PRESENCIA VIVA DE LA CÁBALA II
LA CÁBALA CRISTIANA

FEDERICO GONZALEZ - MIREIA VALLS

CAPITULO V
LA CABALA EN ALEMANIA (3)

Paracelso (1493-1541)
Y ahora Paracelso, otro hombre extravagante del Renacimiento alemán, destacado sobre todo como médico, al igual que muchos de los que ya hemos visitado, los que veían en la medicina una espagiria303 universal que demandaba un conocimiento penetrante de muchas de las artes o ciencias herméticas. En el estudio preliminar a un texto de nuestro autor titulado Las siete apologías,304 Santiago Jubany asegura:

Sobre estas cuatro columnas, a saber, la filosofía, la astronomía, la alquimia y la virtud, hace reposar Paracelso en su Liber Paragranum todo el edificio de su medicina, creada y donada por Dios a los hombres para su utilidad y salud, y una sabiduría completa de esas cuatro asignaturas o fundamentos es lo que todo enfermo debiera exigir a su médico para poder confesar que está en buenas manos.

Y más adelante:

Paracelso es teólogo, médico, alquimista, filósofo, naturalista, astrólogo, místico y farmacéutico, todo al mismo tiempo. ¿Cómo podríamos diseccionar su método sin que el método se desmoronase trágicamente? (…) En este sentido en Paracelso no hay más método que Paracelso mismo, el hombre que fue y la divina inspiración que siempre le guió, inspiración que no conoció reglas, normas, formalismos y que jamás pagó el tributo de fosilizar su sapiencia en textos ordenados y claros. Sus escritos son únicamente un indicio que nos permite entrever la profundidad de sus intuiciones y el sublime vuelo que dio su alma.

Confesamos que el encuentro con Aureolus Philippus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, natural de Einsieldeln (Suiza), tiene mucho de chocante, por lo exagerado y extremo de sus modos de vida, por la mordacidad y provocación en su expresión, y también por lo desconcertante en sus escritos, que tan pronto filtran un resplandor nítido de la doctrina como se enredan en unas disquisiciones y terminología que requerirían del más hábil de los traductores, si es que finalmente fuera posible interpretarlos; porque si bien a veces es luminoso y nítido, en otras ocasiones se presenta como un buscador entre tinieblas, acompañado también, y por qué no decirlo, de las sombras y la ignorancia de lo humano, la suya propia o la de sus seguidores que bajo su nombre publicaron algunos tratados harto rebuscados.

Y así, casi sin saber por dónde entrarle en esta obra que se explaya en los brillos de la Cábala durante el Renacimiento, cuanto más porque en muy pocas ocasiones Paracelso se refiere explícitamente a la ciencia de los hebreos, de repente descubrimos que es un hilo invisible y muy sutil el que entreteje su vida, libros y experiencia con la entrega incondicional a la iniciación, cuya expresión aparece entonces salpicada de secretas referencias al pensamiento cabalístico, siempre conjugadas con el saber de otras artes, cual la alquimia y la astronomía, e incluso ciencias que hoy en día han perdido las claves para su interpretación simbólica, como son la fisiognomía, la quiromancia, la signatura, etc., pero que él aún pudo practicar y que por cierto también forman parte del bagaje cultural de los magos y teúrgos hebreos. De este modo explica:

Ahora bien, yo únicamente enseño conforme a la luz de la Naturaleza lo relativo a nosotros mismos en tanto que mortales, advirtiendo que la sabiduría de Dios es anterior a todo. El astrólogo conoce la figura, forma, apariencia y esencia del cielo. El magusopera en el cielo viejo y en el nuevo. El adivino habla de las estrellas. El nigromante controla los cuerpos siderales. El signatorestá versado en la constelación microcósmica. El adepto a las artes inciertas gobierna la imaginación. El físico, compone. No obstante, quienes por medio de Cristo sean portadores de la luz sobre la tierra, vienen a ser como antorchas que relucen en la luz de la Naturaleza, y ésos brillarán como estrellas para siempre.

