Federico González |
Tal
vez la energía de la gravedad y sus leyes no son sólo principios
aplicables a la "materia", sino algo más universal, arquetípico,
vinculado con cualquier forma de la atracción en diferentes niveles
expresivos. Esto si es que contamos con la similitud de dos entes que se
atraen al complementarse, los que deben oponerse siempre para que esta
conjunción se realice. El rito y la magia conocen este principio
que constituye su razón misma de existir como tales.1
Las leyes de la analogía suponen diversos planos, donde las transposiciones
puedan efectuarse e incluyen la atracción y el rechazo, el reconocimiento
de lo que verdaderamente significa lo mutuo, dando por sentado que esta
similitud entre plano y plano –que coexisten simultáneamente– es
una condición previa a todo rito o analogía. Por otra parte,
este tipo de energía se encuentra explícita en la tradición
hindú, cuando ésta se refiere a los tres gunas: sattwa, rajas
y tamas. En efecto, si sattwa se vincula a una energía vertical
ascendente, tamas se encuentra en el extremo opuesto de esa verticalidad
y manifiesta a la energía descendente. Va de suyo que entre ambas
hay una complementación, ya que no podrían ser la una sin
la otra y que ellas coexisten simbolizando la evolución y la involución
y generando a una tercera, llamada rajas, que permite la expansión
y el desarrollo del plano horizontal y sucesivo. Por lógica, en
cada una de estas "fuerzas" han de estar presentes las otras dos, como
parte constitutiva de las mismas. Por lo que conforman un conjunto interdependiente,
donde una sola y misma energía, al desdoblarse, se polariza, constituyendo
un eje vertical por el que ascienden y descienden fuerzas, equilibrándose
en un punto medio o centro, que genera un plano horizontal de desplazamiento
de esa energía hasta sus propios límites, es decir, directamente
proporcional al juego de sattwa y tamas, al de la evolución y la
involución de un ser cualquiera, así fuese un hombre, una
civilización o un mundo. Si graficamos esto en el plano, obtenemos
un eje vertical y otro horizontal –en donde la energía de sattwa y de tamas se reflejan–, que lo cruza en su centro, conformando la figura
de la cruz, universalmente tradicional. Esta representación que
en muchas ocasiones aparece circunscrita por una circunferencia que la
complementa y aclara,2
no es sino la simbolización del cuaternario y el ciclo –con todo
lo que ello involucra, como hemos visto a lo largo de estos textos– y conforma
una síntesis perfecta de pensamiento,3
donde la idea de totalidad y simultaneidad en el espacio, en el tiempo,
y con respecto a los "elementos" constitutivos de la creación, se
manifiesta de una sola vez y se percibe con un sólo golpe de vista,
gracias al equilibrio del juego armónico de tensiones involucradas
en ella –y asimismo en todas las cosas–; lo que equivale a decir: a la
coexistencia de sattwa, rajas y tamas, que también la cruz simboliza.4
Sin caída no hay redención y es obvio que sin tamas, sattwa no tendría lugar en la conciencia, es decir, en nuestro mundo. Y
en vez de adjudicarle un valor a estas energías referido a su bondad
o maldad –excluyendo ilusoriamente a una en beneficio de la otra–, bien
haríamos en tratar de comprenderlas bajo la luz recíproca
que ellas simultáneamente emiten, merced a la cual podemos diferenciarlas,
como posteriormente distinguiremos a ambas de rajas, su expansivo reflejo
generador. También tamas es una forma de la deidad y por lo tanto
su energía es sagrada. Conociendo esta realidad como componente
del ser universal presente en toda la creación –a la que da precisamente
lugar–, es que el individuo puede saber de su contrapartida, de la posibilidad
de su opuesto, o sea: de la realidad igualmente válida de sattwa,
que por otra parte es también energía inmanente en tamas,
así como esta última está comprendida en sattwa y
las dos conjuntamente en igual proporción en rajas, fundamentando
el cosmos en su expansión horizontal. Habría que agregar
que el constante y precario equilibrio de estas alternativas en determinados
períodos del tiempo histórico, hace que predomine sucesivamente
una sobre las, otras en aras de la proporción del conjunto. En el
momento actual del ciclo, la energía gravitacional, es decir, la
atracción hacia lo descendente –seguida de un paulatino opacamiento
y densificación–, es la que prima sobre las otras. Por ese motivo
esta energía es fuerte y dominante, y por lo mismo tiene particular
interés, puesto que también –en forma velada– hace explícitas
a las demás: en particular a su opuesta y complementaria sattwa,
la cual puede entonces aparecer como "salvadora" gracias a tamas, con la
que se enlaza naturalmente, ya que ambas son una sola y misma energía
polarizada, con signo opuesto, invertida la una con respecto a la otra
y viceversa.
