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Hoy
en día los calendarios son meros instrumentos de un tiempo plano
y lineal, cuyos elementos, llamados días, se suceden sin solución
de continuidad, de modo indefinido a lo largo de un año (que sigue
procesionalmente a otro y es continuado por un tercero, etc.), divididos
en conjuntos designados con el nombre de semanas y meses y arreglados de
manera supuestamente convencional en fiestas y jornadas laborales. El calendario
ha pasado a ser un artículo de uso común para comerciantes,
oficinistas, trabajadores, estudiantes, amas de casa, etc., de eminente
uso práctico para computar compromisos, vacaciones y feriados. En
realidad, si consideramos el uso que de ellos se hace, podemos entender
que no tienen que ver con el tiempo en sí, como elemento constitutivo
de la realidad psicofísica, sino con la sombra computable de su
transcurrir, mejor, de su fuga en un espacio indeterminado, concebido como
mecánico y simplemente utilitario.
De hecho, quienes "inventaron" los calendarios originalmente lo hicieron con otros criterios, donde la ecuación espacio-tiempo es indisoluble y conforma todo cuanto existe, ordenándolo de modo armónico, con correspondencias evidentes entre sus partes tal cual el cosmos en acción, al que el calendario simboliza: concepción totalizadora y clave salvífica, verdadero instrumento de Conocimiento. Como se observa ambas formas de ver se oponen al punto de estar invertidas, pero no por este hecho se alteran los calendarios en sí, o se ven afectados por ello, sino que se trata simplemente de un empobrecimiento y de una cierta degeneración de la visión de los hombres actuales, pareja con la degradación obvia de nuestra cultura y entorno, y por tanto de nosotros mismos, identificados con lo social. Esta caída afecta a todo el colectivo universal y es el sello –o estigma– contemporáneo: por lo que una concepción chata y profana de la vida y del tiempo hace a los calendarios meros utensilios prácticos, como las agendas y los almanaques, sin sospecharse hoy ni de dónde provienen ni qué es lo que representan. Si el público medio supiera que entre otros muchos significados los calendarios son teúrgicos les tendría un cierto respeto, o al menos un temor, tal vez supersticioso, pero más adecuado a la naturaleza intrínseca de los calendarios que a la desodorizada y aséptica indiferencia actual. Por tal motivo, es poca la importancia que se presta al calendario (calendas = primer día de cada mes) hoy día, y tal como sucede con los números, es utilizado como una simple herramienta que se da como supuesta, sin entrar a averiguar su origen histórico, siquiera, y menos aún sus contenidos, en cuanto expresión sintética de un pensamiento que ha dado lugar por su intermedio –como imagen de la cosmogonía en movimiento– al desarrollo de las grandes civilizaciones y al ordenamiento cultural general. Agregamos que hoy ha perdido también su carácter religioso, al menos en Occidente, lo cual es obvio en el Cristianismo, en cuanto se piensa que la organización de las fiestas que aún hoy persiste es ritual y está en íntima relación con la vida del Jesús Arquetípico, o sea, con la imagen del Cristo como salvador y regenerador del tiempo y paradigma del proceso cosmogónico, es decir iniciático, cuyo sentido integra en su propia unidad y cuya manifestación es el ciclo calendárico como instrumento rítmico y ritual, cargado de innumerables energías permanentemente actualizadas, relacionadas con la historia sagrada: nacimiento, vida, muerte y resurrección del año o del ciclo, imagen de un proceso que tiene como protagonista vivo al tiempo –en un espacio no amorfo sino significativo-significante–, que éste permanentemente limita, y por lo tanto configura; por lo que los calendarios al fijar y expresar el proceso cosmogónico sacralizan al tiempo y lo regeneran, o lo recrean, en cuanto son su expresión ordenada en el fluir del devenir y por ello estructuran un espacio en el caos de lo amorfo. Por lo que al investigar, o repasar, algunos de los temas referidos a la simbólica de los calendarios, es decir, a su significado real y concreto, debemos dejar de lado toda idea de cronometría tal cual se concibe hoy a esa voz, es decir, la de un registro lineal donde se van inscribiendo fracciones, o espacios sucesivos que deben su continuidad a la suma de las partes independientes de un indefinido, que se toma como la base de una hipótesis o de una superestructura tan rígida como imaginaria en el seno de la cual el tiempo progrede historiográficamente, por un lado, y por el otro es medido por relojes inexorables que empecinadamente almacenan porciones