Federico González |
Todos
los seres y las cosas expresan una realidad oculta en ellos mismos, la
cual pertenece a un orden superior, al que manifiestan, y son el símbolo
de un mundo más amplio, más realmente universal, que cualquier
enfoque particular o literal, por más rico que éste fuese.
En verdad la vida entera no es sino la manifestación de un gesto,
la solidificación de una Palabra, que contemporáneamente
ha cristalizado un código simbólico. Ese es el libro de la
vida y del universo, en el que está escrito nuestro nombre y el
de todos los seres y las cosas, y los distintos planos en que conviven
y se expresan, comunicándose perpetuamente, interrelacionándose
entre sí a través de gestos y símbolos. La trama entera
del cosmos es en verdad un símbolo que cada una de sus partes expresa
a su manera.
Y si toda la manifestación es simbólica y el universo un lenguaje, un código de signos, nosotros somos también símbolos y conocemos y nos relacionamos a través de ellos. Todo pasa entonces a ser significativo y cada cosa está representando otra de orden misterioso y superior a la que debe la vida, su razón de ser.1 Entonces los símbolos están vivos y emiten sus mensajes, e interactuando los unos con los otros también reciben y retransmiten innumerables señales y constituyen grupos, conjuntos, señales o estructuras de los que son parte. Los indefinidos códigos simbólicos están manifestando un sólo modelo universal, la arquitectura de la tierra y el cielo, encuadrada en los límites del espacio y del tiempo. Son pues inevitables, consubstancial es al ser humano. Y ellos, como los gestos, generan el enmarque en que nos hallamos, promoviendo todas las acciones, no sólo las que han pasado y las futuras, sino las del presente, las del ahora mismo. Si con el lenguaje pueden nombrarse todas las cosas, todas las cosas están implícitas en el lenguaje. Si lo numerable tiene signo, en esos signos está toda la posibilidad de lo numerable. Gracias al símbolo nos revelamos a nosotros mismos, pues merced a éste se forma la inteligencia, se crea nuestro discernimiento y se ordena la conducta. Pudiera decirse que él es la cristalización de una forma mental, de una idea arquetípica, de una imagen. Y al mismo tiempo su límite; lo que posibilita el retorno a lo ilimitado a través del cuerpo simbólico, que permite así las correspondientes transposiciones analógicas entre un plano de realidad y otro, facultando el conocimiento del ser universal en los distintos campos o mundos de su manifestación. Ya que expresa lo desconocido por su apariencia sensible y conocida. El símbolo conforma de continuo lo preexistente, establece una perpetua conexión con nosotros mismos y una vinculación constante con el cosmos, del que es solidario. El gesto simbólico, o el rito cósmico, es la permanente posibilidad del reciclaje del ser y de la cadena de los mundos. Es revelador, siempre da a conocer algo. Tiene también poderes transformadores. Por su intermedio algo abstracto se concreta, e inversamente algo concreto se abstrae. Es ambivalente, pues es aquello que él expresa y simultáneamente lo expresado. Su función mediadora constituye un punto de conexión donde se produce la transición entre dos realidades, participando de ambas: como sujeto dinámico, o como objeto estático. A su función intermediaria como sujeto pudiera representársela geométricamente con la vertical, que se recorre en dos direcciones: ascendente-descendente-ascendente. Y a su función como objeto estático se la podría ilustrar con la horizontal, que es un reflejo de la energía vertical en el plano de la realidad sensible donde ésta se expresa. Y donde también se da su ambivalencia, generando de esta forma las leyes de la simetría, lo izquierdo y lo derecho en el cosmos. Esta polarización está presente en todo lo signado por el espacio y el tiempo, y se refiere al pasado y al futuro, a lo pasivo y a lo activo, a la concentración y a la expansión, a la atracción y a la repulsión, y a toda dualidad complementarla de opuestos que posibilitan el orden y el equilibrio cósmico, y que el símbolo testimonia sin hacer exclusiones. La simpatía, o la sintonización de una onda o vibración rítmica común, hace que dos cosas se correspondan, pues lo similar atrae lo similar y se une con él. La atracción produce la complementareidad y la fecundación, la división