Por lo tanto, que cada cual medite lo anterior si desea obtener más ganancias de las que se pueden describir, y así como Dios indica el momento de sembrar y recoger, Dios también será quien os conduzca hasta la meta para que os regocijéis en abundante vino.305

Además, Paracelso pudo muy bien haber conocido y estudiado la Cábala en sus incontables viajes por toda Europa, pues se sabe que estuvo en contacto con el ya citado e influyente Trithemio y también con Agrippa, y como nos dice Jolande Jacobi en el prólogo de una selección de textos de nuestro médico titulada Textos esenciales:306

No se puede dar una imagen precisa de las doctrinas que fecundaron a Paracelso; sin duda no dejó de verse influido por los neoplatónicos y los primeros gnósticos. Se suele calificar como sus maestros a numerosos alquimistas, filósofos y médicos, entre ellos Agrippa de Nettesheim y el famoso Abad de Sponheim, así como los cirujanos Hyeronimus Brunschwig y Hans von Gersdorff. Paracelso mismo ha dejado profundas huellas en la evolución intelectual de los siglos que le siguieron. Místicos y románticos alemanes, desde Gerhardus Dorn a Novalis pasando por Jakob Böhme, se vieron atraídos por sus misteriosas obra y acción. Sin duda algunos escritos de Paracelso fueron publicados poco después de su muerte por Adam von Bodenstein y Johannes Huser, pero la primera edición completa de sus obras sólo apareció impresa cincuenta años después de su fallecimiento. Desde entonces han sido tan violentamente rebatidas como apasionadamente defendidas y arbitrariamente interpretadas. Pero en la vida espiritual de la Humanidad siempre es tan sólo un pequeño grupo el que mantiene en alto la antorcha del espíritu y la va entregando. La lleva durante siglos, y la pasará también a las generaciones futuras. A este pequeño grupo pertenece también Paracelso.

Por nuestra parte, religamos aquellos fragmentos espigados de este u otro libro de su prolífica producción en los que vemos dibujarse ese viaje secreto, interior e iniciático que comparte simbólicas y expresiones análogas a las de la Cábala. Para empezar, la idea del mundo como un libro que la deidad escribe y re-escribe, y que se puede leer enteramente en el alma del ser humano. Dice en su obra Hombre y creación:307

El libro en el que las letras de los secretos están escritas de manera visible, reconocible, aprehensible y legible, de forma que todo lo que se desee saber se encuentra precisamente en ese libro, grabado por el dedo de Dios, y frente al cual, si se lee correctamente, todos los demás libros no son más que letra muerta, este libro no debe ser entendido por otro y no ha de ser buscado en ningún otro sitio que tan sólo en el hombre. El hombre solamente es el libro en el que están escritos todos los secretos; pero este libro es interpretado por: Dios.

Si quieres hallar la comprensión del entero tesoro que las letras encierran, poseen y comprenden, tienes que traerla desde muy lejos, de Aquel que ha enseñado a juntar las letras… Porque la comprensión no la encontrarás en el papel, sino en Aquel que la ha puesto en el papel.

También la cuestión del segundo nacimiento, el que acontece tras la muerte iniciática, que promoverá la realización de un hombre nuevo, totalmente regenerado, lo que es compartido unánimemente por todas las vías de Conocimiento:

El hombre está hecho de tierra, por eso tiene también en sí la naturaleza de la tierra. Pero después, en el "nuevo nacimiento", está hecho de Dios, y recibe en tal figura la naturaleza divina. Igual que el hombre es iluminado en la Naturaleza por la "luz sideral" para conocerla, también es iluminado por el Espíritu Santo para conocer a Dios en su esencia. Porque nadie puede conocer a Dios mas que aquel que es de la esencia divina, nadie a la Naturaleza mas que aquel que es de su índole. Cada cual tiene adherido aquello de lo que procede y a lo que un día regresará.

La luz de la Naturaleza es un administrador de la Sagrada Luz. ¿Qué daño hace a la lengua natural el que hable la lengua de fuego? ¿O qué pierde la lengua de fuego frente a la natural? Es como un hombre y una mujer que dan a luz a un hijo, y sin ambos no podría ocurrir; no es distinto lo que ocurre con el hombre al que se dan las dos luces para que vivan en él.308

Luego la entrega radical y la búsqueda incesante de esa realización espiritual, ante la cual ya sabemos que el cabalista abre un interrogante tras otro en su corazón, lo que Paracelso verbaliza de este modo:

