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La Escritura Sabemos que los números y sus combinaciones tienen un potencial mágico y que sus nada arbitrarias relaciones activan energías de acuerdo a las propias leyes de la cosmogonía universal. Las culturas arcaicas siempre han reconocido la armonía de los módulos numéricos, basadas en los ciclos y los ritmos y su expresión mágica constante. Por cierto, el hecho del lenguaje ha sido para los primitivos un milagro que no puede sino ser reconocido unánimemente. La pictografía, la ideografía y la escritura (cualesquiera sean los medios que se empleen para fijarla) también han sido sagradas y todas las civilizaciones han empleado símbolos para manifestar conceptos, cuya ejecución constituía verdaderos rituales que a la par de ser hierofanías fomentaban la comunicación y la cohesión grupal. Los mayas atribuían la invención de la escritura a su dios Itzamná, así como los egipcios lo hicieron con Thot. La estrecha relación entre el pensamiento, la palabra, el lenguaje y sus modos de manifestación gráfica resultan casi obvias para ser destacadas aunque es necesario decir que de ninguna manera las expresiones contemporáneas de las susodichas relaciones son las más perfectas y mucho menos las únicas que el hombre ha conocido. En efecto, los alfabetos fonéticos, como ya lo hemos afirmado en esta obra, son mucho más limitados que otras formas de escritura de asociaciones múltiples; los primeros siguen una secuencia lógica y lineal cada vez más solidificada mientras los segundos recrean constantemente un mundo de analogías. Por lo que la invención alfabética-fonética, pese a la validez de sus propuestas, es representativa de períodos de cada vez mayor empobrecimiento intelectual y de preeminencia de lo práctico y material frente a la riqueza de los medios de expresión ideogramática, así como una simple redacción comercial, o el surrealismo de la jerga de Internet, o un conjunto de experiencias intrascendentes o chismes hoy denominados literatura, son menos que un auténtico lenguaje hierológico y una concepción integrada de la realidad cosmogónica.1 Por lo que en las investigaciones acerca de las distintas formas de expresión o de escritura de los pueblos arcaicos ha de dejarse de lado, en la medida de lo posible, todo lo relativo a ideas tales como considerar al arte como entretenimiento, actitud netamente moderna y profana, al igual que todas aquéllas que intenten degradar –conscientemente o no– el pensamiento tradicional a cuestiones literales o meramente utilitarias. Por otra parte toda expresión es simbólica y constituye un lenguaje así este se trate de señales de humo o códigos de gestos fijos para la comprensión entre distintas tribus que hablaban lenguas diferentes, como ha sido el caso de los indígenas norteamericanos. Igualmente existen medios más complejos, como son las pinturas y pictografías –ya sean éstas perecederas o no– las que constituyen conjuntos cada vez más semejantes a lo que se considera hoy en día escritura. Esta creciente complejidad se hace evidente en América entre las distintas sociedades nahuatles y alcanza su mayor grado de especialización, por decirlo así, entre los pueblos llamados mayas. Sin embargo, no deben desdeñarse de ninguna manera otros métodos de expresión del pensamiento (y por lo tanto del lenguaje) como son los quipus incaicos, conjuntos de hilos de diversos colores y tamaños anudados de distintas maneras, verdaderos instrumentos de cómputo no sólo cuantitativo sino cualitativo amén de instrumentos rituales de tipo mnemotécnico, aplicables a la totalidad de la realidad universal y no sólo a fragmentos parciales de ella. Con respecto a la escritura de los mayas señalaremos
que ésta ya se encuentra como un sistema completo en monumentos
anteriores al siglo IV antes de Cristo, aunque se reconozcan ciertas variantes
posteriores. Algunos autores consideran que esta escritura tiene valores
fonéticos, o mejor, raíces fonéticas, como es el caso
demostrado con ciertos jeroglíficos del centro de México;
en particular toponímicos. No nos parece nada desatendible esa idea
ya que en el curso de nuestras investigaciones hemos encontrado cada vez
más frecuentemente las interrelaciones entre los pueblos de mesoamérica,
así estos sean denominados olmecas, toltecas, zapotecas o mayas.
