Bajorrelieve del Rameseum. El dios habla a Ramsés 
el Grande.
Bajorrelieve del Rameseum. El dios habla a Ramsés
el Grande. Trad. J.F. Champollion. 
Principes généraux de l'ecriture..., París 1836
LOS LIBROS HERMETICOS* I
FEDERICO GONZALEZ

Para el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, es decir las tradiciones "del libro", el Antiguo, el Nuevo Testamento y el Corán son la base de su revelación y el centro ante el que giran todos sus pensamientos y actividades; de hecho, estos textos sagrados son también libros religiosos donde se encuentran dogmas y leyes morales. Pero este no es el caso de todos los libros sagrados, pues hay otros donde los textos, que son tan reveladores como cualesquiera, no son tomados con una unción casi supersticiosa, o legalista, o literal, sino como un testimonio de la luz de la sabiduría que se expande por doquier, sin imposiciones o limitaciones de ningún tipo, y a la que el ser humano debiera acceder por su propia conveniencia al encarnar el papel que le corresponde al Hombre Verdadero,1 al Anthropos hermético. Tal es el caso del Corpus Hermeticum, conjunto de libros sagrados emanados de una corriente de pensamiento tradicional que se coloca bajo la advocación del Dios Hermes, o Hermes Trismegisto, deidad grecoegipcia, considerada como el dios de la Palabra (Verbo, Logos), de la Enseñanza y gran iniciador en los Misterios de la Cosmogonía, psicopompos, cuyo patronazgo se extiende desde los primeros siglos de nuestra era por el mundo mediterráneo, teniendo su núcleo de irradiación en Alejandría, hasta nuestros días, en todo lo que puede considerarse el Occidente o su área de influencia cultural. Señalaremos que esta corriente de antiguo linaje, pues Hermes es el Dios egipcio Thot y los Hermetica los libros sagrados de Thot, incluye importantes autores de la Antigüedad griega, romana y bizantina, así como ha sido determinante en personalidades muy destacadas del Islam. Por otra parte este pensamiento ha recorrido la Edad Media europea y el mismo Corpus Hermeticum fue conocido entre otros por Bernardo de Tours y Teodorico de Chartres, siglo XII, dato este último importante teniendo en cuenta lo que la escuela de ese lugar representó en el siglo posterior y en general en el Medioevo; sin embargo es en el Renacimiento donde este pensamiento y los libros de la Hermetica adquirieron su mayor significado al ser el Corpus traducido por Marcilio Ficino y completado después por F. Patrizzi, y estos escritos editados por la Academia platónica de Florencia que vino a reemplazar histórica y geográficamente al faro luminoso de Alejandría, cuyo haz se ha perpetuado puntualmente hasta hoy. Esto por otra parte no debe extrañarnos ya que la Tradición Hermética tiene innegables relaciones y estrecho parentesco con las religiones mistéricas egipcias, griegas y romanas, con Platón y el neoplatonismo, las gnosis no dualistas, y el cristianismo, –con los cuales comparte análogos conceptos cosmogónicos y teogónicos–, sin excluir las fuentes hebreas y "orientales", en especial la Caldea.

Debe advertirse que al referirnos a los textos sacros, iniciáticos y sapienciales que son tomados de modo "religioso", de forma devota o de manera fanática, dogmática, legalista o literal, no discutimos los textos en sí, la mayor parte de los cuales admiramos y reverenciamos, sino el nivel de lectura que se hace de ellos. Por otra parte esos libros reveladores son transmitidos por las religiones oficiales dentro de su aparato, y la difusión de esos libros esotéricos justificaría, acaso, la existencia de instituciones religiosas cuyo único fin es llevar el auténtico mensaje, de Conocimiento salvífico, al hombre –y por tanto su única función es ligar a este con el Espíritu, que en él reside–, y sin embargo se ocupan de cuestiones materiales (cuando se sabe que la materia no es trascendente) o sociales, por citar un par de ejemplos de inversión. 