Hemos recibido un mandato de Cristo por el cual tenemos que regirnos todos y al que tenemos que atenernos. Sus preceptos y enseñanzas no solamente sirven a la Luz Eterna, sino a la Luz de la Naturaleza. Su mandato reza: "Buscad y encontraréis". Se nos ha encargado explorar el arte, porque sin buscarlo nunca conoceremos los secretos del mundo. ¿A quién le vuela hasta la boca una paloma asada? ¿O a quién le persigue la vid? Hay que ir uno mismo hasta ella. Se puede buscar por muchas vías… pero la búsqueda, lo que aquí es necesario, está en las cosas escondidas. Cuando se busca lo que está escondido también la búsqueda es una búsqueda oculta; y como el arte lleva en sí el saber, el que lo busca encuentra también el saber.309

Y como soporte fundamental, la cosmogonía, que explica tal cual lo hicieran los sabios hebreos apoyándose en el texto del Génesis, fijándola en el tratado que tituló Catecismo Alquímico, escrito en forma de preguntas y respuestas:

P: – ¿Qué camino debería el Filósofo seguir de modo que alcance el conocimiento y ejecución del trabajo físico?
R: – Aquel precisamente que siguió el Gran Arquitecto del Universo en la creación del mundo, esto es, observando cómo el caos fue desenvuelto.

P: – ¿Qué beneficio puede obtener el Filósofo de estas consideraciones, y qué debería él especialmente destacar en el método de creación seguido por el Ser Supremo?
R: – En primer lugar debería observar la materia a partir de la que el mundo fue hecho; verá que a partir de esta masa confusa, el Supremo Artista comenzó extrayendo luz, y esta luz en el mismo momento disolvió la oscuridad que cubría la superficie de la tierra, y que sirvió como la forma universal de la materia: percibirá fácilmente que, en la generación de todas las sustancias compuestas, toma lugar una especie de irradiación, y una separación de luz y oscuridad, ya que la Naturaleza es una fiel copista de su Creador. El Filósofo comprenderá igualmente luego de esto, por la acción de esta luz, que el empíreo o firmamento que divide las aguas superiores de las inferiores fue creado en su consecuencia: cómo el cielo fue poblado de cuerpos luminosos; y cómo surgió la necesidad de la Luna a la que pertenece el espacio intermediario entre las cosas de arriba y las cosas de abajo; dado que la luna es una antorcha intermediaria entre los mundos inferiores y superiores, recibiendo las influencias celestes y comunicándolas a la Tierra. Finalmente comprenderá cómo el Creador reunió las aguas y produjo la tierra seca.310

En este sentido, la Madre Universal o Madre Mayor de la Cábala, la Inteligencia universal gestadora de todos los seres, es también nombrada una y otra vez por Teofrasto en sus tratados médicos, poniéndola en correspondencia con el principio femenino, con la mujer, y por supuesto relacionándola con su complementario el varón, lo que remite a la tan presente idea de la androginia, que siendo en sí misma unidad lleva implícita la idea de la sexuación como la posibilidad para que surjan todos los seres y mundos de la Manifestación:

¿Cómo podemos hablar de la naturaleza de la Matriz si nadie ha visto su primera materia? ¿Y quién podría ver lo que ha existido antes de cada cual? Lo cierto es que todos venimos de la Matriz y que, sin embargo, nadie la ha visto, ya que ella existió antes que existiera el hombre.

El Mundo, el hombre y todo lo creado provienen de la Matriz, a pesar de lo cual el hombre sale (prodeat) y nace de ella sin alcanzar a verla (conspexit).

Será pues importante que digamos lo que es la Matriz en que el hombre existe y se desarrolla.

Declaramos previamente que todo lo contenido en los cuatro Elementos debe ser aquí invisible y que de igual manera que el Mundo es la Matriz de todas las cosas, así debe ser considerada la matriz en relación al cuerpo.

Antes que el cielo y la tierra hubiesen sido formados, ya el Espíritu de Dios flotaba sobre las aguas, sostenido en cierto modo por ellas. Pues bien, esas aguas eran la Matriz. El Espíritu Divino que hay en el hombre está en la Matriz y viene de ella, no existiendo en las demás criaturas.

