flor del Tarot de Marsella
CAPITULO I

TAROT Y SIMBOLO

El Tarot es un libro de sabiduría, un medio de conocimiento, una estructura de imágenes cambiantes, que nos permite por su propia simbólica y su idiosincrasia comenzar a observar hechos, fenómenos y cosas dentro de nosotros y en nuestro entorno que no podríamos haberlas supuesto sino por su intermedio. En este sentido es también un libro mágico, en cuanto posee en potencia el poder transformador que permitirá a nuestros conceptos e imágenes mentales el ir sublimando su contenido, ampliando así el campo de la conciencia. En este sentido, es análogo al I Ching, y a otros oráculos tradicionales como los calendarios mesoamericanos y de otras culturas pues no sólo puede ser utilizado como instrumento de predicción, agregándole un interés existencial y vivo al que juegue con él a distintos niveles, sino que además se presenta como una síntesis de la doctrina y enseñanzas de la Tradición Hermética, la Cábala Cristiana, la Alquimia y la Tradición Unánime y Filosofía Perenne en sus aspectos cosmogónicos, teúrgicos e iniciáticos, es decir, la Gnosis Universal. 

En su tratado De la Adivinación, Cicerón distingue dos formas fundamentales de las artes adivinatorias, término éste que por otra parte está relacionado etimológicamente con el hacer divino. Una de ellas es espontánea, nacida de la inspiración directa, o sea, aquélla que por determinadas circunstancias es propia de ciertos "videntes" que en la mayor parte de los casos se relaciona con acontecimientos espacio-temporales de orden psicológico o "supra-normal", los que se producen de modo "natural" en estos sujetos que son capaces de leer la cinta horizontal de la historia y la geografía, muchas veces sólo de forma anecdótica y sin mayor sentido –o en el mejor de los casos, con significados siempre limitados; sin embargo, para nosotros, los "sueños" reveladores o estados proféticos no serían homologables con estas experiencias. 

Para los estoicos, y para la antigüedad clásica en general, la existencia de los dioses se manifestaba por determinados signos, entre los cuales los oráculos, y también su ubicación geográfica (p. ejem. Delfos) y su procedencia (ejem. oráculos caldeos), tenían una importancia tal que, si se observa con atención, han determinado la historia de Occidente y por lo tanto del mundo actual. 

La segunda es la que surgida de un pensamiento igualmente espontáneo, toma como base ciertos símbolos o conjuntos de símbolos tradicionales, reputados como de fuerza o poder, para formular sus asertos o conjeturas, por lo general cargados de conceptos filosóficos, o mejor meta-físicos (en el sentido etimológico de la palabra), o sapienciales. 

Es en este último caso donde se incluye el Arte del Tarot, que no es sino la lectura del Libro de la Vida y la actualización permanente de la fuerza del símbolo y el rito, la que actuará constantemente en nosotros, la mayor parte de las veces de modo subliminal o inconsciente, en el interior del individuo, a medida que éste reitere las distintas jugadas y aun las tiradas con preguntas meramente predictivas, puesto que de cualquier manera que sea, ésta es la forma en que entramos en comunicación con un agente mágico, considerado como transformador de imágenes, conceptos, e incluso conductas. 

El Tarot es un libro escrito con imágenes y símbolos, cuyas láminas se van articulando entre sí, constituyendo un código. Es el origen de todos los juegos de naipes, aunque su sentido esotérico no se conserve en forma pública. Su nacimiento, se dice, se remonta al antiguo Egipto, y él constituye una manera de transmitir los símbolos secretos y sagrados de los iniciados herméticos, cuyo mayor auge se logra en la alta Edad Media y a principios del Renacimiento. 

Este instrumento de conocimiento ha sido diseñado especialmente por los alquimistas, filósofos y magos de la Tradición Hermética (rayo de la Tradición Unánime, condensado por los filósofos alejandrinos y expresado en el Corpus Hermeticum, atribuido a Hermes Trismegisto), no sólo para despertar imágenes y visiones, sino para explicar también la cosmología; igualmente es un conocido y eficaz vehículo predictivo, como se ha dicho, y sobre todo un iniciador en secretos y misterios, los que, sabemos, se encuentran también en nosotros mismos y en nuestro entorno. Aprender a jugar con el Tarot es ir promoviendo situaciones y descifrando enigmas, enriqueciendo nuestra vida y universalizándonos. Con su uso aparentemente inocente, pues por su sencillez no necesita de una gran capacidad intelectual para ser manejado, afina la percepción y sensibiliza la psique, permitiéndonos ver más allá de lo simplemente fenoménico. Trabajando con el Tarot, investigando sobre sus estructuras internas y los diversos simbolismos que polifacéticamente destella, pondremos a funcionar mecanismos de nuestra mente que nos servirán como despertadores para ir tejiendo relaciones y asomándonos a un mundo asombroso. 