Por otra parte, la misma iconografía maya es muy compleja y los
glifos identificados con claridad en el área pueden llegar a ser
superiores a los ochocientos, número que mencionamos simplemente
para dar una imagen de lo espinoso de este tema. Igualmente queremos destacar
como en el capítulo anterior que los numerales y sus posiciones
han sido establecidos hace años y que ellos siguen aportando su
luz a la investigación, tanto de la escritura mesoamericana propiamente
dicha, como a todos los temas generales relacionados con estas culturas.
Para finalizar señalaremos que un grupo importante de autores cree
hoy estar descifrando la escritura maya, aunque existen también
distintas tendencias en éste sentido. En todo caso, se trata de
un asunto específico dentro de las culturas precolombinas que aúna
a lo apasionante del desafío el amplio campo que brinda en cuanto
a las relaciones de estas expresiones con otros elementos de sus cosmografías
y abre una excelente vía de acceso al estudio de las antiguas tradiciones
americanas.
Las Grandes Eras
Estas cuatro grandes edades para los precolombinos tienen también una imagen espacial y se articulan mediante rumbos cardinales alternos. Se subdividen a su vez de modo cuaternario en otros órdenes menores, por lo que estos grandes ciclos van admitiendo subciclos, que se dividen a su vez hasta llegar a alternarse en el año cada grupo de cinco días referidos a un rumbo espacial de manera discontinua pero regular. Volveremos más abundantemente sobre este asunto en el capítulo siguiente en la sección dedicada al tonalámatl. Pero antes debemos hacer algunas advertencias: una es que seguramente en América deben haberse producido enormes catástrofes que hicieron desaparecer culturas enteras de las que hoy no queda rastro. Eso hace que no se hayan encontrado en forma masiva restos que se pudieran datar como de gran antigüedad. Los diluvios a los que se refieren los distintos pueblos indígenas parecen haber estado muy cerca de ellos en el tiempo y no ser tan remotos como el diluvio bíblico –que como afirma la tradición fue el que destruyó la Atlántida. Por otra parte, aún contemporáneamente es posible ver el grado de ebullición telúrica de este continente expresándose a través de terremotos, inundaciones, huracanes y erupciones volcánicas constantes. Otra es una cuestión de método: la ciencia de los precolombinos no es inductiva, como la actual; es deductiva, como la de todos los pueblos tradicionales. De la unidad derivan todas las demás estructuras que se van armando respondiendo a un plan invisible y unánime. Esta articulación de las partes permite la acción de los Principios en el conjunto y por lo tanto su aplicación a cualquier forma particular. Va de suyo que esta acción se manifiesta, e incluso puede experimentarse y ser verificada. Por eso lejos de imaginarnos a unos indios salvajes que sacaban conclusiones rudimentarias –y seguramente falsas– sobre la multitud de los fenómenos, debemos pensar, a la inversa, en seres que deducían estos fenómenos de principios universales que les habían sido revelados por sus antepasados míticos, constituyendo así su Ciencia Sagrada. De otro lado el problema con las ciencias modernas es que se toma a las leyes que funcionan a determinados niveles como si fuesen universales. Se pretende con esas coordenadas particulares pesar y medir todas las cosas mediante el auxilio de la estadística que se ha vuelto imprescindible como legalizadora de la validez científica. Incluso sucede esto con las manifestaciones que por su propia naturaleza multivalente o supracuantitativa es obvio que no se prestan al cómputo ni a la rigidez de la clasificación. Los fenómenos son considerados siempre como fijos, definidos, constantes, sin variaciones. Y en estas hipótesis las ciencias modernas basan sus cálculos sin considerar que ellos pueden ser falsos (la proyección geométrica del error) y lo que se supone constante y uniforme en el espacio y en el tiempo puede no serlo. Lo mismo si nos referimos a los períodos de tiempo con los que juega la Astronomía o la Geología, o a los conceptos físicos-químicos-biológicos, o a las diversas 'especializaciones' actuales de la ciencia. Afirmar esto es ser automáticamente marginado por los científicos y sus devotos seguidores universitarios los que no vacilan, llegado el caso, en actuar como agentes represores del sistema cultural en el que han sido engendrados. Volviendo a nuestro tema y sin alejarnos de la tradición
occidental llamada clásica, advertimos que estos conceptos acerca
de las grandes eras se hallan presentes en Hesíodo, Platón,
Ovidio, Virgilio, Plotino, etc. Sin embargo, el mundo moderno y su ciencia
consideran estos asertos, absolutamente reales para los que los manifiestan,
como simples antiguallas o fantasías de tipo 'mítico' sin
ninguna validez actual; en contrario han elaborado una serie de hipótesis
que se hallan certificadas por el ensueño del progreso, el oficialismo
totalitario y la moda, siempre actual. Algunas de las disciplinas de hoy
como la geología, nacida apenas en el siglo XIX, por obra de un
solo inventor, Charles Lyell, y heredera directa del pensamiento matemático-mecánico
de Descartes y en correspondencia con la 'revolución' industrial,
se basa completamente en la idea de que la tierra es como un pedazo de
torta a la que se han ido sumando capas sucesivas desde la más remota
antigüedad, sin considerar, inverosímilmente, los constantes
movimientos habituales o extraordinarios, que son las pulsaciones de este
ser llamado tierra, pese a que se supone estudia esos fenómenos.