Para que ese Espíritu no quede solo, ha sido formado el hombre, el cual lo asimila y conserva de ese modo. Esto nos explica que el espíritu Divino del hombre provenga de Dios y retorne a El después de la muerte.311

Y siempre el ser humano como mediador, centro y eje de la obra creacional:

El mundo entero rodea al hombre como el círculo rodea a un punto. De ello se desprende que todas las cosas están referidas a este punto, de forma no diversa a la del corazón de una manzana, que está rodeado y mantenido por el fruto y obtiene de él su alimento… Así el hombre es también un corazón y el mundo su manzana; y como le sucede al corazón de la manzana, así le sucede al hombre en el mundo que le rodea… Cada cosa tiene su propio origen: por una parte en lo eterno, por otra en lo temporal. Y la sabiduría –ya sea la del cielo o la de la tierra– sólo se puede alcanzar mediante la fuerza de atracción del centro y del círculo.

Que piense el hombre quién es y lo que tiene y ha de ser de él. Porque la compositio humana es poderosa y forma una unidad desde la pluralidad… El hombre necesita más que su entendimiento cotidiano para saber lo que él mismo es; sólo quien aprende a conocerse a sí mismo y sabe de dónde viene y quién es prestará más profunda atención a lo eterno.312

Con la voz de Paracelso hemos hecho una recapitulación de algunas cuestiones ya tratadas, pero no en el sentido de una repetición mimética, sino mostrando el vigor de unas ideas que siendo universales y eternas resuenan siempre vírgenes cuando quien las transmite efectúa el rito de encarnarlas.

Y además, nos da la oportunidad de referirnos a un tema al que hasta ahora sólo hemos aludido de forma indirecta. Se trata del mito, lenguaje del que se sirven todas las tradiciones para expresar el misterio del Cosmos y su revelación. Teofrasto es médico de nobles y señores, pero también hombre de taberna, que se codea con comediantes, músicos, actores, curanderos, campesinos, viajantes y comerciantes, hombres y mujeres del extenso y variado mundo, y eso hace que en su discurso se trence sin discontinuidades lo intelectual con lo popular. El mundo imaginal de las leyendas y las fábulas, poblado de seres extraordinarios visibles e invisibles que se aman, luchan, odian, raptan o matan –simbolizando con ello las poderosas energías cósmicas que constantemente se repelen y armonizan–, está presente en varios escritos de Paracelso, entre los cuales el Libro de las ninfas, los silfos, los pigmeos, las salamandras y los demás espíritus.313 En el prólogo aclara:

Sabed con ello que este libro tiene por objeto describir las criaturas que se encuentran fuera de la sabiduría de la comprensión natural, tal como han sido creadas en su naturaleza, con el fin de mostrar las obras maravillosas que ha dado Dios, pues es misión del hombre el comprender las cosas y no el llevar simplemente una existencia ciega entre ellas. Y es que ha sido creado para hablar e informar de las obras maravillosas de Dios. Al hombre le es posible penetrar en cada obra creada por Dios, en su esencia y propiedades, pues nada ha sido creado que no pueda ser comprendido por el hombre, y nada ha sido creado para que el hombre vague despreocupadamente, sino para que transite por los caminos de Dios, es decir: por sus obras. (…) Y así sabed además y comprended para qué doy comienzo a este libro: no para escribir de cosas galantes ni para sostener bellos discursos, sino para hablar de cosas sobrenaturales, las que no necesitan del estilo pulido ni de la charlatanería; eso es todo.

Este es un pilar igualmente fundamental en la transmisión de la doctrina interior del pueblo hebreo, cuyos textos sapienciales –empezando por la Torah y sus diversos comentarios, así como los libros de la Cábala–, aparecen trufados de personajes y seres fantásticos, con Metatron como cabeza de las huestes celestes, acompañado por Uriel, Rafael, Miguel y Gabriel y todos sus guardianes, así como Lucifer y el séquito de ángeles caídos, sin olvidar los Nefilim, esos gigantes "hijos de los dioses" que se enamoran de las mujeres y con los que éstas tienen hijos; y los animales extraordinarios, tal el caso de Leviatán, monstruo de las aguas que a veces se presenta como ballena y otras como cocodrilo; o Behemot, primera bestia terrestre que adopta la forma de buey salvaje o hipopótamo. Y el enorme pez que engulle a Jonás, o la serpiente que es sometida por Moisés, la nube y la zarza que hablan, etc., etc., simbólicas con las que se evoca la verdadera historia, la arquetípica, la que en última instancia remite a lo eterno.