inútiles de información. Por el contrario, las sociedades que crearon los calendarios, y de las que heredamos el nuestro, comprendían el tiempo como recurrente y sobre todo, como constituyendo parte esencial de la misma Creación Universal (macrocosmos), es decir, como integrando el ser del hombre (microcosmos), y por lo tanto como algo que no está fuera y puede ser objetivamente enunciado o medido, como una categoría del ser, sino el Ser mismo, el En Sí Mismo, en toda la potencia universal contenida en la propia idea de Tiempo como símbolo móvil de lo Eterno e Inmóvil, de lo cual da cuenta el milagro original de la Memoria y las correspondencias que guardan los seres, las cosas y los sucesos en general, los que las hacen distintas y significativas y por ello también interdependientes y no excluyentes. Para una visión tradicional, el Tiempo es el soplo vital, el Gran Cohesionador de lo creado,1 y es absolutamente natural que su expresión gráfica sea la de una circunferencia 2 que al limitar un espacio configura un círculo, una primera figura plana, tanto de un espacio original, como del ciclo en que es vivido, o revivificado, por la acción espontánea del tiempo, generador permanente del movimiento y las leyes que lo rigen y en total correspondencia, como no podía dejar de serlo, con sus propios orígenes, con su razón de ser; con el Ser del Tiempo como supuesto de todo lo creado. Esto solo bastaría para ligar inmediatamente estas concepciones con la idea de lo sagrado y la divinidad, evidente en este pensamiento acerca de los orígenes y estructura cósmica y por cierto son numerosos los dioses fundamentales de todos los panteones ligados al tiempo, a su transcurrir, a su velocidad y a la memoria y el olvido, al hálito vital, ánima mundi, ritmo, ciclo, etc. Es lógico pensar, por tanto, que si el tiempo es sumamente sagrado para una sociedad tradicional, también lo es el calendario, miniatura e imagen del cosmos, fijación del devenir, revelación de un saber atemporal que toma al movimiento como proyección espacial del tiempo al conjugarlo en un continuo. Por ello consideramos muy adecuado el estudio de los calendarios en cuanto instrumentos sagrados reveladores o mediadores de Conocimiento, que ellos mismos portan en su estructura, es decir, como epifanías permanentemente disponibles para transformar lo mutable en inmutable, lo visible en invisible, el caos en orden, la proyección indefinida en verdadera ontología; o sea en el Ser del Tiempo como hálito vital del ser del Cosmos. En otro lugar, y refiriéndonos a los calendarios mesoamericanos 3 dijimos enunciando conceptos análogos a los aquí vertidos: "El tiempo siempre es actual; no es algo generado en los comienzos y que subsiste como un componente abstracto de la realidad psicofísica, sino que expresa esa misma realidad ahora, pues él es una de sus condiciones, es decir, un elemento siempre presente sin el que la vida no sería posible. Su cualidad es entonces parte constitutiva del cosmos y su forma de manifestarse –que puede ser medida cuantitativamente en el espacio– la manera en que éste se expresa, y por lo tanto una clave para la comprensión de su esencia, un módulo válido para el conjunto de la creación. En esta perspectiva han de cobrar particular importancia las revoluciones de los astros y las estrellas en el firmamento, que por estables con respecto a la rapidez del movimiento de la Tierra han de servir como guías y puntos de referencia para establecer las pautas generales del conjunto –la armonía que Pitágoras llamaba la "música de las esferas"–, la que se logra por la interacción de todos los movimientos individuales, incluido el de la Tierra, y coincidentemente con lo que en ella se produce, comenzando por el hombre". En efecto, tanto el movimiento (aparente) del Sol en el día, o mejor, la forma binaria en que el día se expresa: mañana-noche o luz-oscuridad, es la primera partición que acepta el plan cósmico, es decir, el nacimiento y muerte del Sol, origen perpetuo de vida, y su posterior resurrección del seno de la noche anunciada por el despertar de un nuevo amanecer. Para el hombre tradicional éste es un claro signo visible del modo binario que se encuentra presente en todo lo que le circunda y lleva internamente. Por un lado el crecimiento del Sol hasta su apogeo, luego el inevitable decaimiento y la extinción; no resulta difícil equiparar por analogía este hecho con la vida del hombre y de todo cuanto existe y concluir que se trata de un par de opuestos que se conjugan para que la regeneración y por lo mismo la vida, se propaguen de manera permanente dando continuidad a la creación, lo que configura un