Esto también es válido para las dos mitades de un círculo, rueda o esfera. La superior simboliza el cielo, la inferior significa la tierra. En medio de las dos, como un eje vertical, se halla el hombre,5 al que cabe un papel de mediador, de intermediario en la creación, que va mucho más allá de lo que vulgarmente éste se imagina, ya que su rol o función –si así se le pudiera llamar– es el punto imprescindible de la obra de la creación, que él mismo acaba y corona al "redondea? su sentido unitario y establecer un foco de unión –el equilibrio de un eje estático en un mundo en constante movimiento y fuga– en el perpetuo devenir de las cosas y las formas, cumpliendo un papel re-unificador en distintos planos o mundos. Esta característica esencial del hombre es hoy negada bárbaramente, no sólo por el cientificismo, sino también por numerosas pseudo-religiones. En verdad, las mismas religiones tal cual aparecen hoy día en su ocaso, o la niegan, o no la conocen.6 Ello se debe a que hacen de normas relativas, absolutos, de medios, fines, y sobre todo, a que han prescindido o eliminado al "mal" de sus cosmologías. Por lo que nos ofrecen una lectura mutilada de la realidad y por lo tanto de nosotros mismos. Esta tremenda limitación, que pudiera resultar infantil si no hubiera sido marcada a sangre y fuego por el odio del fanatismo sectario, no constituye sino pura y simple ignorancia, tanto más evidente y extraña cuando se encuentra en gente que se supone culta, mismo entre ministros y sacerdotes de esas religiones, de los que se piensa son especialistas en estas cuestiones, cuyo conocimiento de lo sagrado se establecería así con ciertas reservas. Es lamentable, entonces, que no se pueda revelar en estas personas –que acaso lo desean sinceramente– la verdad y la vida, por el simple hecho de que no se lo permiten, por sus condicionamientos y prejuicios, o porque andan ocupados –en el mejor de los casos– con su imaginación omnipotente, en sus ensoñaciones "místicas", o trajinando secamente presuntas ortodoxias dogmáticas, cuando no sintiéndose piadosos o gratificados por su "bondad". Lo grave es que estos profesionales se ven en la obligación de imponernos una idea "verdadera" de la deidad (generalmente ligada a la "sensiblería" o al "humanitarismo"), ciertamente antropomorfa, que constituye una limitación evidente del conocimiento de aquello que no es humano y que tampoco posee forma. Pensamos entonces que su percepción del conocimiento es tan distorsionada y confusa que, desde el punto de vista de la majestad de ese conocimiento, equivale a una negación. Con el doble agravante de querer a la fuerza esa profusa ignorancia, utilizándola además como factor de poder, aplicada siempre a fines menores, casi siempre personales. Estas "autoridades" nos han dado una imagen erronea de lo que la tradición, unánimemente, describe como algo más parecido al no-ser, que al ser. Experiencia ésta que excluye toda posibilidad de conocimiento computable y que nada tiene que ver (al menos directamente) con la piedad, la salud, la suerte, la felicidad y la realización personal. Y sí con la aceptación, el reconocimiento de lo que ha sido siempre, la palpable realidad del misterio, la frescura inocente del deambular y fluir interno, o la "ingenuidad" virginal del niño, o del loco, que bien comprendidas y vivenciadas constituyen los frutos del árbol de vida –siempre presente–, ante los cuales cualquier promesa o descubrimiento fenoménico, "dogma ortodoxo" o "conocimiento secreto", resultan absurdos y risibles, pues la pura realidad –que algunos han tratado de expresar como un vacío o una nada, aclarando que no se trata exactamente de eso– se impone por sí, como unidad, vivencia en la cual estamos incluidos los humanos, constituyendo nosotros sus posibilidades más perfectas de ex presión y revelación. Se nos dirá que este opacamiento de la diafanidad original, perceptible en la ciencia y en las religiones –y que precisamente da lugar al cientificismo y a las pseudoreligiones–, es "tamásico" o