En realidad, el Tarot es un libro que en lugar de estar escrito con palabras derivadas de un alfabeto fonético, se encuentra plasmado de símbolos ideogramáticos y pictográficos, cargados de diversos sentidos, que funcionan conjuntamente entre sí. Debemos pues comenzar por explicar el sentido y el valor de los símbolos y los ritos para la Ciencia Tradicional, su alcance, que va más allá de lo que el lector no especializado puede imaginar. Iremos haciendo también lo propio con respecto a las relaciones que unen a este sistema con el Arbol de la Vida Cabalístico, la Numerología, la Alquimia y la Astrología, disciplinas todas pertenecientes a la Tradición Hermética, y que el Libro de Thoth sintetiza en su corpus esotérico. 

Los orígenes históricos del Tarot son imposibles de rastrear, pero deben asociarse con la actividad lúdica-sagrada presente en todas las tradiciones conocidas y que, en base a la estructura matemática de los ritmos y ciclos universales, se refiere a la proyección de determinados acontecimientos que se manifiestan de forma cíclica, y de algún modo previsible, dada la carga que los hechos y fenómenos poseen, ya que tienden a reiterarse de una manera análoga, pero jamás exacta. En este sentido, todos los oráculos tradicionales, como el ya mencionado I Ching, la Astronomía Judiciaria de todos los pueblos, y los calendarios mesoamericanos, repiten las ideas fundamentales de la cosmogonía y su reformulación correspondiente y siempre presente. En diversas bibliotecas europeas pueden encontrarse distintos juegos de naipes, en particular italianos y franceses, que podrían ser considerados como los antecedentes directos del que hoy se conoce como Tarot de Marsella, cuya simbólica más conocida fue fijada en 1930 por Paul Marteau, aunque con antecedentes directos emanados desde el Renacimiento, y que adquieren forma casi definitiva en los siglos XVIII y XIX. Trabajaremos en este estudio con las láminas de Paul Marteau que tienden a sintetizar no sólo los distintos simbolismos –entre ellos el numérico– sino también los colores, gestos y distintos detalles aparentemente secundarios de las láminas. Está de más decir que nuestro estudio no pretende ser "dogmático", como ninguna de las obras serias que tratan este tema, y que se mencionan en la bibliografía, sino que desea ser una introducción al mundo del símbolo y sus interpretaciones polivalentes, fundamentadas en años de trabajo con este instrumento sagrado y sus relaciones con otros métodos que atestiguan la cosmogonía y filosofía perenne. No se asuste el lector, por lo tanto, si muchas de las interpretaciones o explicaciones que aquí damos no se corresponden literalmente con la de otros textos, aunque sí podrá advertir que están de acuerdo en lo fundamental, lo cual lo llevará a realizar y entretejer sus propias vivencias y conclusiones, enriqueciéndose en su posibilidad de comprensión a través de la analogía, tanto de los hechos y estructuras del macrocosmos, como de su propia individualidad (microcosmos). 

Para terminar, diremos que este Libro de Thoth o Tarot posee una estructura análoga a la del Universo, y por lo tanto se supone puede reflejar el Todo por las necesarias correspondencias que unen al símbolo con lo que éste en última instancia simboliza y que cada una de estas láminas manifiesta a su modo. 

De allí la importancia otorgada a este juego y el necesario respeto y la actitud ritual con que se debe acercar a él quien principia a conocerlo. 

Símbolo 

El símbolo es el intermediario entre una cosa conocida y otra desconocida. Por las imágenes y los símbolos el hombre toma conciencia de su ser en el mundo, es decir, que por ellos esa conciencia se conforma, y entonces se hace posible el Conocimiento. Los símbolos tradicionales de la Ciencia y el Arte Sagrados, han sido específicamente diseñados para promover la comprensión de otras realidades que esos mismos símbolos atestiguan y revelan. Y es por su intermedio que puede seguirse una vía ordenada y gradual en pos del Conocimiento. Este camino, cuajado de imágenes y experiencias, es llamado la Vía Simbólica. 

