede ser aplicado a cualquier ciclo, así se trate de un ciclo de ciclos, etc., en sucesión indeterminada. En este sentido no está de más recordar, que para la antigüedad la idea de cosmos es una sola. No hay varios mundos o cosmos, sino que la suma de todos esos mundos o cosmos, galaxias o estrellas indefinidas, es la que constituye la idea de cosmos o mundo, en su acepción más amplia. No hay, por lo tanto, nada: "fuera" del cosmos. Ni tampoco ninguna cosa que no esté sujeta a las leyes de ese cosmos, ni a su ordenamiento cíclico.10 Esto lo han sabido todos los pueblos civilizados del mundo, y de su concepción del cosmos han extraído toda su cultura. Al fijar sus propios límites espaciales y temporales han dado lugar a su ciudad. Al crearla, es decir, al solidificarla o cristalizarla, y al establecer las marcas reincidentes de los períodos agrícolas, han conseguido alimento necesario para la satisfacción de sus necesidades básicas. En el plano horizontal del mundo, todo está aquí y ahora. Y todas las evasiones de las evasiones, son también ilusiones.  

Sin embargo –y según la feliz frase de Paul Eluard, "hay otros mundos, pero están en éste"– se nos ofrece a través del modelo tradicional, la posibilidad de escapar del movimiento reiterativo, siempre constante, de la "rueda cósmica" o "rueda de las encarnaciones". Pues la solución, o salvación, está presente en forma inmanente, en esa misma rueda, de manera oculta, como se encuentra en la semilla toda la potencialidad del nuevo árbol, y en el huevo el origen del ser".11 Por lo tanto, el ordenamiento cultural, todas las estructuras de una civilización, no son sino el reflejo de. un centro invisible, que se manifiesta, o revela, a través de las mismas. Pues ellas no son sino soportes, o símbolos, de una realidad mucho más vasta, no sujeta al cambio. Y todo esto que se acaba de decir, referido a la cultura y a sus estructuras, podría ser aplicado a cualquier orden. A tal o cual organismo vivo. Pues así como cualquier objeto visible tiene una estructura interna fundamental, gracias a la cual éste se hace reconocible como tal, también los símbolos, por los que se manifiestan externamente las cosas –que no son sino simbólicas–, han de tener alguna estructura interna. Estas estructuras de los símbolos tradicionales,12 no son sino ideas, o juegos de ideas, que ellos mismos plasman con sus formas. Lo que llevaría a pensar que el universo tiene una estructura precisa, y leyes, y juegos de módulos prototípicos. Es decir, un modelo que se expresa simbólicamente, a través de números y formas geométricas, dando lugar a las ciencias correspondientes.  

En realidad, toda estructura tiene una forma. En el caso de la urdimbre y trama de los tejidos, de la red de pesca o caza, se advierte el entrelazamiento de lo vertical con lo horizontal, por medio de ligamentos o ensambles, formando un reticulado. Este diseño simbólico de orden, dado por el cuadriculado de cualquier plano, bien pudiera expresar también la idea misma de estructura. Así ésta fuese la de la casa-templo, la ciudad, la agricultura, o la cultura. Y los límites mismos de ese cuadriculado (el encuadre final bajo la misma forma), la idea prototípica de un ciclo de ciclos, o lo que es lo mismo, de la unidad y la multiplicidad coexistiendo de manera simultánea. El hecho de que un número limitado de formas (el cuadriculado), sea enmarcado en una forma prototípica (el cuadrado o tablero de ajedrez), permite a las definidas piezas del juego (así sean reyes o peones), una cantidad indefinida de movimientos y jugadas múltiples. Si el total del tablero simbolizara al cosmos,13 el cuadriculado expresaría un orden dentro de ese plano o campo, perfectamente delimitado, gracias al cual existen las leyes (del juego), que permiten a las diferentes piezas protagonizar sus propias jugadas, o conjuntos de jugadas.14 Esta estructura es la expresión de un orden o de una inteligencia universal, que permaneciendo secreta e invisible, es el prototipo de todo lo que puede ser llamado orden o inteligencia. Por otro lado, esas mismas leyes expresadas en medidas y pesos cuantitativos, y definidas a nivel espacio-temporal, nos refieren también a una estructura invisible del cosmos. O a un equilibrio y armonía universal, que conforman un lenguaje articulado, relacionado con otra "visión" del espacio y el tiempo.