La llamada estratigrafía, a la que muchas otras disciplinas como
la arqueología se someten de modo supersticioso sin hesitación,
es nada más que una concepción lógico-mecánica
de la vida y el universo. Es obvio que si se acumulan capas de tierra sobre
tierra, las primeras son las más antiguas. Pero de allí a
tomar como dogma de fe esta aseveración, válida para todos
los casos, es reducir el universo a algo 'ideal' totalmente muerto y ajeno
a nosotros, cuando está sufriendo continuas transformaciones. No
tenemos aquí el tiempo ni el espacio para referirnos, como debiéramos,
a este asunto. Pero sí queremos destacar nuestra disidencia con
esa forma de percibir y aprehender la realidad al igual que lo hacemos
con la llamada 'teoría de la evolución' (o sus equivalentes
'transformistas') prohijada en el mismo siglo, creadora del pensamiento
moderno, la que es reconocida como verdad absoluta por las más diversas
ramas científicas, las cuales finalmente confluyen siempre en ella
y de allí derivan sus postulados. Tampoco en esta obra podemos
abordar este tema in extenso, como lo merece. Sólo queremos
destacar, para quien quiera comprenderlo, que quien se basa en estos dos
supuestos, o teorías, está sentándose sobre fundamentos
muy frágiles para su concepción del mundo. En efecto, esta
última hipótesis que estamos mentando supone que la vida,
en un tiempo indefinido por inmensamente extenso, ha dado lugar a través
de una serie de transformaciones, que incluyen un ascenso de especie en
especie, al ser humano. Sin embargo, las culturas tradicionales sostienen
que paso a paso fueron creándose las condiciones del hombre (como
en los procesos iniciáticos) para que éste surgiera de pronto
todo entero y con él adquirieran sentido las innumerables especies
para coronar la obra creacional que sin su ser carecería de significado.
También ellas afirman, asimismo, que su realidad no es nada más
que una de las modalidades de un Ser Universal que al haberle dado también
la conciencia lo ha hecho igualmente partícipe de su propia integridad.
En el cosmos todo es parte de ese ser gigantesco que lo abarca todo y no
son menos las aguas, las piedras, las plantas, los animales, que están
tan vivos como nosotros. Pero el hombre lo sintetiza todo y el conjunto
de las cosas y los seres del mundo está ordenado a su servicio.
Para estas tradiciones ha habido otras creaciones –en verdad innumerables
creaciones– y distintas humanidades y criaturas, expresiones múltiples
de ese mismo Ser Universal. Todas se han generado unas de otras o se han
producido de modo espontáneo y han terminado siempre desarrollándose
por sí mismas. Han gozado de primavera y verano y han sufrido el
ocaso y la muerte para volver a renacer de otro modo. Sin embargo para
que esto último se produzca se ha de vivir un tiempo en la más
negra oscuridad. De allí surge nuevamente el mundo, tal vez en un
instante dilatado:
Al contrario, los contemporáneos fundamentándose en simples –y aun muy dudosas– pruebas empíricas, suponen un mundo hipotético, validado exclusivamente por el hallazgo de determinados fósiles 'humanoides' y una teoría de la progresión cuantitativa aplicada a las especies que harían que éstas se hubiesen ido transformando en otras, cosa que ha sido imposible de comprobar jamás, por lo que cuando menos resulta paradójico que una ciencia que pretende el 'método científico' se cimente en la suposición, como es el caso.2 Para terminar, diremos que muchas veces las grandes tradiciones
han tomado al gran año de la tierra, en la mitad del tiempo
de la precesión equinoccial, calculada en 24.000 años, o
sea 12.000 años, lo que es el caso de los caldeos. Con más
exactitud las civilizaciones de mesoamérica calculaban al gran año
en 13.000 años, la mitad del período de la precesión
(26.000), con lo que se acercaban más a la duración real
de ese ciclo, que es de 25.920 años. Esos 13.000 años aceptaban,
además de la cuaternaria, una división quinaria, a saber:
subperíodos de 2.600 años. Estos grandes ciclos en conexión
con los ciclos de astros y estrellas conformaban sus calendarios, de los
que nos ocuparemos en el próximo capítulo.3
El Cuadriculado
La unidad es una cuadrícula (fig. 1) que posteriormente se expande en las cuatro direcciones del espacio (fig. 2) limitando el primer encuadre en que la cuadrícula original es el centro (fig. 3).