Además debe considerarse que para el lector actual, lo quiera o no, víctima de una programación heredada e impuesta por la cultura profana, cualquier texto que no siga una secuencia racional –inclusive explicativa– en sus partes, o que no incluya generalmente una tesis y una demostración, es algo que no tiene valor. De hecho así quedarían descalificados –como lo están para los modernos– todos los textos sagrados universales por inconexos o absurdos. Esa actitud los lleva igualmente a encontrar contradicciones en la letra, lo cual alguna vez ocurre, aunque muchas de ellas sean aparentes; lo mismo cuando se acusa de vago o confuso algún libro, pues no siempre lo es con otros parámetros más abiertos de juicio. En realidad lo que se busca es algo fijo y oficial y de allí el rechazo, cuando no la fobia, a los textos llamados apócrifos, y aún a los simples manuscritos –que han pasado por numerosos copistas en distintas épocas y lenguas–, y también la desconfianza que puede producir una literatura no fechada con exactitud; igualmente se debiera señalar el prejuicio o el temor acerca de todo aquello que es anónimo.2  Pero lo curioso es que esta actitud inconsciente se encuentra presente en la obra de los críticos, y aún en la de los comentaristas de esos textos que, de hecho, son las personas que más han trabajado con ellos, y se da la paradoja de que, por otra parte, muchos estudiosos de libros sapienciales, de Conocimiento, y obras sagradas transmitidas y repetidas por la Tradición son leídos con condicionamientos culturales, religiosos, científicos (universitarios) y particulares, al punto de que estos comentaristas no captan en última instancia el pensamiento que estudian y comentan. El mejor ejemplo de esto lo constituye la obra de Platón: por un lado sus "estudiosos" se quejan de su oscuridad "teórica", agravada por su expresión en forma de diálogos que incluyen diferentes puntos de vista sobre la cosmogonía y opiniones divergentes sobre algún tema –ejemplo que imitan concienzudamente–, por el otro no encuentran en su obra –y pensamiento– algo fijo que puedan clasificar, o proposiciones lógicas, sino en algunos fragmentos que no siempre encajan con los otros, o a su parecer se contraponen. Por lo que todo el aparato crítico y filológico que elaboran, que desde un punto de vista es valiosísimo (establecimiento de textos, traducciones, anotaciones eruditas), necesario, útil y esclarecedor en un aspecto horizontal, es desde otro completamente nulo en cuanto no constituye en la mayoría de los casos, una hermenéutica, y ni siquiera una exégesis de la obra, asunto que no figura en sus intenciones aunque es el más importante; otra cuando no son capaces de comprender que el lenguaje en que están escritos es precisamente el de la metafísica, siempre evasivo.

El Corpus Hermeticum, y los textos de tipo filosófico en él incluidos (sin despreciar el corpus astrológico-mágico que corre paralelo) han sufrido una extraña suerte en el curso de la historia. Mencionados calurosamente en los primeros siglos del cristianismo por autores esotéricos y filósofos, pasan a la Edad Media donde conservan su prestigio entre teólogos y sabios (al igual que la vertiente astrológico-mágica: Picatrix, Turba Philosophorum) y llegan al Renacimiento –vía G. Pletón, y el griego ortodoxo Bessarion, ambos ligados a las enseñanzas del bizantino Miguel Pselos–, donde la Academia de Florencia, dirigida por Marsilio Ficino, los consagrará publicándolos en traducción del mismo Ficino por encargo de Cosme de Médicis, al mismo tiempo que las obras de Platón. Posteriormente F. Patrizzi (que hace de Hermes un contemporáneo de Moisés e igual piensa de sus obras), "publicó su 'Nueva filosofía universal', acompañándola de una versión del Corpus Hermeticum según el texto griego de Turnèbe y Foix de Candale, del que llevó a cabo una nueva traducción al latín, así como del Asclepius y de algunos de los Hermetica conservados por Estobeo, con la correspondiente versión latina de tales textos. De este modo, Patrizi recopiló en dicho volumen la más extensa colección de Hermetica que jamás se había reunido hasta entonces y los tomó como base para la construcción de su nueva filosofía" (F. Yates, Giordano Bruno y la Tradición Hermética. Ariel, Barcelona 1983). Se sabe que fue tanto lo encontrado en estos textos por los creadores del Renacimiento (filosófico, escultórico, pictórico, artesanal, científico, etc., etc.), es decir, los sabios autores de su movimiento revolucionario antes de que la facción de pensamiento "humanista" triunfara sobre la corriente hermética (asunto que no podemos explayar aquí pero que está vinculado de todas maneras con la doctrina de los ciclos), que incluso llegaron a pensar que estos textos eran, por ser los más sapienciales, los más antiguos (prisca theologia) y de ellos derivaban los de Moisés, Orfeo, Pitágoras, Platón, etc., y su contenido revelaba las enseñanzas de Hermes-Noûs, es decir, de la Mente Divina.3 