gravitacional y que se debe a la naturaleza del ciclo. A lo que responderemos afirmativamente. Agregando además que gracias a esta característica, es que acaso podamos vivenciar la energía de sattwa, pues, como hemos visto, la deidad también se manifiesta en términos negativos: 1 como asimismo, desde un punto de vista inverso y análogo, lo hace la teología llamada "negativa". En lo que respecta a lo personal, cada hombre y cada institución tienen con seguridad un fin y un destino, es decir, una función y una misión, aunque ellos mismos no las conozcan, o éstas sean lo contrario de lo que pretenden. Creemos que juzgar es un error perfectamente señalado en varias tradiciones. Por otra parte, el refrán popular que dice "nadie sabe para quien trabaja", es definitivamente aplicable también a uno mismo. La frase in omnia caritate, expresa claramente lo que muchos pensamos al respecto. La enseñanza evangélica de "amad a vuestros enemigos", debe ser destacada en forma particular, pues, entre otras cosas, es acaso posible que merced a ellos podamos reconocer a la verdad en lo que resta del ciclo. O expresado de otro modo: podemos disponernos a conocer a fondo la energía pesada de la densidad, para permitirnos la levedad de lo sutil, de lo que siempre ha sido sin esfuerzo. Ahora bien, si se nos pregunta si hay alguna diferencia entre esas dos porciones en que el círculo o la esfera se dividen –o el movimiento ascendente de ida (norte-sur, medianoche-mediodía), o descendente o de retorno (sur-norte, mediodía-medianoche), de la rueda cósmica–, contestaremos de igual modo afirmativo, recordando que de la polarización, o del binario, es que nace toda diferencia, que se sintetiza en la primera distinción; la que hace a las cosas activas o pasivas tomar el nombre de cielo o tierra. Esta dualidad, que se expresa a través de las energías llamadas sattwa y tamas, las que simultáneamente generan a rajas a perpetuidad, conforman una triunidad de principios (homologables a ciclo, tierra, hombre), que al manifestarse en el plano horizontal o creacional, conforman y limitan el cosmos, es decir, todas las cosas. El cuaternario, simbolizado por la cruz, nos dice que la misma oposición entre la energía ascendente-descendente, se ha transferido al plano de conjunción, horizontal o creacional, donde también se oponen análogamente –pues han pasado a ser componentes del mismo– en esta figura que simboliza la totalidad de lo creado o limitado, donde ahora se enfrentan dos a dos, generando y equilibrando la manifestación entera, que queda marcada con su sello, reproduciéndolo indefinidamente. Si a la representación plana la llevamos a lo espacial, el cuaternario, simbolizado por una cruz, se convertirá en una cruz volumétrica. Y el simbolizado por un cuadrado se transformará en un cubo. En ambos casos no hemos hecho sino añadir una dimensión al modelo que simboliza el cosmos, completándolo y dando lugar a las indefinidas variables que pueden constituirlo, las que siempre se refieren a una triunidad de principios –en este caso espaciales: largo, ancho y profundidad– que conforman el universo entero, al manifestarse.7 Lo que nos interesa de momento, es señalar que una vez creado y definido de modo cuaternario el plano horizontal, por la acción de una triunidad de principios, se suma con ellos, conformando un septenario, que –como ya hemos indicado en estos textos– es el concepto numeral que se refiere a la totalidad de la creación, simbolizado por el cubo en el espacio y por el sello de Salomón en el plano, que como se sabe, está compuesto por dos triángulos invertidos. Volviendo a aquella primera diferenciación o polarización –que hace que las cosas progredan y tengan nombre–, diremos que en el caso de la división horizontal en dos mitades, de la esfera, la rueda o el círculo, una de ellas es elevada o ascendente y corresponde a la medianoche y al cielo, mientras que la otra, siendo su opuesta, denotara lo contrario: lo bajo, lo descendente, el mediodía, la tierra. Se ve en esta concepción