Desde el comienzo debemos distinguir entre símbolo y alegoría. El símbolo representa una energía, una idea-fuerza, que él plasma, formal o sustancialmente. La alegoría no se corresponde con esa energía. El símbolo se refiere siempre a sí mismo, a lo que él es por su propia naturaleza. La alegoría, soslayando el tema, y de continuo equívoca, a lo que las cosas pueden, o podrían ser, en un mundo de supuestos. Siempre a algo distinto de lo que en realidad es, cualquier cosa que esto fuere, o de cualquier manera que se manifestare. 

Menos aún el símbolo es convención. Los humanos no hemos creado a los símbolos, sino que ellos existen en la propia naturaleza del hombre y del mundo. Lo mismo es válido para las imágenes. Y ya hemos visto que imágenes y símbolos son necesarios, pues son ellos los que promueven la conciencia. 

Es muy interesante destacar que los símbolos fundamentales de las distintas tradiciones, civilizaciones y culturas, coinciden de manera asombrosa. Al extremo que se pudiera afirmar que son idénticos, o inspirados en un modelo o arquetipo común, aunque difieran secundaria o formalmente, lo que precisamente da carácter e identidad a los pueblos que han conocido su significado. 

Los símbolos, por ser intermediarios, revelan y velan la realidad de lo que manifiestan. 

Símbolos numéricos 

Los números, tal cual los contemporáneos los conocemos y los manejamos, constituyen una serie sucesiva y homogénea, sólo apta para la especulación cuantitativa, y el conteo propio del mercado y la estadística. Siempre han tenido los números otra lectura, cualitativa, relacionada con las "proporciones" y "medidas" de la arquitectura y la armonía del hombre y del cosmos. Para la Tradición Unánime los números son sinónimos de Ideas. Y esas Ideas se refieren por ejemplo a la unidad, al binario, a la tríada, conceptos completamente distintos (heterogéneos) entre sí. Los que al mismo tiempo designan diferentes energías, o igual energía a diversos grados de expresión. Para la escuela pitagórica, con los números pueden "medirse" todas las cosas, puesto que ellos son la expresión aritmética y armónica del Universo. Y todas las cifras pueden reducirse a los nueve primeros números (con el agregado del cero) de los que no son sino su progresión indefinida. Es pues el código decimal una verdadera síntesis, y una llave simbólica para penetrar en los arcanos de lo desconocido. Por otra parte, el mismo Pitágoras nos dice que esta sucesión natural de la unidad –y su retorno a la misma– que simboliza el denario, está presente en forma potencial en los tres primeros números. Los símbolos numéricos se identifican exactamente con las figuras geométricas. El número uno corresponde a la unidad aritmética, y al punto en el plano geométrico. La recta, por sus dos puntos finales, al binario y al número dos. La unidad (sujeto) se refleja a sí misma, creando el binario (objeto). Y este conocimiento de sí, a través de su reflejo, está signado por el número tres que une a sujeto y objeto en el acto de conocer. 

La trinidad es un módulo presente en todas las cosas, un modelo que antecede a cualquier manifestación, aun ideal. 

Los números poseen una realidad mágico teúrgica, que los hombres de nuestros días hemos olvidado, y que trataremos de recuperar. Ellos son módulos armónicos y medidas que relacionan al microcosmos (hombre), con el macrocosmos (universo), y responden a vibraciones secretas, que encuentran sus correspondencias en todas las cosas. Desde los acontecimientos mundiales, a los sucesos locales e individuales, los que forman parte de la armonía universal, que se expresa a través de números y medidas, semejando una gran sinfonía. De allí la conexión con la música, y particularmente con los ritmos y los ciclos.  

Alquimia 

Así se llamaba en la Antigüedad la ciencia de las transmutaciones, minerales, vegetales, o aun animales, de la naturaleza. Estas operaciones tienen una réplica en el hombre, que puede verse en ellas como en un espejo que reflejara su propio proceso de desarrollo, y simbolizan la posibilidad de la regeneración. Es decir, la de mudar de condición y de forma, a tal punto que la sustancia con que se trabaja –en este caso la psiqué humana– pase a ser una cosa distinta de la que conocemos actualmente. Esta búsqueda –y hallazgo– del Ser es, en suma, la auténtica Libertad, no empañada por ningún prejuicio, y puede ser equiparada a un nuevo nacimiento. 