Extraemos un fragmento del tratado 2 Henoc III-IX incluido en el estudio Los mitos hebreos314 de Robert Graves y Raphael Patai donde se aprecia la riqueza y potencia que esta tradición también otorga al lenguaje mítico:

Según una opinión muy diferente, el Cielo inferior contiene las nubes, el viento, el aire, las Aguas de Arriba, los doscientos ángeles designados para vigilar las estrellas y almacenes de nieve, hielo y rocío con sus ángeles guardianes.

En el Segundo Cielo, una oscuridad completa reina sobre los pecadores encadenados que allí esperan el Juicio Final.

En el Tercer Cielo se encuentra el Jardín del Edén, lleno de maravillosos árboles frutales, incluido el Arbol de la Vida bajo el que Dios descansa siempre que hace una visita. Dos ríos salen de Edén: por uno fluye leche y miel, por el otro vino y aceite; se ramifican en cuatro manantiales, descienden y rodean la tierra. Trescientos ángeles de Luz, que entonan incesantemente alabanzas a Dios, vigilan el Jardín, que es el cielo en el que las almas justas son admitidas tras la muerte. Al norte del Edén se extiende la Gehenna, donde arden eternamente los rescoldos de fuegos siniestros, y un río de llamas fluye por un terreno helado, de un frío penetrante; allí sufren tortura los malvados.

En el Cuarto Cielo hay carros guiados por el Sol y la Luna; y también grandes estrellas, cada una de ellas seguida por un cortejo de un millar de estrellas menores, que acompañan al Sol en su recorrido: cuatro a la derecha y cuatro a la izquierda. De los dos vientos que tiran de esos carros, uno tiene la forma de un fénix y el otro la de una serpiente de bronce; aunque en realidad, sus rostros se parecen al de un león y sus partes inferiores a las de Leviatán. Cada viento tiene doce alas. Al este y al oeste de este Cielo se hallan las puertas por las que pasan los carros a las horas establecidas.

El Quinto Cielo alberga a los gigantescos Angeles Caídos, agazapados allí en silencio y eterna desesperación.

En el Sexto Cielo viven siete Fénix, siete Querubines que cantan sin cesar alabanzas a Dios y multitudes de ángeles radiantes absortos en el estudio astrológico; además hay otros ángeles que vigilan las horas, los años, los ríos, los mares, las cosechas, los pastos y la humanidad, registrando cualquier cosa inusual que puedan observar para someterla a la consideración de Dios.

El Séptimo Cielo, de luz inefable, acoge a los Arcángeles, Querubines, Serafines y contiene las ruedas divinas; el Mismo Dios ocupa su Trono Divino y todos cantan sus Alabanzas.

De la referida obra de Paracelso, condenada en su tiempo y que no sería publicada hasta 25 años después de su muerte, presentamos su último capítulo, donde se aprecia la concordancia de sus palabras con el texto recién citado de Graves y Patai,315 en el sentido de concebir al Cosmos como enteramente significativo, vibrante; un organismo que late, respira, y que sobre todo insinúa la tan enigmática presencia del Silencio insondable:

Por qué Dios ha creado estos seres
Dios ha hecho estos seres para proporcionar unos guardianes a su creación. De tal manera que los gnomos guardan los tesoros de la tierra, metales y otros; e impiden que se vean a la luz del día antes del tiempo querido. Porque esos tesoros, oro, plata, hierro, etc. no deben ser encontrados todos el mismo día, sino ser distribuidos poco a poco y no a algunas personas solamente, sino a todos. Las salamandras guardan los tesoros de las regiones ígneas. Los silfos guardan los tesoros que llevan los vientos, los ondinos los que se encuentran en el agua. Es en las regiones ígneas, por el cuidado de las salamandras, donde son fabricados todos los tesoros para ser inmediatamente distribuidos y guardados en los demás medios.

Las sirenas, los gigantes, los manes y las escintillas (que son monstruos engendrados por las salamandras) han sido creados con otro fin: deben prevenir de los acontecimientos graves a los hombres, indicarles que estalla un incendio, advertirles de la ruina de un reino. Los gigantes anuncian más especialmente la devastación de un país, los manes el hambre y las sirenas la muerte de los reyes y los príncipes.