prohija la ruptura y la expulsión. Para que dos cosas se atraigan mutuamente es necesario que haya en una parte de la otra, y en ésta algo de aquélla. Estas situaciones se dan a distintos niveles de profundidad y planos de relación. Y es necesario que exista afinidad para que la armonía rítmica se produzca. Asimismo se requiere que la disposición o la forma de los entes asociados se corresponda para que se dé la conjunción armónica. Esto quiere decir que estén "diseñados" de tal o cual manera para que el acoplamiento sea posible; que se hallen invertidos los unos con respecto a los otros. Tal lo pasivo y lo activo (la copa y el líquido que la colma), lo cóncavo y lo convexo (la matriz y aquello que se plasma en ella). La analogía es la relación entre un objeto y otro objeto, entre un plano y otro plano, que vibran a la misma frecuencia. Se ha dicho que la analogía es correspondencia rítmica. Y el símbolo es la unidad analógica entre un plano y otro plano, o un objeto y otro objeto. También pudiera decirse que él es el mensajero de una energía-fuerza, que lo conforma, y que actúa mágicamente a su través. De hecho, todas las formas se reducen a escasas estructuras primarias que están en la base prototípica de cualquier manifestación. Este conjunto de módulos e imágenes se halla también simbolizado ordenadamente por las figuraciones geométricas en correlación con el denario numeral, las que conjuntamente hacen posibles todas las construcciones matemáticas.2 En el código del lenguaje alfabético-fonético, las letras y las sílabas tienen esa misma función sintetizadora-generadora, así se las mire desde el punto de vista de la manifestación verbal hacia sus orígenes, o contrariamente, desde su fuente original hacia su solidificación o concreción en palabras u oraciones. El símbolo, al sintetizar en sí todas las posibilidades expresivas, está manifestando a nuestro orden sensible y sucesivo la simultaneidad del conocimiento, que se traduce en la pluralidad de sus significados. La analogía es una lógica fundamentada en los mecanismos de asociación. El universo es un tejido de estructuras interdependientes, incesantemente relacionadas las unas con las otras. Estímulos y respuestas que a su vez han de generar nuevas contestaciones. También los pueblos en su historia realizan esta constante esquemática comunicándose por el intercambio y por la guerra. Y este flujo y reflujo forma parte de la estructura del mundo. Dos corrientes telúricas y cósmicas que son la textura misma del universo, que al atraerse se unen y al expelerse se rechazan, oponiéndose, para volver a juntarse en una asociación que materializa la posibilidad y la continuidad de la vida, asegurando su difusión; ya que estas corrientes se buscan simultáneamente, pues cada una de ellas tiene en su constitución dos partes, que al oponerse se complementan, e inversamente, un núcleo que al reflejarse se polariza. Es gracias a la cadencia inefable del lenguaje simbólico, y su reiteración ritual, que se generan los códigos y se repite el modelo cósmico presente en cada una de sus partes constitutivas, pues ellas pertenecen al cuerpo simbólico y reiteran el arquetipo del que han de derivar todos los modelos posibles. De la arquitectura del cosmos a las de las arquitecturas particulares, y contrariamente, de las arquitecturas particulares a la arquitectura cósmica. Esta es la manera viva y permanente de lo que expresándose a sí mismo manifiesta la ley en que se crean, transforman y conservan, los seres y las cosas. En una metamorfosis constante, que no va ni viene, pues constituye un circuito perpetuo, un todo continuo, que se regenera conjuntamente con el nacimiento diario del sol, y que se revela coetáneamente con el tiempo. Pero es necesario, para que este orden horizontal indefinido de multiplicación, muerte y retorno, tenga sentido, que exista alguna interrelación en profundidad volumétrica, la que se representa en el plano horizontal por la vertical, como símbolo de otro plano o mundo, lo que llega a constituir un sistema de coordenadas que nos da cuenta de lo alto y de lo bajo –para equilibrar de esta forma la imagen fugaz del devenir haciéndola significativa y jerarquizándola–, completando así el encuadre en donde las cosas se buscan a sí mismas, en sus distintos planos de existencia y modos de realidad y donde se