que el cielo, como lugar más elevado, como summum de la verticalidad, está más bien asociado a ideas de obscuridad, mientras que las de plena luz corresponden a la tierra.8 Esta obscuridad está más de acuerdo con lo inmanifestado que con lo manifestado, con lo invisible que con lo visible, con lo desconocido que con lo conocido, con el secreto, más que con la divulgación. ¿Pero no sería lícito preguntarse en nombre de qué se puede afirmar la primacía del cielo sobre la tierra, de lo alto sobre lo bajo, de lo evolutivo sobre lo involutivo, si vemos que esas energías son complementarias? Sólo diremos que varias tradiciones han señalado a la estrella polar –situada en el norte– como la puerta de salida simbólica a lo supracósmico. Esta idea incluye no solamente la posibilidad de diferenciación entre lo alto y lo bajo –otorgando a lo elevado la primacía–, sino que esa misma jerarquía está dada por la existencia de otros planos, mundos o niveles, respecto a los cuales se crean y consideran los criterios comparativos, las calificaciones mismas de alto y bajo. Tradicionalmente, siempre se le ha atribuido al cielo la energía activa y a la tierra la pasiva. Si consideramos que en la manifestación las energías se oponen dos a dos, nos es sencillo advertir que en toda energía positiva se halla comprendida su contraria negativa, así como que toda energía pasiva tiene un componente activo, al que se opone, para ser lo que es, es decir: ella misma. Y como todo yin tiene su yang, y este modelo se manifiesta indefinidamente, debemos concluir que esta helicoide, esta espiral evolutiva-involutiva de energías, que configura el símbolo chino –y que se extiende en la síntesis de la cruz a los brazos horizontales, que se expresan en forma simultánea con el eje–, es absolutamente inaprehensible. Al menos, de la manera en que estamos acostumbrados –aunque sea mentalmente a posesionarnos de los conocimientos y las cosas.9 Ante tal comprobación no queda sino abandonarse y reconocer nuestra ignorancia, pues no podría haber nada más estúpido que tratar de inventar o imponer un orden cualquiera, cuando ya está todo ordenado. Que pretender "crear" algo, cuando la maravilla es advertir que ya todo está creado. Y uno con ello. La contemplación es pasiva, y, como energía de la tierra, debe ser trabajada y preparada para que las energías activas del cielo la lleguen a fecundar. Debemos promover el yin para obtener, por atracción gravitacional, el descenso del yang y producir la cópula entre ambos, para trascender así al propio yang, y ascender evolutivamente a su través al conocimiento de la unidad, en otro plano, claro está, donde ya no existe la oposición y al que "no conociendo su nombre llamo Tao". No nos debe extrañar, pues, que se trabaje con y en el reflejo llamado microcosmos, utilizando las leyes análogas de la inversión, que bien empleadas producen la ruptura de nivel. Asimismo, y retornando a nuestro modelo plano de la rueda, pudiéramos hacer en él una doble transposición. Por un lado, podríamos tomar al eje inmóvil como al cielo, a un punto cualquiera de la periferia como a la tierra, y al rayo que los conecta como el intermediario, merced al cual éstos se unen, generando el plano o artefacto de que se trata. Por el otro, se pudiera considerar, en el mismo sentido, al punto interior, al exterior, y a la serie que los une, como correspondientes a Atma, Jivatma y el rayo Buddhi, de la tradición hindú, con todo lo que estas transposiciones llevan implícito. Debemos dejar aclarado, además, que el cielo al que nos estamos refiriendo conforma parte del cosmos manifestado, así como Brahmâ tampoco es Atma –salvo en cuanto éste último es Prajapati– y menos aún, Brahma incondicionado o Para-Brahma, aunque a veces se los suele identificar por analogía. Estas aseveraciones nos obligan a reflexionar sobre la idea de distintos planos –o de jerarquías dentro de un mismo plano– que ellas incluyen y expresan. Pero primero hemos de decir unas palabras respecto a que, de hecho, cualquier punto