 

NOTAS 

1      La esfera es en la tridimensionalidad lo que el círculo es en el plano. Sabido es que el símbolo de la rueda se representa gráficamente como un punto y la circunferencia a que da lugar por la irradiación de sus posibilidades. Mientras el punto central (o eje de la rueda) permanece fijo e inmutable, la periferia se mueve y gira alrededor de él.  

2      Es curioso observar que el punto central y la circunferencia, "que juntos conforman la figura del círculo", constituyen el emblema astrológico del sol, que es el padre de la vida, la que produce por irradiación de su energía hasta sus propios límites.  

3      En la nomenclatura alquímica, el punto y la circunferencia y a veces sólo un círculo (simbolizado por Uroboros, la serpiente que se muerde la cola), son imágenes de la vida y su origen, de la sucesión y la simultaneidad. Y también del oro entendido como rey de los metales o símbolo de la perfección mineral. Hay que recordar que la alquimia sostiene que la energía de los astros en los cielos, se cristaliza en la de los minerales, siendo ambas análogas entre sí. Esto es lo mismo que decir que existe una reciprocidad entre cielo y tierra y viceversa. Es innecesario agregar que estas relaciones están invertidas la una con respecto a la otra y que la perspectiva o visión varía según se tome un punto de vista o el opuesto. Lo mismo sucede con el punto central y la circunferencia a que da lugar. Siendo estos términos complementarios, están sin embargo jerarquizados. Lo más alto es el cielo, lo más bajo la tierra. El hombre acata las leyes de la tierra, la tierra acata las leyes del cielo" (Tao Te King 25). Es imprescindible un punto central o eje para que la circunferencia o la rueda existan, no así a la inversa. Hay una interrelación, pero también una preeminencia con respecto a la mitad superior (cielo) y a la mitad inferior (tierra) de una esfera.  

4      Después de haberse publicado estos artículos el autor ha conocido el excelente trabajo de Maryvonne Perrot, Le Symbolisme de la Roue que trata extensamente el tema, aunque desde una perspectiva distinta –y convergente– a estos textos.  

5      Cuando se habla aquí de símbolos léase también mitos y ritos, leyendas y textos sagrados.  

6      Lo mismo sucede con el mito o la leyenda. En el lenguaje corriente han pasado a ser sinónimo de "cuentos".  

7      La expresión natural del concepto que el punto geométrico manifiesta en el plano, es la unidad aritmética, generadora de toda la serie o código o campo o mundo numérico. Hay que aclarar también que la unidad aritmética es sólo una imagen de la no dualidad metafisica. Al ser el primer número es también la primera determinación. Lo mismo ocurre con el ser, con referencia al no-ser, y ambos con respecto a la no dualidad. En ese sentido, el punto central "creador" del espacio, o lo que es lo mismo, el "ser" de ese espacio horizontal, es a su vez el reflejo del no-ser, o de la inmanifestación vertical, y ambas de la "no dualidad".  

8      Se puede hacer notar que el círculo tiene 360º y que la suma de los 4 ángulos rectos del cuadrángulo (90 x 4 = 360) es la misma. Además, 360 = 3 + 6 + 0 = 9. El 9 (número cuyos múltiplos siempre se reducen a él mismo), es el número del ciclo. También lo es de la circunferencia, que sumada a la unidad central (9 + 1 = 10), nos da la totalidad de las posibilidades del ciclo numérico y de la tetraktys pitagórica. También, la del retorno al origen (10 = 1 + 0 = l).  