La causa inicial del universo sobrepasa nuestro entendimiento. Pero, a medida que el mundo se aproxima a su fin, las cosas se manifiestan a nosotros, cada vez con mayor claridad; vemos así su naturaleza y su utilidad: el día postrero todo aparecerá claro, todo será conocido y nada quedará ignorado, cada uno recibirá la recompensa de sus esfuerzos y de su amor a la verdad. Entonces no será médico o profesor el que lo desee. La cizaña será separada del grano, la paja del trigo. Entonces se inhibirá aquél que hoy grita. Aquel que cuenta el número de las páginas que tiene todavía por escribir sucumbirá bajo el peso de su obra. Entonces será feliz aquel que en este momento trata de ver. Y se podrá comprobar si yo he mentido.316

O sea, que toda la manifestación es una asombrosa retícula habitada por indefinidas entidades y seres, que se organizan siguiendo ritmos precisos pero no rígidos, los cuales emiten vibraciones, soplos, ondas o colores, y aún conceptos más transparentes, sin forma, como las ideas y los arquetipos. Un despliegue de posibilidades inabarcable por la razón, y que Paracelso, como cualquier iniciado, va reconociendo, identificando y haciéndose uno con ellas al invocarlas. Y al realizar este rito, se desmorona entonces la ilusión del ser humano como una individualidad constreñida al corsé de su cuerpo y de su mente, y aflora el teúrgo que uno es.

La magia es una ciencia sublime, y por la naturaleza de sus operaciones es muy difícil de obtener. Debemos tener en mente y no olvidar bajo ningún concepto la palabra de Cristo: "Si creéis realizaréis cosas más importantes que éstas". Pues bien, si nos es dado ir más allá de lo realizado por Cristo, también podemos sobrepasar lo realizado por la naturaleza, pues ella fue creada para provecho nuestro y se encuentra, por tanto, bajo nuestro dominio.
(…)
Naturaleza misma es un mago. Si quiere anunciar algo, crea sus propios mensajeros: ésta y no otra es la razón de que existan los cometas y demás señales celestes.317

Ocupémonos ahora de la medicina, ciencia de naturaleza suprahumana aunque los tecnócratas de la salud actuales se tiren de los pelos ante tal afirmación, pues así se ha reconocido unánimemente desde el punto de vista sagrado este arte de la armonización. El binomio salud-enfermedad es otro reflejo de la polarización cósmica, y corresponde por tanto a dos estados del ser universal que inexorablemente se alternan y conjugan; no es por tanto la salud el estado idílico asociado al bienestar, ni la enfermedad lo perjudicial o despreciable, sino los dos platos de una balanza que la medicina equilibra, cual lo simbolizado por el pilar del Medio del Arbol sefirótico que conjuga la columna del Rigor con la de la Misericordia. El médico es entonces el mediador de determinadas influencias o potencias que coadyuvan a ese temple, de ahí la necesidad de su preparación universal y mágica, pues su oficio es leer la trama del cuerpo y el alma del mundo, y actuar como puente y espejo para el enfermo, que a su vez tiene la oportunidad de conocerse a sí mismo a través del proceso en que se halla inmerso.

En este sentido, he aquí un bello relato del Génesis Rabba 283 donde se nos habla de ese origen celeste de la medicina –transmitida por el arcángel Rafael, cuyo significado es "medicina de Dios"–, saber que es depositado en un libro:

Una perla que colgaba del techo del arca iluminaba con la suavidad de su brillo a Noé y su familia. Cuando su luz palidecía, Noé sabía que había llegado el día; cuando su brillo aumentaba, sabía que se acercaba la noche. Y así nunca perdió la cuenta de los sábados transcurridos. Algunos dicen, no obstante, que esa luz procedía de un libro sagrado, encuadernado en zafiro, que el arcángel Rafael había dado a Noé y que contenía todo el saber sobre los astros, el arte de curar y el poder de dominar a los demonios. Noé lo legó a Sem, y de éste pasó, a través de Abraham, a Jacob, Leví, Moisés, Josué y Salomón.318

Esto hace comprender por qué casi todos los hombres de conocimiento convocados en este libro eran también médicos, conocedores de la secreta concatenación de los seres o potencias del mundo intermediario,319 esto es, del alma, sobre la que realizaban todas las operaciones transmutatorias y deificadoras, y que además utilizaran también al libro como una de las formas de transmisión de esos saberes. De ahí que Paracelso cargara sin miramientos en muchos de sus escritos contra los embaucadores de su tiempo:320