conjugan con otras que a su vez imitan la misma estructura. Es esta interacción la que da lugar al espacio tridimensional, que se presenta como un sólido, producto de las tensiones y los ritmos internos, del entrecruzamiento multidimensional de las coordenadas, que crean un sistema coherente, una red o un cuadriculado, que es la base a partir de la cual se posibilitan las formas y la sustancia en que ellas aparecen manifestadas. Este orden es un delicado equilibrio permanentemente inestable, que se refiere una y otra vez a sí mismo, siendo su identidad la afirmación de su ser en la temática vida, muerte, resurrección, configurando un ciclo o rueda, que vuelve a sus orígenes después de realizar un recorrido completo. Constituye pues un entrecruzamiento vertical-horizontal de dos planos o energías simultáneas, que se reciclan indefinidamente, como una rueda dentro de otra rueda, o como el símbolo plano de la cruz de brazos iguales inscrita en una circunferencia. Pero para que este proyecto quedara asegurado era indispensable que una cosa fuese el símbolo y otra lo simbolizado. Que el valor de lo uno y lo otro fuese determinado no sólo por su correspondencia armónica, sino por la situación de primacía que hace que uno simbolice a lo otro y no al contrario, a pesar de la analogía que los hace solidarios, pero invertidos, en tanto que uno refleja la energía de lo otro, re convirtiéndola, y la difunde haciéndola inteligible. En el simbolismo, lo de orden menor está simbolizando a lo mayor, y no a la inversa. La rueda simboliza el movimiento universal, y no este movimiento se encuentra simbolizando a una rueda específica, individualizada. Una imagen o un modelo del cosmos, simbolizan al universo y no es este universo el símbolo de un modelo o imagen particular; así se trate del modelo de la rueda, o el de la cruz tridimensional, o el del árbol de la vida sefirótico. Lo mismo cuando se dice que una persona nacida bajo el influjo zodiacal de Leo está relacionada con el sol, no se dice que Leo, y menos el sol, son los símbolos de tal o cual persona concreta. Sin esta salvedad, el símbolo nada simbolizaría y no tendría razón de ser, y la simbólica sería una mera constatación de formas parientes. Es la revelación de un alto secreto cognoscitivo, manifestado por una forma inteligible, lo que caracteriza a una transmisión de energías ordenadora, que hace posible, por otra parte, el fluir de su discurso existencial. La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo y ahora, de que la existencia sea real y no un vago teatro de sombras indeterminadas y fluctuantes. El símbolo es el punto de contacto entre la realidad que él cristaliza y el ropaje formal con el que se viste para hacerlo. Este vestido ha de ser agradable y correlativo con la idea que expresa, para que ésta pueda ser comprendida en verdad. Entonces manifestará cabalmente la energía-fuerza que lo ha conformado y podrá transmitirla en el contexto adecuado, que él mismo condicionará, por la actualización de su potencia. Inversamente se puede decir que esta energía inteligente trasciende al símbolo considerado como mero objeto estático, o soporte de conocimiento. Y siendo esto así, él nos permite pasar por su intermedio de un plano de conciencia a otro, constituyéndonos en los protagonistas del conocimiento, vale decir, del ser, ya que existe una identidad entre lo que se es y lo que se conoce. Se actualizan entonces las potencias inmanentes del símbolo, y la idea-fuerza de lo simbolizado se comprende en todo su esplendor, ya que ha sido manifestada adecuadamente. A través de la identificación con el símbolo y con el conocimiento paulatino nacido de la reiteración ritual y revivificante de su energía, deviene lo simbolizado, que ha estado oculto en la estructura simbólica, y que ésta no ha dejado nunca de expresar. Todo lenguaje incluye un metalenguaje, y en verdad no habría lenguaje sin metalenguaje o translenguaje. El trans-lenguaje metafísico se expresa por el modelo del universo, o plano de la creación. Es decir, a niveles inteligibles y sensibles, en razón de que el lenguaje y lo físico existen para este fin, constituyendo códigos simbólicos de manifestación y revelación. Conocer, es aprehender aquello que se conoce. Es realizar una síntesis, de tal suerte que, la unión del sujeto y el objeto del conocimiento, sean