Astrología 

Los astros dibujan en el cielo diseños misteriosos ligados a la suerte de los hombres y la tierra que éstos habitan. Si el lugar geográfico y el tiempo histórico en que nacemos nos condicionan, lo hace aún en mayor medida la fuerza y la energía sutil y desconocida de las estrellas. Investigar sobre ellas y sobre lo que significa el Zodíaco, y su relación con nuestra personalidad, formas y acontecimientos diarios, sin caer en la superstición o la simpleza, es una manera de conocer las fuerzas anímicas que nos rigen, aprovechar su contenido y librarnos de sus influencias negativas. Pues es sabido que los planetas poseen una parte benéfica (clara) y otra maléfica (oscura). Y en la conciliación de estas energías, en el equilibrio de nuestra vida, se está jugando en este momento la fortuna y la desgracia de nuestra existencia, a la que podremos gobernar, y llevar a buen puerto, si se comprende el significado de las fuerzas que constantemente moldean su sustancia. 

Cábala 

Surgida en el siglo II de nuestra era, en el pueblo de Israel, la Cábala se desarrolló en la Alta y Baja Edad Media, en países cristianos como Francia y España, particularmente este último, donde en el siglo XIII fue escrito nada menos que El Zohar, el gran libro cabalístico, brillando en Italia durante el Renacimiento bajo su forma cristianizada y pasando a los países del norte y centro de Europa e Inglaterra, Polonia etc., en distintas épocas, y en donde aún hoy se mantiene viva, así como en Jerusalem y muchas otras ciudades del mundo moderno, entre judíos y no judíos. Esto en cuanto a la Cábala histórica se refiere. La traducción de la palabra "cábala" es "tradición", y está relacionada con "recibir", en el sentido de aceptar un legado o herencia. El esquema histórico que expresamos anteriormente es válido en términos generales y horizontales. Si adoptamos el punto de vista vertical, esa transmisión de la Tradición Primordial, y su recepción, no han dejado de ser nunca, y esos efluvios de la divinidad están siempre presentes en el mundo y en el hombre. 

Para la Cábala hebrea, el Universo se ha creado a partir de un punto primordial a través de emanaciones asimiladas a numeraciones (sefiroth), equivalentes a nombres divinos. De lo apenas existente y más sutil, al mundo corpóreo perceptible por los sentidos; en términos cabalísticos, desde el primero de los números, llamado Kether, hasta la sefirah número diez, denominada Malkhuth, o sea, de la Unidad primigenia, al denario, el que a su vez después del recorrido sucesivo de los números naturales, vuelve a reiterar por analogía al Uno, pero en distinto plano de solidificación o materialización (10= 1+0=1). 

El diagrama del Arbol de la Vida admite una división jerarquizada y vertical en cuatro planos, mundos o estados de conciencia, llamados de arriba hacia abajo, Olam ha Atsiluth o Mundo de las Emanaciones, Olam ha Beriyah o Mundo de la Creación, Olam ha Yetsirah o Mundo de las Formaciones, y finalmente Olam ha Asiyah, identificado con el ser de la tierra y del hombre como objetos creados e incluyendo la determinación de las leyes tanto físicas como fisiológicas, ya que el diagrama sefirotico o modelo del universo a que nos estamos refiriendo es válido para todas las valoraciones, a saber: tanto para el macro como para el microcosmos. Estos cuatro mundos, planos o niveles, pueden igualmente ser considerados como tres, ya que Beriyah (Mundo o Plano de la Creación) y Yetsirah (Mundo o Plano de las Formaciones) pueden ser tomados como uno solo. Beriyah, correspondería a lo que la Antigüedad Tradicional denominó las Aguas Superiores, y Yetsiraha las Aguas Inferiores. Las primeras se vinculan con el elemento aire y son consideradas como constitutivas de la bóveda celeste, y las segundas con el elemento agua, conformando los ríos y los océanos, unidas ambas en la línea del horizonte. Estos dos planos pueden ser tomados como un único nivel y corresponden a la intermediación entre el primero (Atsiluth) y el último (Asiyah). Es en ellos en donde se realiza todo el trabajo interno y hermético. Asimismo, estas seis sefiroth llamadas en Cábala "de construcción cósmica", se corresponden en el ser humano con su psiquismo superior (Beriyah) y el inferior (Yetsirah).