plan divino que se cumple inexorablemente y en el que el ser humano participa. Por otra parte, cuando el Sol muere y comienza su recorrido por la mitad del círculo del inframundo, aparecen innumerables signos, luces y estrellas, las que también, y encabezadas por la Luna (esposa o hermana del Sol)4 fijan pautas nítidas, ritmos y proporciones al conjunto universal. La Luna y sus ciclos en particular han sido, obviamente, de los primeros parámetros vigentes utilizados para establecer relaciones de todo tipo, y manifestar la cosmogonía, resultante de la interacción de los diversos cuerpos celestes –la Tierra incluida– y fijarla en el calendario, que no es sino la proyección de la revelación cósmica y del Ser del Tiempo. Muchas culturas han conservado en su estructura las fases de la Luna como punto referencial de primera magnitud. En otros casos los calendarios aún vigentes conservan un punto de vista soli-lunar alternado, como en el cristianismo y sus ciclos rituales. Necesariamente todas la culturas han tomado la luminaria nocturna y sus ciclos como una de las medidas fundamentales de la cosmogonía y sus ritmos, y estas pautas, altamente significativas, se asocian con innumerables términos conocidos o experimentados, tanto en el nivel físico como en el psicológico.5 Si el movimiento de la Tierra alrededor del Sol en el día produce el primer ciclo unitario y recurrente, las fases de la Luna configuran las semanas y los meses, es decir espacios más demorados de tiempo y por lo tanto, ciclos más amplios, aunque deben considerarse conjuntamente estos planetas, ya que la Luna es un satélite de la Tierra. Al día y al mes ha de agregarse el ciclo del año o sea el viaje zodiacal del Sol, que los incluye a ambos. Estas son las medidas que registran los calendarios, a las que debe añadirse por un lado otra medida fundamental para todas las grandes civilizaciones, el Gran Año de 26.000 años, (25.920) ó 13.000 (su mitad), en números "redondos",6 correspondiente a la precesión equinoccial (se debe señalar que este movimiento es retrógrado) y de modo secundario otras relacionadas con planetas y estrellas (la estrella Polar, las Pléyades y las "fijas" en general, así como los movimientos de Venus y otros astros, p.e.: los eclipses lunares). Eso hace que los calendarios expresen a cabalidad los ciclos y ritmos cósmicos, y por lo tanto el conocimiento de las ciencias que los vehiculan, que tienen en los calendarios su expresión más genuina. Tenemos, por tanto, tres grandes hitos, o maneras de ver el conjunto de la creación, marcados en primer lugar por un movimiento correspondiente a la Tierra (rotación), el cual incluye a la Luna y sus fases como medida o metro preciso de la reiteración de este movimiento; en segundo término el movimiento de traslación, que es el que teniendo al Sol como eje visible realiza la Tierra en un año recorriendo las estaciones zodiacales y que tiene al astro rey tanto como principal protagonista como medida del conjunto cósmico, movimiento identificado como un día del Sol; y finalmente el movimiento como de trompo que produce la Tierra al girar sobre su propio eje, y que es visualizado como un "año" del Sol (o su mitad), idéntico al Gran Año de las civilizaciones arcaicas de las que se sabe han hecho uso de los calendarios; este último movimiento, que como ya dijimos es polar y visible en cuanto determina un grado en la circunferencia cada 72 años (25.920 = 360 x 72), es observable y simbólico para los pueblos atentos al valor sagrado y determinante de la cosmogonía, sobre todo teniendo en cuenta aquello que las sociedades tradicionales consideraban como revelado y fundamental.7 Son tres, por lo tanto, las mediciones básicas a las que se refieren los calendarios y que deseamos reiterar aquí, puesto que no son arbitrarias, sino que se corresponden perfectamente con el orden natural de la creación universal, pues tienen como referencia: 1º) a la Tierra y su rotación (al movimiento aparente del Sol en ella) como manifestación del día (primera unidad temporal) a la que hay que agregar las fases de su satélite, la Luna, computando los meses y eventualmente su partición en semanas, aunque considerada en conjunto con la Tierra; 2º) al Sol en su recorrido anual (movimiento que genera una unidad de medida más completa, el año) y 3º) la precesión de los equinoccios (o su mitad), una inmensa revolución retrógrada de la Tierra sobre su eje –estudiada en la cultura occidental por Hiparco de Nicea– conocida por la totalidad de los pueblos que han dejado calendario y que constituye la "medida" mayor, o la más amplia "proporción" que tenga un sentido inteligible para el ser humano.