el conocer. Que el que conoce, sea idéntico a la cosa conocida. Se trata entonces de una conjunción de opuestos, merced a la cual se produce el conocimiento. Esta unión complementaria es la misma que se obtiene en y por el amor, producida también por la atracción de oposiciones que se conjugan y que de esa forma re-crean la unidad originaria –a cualquier nivel en que acontezca–, estabilizando el equilibrio general, además del particular. Es por medio de la unidad y su irradiación que se actualiza perennemente el acto creativo. Eso puede verse en cualquier código, serie, agrupación o estructura. Se repite un esquema en el que están implícitas sus modalidades de desarrollo y conservación, y también su propio fin a través de la multiplicación de sus posibilidades. Hasta que éstas deben sintetizarse nuevamente en lo esencial, para entonces volver a difundirse, y pasar nuevo hálito al ritmo vital. La unidad es el símbolo más alto de todos, el símbolo por excelencia, porque lleva en sí la potencialidad de lo simbolizable. El principio ontológico es la razón de ser del símbolo; y la unidad, su manifestación simbólica. El Ser, El mismo, aún siendo increado es el origen de la emanación que dará lugar a la concreción material. Reiterando el acto creativo, que nace de la pureza indiferenciada, sin mezcla, de lo que no es ni un polo ni otro, sino lo que es en sí mismo, nos regeneramos a nosotros y al universo, constituyéndose el hombre en el símbolo central, de lo único, que es lo mismo que decir del ser, del amor, o del conocimiento. Comprendiendo la identidad entre el ser universal, el todo y el sí-mismo, la entera manifestación de los principios se nos presenta como una revelación. Se habrá llegado entonces a conocer la unidad del ser, que es igual al sí-mismo, sin división ni extensión de ningún tipo, motivo por el que no puede tener par. Sin embargo, esa realidad que a nivel cósmico es la más alta, no es sino un punto afirmado en las posibilidades infinitas del no ser. Por lo que el ser es un punto en la infinitud del no ser (o de lo supracósmico, o del supra-ser o del hipertheos realmente incondicionado) e inversamente el no ser es un punto presente en todo lo que es. La unidad actúa como símbolo y conecta a la unidad aritmética (que será generadora de la serie numérica) con la unidad metafísica, que también pudiera signarse con el cero aritmético. Esto, si se considera al símbolo como lo que realmente es, o sea aquello que posibilita cualquier manifestación, aun llevándola a su instancia más alta, es decir, la de considerar simbólica a la misma tri-unidad de principios universales que constituyen el ser. Pues tanto el ser como el símbolo, se expresan primero como principios, y sucesivamente a tres niveles en el discurso de la manifestación. Lo mismo sucede con la unidad, que puede ser conocida a tres grados, y también en su principio. Otra cosa es lo que sucede en la sociedad actual, que considera al símbolo, en el mejor de los casos, a nivel de alegoría. Aunque a veces ni siquiera lo toma en cuenta aun en su forma literal, sino que lo rechaza de plano por el hecho mismo de ser "simbólico", ya que considera este hecho como una estafa, como la sustitución de lo que realmente es, por lo que no puede ser. Y por lo tanto ese signo o símbolo ha de ser una falsificación y un supuesto arbitrario. O al menos una invención, cuando no un cuento. Con el mito sucede lo mismo, hasta el extremo de que llamar a alguien mitómano, es una forma educada de decirle mentiroso. Es claro que esta confusión y esta ignorancia, por razones cíclicas, es propia del hombre contemporáneo, que es el exponente más neto de la estulticia generalizada, que viene incubándose desde antiguo. Valga un ejemplo: en el universo todo es sexuado. Esta verdad evidente por sí misma, sin embargo se le presenta al contemporáneo como una extraordinaria novedad en el pensamiento humano, un gran descubrimiento moderno, fruto de las investigaciones científicas de los sexólogos, intérpretes y analistas, y una conquista de los movimientos sexuales de distinto signo. El uso "correcto", o "libre", del sexo, parece ser uno de los postulados axiomáticos de esta sociedad progresista. Se visualiza al sexo como algo que el hombre no conocía de sí mismo o del mundo. Un tema en el que no había reparado del todo hasta nuestros días. Como