La medicina es una ciencia que reclama una gran dosis de conciencia, mucha experiencia y un gran temor de Dios, pues el que no teme a Dios mata y roba sin cesar. Quien no tiene conciencia, no tiene pudor. Es una vergüenza, una infamia, una auténtica plaga que todos estos impíos no sean denunciados públicamente y no sean abatidos y quemados como un árbol que no vale nada. Ellos, ante la suavidad de los magistrados y su gran amor por el interés, son como una ramera al borde del precipicio. Por eso es necesario distinguir a los médicos que actúan según la ley divina de los que actúan según la ley de los hombres. Unos sirven al amor y los otros al interés.321

Y que simultáneamente recordara una y otra vez las bases sobre las que se asienta el modus operandi de la sagrada medicina, como por ejemplo en su Libro de los Prólogos,322 donde expone los distintos tipos del arte de sanar fundamentados en la simpatía universal, intercambiables según las circunstancias, la dolencia del enfermo, la experiencia del médico, etc.:

Pasemos ahora al estudio de los cinco orígenes, facultades médicas o modos de curar:

I.– Medicina natural: Concibe y trata las enfermedades como enseña la vida y la naturaleza de las plantas y, según lo que convenga en cada caso, por sus símbolos o concordancias. Así curará el frío por el calor, la humedad por la desecación, la superabundancia por el ayuno y el reposo y la inanición por el aumento de las comidas. La naturaleza de estas afecciones enseña que las mismas deben ser tratadas por rechazo de acciones contrarias. Los defensores y comentaristas de esta secta fueron, entre otros, Avicena, Galeno, Rosis y sus discípulos.

II.– Medicina específica: Los que pertenecen a esta secta tratan las enfermedades por la forma específica o "Entidad específica" (Ens specificum). El imán, por ejemplo, atrae el hierro no por intermedio de cualidades elementales sino a través de fuerzas y afinidades específicas. Los médicos de esta secta curan las enfermedades por la fuerza específica de los correspondientes medicamentos. A esta secta pertenecen también aquellos otros experimentadores llamados empíricos por algunos, con justa burla, y también, en fin, entre los naturalistas, aquellos que hacen uso y receta de purgantes, ya que los que administran purgantes imponen fuerzas extrañas que derivan de lo específico, fuera de todo lo natural, saliéndose de una secta para entrar en otra.

III.– Medicina caracterológica o cabalística: Los que la profesan curan las enfermedades, según lo que sabemos a través de sus libros y escritos, por el influjo de ciertos signos dotados de extraño poder, capaces de hacer correr a aquel a quien se le ordena o darle o sustraerle determinados influjos o maleficios. Ello puede lograrse también por la acción de la palabra, siendo en su conjunto un método eminentemente subjetivo. Los maestros y autores más destacados de esta secta fueron: Alberto el Grande, los Astrólogos, los Filósofos y los dotados del poder de la hechicería.

IV.– Medicina de los espíritus: Sus médicos cuidan y curan las enfermedades mediante filtros o infusiones en los que aciertan a coagular (cogere) el espíritu de determinadas hierbas o raíces, cuya propia sustancia ha sido responsable anteriormente de la enfermedad (similia similibus curantur). Ocurre de la misma manera que cuando un juez, habiendo hecho encadenar un reo, resulta luego el solo salvador de aquel condenado, al que únicamente su poder y su palabra serán capaces de devolver la libertad. Los enfermos que se consumen de estas dolencias pueden curar gracias al espíritu de estas hierbas, según el arte que se expresa en los libros de esta secta, de la que formaron parte gran cantidad de médicos famosos, como Hipócrates y su escuela.

V.– Medicina de la fe: La fe resulta aquí el arma de lucha y de victoria contra las enfermedades; fe del enfermo en sí mismo, en el médico, en la favorable disposición de los dioses o en la Piedad de Jesucristo. Creer en la verdad es causa suficiente de muchas curaciones y en este capítulo la vida de Jesucristo y de sus discípulos nos da el mejor ejemplo.323