El Arbol de la Vida cabalístico, los planos y los cuatro elementos
También el Arbol de la Vida puede ser dividido en tres columnas: dos laterales visibles y una central invisible a partir de la cual se han proyectado las otras dos de forma equidistante. Una de ellas es positiva, la central neutra, y la tercera negativa; por estos pilares las energías de la creación ascienden y descienden constantemente y sus interrelaciones y el lugar que ocupan en la escala dan lugar a los ángeles, arcángeles y nombres de poder, equiparables a sus análogos cristianos e islámicos, y a sus homólogos, los héroes, semidioses y dioses, espíritus sagrados y duales que habitan en todos los panteones. Estamos dando dos diagramas del Arbol cabalístico o sefirotico, llamado como en otras muchas tradiciones Arbol de la Vida.
 El Arbol de la Vida cabalístico con las sefirot, los planetas y los metales correspondientes
El primero corresponde a la división por planos, así como por pilares o columnas; y el segundo incluye los nombres cabalísticos de cada sefirah o numeración y sus correspondencias planetarias –y por lo tanto alquímicas, ya que los planetas guardan una íntima relación con las propiedades simbólicas de los metales de la tierra–. Por lo que vemos que este diagrama cabalístico se emparenta por lo tanto con la Numerología, la Astrología, la Alquimia y el Tarot, como lo desarrollaremos en este estudio.

      0 Ain = Nada: el No Ser. 

      1 Kether = Corona: primeras emanaciones del Ser; sin determinación astrológica.  2 Hokhmah = Sabiduría: Estrellas fijas. 

      3 Binah = Inteligencia: Saturno. 

      4 Hesed = Gracia: Júpiter. 

      5 Gueburah = Rigor: Marte. 

      6 Tifereth = Belleza: Sol. 

      7 Netsah = Victoria: Venus. 

      8 Hod = Gloria: Mercurio. 

      9 Yesod = Fundamento: Luna. 

      10 Malkhuth = Reino: interacción de los cuatro elementos; la Tierra.

 

El Rito 

La reiteración del rito es fundamental para el proceso de Conocimiento. Cuando nos referimos a ritos no nos referimos a ceremonias "mágicas", civiles o religiosas. Los ritos iniciáticos de determinadas tradiciones aún están vivos, aunque es difícil el acceso a ellos. Algunas religiones o instituciones tradicionales conservan los símbolos –y aun los ritos–, pero éstos carecen de todo contenido verdadero y están como vacíos, siendo desconocidos su esencia y esoterismo, o sea, su realidad y significación. Para la Tradición Hermética son ritos los estudios efectuados a partir de modelos herméticos, la concentración que ello implica, la meditación que promueve, las prácticas que efectivizan la visión y lo imaginal, la oración incesante del corazón como invocación permanente, la contemplación que producen la belleza y la armonía de la naturaleza y el cosmos, y los trabajos auxiliares encaminados al logro del Conocimiento. A este particular queremos traer a la memoria que hay una identidad entre el ser y el conocimiento. El hombre es lo que conoce. ¿Qué otra cosa podría ser sino la suma de sí mismo? Ser es conocer. A saber: que siendo lo que conocemos, la reiteración constante del rito, que sustenta el conocimiento de otras realidades, mundos o planos del Ser Universal, es una garantía en cuanto a la identificación con ese Ser y su conocimiento, a través de un camino jerarquizado, poblado de espíritus, dioses, colores y energías mediadoras. 

Magia 

No nos referimos aquí a ninguna posibilidad ligada con la superstición, y menos aún a ceremonias de corte dudoso, que aúnan la ignorancia de toda ciencia o arte metafísico con la pobreza de los resultados obtenidos. Tampoco a aquellos intereses que no son más que los de acrecentar un poder personal, de corto alcance, o el de acumular información y toda suerte de experiencias por el solo hecho de saber de manera literal y cuantitativa, o por simple curiosidad. Igualmente no efectuamos, como se suele hacer equivocadamente en la actualidad, confusiones entre la materia y el espíritu, la física y la metafísica, lo que lleva a deleitarse exclusivamente con los fenómenos, aparentes o reales, del mero psiquismo, al que se confunde con la espiritualidad. Creemos en una Magia de un nivel mucho más profundo y superior, la Ciencia Teúrgica de la Antigüedad, las disciplinas transformadoras que el Renacimiento llamó Magia Natural y que se brindan y renuevan constantemente ante nuestros ojos. La vida misma, que incluye al hombre y sus posibilidades regenerativas, es el arquetipo de esta afirmación. De lo visible a lo invisible, por mediación del ritmo de la Belleza (Tifereth).