si no hubiéramos estado siempre desnudos debajo de nuestros vestidos, o la naturaleza hubiera ocultado este hecho de alguna forma. Lo más menguado del caso es que, además, este "descubrimiento" no se refiere al cosmos en su totalidad, todo él sexuado –o diferenciado en un par de opuestos que se atraen o se repelen– sino que considera que sólo el ser humano posee este derecho "conquistado". Pues supone que las mismas bestias hacen apenas un uso limitado de la genitalidad, mientras que los vegetales prácticamente no la poseen y en el reino mineral es nula. Todo esto referido sólo al plano más estrictamente material, pues es obvio que se ignora la presencia real de los mundos sutiles, y no se tiene ni idea de la existencia de los arquetipos. Esta visión antropomórfica del sexo, como atributo personal del ser humano, que las demás criaturas parecerían tener apenas por añadidura 3 se ve agravada por el hecho de que lo sexuado, para la mentalidad progresista, no excede lo erótico-genital. Y su desconocimiento al respecto es tal, que se cree que la realización sexual es en sí misma un fin, tan avanzado y moderno como la moda. Una panacea universal aprobada con certificado, inventada recientemente por la ciencia, para la tranquilidad y el confort psíquico de los ciudadanos.4 Por lo tanto, cuando decimos que el universo es sexuado, con seguridad que nos estamos refiriendo a otra cosa de lo que vulgarmente se entiende por esto. Estamos afirmando, como lo han hecho todas las tradiciones, que en la creación, en la vida, hay siempre presentes dos corrientes cósmicas de energía. Y que cada una de ellas representa un sexo, una polaridad, que la genitalidad humana también manifiesta entre un sinnúmero de seres y cosas. Unánimemente la antigüedad ha otorgado a la sexualidad y sus misterios una importancia fundamental. A tal punto, que se considera a la energía sexual no sólo como generadora, sino también como re-generadora. Como el soporte y el impulso que permite la realización y el conocimiento. Puesto que utilizando su polaridad –que es la misma dualidad de todas las cosas– se pretende la unión (donde la oposición no existe), encarándosela como un medio de realización, de transmutación, que va de lo más grosero, a lo más sutil, empleándose numerosísimas formas "prácticas" para obtener este objeto. Por otra parte, y volviendo al tema, diremos que es imposible definir al símbolo, pues él y la creación perenne no toleran límites conocidos en su desarrollo lineal y cuantitativo. Siendo el símbolo el soporte del Conocimiento, sus posibilidades son ilimitadas. El es en sí mismo su propia definición, puesto que su función es su ser. Es siempre idéntico a sí, y mutable con los cambios de los seres individualizados, las formas y los estilos que lo reflejan. Se lo halla presente en todas las tradiciones, porque se encuentra en la textura de la vida, de la manifestación y del hombre. Este último es mucho más y mucho menos de lo que él actualmente imagina. Mucho más en profundidad, en el sentido vertical de lo no formal, mucho menos en cuanto a sus indefinidas posibilidades horizontales de mutación que él y las formas personalizan.5 Y lo mismo sucede con su concepción de la vida, su visión del mundo, y su comprensión del símbolo. Ya hemos dicho que el símbolo es el punto de conexión entre una energía vertical y otra horizontal, como lo figura la escuadra, o la letra griega gamma, y que participa de ambas naturalezas. También hemos afirmado que la energía vertical es descendente y ascendente a la vez, pues va de lo simbolizado al símbolo, y de éste a lo simbolizado, como un sin fin. Asimismo, que la energía horizontal se difunde e irradia indefinidamente generando su propio plano, o campo de acción. Debemos agregar que el sentido ascendente o descendente que le otorgamos a esta energía, no sólo se manifiesta en función del camino de ida y vuelta vertical que recorre, sino igualmente en cuanto es "benéfica" o "maléfica" –por decirlo así; benéfica en cuanto el símbolo es tal, y como tal es comprendido, vale decir cuando cumple normalmente su mediación; maléfica, si él es considerado apenas una convención arbitraria, o una mera invención humana, y así es tomado, motivo por el cual no es revelador de ningún otro nivel que no sea el psiquismo del hombre. En este último caso, la degradación del