De hecho, como se ve, estos textos inspiradores del Renacimiento, junto con Pitágoras, Platón, los neoplatónicos, la cábala hebrea, las ciencias de la naturaleza, la magia natural y la antigüedad egipcia, greca y romana, han moldeado la cultura de ese período, y de alguna manera la nuestra, la contemporánea, pues a través del Renacimiento estos libros y su contenido han seguido vivos hasta nuestros días, manifestados por una corriente hermetista que incluye a la alquimia, siempre espiritual, en su conjunto, y todas las ciencias que invoquen la paternidad o la protección de Hermes o estén vinculadas a esa transmisión tan singular de energías y simpatías, cuyo pensamiento los Hermetica en su conjunto expresan con claridad, ya que el propio Hermes es tomado como el mantenedor de la sabiduría oculta y su transmisor, y su nombre debe ser considerado más como el de una influencia espiritual, que el de una persona. 

Por eso el Renacimiento veneró estos textos y practicó su filosofía; pues la Belleza, la Inteligencia y la Sabiduría en ellos contenida es un mensaje repetido de una u otra manera por todas las gnosis ya que deriva de una Tradición Unánime, polar, es decir, vertical, a la que el hombre puede tener acceso según lo indican estos mismos textos. La adecuación de la sociedad renacentista a los Hermetica marcó el esplendor histórico de ellos, junto con las enseñanzas pitagórica, platónica, neoplatónica, cabalística y cristiana4 con las cuales coinciden en numerosísimos puntos, sin que ninguna de ellas sea necesariamente "sincrética" tal cual como se entiende hoy ese vocablo. 

De allí que nos parezca muy injusto el tratamiento que ciertos eruditos modernos, o bien racionalistas de tipo "griego clásico", o con prejuicios cristianos, o "gramáticos", todos influidos por la visión literal del mundo moderno, han dispensado a estos escritos, a los que subvaloran por ser fragmentos diz que inconexos, u oscuros, o contradictorios, sin pensar que todos los libros sagrados tienen las mismas características y sin ver los constantes resplandores de luz, doctrina y poesía que brotan de sus textos. Creemos que tal vez la datación exagerada y acaso la sobrevaloración de estos libros en el Renacimiento, en cuanto no solo eran comparados ventajosamente con la Biblia –a la que eran anteriores– sino casi con cualquier otro escrito, hayan determinado en gran parte su desvalorización posterior, ya que una vez que Isaac Casaubon en 1614 descubrió el error de datación mediante un estudio filológico y estilístico de sus partes y lo situó en los primeros siglos del cristianismo, el Corpus Hermeticum comenzó a ser relegado y considerado como menos, casi culpable de un fraude y una burla histórica que debían pagar los escritos mismos y cuya condena debía ser el olvido, cuando no el desdén.5 

Así es como el Padre A. J. Festugière, traductor del Corpus Hermeticum y autor de la obra en cuatro tomos La Révélation d'Hermès Trismégiste6 y una autoridad en la materia cuyo mérito es incuestionable, habla de una contradicción en el pensamiento fijado en los Hermetica, que, incluso, está presente en la obra de Platón. Por un lado señala que una doctrina inserta en ellos admite que el mundo está penetrado por la divinidad y por lo tanto es bello y bueno y la contemplación de ese mundo, obra divina, es un acercamiento a su Creador. Por el otro observa que en los textos también el mundo creado aparece como malo, no siendo la Obra del Primer Dios, sino del Demiurgo, su hijo, la segunda persona de la Divinidad, un Dios tan terrible como es terrible la Creación sujeta a destrucción, enfermedad, vejez y muerte. De hecho, sólo en el ánimo del P. Festugière existe esta contradicción que sólo es justificable en el ámbito de una mente racionalista. ¿Por qué en esta doble percepción, que llama "doctrina" sería incompatible y excluyente uno de los términos con respecto al otro? En las "doctrinas" de todos los pueblos se habla de una doble naturaleza en el hombre, que por ello es el intermediario entre cielo y tierra. Como cualquier cristiano sabe se trata de la distinción entre la parte más sutil, asociada al espíritu, y la más gruesa, vinculada con la materia. Esto que es reconocido en el microcosmos es válido para el macrocosmos. Y la maravillosa creación, la Obra de un Ser Infinito, no es incompatible con una cárcel en la que el Espíritu y la deidad se hallan atrapados; tampoco una forma de ver distinta y simultánea del mundo tiene por qué asociarse necesariamente con algo tan mudable como una visión "optimista" o "pesimista". Es más, si no fuera por esta prisión cósmica, la Revelación Hermética y el camino que propone (así como su cosmogonía) no tendrían razón de existir, e incluso sería nulo el Mundo Intermediario; más cuando se piensa en Hermes como un psicopompos, o lo que es lo mismo, en Poimandrés como un Pastor capaz de liberarnos, al punto de tornar la cárcel en nuestra casa, y ordenar nuestra salida del cosmos. Por otra parte, la caída del hombre contemporáneo sumido en las tinieblas que prefiere a la luz, está descrita en estos libros en la Koré Kosmou y el Apocalipsis del Asclepio que anuncian para el Egipto Mítico, Centro del Mundo, una total inversión de los valores.7 