El número nueve en maya se llama bolon y tiene el sentido de cosa completa o ciclo; también en el término bolon ts'akabil como eternidad, según el diccionario Cordemex,6 o nueve generaciones en otra de sus formas. Designa lo noveno –lo cual implícitamente es nombrar el denario– y un ordenamiento cerrado, por ejemplo en bolon he (diez días ha) o en bolon neh (de aquí a diez días), lo cual es índice de una circularidad numérica y de un espacio temporal definido.7 En la tradición aritmética-geométrica pitagórica, el número nueve es el de la circunferencia que sumado al punto central o eje del que ha extraído su forma nos da el denario –es decir, una totalidad– expresado por la figura geométrica entera del círculo. El número nueve está íntimamente vinculado con los trescientos sesenta grados en que se divide la circunferencia en sus cuatro particiones naturales, es decir, en cuatro ángulos rectos de noventa grados, equiparados a los cuatro gammas que integran una cruz, o los cuatro ángulos que encierran al cuadrado según sean tomadas estas dos últimas representaciones en el plano de nueve retículas, como centrífuga o ad extra, o centrípeta o ad intra, respectivamente (figs. 6 y 7).
Es sabido que el número nueve es tenido por irreductible ya que todos sus múltiplos y submúltiplos retornan siempre a él (9 x 5 = 45 = 4 + 5 = 9; 9 x 8 = 72 = 7 + 2 = 9, etc.), y por ese motivo era apreciado como perfecto y cíclico, un módulo completo equivalente a la forma circular o esférica –y a su correspondiente cuadrangular– una imagen del cosmos y la totalidad. Permítasenos ahora expresarnos con otra ilustración sencilla. Tracemos la primera cruz viable en el cuadriculado y a continuación encuadrémosla en otra mayor, es decir, la segunda cruz posible en la red.
La Luna
Pero lo interesante de este cálculo es que 364
= 7 x 52, o sea que: 52 semanas de 7 días equivalen a este año
lunar de 13 meses, y esto adquiere una importancia particularísima
cuando se sabe que tanto el número 13 como el 52 (y por cierto también
el 4; 52 = 13 x 4) son números claves en la concepción cosmogónica
indígena, manifestada en sus calendarios. Esta hipótesis
ha sido sostenida por Ernest Förstemann con respecto a los calendarios
mayas, y por H. Beyer con respecto a los mexicanos, el cual afirma:
En páginas anteriores hemos recalcado numerosas veces la importancia del número cuatro y el cinco en las culturas precolombinas y también la del nueve, este último fundamentalmente como cíclico o circular, asociado a la repetición y el movimiento. Queremos destacar ahora la del siete, que sin ser un número que aparezca como fundamental o se lo mencione a menudo, se halla vinculado a dos magnos y solemnes mitos, producidos por lo tanto en un tiempo primigenio o anterior. Nos referimos al origen de los aztecas y los incas según ciertas tradiciones. Los primeros nacidos de siete cavernas comienzan su peregrinación por el mundo. Los segundos surgen de una gruta y empiezan su deambular, son ellos el caudillo Manco-Cápac y sus siete hermanos, uno de los cuales es Mama Ocllo, asimilada a la luna –siendo él equiparado con el sol– con quien casó. No intentamos demostrar nada al señalar estas analogías, pero sí entendemos que el marcar explícitamente en el contexto de un mito el simbolismo numérico es una clave simbólica, un módulo, expresado de la manera propia de las culturas antiguas.17 Por otra parte el conquistador Coronado llama la atención sobre una tribu, la de los Cibolanos, cuya distribución no deja de ser sorprendente. Estaba constituida dicha tribu por siete núcleos, que habitaban en siete aldeas ('las siete ciudades de Cíbola') de las cuales la principal llevaba el nombre de 'El Medio' y las demás, respectivamente: 'Norte', 'Sur', 'Este', 'Oeste', 'Arriba' y 'Abajo'. Los sacerdotes, jefes y funcionarios indígenas de las seis aldeas periféricas