símbolo sería un acto sumamente perturbador, que sólo la comprensión, la vivificación del simbolismo, pudiera equilibrar. Esto también estaría representado por la figura de la cruz, en la cual los brazos horizontales conforman el campo o plano de manifestación del símbolo, y los brazos superior e inferior, estarían expresando su energía ascendente-descendente o benéfica-maléfica, respectivamente. En el símbolo específico de la rueda cósmica, imagen y modelo de la creación, un eje fijo constituye un centro que irradia su energía hacia el exterior, difundiéndose en proporción directa al cuadrado de las distancias. En la concentración, o retorno al centro interior desde la periferia, la energía recorre inversamente ese cuadrado de las distancias. Una y otra energía son exactamente proporcionales entre sí y ambas coexisten permanentemente. La primera expresa la voluntad de la expansión indefinida, y la otra, la contracción necesaria a toda manifestación. Si la primera fuese el fluir de las emanaciones hasta su propio límite, ese límite estaría impuesto por la contracción de la segunda y su atracción hacia el centro arquetípico.6 Estas dos energías se figurarían geométricamente por dos espirales, una evolutiva y la otra involutiva. Teniendo en cuenta que son simultáneas, y que constituyen la estructura del huevo del mundo, siendo ellas la expresión simbólica de los principios de los que este huevo primigenio deriva. Conviene asimismo hacer una distinción entre los símbolos naturales y los símbolos específicos de la Ciencia Sagrada, o Ciencia a secas. Estos últimos son los portadores sintéticos, conscientes y didácticos, de un conocimiento o verdad, y nos han sido transmitidos a través del hombre mismo.7 Ahora bien, hemos estado viendo que toda expresión o manifestación es de por sí simbólica. Sin que esto deje de ser cierto en ningún momento, conviene aclarar que hay determinados juegos de símbolos, mitos y ritos –que por otra parte se dan en distintas formas en todas las tradiciones– que han sido específicamente acuñados, como vehículos del conocimiento, por los sabios y los inspirados de los innumerables pueblos. Estos gestos rituales, revelados por los dioses a los mortales, incluyen la enseñanza de una cosmogonía y la posibilidad de comprender nuevos mundos, o nuevos estados del ser, que constituyen la verdadera realidad de lo que es el hombre y el universo. Esta posibilidad siempre es enseñada; el ser humano en su estado ordinario no la conoce, ni puede realizarla por sí solo, mal que le pese, y necesita siempre un espejo donde mirarse y reconocerse, y la palabra que lo rescate del mundo de los muertos, o de los ignorantes, y le insufle la posibilidad de una nueva vida, de encarnar el hombre nuevo. Ese espejo es, en primera instancia, el juego de las simbólicas, que han de ser aprendidas y enseñadas, para obtener así un imprescindible estado de virginidad. Posteriormente, esas mismas simbólicas son ordenadoras, y quienes las transmiten las conocen porque a su vez se las han enseñado. Esta cadena iniciática tradicional nos remonta hasta el origen, tanto histórico como atemporal, al fin del cual nos encontramos siempre con la misma pregunta: ¿quién? 8¿Quién se los ha revelado a los sabios y a los hombres? Según la tradición, su origen es no humano, por ser supracósmico. De hecho, todos los pueblos coinciden en la fuente mítica, producida en la noche de la historia, más allá del tiempo. Además es unánime la idea de un dios civilizador y ordenador, o la de un héroe liberador e instructor. Los símbolos necesitan ser enseñados, para que haya una comprensión real de las fuerzas que concentran. La energía que permanece oculta en el símbolo en estado potencial, requiere ser activada. Mediante el rito del aprendizaje, el estudio y la meditación, se despierta al símbolo y éste actúa. La relación es mutua. La energía-fuerza que éste expresa viene a nosotros, y nosotros a nuestra vez la proyectamos sobre él, estimulando su propia esencia. Se evoca entonces, además, la energía de todos los que han conocido, comprendido y transmitido el símbolo. Y esa misma entidad, o estructura arquetípica, actualiza los principios universales, haciendo que estos devengan a nosotros y nosotros participemos de ellos, gracias a la identificación con el símbolo y la mediación simbólica, reactivada por una