9      El movimiento centrífugo o el que va del centro a la periferia, tiene que ver, como se ha dicho, con la expansión. Este movimiento debe transponerse en el plano circular del ciclo, situándolo al norte, originando la circunferencia y correspondiendo esta energía a la mitad ascendente de la rueda del día, es decir a la que partiendo del norte, identificada con las cero horas, llega hasta el sur o mediodía. La porción descendente del ciclo (que va de sur a norte, es decir, que retorna a su punto original) está entonces relacionada con la contracción o concentración centrípeta o atardecer y noche. Algunas culturas, en distintos lugares y épocas, han dividido al ciclo de forma aparentemente diferente, lo que está en relación directa con la razón de ser de esas civilizaciones. Así, no se ubica el norte siempre arriba ni el sur obligatoriamente abajo. Tampoco el movimiento es visto, necesariamente, de izquierda a derecha –es decir, en el sentido de las agujas del reloj–, sino que se lo considera en forma retrógrada. Estos dos ejemplos pueden encontrarse en las culturas precolombinas y extremo orientales.  

10     Uno de los errores contemporáneos más comunes es el de concebir un infinito finito. La suma indefinida de finitos (o ciclos) no puede constituir el infinito. Este, por definición, es lo que no es finito. O sea, lo que no está sujeto a finitud. Es lo mismo que hacer de un relativo, o de la suma de innumerables relativos (o anécdotas), algo absoluto.  

11     La traducción de la palabra sánscrita chakra es precisamente rueda o disco. La "apertura" de los chakras o su expansión generativa, estaría vinculada con la ampliación del plano de la conciencia, simbolizada por la flor de loto (que se abre a la mañana y se cierra a la noche). En Occidente, esta flor sería la rosa. En particular la ROSA MUNDI, idéntica a la ROTA MUNDI. 

12     Tal vez fuese oportuno establecer aquí, una diferencia entre significado y signo. El significado es la esencia o idea universal que el signo plasma (o encarna), que viene a ser como la forma o el ropaje del significado, adecuado a la relatividad espacio-temporal. El significado de un signo es lo que éste significa no su rol significante. Lo simbolizado es lo que el símbolo expresa verdaderamente, su razón de ser, no su capacidad transmisora. El mito es realmente la idea expresada en y por el personaje mítico, no las andanzas y aventuras computables de los héroes y los dioses. El rito no es sólo una ceremonia conmemorativa de sentido social, sino la correspondencia de energías entre un plano de realidad –o de conciencia– y otro desconocido. Al otorgárseles a estos términos una lectura lineal, se los degrada haciéndolos incomprensibles. Las acepciones dadas a las palabras y a las cosas en ciertos lugares o durante determinadas épocas, no sólo nos ilustran sobre la mentalidad de esas sociedades, sino que muchas veces constituyen ejemplos evidentes de inversión. Desgraciadamente en la actualidad se toma el significado del símbolo como si este significado fuese su función significante. El significado de los antiguos signa (o milagros) era el de la revelación sobrenatural; jamás el efecto que esos signa producían en la población. Por otra parte, habría una distinción entre símbolos naturales y símbolos tradicionales (iniciáticos) precisos, diseñados especialmente para producir una comunicación directa con el principio. Estos últimos tendrían una función "didáctica", obviamente relacionada con la enseñanza y el conocimiento.  

13     Conocido es que el juego de ajedrez tiene orígenes astrológicos.  

14     La idea de desenrollar los cielos, es decir, la de crear el cosmos, o lo que es lo mismo, el plano o tablero en donde éste se manifiesta, está en estrecha relación con el símbolo del telón, que se abre en la caja (cubo) escénica y donde se comienza a representar una obra ilusoria, con papeles y roles. Especialmente el teatro de títeres. Y también el cinematógrafo, que mediante una inversión de la visión óptica, proyecta en la pantalla o plano, indefinidas imágenes, anécdotas o "historias".