residían en 'El Medio'; todas formaban una confederación permanente, o heptarquía. También el Chilam Balam de Chumayel nos dice que: y asimismo que este dios procede de los 'siete senos de la tierra'. Los Cackchiqueles tenían organizado su reino en siete tribus o provincias. dicen los guaraníes. Fray Francisco Núñez, obispo de Chiapas en el siglo XVII en su obra Constituciones Diocesanas del Obispado de Chiapas señala en el Num. 32, XXVIII: Es muy importante destacar que el número 52 es común a la luna y las pléyades; 52 semanas del año, y 52 años, la culminación de las pléyades. Para finalizar, veamos ahora una 'curiosidad' en el plano del cuadriculado (fig. 10).
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XX. Los Calendarios Mesoamericanos (en Ameríca Indígena) |
NOTAS | |
1 | Agregaremos que para algunos la novela actual constituye literatura infantil para adultos. |
2 | Acabamos de leer en la revista Cambio 16 del 24-X-88 un informe especial sobre "Reír en España" donde se dice: "Muchos no lo saben; pero el más ilustre bromista francés ha sido el teólogo y antropólogo Teilhard de Chardin. Según recientes pesquisas, fue él quien, por hacerle una jugarreta a su colega, el arqueólogo Charles Dawson, le acomodó los huesos de una mandíbula de hace pocos milenios al cráneo prehistórico que había descubierto Dawson en sus excavaciones. Esto condujo a que se levantara una famosa y falsa teoría sobre el eslabón perdido, la teoría del 'Hombre de Piltdown' que Teilhard nunca alcanzó a demostrar por vergüenza científica." Otras denuncias sobre escándalos del tipo, ver Gastón Georgel, en la bibliografía. |
3 | Sólo deseamos destacar un punto: el Popol Vuh y la leyenda azteca de los soles parecen hablar de una progresión de creaciones que finalmente desembocan en la creación del maíz y el hombre, es decir, una evolución, mientras que las tradiciones no americanas –con las que, por otra parte, concuerdan en todo lo esencial– relatan claramente una 'involución' expresada simbólicamente por los metales que las representan: oro, plata, cobre, hierro, y la duración temporal de esos períodos. |
4 | Quetzalcóatl, antes de convertirse en ave, pasa cuatro días en el infierno del norte, al igual que los guerreros después de su muerte, antes de convertirse en colibríes. También eran cuatro los años de luto, pues se consideraba que en ese tiempo se iba el alma, cuatro días ayunaban los jefes antes de la guerra y las grandes ceremonias y las mujeres muertas en parto ascendían al cielo de los guerreros en ese mismo tiempo. Cuatro fueron también los días que hicieron penitencia los dioses antes de la creación del mundo en Teotihuacán. El cuatro es el número que simbólicamente divide a todo ciclo. Es particularmente interesante destacar que para los pieles rojas norteamericanos, las cuatro virtudes cardinales son: el valor, la paciencia, la generosidad y la sabiduría. Todos los mitos creacionales indoamericanos incluyen la idea de este cuaternario sagrado. Los ejemplos son innumerables. |
5 | Chac, dios maya de la lluvia y por lo tanto deidad descendente, se desdoblaba en cuatro dioses, adquiría cuatro formas, como lo hemos visto en Itzam Ná. También hemos mencionado que en el mito de la fundación del Cuzco, la pareja ancestral Manco Capac y Mama Ocllo, descendientes directos del sol, encarnaciones de la energía divina, son capaces de irradiarla a través de las cuatro direcciones del mundo en el reticulado de su imperio. Teotihuacán –tal vez la ciudad más magnífica de la América precolombina– orientada a los cuatro caminos del mundo, tenía un plano basado en el cuadriculado, o sistema de red, donde los espacios y las estructuras, las pirámides, templos, terraplenes y todos los edificios y áreas vacías estaban perfecta y armónicamente distribuidos en módulos de base numérica común, que respondían a 'proporciones' cosmogénicas, al equilibrio de la economía divina, como está ampliamente demostrado. En el plano, el cuadrángulo dividido por una diagonal da lugar a dos triángulos invertidos, unidos por la base. Igualmente en lo volumétrico, un octaedro se compone de dos pirámides análogas e invertidas. |