Pero lo más importante es que esta dualidad de lo que vuela y repta, o de las tinieblas y la luz, está inscripta en el corazón mismo de la deidad, la que constantemente conjuga los opuestos produciendo la armonía cósmica, pues "todo debe resultar de la oposición y de la contrariedad: y es imposible que sea de otro modo" (X,10). Sin embargo el Deus-Noûs no tiene nombre, es más, es incognoscible y no puede aplicársele ninguna determinación, apareciendo sólo de manera racional en términos negativos, lo que hace al Conocimiento Divino una paradoja infinitamente majestuosa. 

El hombre es pues mediador, no sólo en su función central sino también como un pequeño demiurgo en una creación que ha existido desde siempre y que se encuentra permanentemente inacabada, viva, en constante metamorfosis y que él puede transformar ya que aparece como el punto o la unidad donde convergen todas las energías creacionales, coronando y dando sentido al plan divino al restablecer los contactos que revelan las analogías, pues el mundo sensible se refleja en el inteligible como el inteligible en el sensible. Todo ello gracias a una red donde el Amor es el protagonista y el matrimonio (Hieros Gamos) entre el Cielo y la Tierra una cópula perpetua. Lo que es equivalente en otro simbolismo a una cadena de iniciados (El hilo de Oro) que se transmite del Noûs a Poimandrés, de este a Hermes, de Hermes a Tat y de este a todos los Adeptos y teúrgos de la tradición Hermética. De allí que el Corpus Hermeticum constituya una revelación y que la sola comprensión de sus enunciados conforme una Gnosis, dado que somos la materia de lo que conocemos y el Verbo Primordial se manifiesta en lo humano posibilitando el surgimiento del hombre pneumático, paradigma del iniciado, que sabe leer los signos de la naturaleza y los símbolos cambiantes de su aventura cósmica, adecuándose a las circunstancias de su viaje, que asimila al Conocimiento, y que el texto del Corpus Hermeticum transmite. 

El Conocimiento, o sea, la Realización Espiritual, está tan lejos de la religión como de la magia, según estos términos son entendidos normalmente por el mundo moderno; es más, estas suelen constituirse en enemigos implacables en un proceso iniciático. Cuenta de ello dan el judaísmo sionista, el cristianismo integrista y el islamismo fundamentalista. Ni que hablar de la literalidad de la magia llamada ceremonial (siempre sujeta a la dualidad causa-efecto) con respecto a las tradiciones arcaicas que utilizaban las fórmulas, encantamientos y talismanes en un contexto de creencias y símbolos cosmogónicos grupales, nunca aislados de su razón de ser última, e igualmente con respecto a la "magia natural" renacentista y lo que son auténticamente las correspondencias y analogías como vehículos de acceso a la cosmogonía, la ontología y la metafísica, es decir la Via Simbólica en su verticalidad ascendente, que se manifiesta en el microcosmos como diversos estados del Ser Universal. Debe advertirse, que las palabras religión y magia tomadas en su sentido más amplio y esotérico, pueden ser válidas, como es el caso en ciertos autores de lengua inglesa, donde la costumbre las utiliza sin demasiada precisión; incluso en ese idioma los términos misticismo y ocultismo tienen un significado general que el uso de alguna manera legitimiza. Sin embargo en materia de doctrina, es decir, de la propia comprehensión intelectual de tales conceptos, es necesario redefinirlos ya que pueden significar ideas diametralmente opuestas a lo que verdaderamente expresan y negar la intuición de la Suprema Identidad, y obstaculizar la labor de los aprendices de la Ciencia Sagrada.  