manifestado es el centro de un sistema. O dicho de otra manera, que este centro no se halla en ninguna parte, por encontrarse en todas. Efectivamente, si eso es así, y ese centro se identifica por otra parte con el "cielo", éste se halla también en la tierra. Y la tierra misma ha de tener dos polos, o dos tendencias, o energías, llamadas sattwa y tamas, una activa y la otra pasiva, equiparables a cielo y tierra, que conforman una tercera con la que son simultáneas: rajas. Todas ellas, emanadas de la unidad, de la que son copartícipes, la que al expresarse crea un encuadre donde éstas se manifiestan, mediante el cual pueden ser aprehendidas. Este proceso arquetípico impondrá también su estructura a las cosas que constituyen la totalidad del cosmos. Es entonces lógico pensar que ese mismo cosmos puede tener varios planos, o mundos, implícitos, que se conectan constantemente con los principios ontológicos, ya que son éstos los que en verdad los conforman. En el caso del cuerpo del hombre, se obtendría una división ternaria que correspondería a extremidades, tronco y cabeza, que serían el símbolo visible de tres mundos internos, que se asimilarían asimismo a cuerpo (o tierra), alma (psique, mundo intermedio y hombre) y espíritu (o cielo). La mayor parte de las tradiciones considera estos tres grados o niveles, que no son sólo válidos para el hombre, sino también para el universo.10 Al nivel intermedio se lo suele subdividir en lo que está por encima de las aguas o por debajo de ellas, las aguas superiores y las inferiores,11 la psique superior y la inferior. Y estos grados o mundos son visualizados como jerarquizados o colocados sucesivamente a lo largo de un camino.12 Se trata, como tantas veces se ha explicado, de distintos estados de la conciencia, puesto que cada símbolo produce siempre una impresión psicológica que hace válidas, o mejor, obligatorias, las transposiciones a ese plano. Estados vinculados con la transformación del pensamiento, y aun de las percepciones, que se van efectuando en este camino o recorrido, lo que lógicamente ha de alterar nuestro esquema de vida. Se debe advertir que esta jerarquización sucesiva es fundamentalmente una didáctica, pues en la vida misma se expresa de manera simultánea, como un todo orgánico, al igual que en el hombre o en el huevo gigantesco que produce el universo. Esta división jerárquica es tan válida como aquella otra del cuaternario, que limita al espacio, al tiempo y al reciclaje de los estados de la materia, y acaba por definir al cosmos como algo claro y coherente entre sus partes. La idea de planos o de lecturas de la realidad no es arbitraria, sino que corresponde efectivamente a la naturaleza de las cosas que se pretende simbolizar y transcribir, según las enseñanzas recibidas y experimentadas por todos aquéllos que han identificado su ser con su conocimiento. En ese sentido, y pidiendo disculpas por las numerosas reiteraciones que posiblemente pudieran haber sido obviadas en estos textos reincidentes, queremos referirnos nuevamente al tiempo, tomándolo como ejemplo, ahora, de la "jerarquización" en planos, o lecturas, de la realidad, a que nos estamos refiriendo. Se trata de una división cualitativa del mismo, en profundidad, según se lo perciba a distintos niveles de comprensión, que corresponden entonces a categorías intrínsecas del tiempo mismo. Podríamos así distinguir una concepción lineal y en fuga del tiempo –ya fuera individual o colectiva–, la cual es propia de la literalidad del hombre contemporáneo; una concepción cíclica, que es la que vivía el habitante medio de una civilización tradicional (y que por cierto puede recuperar para sí cualquiera de los hijos de este siglo)13 y una concepción atemporal –un tiempo atemporal–, lo que configura una contradicción, o al menos una paradoja, con respecto al tiempo horario de los relojes. A estas tres habría que agregar una cuarta concepción –si en lugar de tres planos consideramos cuatro, como ya lo hemos advertido con respecto al diagrama sefirótico de