6 | Diccionario Maya Cordemex, dirigido por Alfredo Barrera Vásquez, Mérida, Yucatán, 1980. |
7 | Es sabido que los números 9, 4 y 13 (13 = 9 + 4) son sagrados para esos pueblos, en estrecha relación con su calendario. Hoy mismo son fundamentales para sus ceremonias mágico-religiosas. |
8 | Ver también David Esparza Hidalgo, Cómputo Azteca, Ed. Diana, México 1975, y Alejandro Jaén, Las Pirámides, números de piedra, Liga Maya Internacional, San José 1996. |
9 | Los códigos numerales decimales y vigesimales se corresponden perfectamente por tener al número cinco como fundamento, ya éste se multiplique por dos, por tres o por cuatro. Los chinos han usado a lo largo de los siglos el decimal como el vigesimal, considerando su base común, el número cinco. |
10 | Marcel Granet, La Pensée Chinoise (Albin Michel, Paris 1980). |
11 | La tercera cruz está compuesta de 36 cuadrículas y la cuarta de 52, nada menos. |
12 | H. Beyer ha llamado la atención sobre este importante punto en El origen, desarrollo y significado de la greca escalonada, en Mito y Simbolismo del México Antiguo, Sociedad Alemana Mexicanista 1965. También A. Posnasky ha insistido en este símbolo como distintivo de lo precolombino, atribuyendo a los escalones el significado tierra y a la espiral el del cielo. (Actas del XXVII Congreso de Americanistas, Puntos de Contacto Lingüístico y Dogmático en las Américas, México, 1939). |
13 | Aún hoy los K'ekchi, de la Alta Verapaz, Guatemala, se rigen por un calendario agrícola lunar de 364 días divididos en 52 semanas a lo largo de 13 lunaciones anuales; no es, por otra parte, el único pueblo americano que así lo hace. |
14 | Las fechas de las fiestas movibles de la Iglesia Católica, tan importantes como la Semana Santa, están contadas a partir del primer domingo siguiente al primer plenilunio después del equinoccio de primavera: otras fiestas, sin embargo, son solares, como es obvio en los 2 solsticios. |
15 | La antigüedad ha realizado siempre sus cálculos basada en números 'redondos' y enteros pues concebía a esos números como expresiones simbólicas de la armonía universal, patrones prototípicos. El mes sinódico exacto de la luna es de 29 días, 12 horas, 44 minutos y 28 segundos. Lo mismo con los trece meses puesto que a veces en un año sólo se dan doce lunas. También con respecto a la precesión de los equinoccios cuyo ciclo exacto es de 25.920 años, pero que unánimemente ha sido considerado como de 26.000. Venus no recorre su trayecto en 584 días, como lo consideraban los antiguos, sino en 583,92 días. |
16 | En forma curiosa, la 'leyenda de los soles' nos habla de unos enigmáticos 364 'años' (364= 13 x 28), que fue la duración del segundo sol (Códice Chimalpopoca, UNAM, México, 1975, pág. 119). También en el reverso del Códice de París (o Peresiano) puede verse a los años divididos en 364 días. El Libro Chilam Balam de Ixil contiene tablas de relación entre la luna y el zodíaco entre otras ruedas calendáricas. Es sabido que tanto el Códice de Dresde como diversas estelas y jeroglíficos contienen tablas de eclipses lunares. |
17 | En el Chilam Balam de Chumayel, en el libro denominado 'de los espíritus' se menciona reiteradamente el número siete, aparentemente en relación con los astros y la luna: 'Las siete medidas de la noche'. Pachamama e Ixmucané, diosas aymará y maya de la fecundación, asociadas a la luna y la tierra, tienen cada una siete hijos. Asimismo el siete es el número de la fecundidad entre los maya-quichés y también el de las Pléyades. |
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