En el Renacimiento y en la Tradición Hermética en general (así como en las arcaicas) se subraya la figura del teúrgo como ideal del Hombre de Conocimiento (aunque no sea un "erudito" e incluso no sepa leer o escribir), la del Adepto, la del Filósofo o Artista, la del Maestro Constructor pero nunca la del monje, fraile o religioso, aunque algunos de ellos lo hayan sido. Como se ve, la Teúrgia, a veces involuntaria, o mejor, sin fines concretos o específicos, está incluida en el proceso alquímico; en la mayoría de los casos éste no pasa por la religión, donde paradójicamente se encuentran también los símbolos del Conocimiento y donde se refugian los que, por uno u otro motivo no pueden alcanzarlo por sí mismos, o sea aquellos a los que la gracia que les ha tocado no les da para trascender este nivel, muchos de los cuales, en lugar de aceptar sus limitaciones con serenidad, pretenden hacer de las "grandes religiones" el medio o camino oficial de lo metafísico, lo cual es un error que valoriza lo menos y lo confunde con lo que es más. 

En este sentido ha de advertirse que los libros de la Hermetica son emanados en un medio y un tiempo donde la Teúrgia y la Filosofía iban de la mano al punto que la figura del sabio y el mago, o mejor, el teúrgo, se identificaban, y donde los textos pertenecientes al Corpus Hermeticum aparecen simultáneamente con otros manuscritos y autores, como es el caso de un gran conjunto de colecciones con fórmulas y recetas mágicas, medicina, astronomía-astrología, y alquimia, que aún hoy se conservan, y que se hallan colocadas bajo la advocación de Hermes, o Mercurio o Hermes-Trismegisto, consistentes sobre todo en correspondencias y analogías entre los astros, el ser humano, el reino mineral, vegetal y animal y otras prácticas rituales individuales relacionadas con la cosmogonía, el plano intermediario y las ciencias de la naturaleza. Festugière establece aquí también una doble división entre magia popular y la filosofía del Corpus Hermeticum; a título provisional nos parece aceptable esa división en cuanto todo lo relacionado con la magia y las prácticas rituales es muy apreciado y sentido por una gran cantidad de personas, cuya comprensión de los símbolos, mitos y ritos es muy relativa, aunque participan también de estas enseñanzas; pero creemos que esa división puede tomarse en cuenta sólo si se hace la salvedad de que en la Tradición Hermética la corriente "popular" y la "filosófica" se encuentran indisolublemente unidas, como los libros "populares" lo están con el Corpus Hermeticum según puede apreciarse –para citar sólo un ejemplo– en cuanto al tema de la unidad de la materia. Nombraremos aquí una serie de libros y textos que pertenecen a estos Hermetica, llamados astrológicos o mágicos y que no han sido todavía objeto de la atención necesaria por los estudiosos, lo cual sería de gran interés. Un Libro de las Tinturas Naturales atribuido a Hermes, conocido a través de las citas y comentarios que hace Zósimo en su Cuenta Final y que da la impresión de ser más un tratado sobre el simbolismo del color y sus significados múltiples que un tratado práctico sobre teñido, dada la obvia imposibilidad de conseguir ciertos teñidos en determinados materiales; El Trance de Salomón que comienza con una enumeración de nombres sagrados que Hermes Trismegisto había grabado en jeroglíficos y que se ocupa también de la fabricación de talismanes conforme a datos astrológicos, ya sean estos estatuillas de Hermes huecas o algunas otras, las que debían poseer en su interior un encantamiento escrito sobre un papiro, como fue el caso del descubrimiento