la cábala–, y esta última idea sería la de vivenciar el no-tiempo, la simultaneidad, la unidad, la eternidad, la realidad sin ningún tipo de mixturas o adherencias anecdóticas y existenciales. Pues ya se sabe que al trascender el tiempo sucesivo no hay pasado ni futuro y, por lo tanto, queda abolida cualquier historia. Esta mención de tiempos conceptuales diferentes, que se producen simultáneamente, tiene por objeto, en este momento, ubicarnos en la "tridimensionalidad" de nuestra caja o espacio mental, que también podríamos denominar campo de la conciencia.14 En ese sentido, contamos con una potencialidad que no conocemos, pero que sí presentimos, y que está dada, precisamente, por la posibilidad que nos ofrecen esos planos de ampliar nuestras vivencias: en este caso concreto, de alcanzar, mediante una penetración y una ruptura de nivel, una comprensión no sólo lineal y sucesiva de un tiempo horario o cuantitativo, siempre angustioso, sino la "experiencia" de otras modalidades del mismo. Esta idea de planos o mundos coexistentes es, por otra parte, la que fundamenta todo simbolismo y hace del símbolo el vehículo que los conecta entre sí. Hay todavía que poner en claro que sería un vano error suponer con orgullo mental omnipotente que la lectura de otras realidades –y la consiguiente adaptación a las mismas– suprimiría de una vez, y para siempre, planos o estados de conciencia inferiores, siendo que éstos también son parte constitutiva del cosmos, y sería imposible abandonarlos definitivamente mientras no se abandone, a su vez, a éste. La iniciación en los misterios cosmogónicos, es decir, el morir y renacer a otros planos de la realidad mediante la regeneración psíquica, no es aún la salida verdadera del cosmos, sino que se trata de un aprendizaje imprescindible sobre su constitución, sobre el "espíritu" de las cosas y su aprehensión. Un andamiaje que nos permite concebir la posibilidad de lo supracósmico, del no ser y de la no dualidad, realidades que exceden la mera individualidad que signa nuestras experiencias sensoriales o mentales, en tanto que las particulariza. Aunque es útil señalar que –lógicamente– cuando se empieza apenas a atisbar la posibilidad de lo supraindividual, todo lo referido a lo personal cae tan estruendosamente como una torre que es destruida por un rayo, dejando así de ser la protagonista del paisaje. Esta visión en profundidad –si así se la pudiera llamar–, corresponde, como hemos visto, al propio esquema interno del hombre, que encuentra dentro de sí a esta variedad seriada de planos o mundos, que debe comenzar a conocer, pues son parte integrante de su propio campo de conciencia, o sea, de su vida. Por otro lado, por medio del símbolo se efectivizan las posibilidades de ese conocimiento y las características auténticamente humanas, que todo hombre ordinario lleva en sí, y que no conoce, a menos que ellas se encuentren estimuladas por el fuego del amor y convenientemente ordenadas por la tradición, para que puedan ser reconocidas por él mismo. Este es el tipo de instrucción que ofrece una verdadera enseñanza y una iniciación en los misterios menores, cuya primera parte pudiera asimilarse a un viaje infracósmico, o a una estancia en el interior de la tierra, una visita al país de los difuntos o a un descenso a los infiernos de lo caótico. Resulta evidente que esta involución a la que nos acabamos de referir –así como la posterior evolución que completa el proceso de palingénesis–, se halla simbólica e íntimamente relacionada con la gravitacionalidad. Si recordamos, por otra parte, que la tierra es pasiva con respecto al cielo, es decir, que otorga la forma a los efluvios divinos, lo que equivale a equipararla a la gran generadora, o diosa madre –y asimismo a todas las vírgenes–, colegiremos que para todo nacimiento –de cualquier tipo que éste sea– es imprescindible la presencia pasiva, formativa y generativa de la tierra, o sea, de la energía gravitacional ubicada espacialmente en el Sur, es decir, en el sitio más bajo y denso, en