En la cosmogonía de Ptolomeo, reflejo de la concepción platónica y la tradicional en general, emanada de la Alejandría gnóstica, que ha regido de una u otra manera el destino de Occidente hasta el Renacimiento y ha determinado los distintos calendarios que hoy todavía utilizamos, se proyecta en el plano la imagen de un esquema vertical y espacial que destaca la presencia de diez mundos o "esferas" que se superponen las unas a las otras en relación a un eje ideal. Ese eje tiene por centro al Sol; como punto más elevado al Primum mobile (equiparado al Polo norte) y a la Tierra como su extremo inferior (Polo sur). En él se superponen las órbitas de los planetas tradicionales: Luna, Mercurio y Venus como interiores al Sol, y Marte, Júpiter y Saturno como exteriores al mismo.10 Otras "esferas" son ocupadas por las estrellas fijas, o el zodíaco y el empíreo, aunque hay pequeñas diferencias de detalle en versiones análogas. En el diagrama del Arbol de la Vida de la Cábala sucede lo mismo y como en ambos casos –y en otros– el tiempo y el espacio son considerados un solo todo; sucede que los calendarios registran en el tiempo y actualizan en la sucesión el esquema espacial cósmico al que no hacen sino fijar en su permanente movimiento rítmico y cíclico. Esto resulta claramente reflejado en la arquitectura sagrada donde los edificios están situados por un lado siguiendo las direcciones del espacio y por otro proyectando el transcurso temporal, es decir la forma de los cielos y sus movimientos armónicos.11 De hecho, la observación y estudio de las pautas del transcurrir de astros y estrellas establecen diferentes proporciones que se transforman en números dentro de una escala en relación con figuras geométricas y módulos que conllevan igualmente un contenido musical, en cuanto la sinfonía del cielo o la lira de Apolo es audible o perceptible por medio de la intuición, lo cual establece también una relación, tiempo-música, ya que si aquellos movimientos que atestiguan los calendarios fijan la proyección espacial del tiempo, análogamente la música es la proyección espacial del verbo. Desde luego que estos modelos son paradigmáticos y por lo tanto siempre actuales y esa actualidad está expresada por el calendario en los ciclos a que él hace referencia y que hemos enumerado anteriormente, es decir: al ciclo diario, al de la Luna, al del Sol anual y al de la precesión equinoccial (u otros ciclos como el "siglo", las revoluciones "excéntricas" de Venus, los nodos lunares, etc.), haciendo la salvedad, como hemos dicho, de otros movimientos que, incluso, son considerados en vinculación con los anteriores. Y es dable señalar que la Cábala también establece su esquema simbólico del Arbol Sefirótico articulado axialmente; alrededor de un eje polar o columna, que comprende, en orden ascendente la Tierra, la Luna, el Sol, y al primer motor, en la sumidad, identificado con la unidad, llamado Kether (Corona).12 En realidad esta correspondencia entre culturas distintas, ideas análogas, y relaciones espacio-temporales, no debe extrañarnos. Incluso existe unanimidad en ellas respecto a la identificación de macro y microcosmos, y tanto es el hombre un Universo en pequeño, como el cosmos el Hombre Universal: "Como es arriba es abajo" reza el texto de la Tabla de Esmeralda, y la tradición hindú sitúa sus centros de energía en el hombre (microcosmos) a lo largo de la columna vertebral (chakras),13 como igualmente lo hacen los hopis de U.S.A. Permítasenos citar aquí el Tratado del fuego y de la sal de Blaise de Vigenère: "Pues así como Dios ha hecho el Sol, la Luna y las estrellas, para señalar en el gran mundo, no sólo el día, la noche y las estaciones, sino los cambios de los tiempos, y muchos signos que deben aparecer en la Tierra, así ha hecho señalar en el hombre, el pequeño mundo, ciertos rasgos y líneas que hacen el papel de estrellas y astros, por los que se puede