exégesis ritual, que es aquélla que a lo largo del hilo de la historia ha mantenido viva la posibilidad de la regeneración, o lo que es lo mismo, la que hace factible que todo siempre sea nuevo y verdadero. Nos toca ahora ver las relaciones entre símbolo, mito y rito, y debemos entonces afirmar que esos vocablos designan de distinta manera a una misma cosa en tres formas operativas. Nos dice Mircea Eliade que: "El mito es la explicación y la justificación de la irrealidad de la existencia". El constituye un eje fijo que articula lo que constantemente deviene, lo perecedero, lo ilusorio. Es una verdad tangible, un "modelo ejemplar", periódicamente encarnado por la comunidad, o algunos de sus miembros, y posibilita la regeneración colectiva estabilizando el orden necesario para el desarrollo. El expresa los orígenes y la renovación de la vida, armonizando y asegurando la continuidad de los pueblos. Los mitos de la creación del universo y los trabajos de los héroes son el testimonio revelado de una posibilidad diferente, de la realidad del más allá, al nivel de la comprensión del hombre. Son ellos los que, al transmitir este conocimiento, otorgan a la vida un sentido coherente y la enriquecen con la opción salvadora de la realización espiritual. El mito es necesario. Es un motor vivo y constante en la vida de las sociedades. El nuclea las tradiciones orales y consagra los valores de lo colectivo y lo individual. Promueve las acciones y educa a los hombres al enseñarles lo que no podrían saber si no fuera por su intermedio. Los mitos son para esos hombres toda la realidad y la verdad, y la dura existencia cotidiana ocupa frente a ellos un lugar secundario o derivado, como las sombras con respecto a la luz. Se debe también subrayar la carga emotiva del mito y la resonancia inmediata que encuentra en el hombre. Asimismo, no ha de pasarse por alto su función mnemotécnica, pues el "recuerdo" es una fuerza constitutiva de la vida y siempre la antigüedad ha considerado a la memoria como una deidad. En una concepción donde el universo es un conjunto de partes solidarias, indisolubles e interrelacionadas, el cosmos también tiene mente y memoria. Los períodos de "sueño" en el universo, corresponden a los momentos de olvido de los pueblos, a su desintegración. El mito hace que éstos despierten y se produzca la reintegración y el "recuerdo". En el hombre sucede lo mismo, y gracias al mito, nos liberamos del tiempo relativo y ordinario, y regresamos a un tiempo otro, en donde todo es verdad, a un momento sin duración cronológica, a un estado "mítico" original, perfectamente experimentable, en el que las cosas y las concepciones cotidianas pasan a ser completamente otras cosas y otras concepciones, pues el ángulo de visión ha sido alterado por el conocimiento de lo suprahistórico y lo sobrehumano. Es importante destacar que la forma normal de transmitir un mito es a través de la poesía 9 y su recitado rítmico reiterativo, la que junto con el gesto y el movimiento conforma y escenifica la estructura del rito. Se trata de dar expresión a los grandes ritmos cósmicos y naturales que se transfieren a los acontecimientos y a los personajes en el tiempo de una historia, en un estado particular. Esta cosmogonía repite mágicamente la situación original, haciendo al presente efectivo, actual y renovador, por obra del poder concentrado de la energía del mito y su ritualización. La etimología de la palabra "rito" proviene del latín ritus, que significa ceremonia religiosa. Deriva de la raíz sánscrita rt, que conforma el nombre ritli: ida, marcha, encaminarse, adelantar o progresar, uso, etc., y también la voz rita: orden. Se trataría pues de un uso o andar ordenado, tal cual la marcha de los días, y especialmente las ceremonias en el tiempo circular del calendario ritual, y su cristalización o actualización en el espacio del templo, o casa cultual. Debemos dejar bien establecido que cuando nos referimos aquí a las ceremonias religiosas, lo hacemos en el sentido más amplio del término. Por un lado, estas ceremonias jamás han sido "religiosas" en el sentido que se atribuye hoy en día al término, y tampoco "ceremonias", como las que vulgarmente conocemos. Los ritos de fecundación, de regeneración y de iniciación, no tienen nada que ver con lo devoto-ortodoxo, piadoso-sentimental, moral-justo, o con