oposición a lo alto y sutil.15 En términos del budismo mahayana: sin el samsara es imposible el nirvana, vale decir, que el conocimiento real del samsara es lo que nos lleva al conocimiento verdadero del nirvana, que al ser obtenido –y sólo en ese momento–, nos dice que samsara y nirvana eran y son una sola cosa, que la diferenciación es únicamente una forma de decir, una simple manera fenoménica de la mente, emparentada con la ilusión y la ignorancia. Por otra parte, creemos que bajo esa misma luz deben leerse las palabras evangélicas: "Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?",16 ya que en ellas puede verse que toda enseñanza comienza siendo un aprendizaje sobre lo cosmogónico, que permitirá el posterior pasaje a lo metafísico. Así lo es, al menos, para esta época del ciclo, en donde Occidente tiene precisamente una fuerza gravitacional tan importante y de la cual Cristo es el avatar. Aunque se debe llamar particularmente la atención sobre el posible equívoco de interpretación literal, en donde un trabajo de realización interna debería comenzar por el "cuerpo" (dietas alimenticias, sexuales, ejercicios corporales, respiratorios, etc.) o por logros profanos, personales (estima, auto-respeto, éxitos profesionales, ascenso en la escala cultural y social, superación y dominio del carácter, poder sobre los otros, etc.), de autosuficiencia o pretendido valor; error que se comete pensando, tal vez, en que ha de irse de lo particular a lo universal, cuando en verdad las ciencias tradicionales nos dicen lo contrario: que de los principios se deducen todas las posibilidades. En verdad, se podrían desarrollar estas ideas una y otra vez, viéndolas desde innumerables ángulos de visión y relacionándolas entre sí, y también con otras, que nos aclara rían ciertos aspectos del mundo, que intuimos, y que sin embargo permanecen velados para nosotros. Estas relaciones, que no son ni arbitrarias ni casuales, son las bases o fundamentos de la labor analógica y simbólica. E igual mente de la obra alquímica y cabalística. El resultado que se obtiene con estas investigaciones es difícilmente evaluable en términos cuantitativos y traducible a patrones actuales –derivados de ideas filosóficas erróneas, que circulan desde hace varios siglos en Occidente y que han tenido que parir, finalmente, a la mecánica industrial, a la técnica electrónico-atómica y al consumo–, los cuales nada tienen que ver ni en sus principios ni en sus métodos y fines, con la auténtica ciencia. Desde otra perspectiva, un capítulo denominado, un poco ampulosamente, las dos mitades del modelo cósmico", ha de tratar, indefectiblemente, sobre el binarlo. La dualidad, como se ha expresado a lo largo de estos escritos, es el motor dialéctico que impulsa cualquier acto o pensamiento, por lo que jamás ningún discurso podría agotar el tema. Sólo nos queda agregar que este texto, en general, ha tenido únicamente en cuenta la partición horizontal de nuestro modelo de la rueda, efectuada por la línea del horizonte o plano ecuatorial, que lo divide en dos secciones iguales: una arriba y al norte, otra abajo y al sur. El modelo también puede dividirse en otras dos mitades, situadas a ambos lados del eje vertical: una a la derecha y al oriente, otra a la izquierda y al occidente. Este nuevo binario, que está, obviamente, en correspondencia con los brazos horizontales de la cruz que todo lo abarca, diferencia claramente dos mitades análogas y complementarias del cosmos, llamadas derecha e izquierda, perceptibles en todas las cosas y merced a las cuales las mismas cosas son perceptibles. Esta particularidad es lo que se ha dado en llamar la simetría, y sus leyes especulares y simpáticas, y configura todo un tema que rebasa nuestras intenciones actuales. La izquierda y la derecha se complementan, son formas parientes y análogas. Pero no se simbolizan entre sí, sino que ambas son símbolos de la realidad vertical que es su origen y al que las dos representan. El auténtico valor de los símbolos no radica tampoco en