NOTAS
303 Del griego span: separar y eiren: reunir, o sea, la medicina comprendida como una alquimia o arte transmutatoria que incluye al ser humano (microcosmos) y al macrocosmos.
304 Paracelso, Las siete apologías. Traducción de Nuria García Amat, Ed. Indigo, Barcelona, 2001, pág. 16-18.
305 Paracelso, La Astronomía Hermética. Ed. Indigo, Barcelona, 2001, pág. 30.
306 Paracelso, Textos esenciales. Ediciones Siruela, Madrid, 2001, pág. 58-59. Edición de Jolande Jacobi y epílogo de C. G. Jung.
307 Incluida en Textos esenciales, op. cit., pág. 100.
308 Ibid., pág. 100-101.
309 Ibid., pág. 156.
310 Paracelso, Catecismo Alquímico. De los planetas y los metales. La piedra Filosofal. La estrella Flamígera. Ed. Edicomunicación, Barcelona, 1993, pág. 22-24. Y abundando en el tema sigue diciendo: "P: – ¿Qué debería ser hecho por un filósofo verdaderamente sabio cuando ya ha aprendido el fundamento y el orden en el procedimiento del Gran Arquitecto del Universo en la construcción de todo lo que existe en la naturaleza? R: – Debería, tanto como sea posible, transformarse en un copista de su Creador. En el Caos físico debería hacer su caos tal como el original actualmente fue; debería separar la luz de la oscuridad; debería formar su firmamento por medio de la separación de las aguas que están arriba de las aguas que están abajo; y seguir, sucesivamente y punto por punto, la entera secuencia del acto creativo". Ibid., pág. 25-26.
311 Paracelso, Obras Completas (Opera Omnia). Traducción, estudio preliminar y notas de Estanislao Lluesma-Uranga. CSIC, Renacimiento, Sevilla, 1992, pág. 333.
312 Textos esenciales, op. cit., pág. 95. Y aquí una muestra de la identidad de su pensamiento con el expuesto por Pico en su Discurso sobre la dignidad del hombre: "El niño es todavía un ser múltiple, y según lo que despiertes en él adquirirá su forma. Si despiertas su capacidad para remendar zapatos, será zapatero remendón, si despiertas al cantero que hay en él será cantero, y si evocas al estudioso se convertirá en estudioso. Y esto puede ser así porque en él yacen todas las posibilidades; lo que despiertes en él brotará de él; lo demás se mantendrá hundido en el sueño sin ser despertado. ¡Hemos nacido para velar, no para dormir! Por eso, hombre, aprende, aprende, pregunta, pregunta, y no te avergüences de ello: porque de ese modo podrás hacerte un nombre que resuene en todos los países y nunca será olvidado". Ibid., pág. 151-152.
313 Ed. Obelisco, Barcelona, 1987, pág. 17-18.
314 R. Graves, R. Patai, Los mitos hebreos. Alianza Editorial, Madrid, 2004, pág. 42-43.
315 Como ejemplo de esta identidad entre las ramas tradicionales y siguiendo a esos dos autores: "El Génesis –relacionado con el repertorio de los mitos griegos, fenicios, hititas, ugaríticos y sumerios, entre otros, de manera mucho más estrecha de lo que la mayoría de los judíos y los cristianos piadosos están dispuestos a admitir– fue revisado y vuelto a revisar a partir de entonces, desde quizá el siglo VI a. C. en adelante, con fines moralistas. El mito de Cam fue, en un tiempo, idéntico al de la conspiración llevada a cabo contra el desvergonzado dios Crono por parte de sus hijos Zeus, Poseidón y Hades: Zeus, el más joven, fue el único que se atrevió a castrarle y, en consecuencia, se convirtió en rey del Cielo". Ibid., pág. 12-13.
316 Libro de las ninfas, los silfos, los pigmeos..,. op. cit., pág. 97-98.
317 Astronomía Hermética, op. cit., pág. 69.
318 Los mitos hebreos, op. cit., pág. 139.
319 Mundo por cierto invisible, lo que hace que Teofrasto nos hable de lo siguiente: "En estos libros sólo hemos tratado, sin embargo, de las afecciones que afligen a la mitad visible del cuerpo humano. Por eso es necesario que comentemos a continuación cuanto se refiere a la otra parte, es decir, a la mitad invisible, para que así pueda el médico hallar una opinión completa, o sea, que pueda referirse a la totalidad del hombre". Obras completas, op. cit., pág. 388.
320 Actualmente la cosa es más extrema, y la división es tal que el médico sólo se considera un especialista de un fragmento cada vez más fragmentado del paciente sobre el que interviene mecánicamente, olvidando por completo la unidad del ternario salud-medicina-enfermedad.
321 Las siete apologías, op. cit., pág. 58.
322 Incluido en Catecismo alquímico, op. cit., pág. 52-53.
323 Catecismo Alquímico, op. cit., pág. 53-54.