llegar al conocimiento de muy grandes secretos, en nada vulgares, ni conocidos de todos". El Tiempo es el Verbo hecho carne, soplo del Espíritu creando el Alma del Mundo. El Tiempo debe tomarse como expresión psico-física, viva, de la realidad, cuyas leyes y venturas registran los calendarios, pues éstos expresan a cabalidad los ciclos y ritmos cósmicos, y por lo tanto el Conocimiento tiene en ellos su expresión genuina. Igualmente el calendario es la primera notación, el supuesto de la escritura; es en verdad, como dijimos, el soplo del verbo encarnado; y esta descripción arquetípica de la cosmogonía es también el primer rudimento que dará lugar a determinados registros (genealogías, hechos simbólicos y mágicos) que serán posteriormente los anales del ser humano: su idea de la Historia, su inmersión en un tiempo sucesivo. El calendario es también la articulación de un sistema, un juego de correspondencias y analogías, una estructura clasificatoria y una fuente de revelación que asimismo regla la vida de los seres humanos. En conclusión, el Ser del Tiempo es en sí su desenvolvimiento espacial, su movimiento vital, y con él la generación de todo lo que produce en su devenir; es en realidad el siendo del verbo ser, es decir: las pautas reiterativas de la cadencia de un discurso cíclico y la posibilidad de aprehender su esencia por su intermedio, utilizando como soportes determinadas coyunturas de su recorrido (los días "festivos") con el fin de trascenderlo, o mejor, de vivenciar otros niveles de conocimiento más inmanifestados del Ser Universal, fundamentalmente en el plano del mundo sensible, y desde ya, todo esto dentro del orden cosmogónico, al que configura. Las fiestas, o sea los espacios significativos donde el tiempo ordinario puede ser abolido, son puntos simbólicos de coyuntura dentro de un tiempo monótono e insignificante y señalan en la sucesión del año lo que es el Tiempo en Sí al valorizarlo y reintegrarlo a un espacio originario; dicho de otro modo, no sería nada el Tiempo, su Ser, sin las fiestas, o espacios, especialmente señalados por su proyección o hálito, el movimiento, para comprenderlo o invocarlo. En estas "estaciones" que hace el movimiento, el tiempo se reintegra, y es a la vez reintegrado por el rito humano a su Origen Arquetípico. Ya que no hay mayor logro de síntesis que vivenciar al Tiempo como si fuera Espacio; un solo y absoluto espacio vacío; pues si el movimiento que atestiguan los calendarios es la proyección espacial del tiempo, la absorción de éste en lo atemporal es semejante a "finalizar el discurso sin haber movido la lengua" como reza el texto zen-budista. Dos han sido siempre para todos los pueblos estas estaciones fundamentales donde el Sol parece detenerse en su recorrido anual y ellas marcan dos puntos extremos en una circunferencia; nos referimos a los solsticios, palabra en cuya etimología está implícita esta "estación", este "detenerse", esta invariable y periódica señal que divide al año en dos partes; y posteriormente en cuatro, con los equinoccios como puntos intermedios, estabilizándolo, enmarcándolo y estructurando todas las fiestas sucesivas. La vuelta de la Tierra sobre sí misma, la de la Luna alrededor de la Tierra, la de la Tierra en torno al Sol (anual y zodiacal) y la de la precesión equinoccial (el año del Sol) nos proporcionan las unidades fundamentales antropocéntricas con las que podemos aprehender el universo y el fluir indefinido de la existencia; días, meses, años y grandes años nos determinan el encuadre donde es posible la vida humana, es decir su organización y fijación en el espacio amorfo. A todo ello hay que sumar las revoluciones de las estrellas, las constelaciones y sus conjunciones, y los recorridos a veces excéntricos de los planetas, especialmente de Venus, Marte y Mercurio. De más está decir que todos estos planetas son dioses y que ellos "santifican", hacen