la solemnidad engolada, características que son propias de la sociedad contemporánea y que constituyen un derivado deforme de las virtudes de lo sagrado, lo heroico y lo metafísico. Por otra parte insistimos en que la comprensión moderna de lo que es una ceremonia, se halla vinculada a ideas asépticas relativas al laicismo, la conmemoración, o la pompa exterior, cuando no son actividades presuntamente mágico-fenoménicas, que no exceden el nivel literal. Se toma la forma ceremonial como un fin en sí misma, o como una comedia anticuada, o un hecho mecánico-institucional de corte digno. Si el cosmos es la fijación de un gesto, o la solidificación de la inflexión de un sonido, o la danza de un bailarín supracósmico, es por lo tanto un rito primigenio que se halla implícito en todo lo manifestado. La reiteración de este rito es una perenne actualización de ese hecho efectuada a nivel sensible. Exige por eso el conocimiento del evento cosmogónico original para que sea "verdadera", en el sentido de que obtenga adecuadamente sus propósitos. O se precisa para esto, al menos, una disposición tal de ánimo, que haga posible paulatinamente ese conocimiento y su complementarla realización efectiva. El rito es liberador; al imitar conscientemente y con la debida disposición armónica el ritmo de la estructura cósmica, nos permite salir de ella por su intermedio, encontrando así la posibilidad de trascenderla al vivenciarla, y comprenderla en el corazón. Esta liberación no es ningún "milagro", pues verdaderamente la estructura cósmica es nada más –y nada menos– un soporte de lo increado, y el hombre un simple extranjero, como exiliado en esta tierra. Este es un hecho normal, tal cual el retorno a nuestra auténtica casa, o a nuestros orígenes no humanos. Y el rito iniciático, una vía ordenada para efectuarlo.10 En realidad, la vida misma es el mayor de los ritos. Una ceremonia permanente, el rito por excelencia, donde la perfección finita de cada símbolo o gesto esconde e implica una perfección infinita. En este encuadre, la vida es una simbólica, y su conocimiento constituye la ciencia de los ritmos y de los símbolos. Y es a través de la ciencia de los símbolos, es decir, por medio del conocimiento de la simbólica, que se realiza el pasaje de lo cósmico a lo supracósmico, de lo creado a lo increado, de lo humano a lo no humano. |
NOTAS 1 Debe haber por lo tanto un parentesco, una relación mutua entre estas dos cosas para que una pueda simbolizar a la otra. Sobre todo cuando se tiene en cuenta que la de orden menor debe su forma a la de orden secreto, a la que expresa. 2 En las civilizaciones que utilizaban al 5, 10 o 20 como base de su numerología. 3 La sociedad moderna no sólo tiene una visión antropomórfica respecto a este tema, sino que lo vuelca sobre todas las cosas. Comenzando por su concepción de Dios. Todo lo "humaniza", y proyecta en todo su psicología, suponiendo además que el hombre universal, es como él un progresista occidental del siglo XX, un hipotético hombre "científico". La concepción del mundo contemporánea es antropomórfica y psicologista y, para colmo, presume de ser objetiva. 4
La sobrevaloración de lo erótico-genital impide ver en el
comportamiento humano las innumerables formas de penetración y recepción. 6 En el mundo del hombre, que depende de la atmósfera, ese papel le corresponde a la gravitación –gracias a la cual la sangre no se escapa por los poros– que comprime y solidifica lo creado. 7 Haciendo la salvedad de que éste no los ha inventado, y que no se trata de una simple convención, como sería el caso de las modernas técnicas de la comunicación, notación o señalización, o el uso que hace de ellas la publicidad, la ciencia, y también su utilización por las políticas a cualquier nivel de sugestión que sea o con el fin que fuese. 8 Esta es también la última pregunta de la cábala hebrea: ¿mi? 9 Hoy mismo en día, los mitos profanos se propagan a través de la canción. 10 Para dar sólo un ejemplo de los indefinidos posibles, diremos que el rito de la danza –en el que las coreografías cosmogónicas circulares son unánimes– asegura un medio de transformación y transfiguración espiritual, para aquél que ha comprendido su significado y su naturaleza, en relación con el conocimiento de sí mismo y del universo. |
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