del texto de la Tabla de Esmeralda. Especial atención debe prestarse al Liber Hermetis Trismegisti, considerado principalmente un tratado astrológico (como el Monomoirai, referido a los dioses de cada uno de los 360 grados del Zodíaco, y que no se conserva, pero cuyo tema constituye sin embargo el cap. 25 del Liber), traducción latina de un florilegio griego del s. V que contiene enseñanzas más antiguas de carácter egipcio que se piensa fueron retocadas en el s. II-III d. C., procedentes de un gran corpus integral astrológico hermético articulado en la época ptolemaica, entre las cuales la que se refiere a los decanatos (presente en los textos que se guardaban en los templos ya desde 3.000 años a. de C., y tratada también en el Extracto VI de Estobeo); por otra parte, este manuscrito pasó directamente a través de los griegos al Occidente medioeval sin la participación de los árabes, como fue en cambio el caso del Picatrix y la Turba Philosophorum; otro tratado astrológico, como su nombre lo indica, es: Sobre la dominación y la potencia de los doce lugares. Varios volúmenes siempre basados en la idea del movimiento de los astros en relación con los elementos cósmicos y las simpatías secretas que los unen, tratan sobre medicina y recetas con elementos minerales, vegetales y animales que deben ser invocadas y combinadas de acuerdo a tiempo y lugar con respecto a la relación propia de cada astro con el operador, en virtud de la íntima relación entre el macro y el microcosmos. Tal el caso del Libro sagrado de Hermes a Asclepio y otros textos. Agregaremos el De XV herbis lapidibus et figuris, atribuido a Henoch; igualmente el De XV Stellis, escrito por Hermes (recibido por via islámica) llamado asimismo en alguna ocasión Quadripertitum Hermetis (por el cuaternario de los temas: estrellas, piedras, plantas y talismanes, y un prólogo sobre las virtudes del número 4), también atribuido a Henoch en una de sus formas resumidas. A estos títulos deben sumarse Iatromathematika de Hermes a Ammón el egipcio y las Kyranides, de Hermes, al que se le otorga bastante importancia, y que mayormente trata sobre la atracción y la repulsión, o sea las simpatías y antipatías que animan el cosmos; mención aparte merece el manuscrito egipcio de Leyden escrito en demótico y griego encontrado en Tebas en 1828, dividido en dos partes que se conservan una en la ciudad del mismo nombre y otra en el Museo Británico, cuyo contenido, de fórmulas oraculares y mágicas, medicinales y botánicas constituye un claro ejemplo de esta literatura hermética, en la que no faltan ni la astrología, ni los lapidarios y bestiarios; igualmente Los siete capítulos o libros de Hermes serán referencia de numerosos hermetistas y textos de alquimia medievales y renacentistas y ha sido editado hasta la fecha.8 De otros libros similares hay también referencias en otros textos aunque no se han encontrado aún los originales en cuestión. Hay autores que suelen agregar a los Hermetica las obras de Bolos de Mendes, los escritos de Zósimo, de Sinesius, de Olimpiodoro y de Stephanus de Alejandría producidos desde el II al VII siglos de nuestra era; igualmente el corpus de los alquimistas griegos y los numerosos fragmentos alquímicos de Hermes que lo conforman.9 También deben mencionarse los textos llamados Definiciones, o De Hermes Trismegisto a Asclepio, textos armenios publicados por primera vez, junto a una traducción al ruso en 1956, y que P. Mahe que los ha estudiado sitúa en el primer siglo anterior a la era cristiana, que aunque tienen el mismo título que el libro XVI del Poimandrés, se trata de textos distintos.9b