sagrado, el transcurrir del tiempo, lo cual es obvio en el significado de los nombres de los días de la semana, que se repiten indefinidamente bajo los mismos patrocinios permanentes, los cuales señalan también los días de mercado, imprescindibles para la comunicación y la vida social, y en períodos más extensos los meses y determinadas fechas reiterativas para las actividades agrícolas (también sagradas) de siembra y recolección indispensables para la vida de los pueblos. Por otra parte es en el discurso del Tiempo donde se produce la revelación y es por medio de éste y su sucesión y los altos, o pausas que lo caracterizan, que se comprende la simultaneidad de un sólo gesto creativo, cuyas ondas se expanden en un espacio indefinido, creando mundos y generando permanentemente nuevas posibilidades. Por eso el origen es siempre entendido y vivenciado como lo que está "detrás", constituyendo el pasado; pero ese pasado no es cronológico, sino meta-histórico, no es en verdad lineal, sino vertical, esencialmente mítico, y por lo tanto perteneciente a "otro" tiempo y "otro" espacio, ligados íntimamente con las "reminiscencias", o sea, con la Memoria como Corazón del Tiempo, e introductora a un mundo o plano diferente del Ser Universal. Por eso el calendario revela el rito cósmico y los ciclos respectivos (la manifestación de la eternidad y la simultaneidad en el movimiento temporal). También por ese motivo la astronomía debería ser un auxiliar poderoso de la iniciación para aquél que ha penetrado en la mecánica celeste; igualmente, el calendario, Arte y Ciencia de la Memoria Cósmica, Ciencia de los Ciclos y los Ritmos. Asimismo la Astronomía Judiciaria, o Astrología, que vincula al Universo con el Microcosmos. Todo ello caracterizado por tres niveles que se transponen al ser humano y que están relacionados con el camino iniciático; el primero corresponde al estado psico-físico profano en lo que tiene de más grosero; los otros dos representan la iniciación solar y la polar respectivamente y son cada vez más sutiles e "informales", más atemporales y "lentificados".14 Por otro lado, como ya hemos observado, la iniciación se produce en el Tiempo, es más, se trata de un trabajo con el Tiempo, si así pudiera decirse. Para muchas disciplinas iniciáticas el conocimiento de la ley cósmica y sus distintos niveles de realidad, es decir, la cosmogonía, es el paso previo al reconocimiento del ser en el mundo, la relación del ser individual con el Ser Universal, y su encarnación; por lo tanto, el Conocimiento del Ser en sí mismo, o sea la ontología como integración de todo lo que la ley ordena, y soporte de la metafísica (es decir, para aquello que está más allá de la ley cósmica), lo cual se intuye en cualquier nivel de los ya mencionados puesto que lo que se advierte es lo que conforma la Manifestación evidenciada en el modelo del Arbol de la Vida, por el que también descienden las Musas, emisarias, y a la vez hijas del sonido de la lira de Apolo. Sólo deseamos reiterar, para terminar, que en la ruta iniciática de ascenso por el Arbol de la Vida, cuanto más elevado el planeta más lento; ejemplos: Saturno y la ancianidad como expresión de sabiduría (incluso biológica), mientras Mercurio es rápido, listo e impulsivo. Cuanto más lento el movimiento más atemporal y viceversa: cuanto más rápido más veloz y sujeto a la relatividad del instante. De hecho cualquier ascenso (el subir a una torre) es lento y dificultoso; en cambio el descenso (arrojarse desde esa torre) es rápido y progresivamente cada vez más veloz al punto de acabar en la destrucción, o sea: la muerte, conclusión cíclica de cualquier organismo vivo. |
NOTAS | |
1 | En ese sentido el Tiempo es la imagen del Amor Divino permanentemente actualizado para asegurar la Vida Universal. |
2 | En algunas tradiciones esta expresión es cuadrada. Ambas figuras, sin embargo, son análogas y se corresponden. |
3 | Los Símbolos Precolombinos. Cosmogonía, Teogonía, Cultura. Cap. "Los Calendarios Mesoamericanos". Obelisco, Barcelona, 1988. |
4 | También hermano en ciertas cosmogonías. |
5 | "Ciertamente, la vista, según mi entender, es causa de nuestro provecho más importante, porque ninguno de los discursos actuales acerca del universo hubiera sido hecho nunca si no viéramos los cuerpos celestes ni el sol ni el cielo. En realidad, la visión del día, la noche, los meses, los períodos anuales, los equinoccios y los giros astrales no sólo dan lugar al número, sino que éstos nos dieron también la noción del tiempo y la investigación de la naturaleza del universo, de lo que nos procuramos la filosofía. Al género humano nunca llegó ni llegará un don divino mejor que éste. Por tal afirmo que éste es el mayor bien de los ojos. Y de lo restante que proveen, de menor valor, aquello que alguien no amante de la sabiduría lamentaría en vano si hubiera perdido la vista, ¿qué podríamos ensalzar? Por nuestra parte, digamos que la visión fue producida con la siguiente finalidad: dios descubrió la mirada y nos hizo un presente con ella para que la observación de las revoluciones de la inteligencia en el cielo nos permitiera aplicarlas a las de nuestro entendimiento, que le son afines, como pueden serlo las convulsionadas a las imperturbables, y ordenáramos nuestras revoluciones errantes por medio del aprendizaje profundo de aquéllas, de la participación de la corrección natural de su aritmética y de la imitación de las revoluciones completamente estables del dios." (Platón, Timeo 47). |
6 | Nos referimos al período de 13.000 años, año platónico, o magno, donde el sol, la luna, y los cinco planetas faltantes vuelven a su exacta posición inicial. |
7 | Cada año el día de los solsticios (o de los equinoccios) el sol aparece retrasado con respecto al año anterior. |
8 | Se identifica a la tierra con el cuerpo humano. |
9 | Los calendarios son el fiel reflejo de la cosmogonía de los pueblos que los han diseñado, y sus pautas los módulos que engendraron sus civilizaciones; esto es también válido para todas aquellas culturas –las de los pueblos nómadas, por ejemplo– que no llevan cuenta de los ciclos y ritmos más amplios y estables, (inclusive por imposibilidad física) sino aquellos necesarios a su economía vital. |
10 | Los planetas "interiores" al sol y sus influencias, (Luna, Mercurio, Venus) y los "exteriores" (Marte y Júpiter, Saturno) también están determinados de modo jerárquico; igualmente cada uno de ellos tiene dos aspectos, uno "ascendente" y otro "descendente", ejemplo: el Mercurio vulgar y el de los filósofos, la Venus Pandemos y la Venus Urania, etc. |
11 | De esto pueden dar cuenta las pirámides precolombinas en general, dentro de las que destacaremos la llamada "de Kukulkán" en Chichén Itzá, la cual es una imagen de su cosmogonía –nueve estadios coronados por el Templo orientados hacia las cuatro direcciones del espacio y una cripta interior– y calendario, ya que simultáneamente registra en su arquitectura, por un efecto óptico (un juego de luces y sombras), el descenso de la serpiente emplumada por una de sus caras, exactamente en el equinoccio de primavera al amanecer. Sobre algunas de estas verificaciones ver la labor muy interesante de ciertos arqueoastrónomos; Anthony Aveni, por ejemplo: Observadores del cielo en el México Antiguo. F. C. E. México 1991. |
12 | Eje terrestre y eje celeste son aquí homologables; ambos son imágenes de los polos arquetípicos y en el Arbol de la Vida cabalístico, Malkhuth, la Sephirah correspondiente a la Tierra es el polo sur del modelo cosmogónico. |
13 | Ver Federico González: La Rueda, una imagen simbólica del cosmos. Cap. V: "Dos modelos herméticos: Cábala y Tarot". |
14 | Las lunares, o sublunares, no son propiamente iniciaciones, aunque sí abonan, o mejor, pueden abonar, el camino del Conocimiento. |
Federico González |