NOTAS
*
1 Sería muy saludable que así pudieran leerse ciertos libros bíblicos como los de Moisés, las profecías, los salmos, los de sabiduría, los evangelios (especialmente el de S. Juan), San Pablo, etc., tal como son y como han sido escritos, sin ninguna connotación dogmática al respecto.
2 Se le ha solido criticar al Corpus Hermeticum, no sólo al Poimandrés, que su texto es a veces confuso, cuando no contradictorio o debido a la mano de varios autores. Al respecto queremos citar la introducción al Evangelio de San Juan, publicado en la Biblia de Jerusalén (Desclée de Brouwer, Bilbao 1984): "Es bastante difícil descubrir el plano preciso según el cual ha querido San Juan exponer este misterio de Cristo. Notemos ante todo que el orden en que se presenta el evangelio ofrece cierto número de dificultades: sucesión difícil de los caps. 4, 5, 6, 7 1-24; anomalía en los caps. 15-17 que vienen después de la despedida 14 31; situación fuera del contexto de fragmentos como 3 31-36 y 12 44-50. Es posible que estas anomalías provengan del modo como se ha compuesto y editado el evangelio: en realidad sería el resultado de una lenta elaboración, con elementos de épocas diversas, retoques, adiciones, diversas redacciones de una misma enseñanza, habiéndose publicado definitivamente no por el mismo Juan sino, después de su muerte, por sus discípulos, 21 24; éstos habrían insertado en la trama primitiva del evangelio fragmentos joánicos que no querían que se perdieran y cuyo lugar no estaba rigurosamente determinado."
3 Para este y otros temas ligados a Hermes y los libros herméticos ver los valiosísimos estudios de Antoine Faivre, especialmente: The Eternal Hermes, from Greek God to Alchemical Magus, Phanes Press 1995, Grand Rapids (MI) USA; asimismo, de A. Faivre y colaboradores (M. Sladek, P. Lory, M. Allen, C. Vasoli, I. Pantin, J. Telle), Présence d'Hermès Trismégiste, Ed. Albin Michel, "Cahiers de l'Hermétisme", París 1988.
4 El cristianismo en general y el catolicismo en particular, jamás ha atacado o censurado el contenido del Corpus Hermeticum; por el contrario, ha sido conocido y utilizado en algunas ocasiones por sus propios teólogos y muchos de sus sacerdotes.
5 En gran parte la importancia de los libros Herméticos viene dada por ser Thot el escriba divino y el Dios de la escritura; algunos autores de final de siglo y principio de éste como Frederic du Portal y E. A. Wallis Budge han estudiado la relación entre los jeroglíficos egipcios y distintas formas de expresión gráfica. Ver para este tema de los lenguajes simbólicos herméticos: The Alphabetic Labyrinth: The letters in History and imagination, Johanna Drucker, Thames and Hudson, N. York 1995; lógicamente también Principes Généraux de l'Écriture Sacrée Égyptienne, J. F. Champollion. Institut d'Orient, París 1984.
6 Ed. Les Belles Lettres. París 1989.
7 "…puesto que conviene a los sabios conocer por adelantado todas las cosas futuras, hay una que es necesario que sepáis. Vendrá un tiempo en que parecerá que los egipcios han honrado en vano a sus dioses, con la veneración de su corazón, mediante un rito asiduo: toda su sagrada adoración fracasará, ineficaz, será privada de su fruto. Los dioses, dejando la tierra, retornarán al cielo; abandonarán Egipto; esta comarca, que fue antaño el domicilio de las sagradas liturgias, viuda ahora de sus dioses, no disfrutará más de su presencia. Extranjeros colmarán este país, esta tierra, y no solamente ya no se tendrá cuidado de las observancias, sino que, cosa más penosa, será estatuido por pretendidas leyes, bajo pena de castigos prescritos, abstenerse de toda práctica religiosa, de todo acto de veneración o de culto hacia los dioses. Entonces esta tierra santísima, patria de los santuarios y templos, quedará enteramente cubierta de sepulcros y muertos. Oh Egipto, Egipto, no quedará de tus cultos más que leyendas y tus hijos, más tarde, ni siquiera creerán en ello." (Asclepio, 24). "Los hombres arrancarán las raíces de las plantas y examinarán las cualidades de los jugos. Escrutarán las naturalezas de las piedras y abrirán en canal a aquellos vivientes carentes de razón; qué digo, disecarán a sus semejantes, en su deseo de examinar cómo han sido formados. Tenderán sus audaces manos hasta el mar y, abatiendo los bosques que crecen por si mismos, se transportarán unos a otros de orilla a orilla hasta las tierras que están más allá. Investigarán incluso qué naturaleza se oculta en el fondo de los santuarios inaccesibles. Perseguirán la realidad hasta en lo alto, ávidos de conocer por sus observaciones cuál es el orden establecido del movimiento celeste. Pero aún esto será poco." (Extractos de Estobeo, XXIII 45).
8 Los Siete Capítulos de Hermes. Ed. Atalanta, Mataró, Barcelona 1995. También El Papiro de Leyden, misma editorial y año. (Ver en este Nº de SYMBOLOS págs. 401 y 403). Y el Tratado de los Talismanes o Figuras Astrales (1658), Obelisco, Barcelona 1995.
9 Para más información y referencias bibliográficas e incluso traducción de textos, ver Festugière: La Révélation d'Hermès Trismégiste, T. I.
9b Textes Gnostiques, Bibliothèque de Nag Hammadi I. Edición española de los textos en: Ed. Trotta, Madrid, 1997.