sus efectos transmisores, que son secundarios, sino en la (o las) causa(s) de su propia existencia. Es decir, en lo que ellos simbolizan en su esencia, lo que por otra parte justifica su intermediación. Y esta causa (o causas) bien comprendida y vivenciada, se resuelve siempre en su unidad, que no es sino afirmación o manifestación de sus posibilidades no-causales, valga la expresión. Nos resta decir que lo que hemos expuesto respecto a la oposición cielo-tierra, norte-sur, es igualmente válido en la de derecha-izquierda, oriente-occidente, dado que esta partición horizontal es un reflejo de la primera. Así, si transcribimos algunos de los conceptos vertidos hasta aquí, con respecto a la complementariedad que estamos destacando ahora, se obtendrán resultados provechosos en nuestros estudios, pero teniendo siempre en cuenta las modalidades especiales de esta oposición o inversión.17 Finalmente, ya que nos estamos refiriendo a nuestros trabajos y estudios, queremos traer nuevamente a la memoria otra enseñanza cristiana: la que señala que los frutos del conocimiento sólo podrán ser obtenidos por aquellos "que perseveren hasta el fin". Nota: Apenas habiendo puesto punto final al presente capítulo, hemos leído un artículo titulado "Nueve hipótesis sobre la génesis del Universo", que ha sido escrito por el físico-matemático ruso Igor Novikov y otros. En él se dice: a) que el universo se expande; b) que esta expansión es comparable a una inmensa explosión cósmica (irradiación) y que esa explosión sucede por inercia; c) que el universo es homogéneo; d) que esta homogeneidad permite la "heterogeneidad" (concentraciones, enrarecimientos) y es la que ha posibilitado, precisamente, el nacimiento de nuestro complejo universo; e) que estas "heterogeneidades" son ondas sonoras (de sonido relicto, el que es igual y continuo en todo el universo)18. Queremos transcribir textualmente el final del artículo: "Nosotros estamos acostumbrados a considerar la gravitación y las fuerzas electromagnéticas como si fueran fuerzas de naturaleza distinta. ¿Pero ha sido siempre así? Es muy posible que la gran explosión haya sido un proceso de división de un supercampo único, en el cual todos los tipos de interacción estaban unificados". Según se dice en el referido artículo, estas son las últimas novedades con que se halla confrontada la ciencia.19 Un comentario jocoso lo constituye el hecho de que se aclara que estas investigaciones han comenzado hace menos de cincuenta años. Sin embargo, no deja de llamarnos la atención algo que ya hemos observado anteriormente; nos referimos a los hallazgos y aproximaciones seguramente intuitivas que lo mejor de la ciencia y los científicos modernos logran en sus búsquedas20. De todas maneras, el sentido que tiene la inserción de esta nota, no es precisamente el de "legitimar" una "teoría", otorgándole un status científico, sino mas bien mostrar cómo, aún desde un punto de vista que no es el que aquí se expone, igualmente se puede vislumbrar el conocimiento. Pues éste se halla en la trama misma del hombre que, en su heterogeneidad, es solidario y homogéneo con el cosmos. Anexo: Queremos hacer notar la analogía entre el sonido relicto, que se propaga uniformemente en el universo, y la forma en que la luz –tradicionalmente otra forma del sonido– lo hace, de acuerdo a la más moderna ciencia. Efectivamente, desde la teoría de la relatividad de la actual física-matemática, el papel del observador es decisivo. Pues la teoría de la relatividad, se construyó a partir de un único axioma, que establece que, para cualquier observador, la velocidad de la luz de cualquier origen, que se mueva o no, con respecto al observador, es siempre la misma. Siendo esto así, el propio observador, recibiendo en cualquier punto o dirección del espacio, una emisión cuantitativa de luz idéntica –la cual no es alterada por ninguna circunstancia–, es la "causa" de la velocidad de la luz que recibe. Y ya sabemos que lo que es válido para el microcosmos, asimismo ha de ser válido para el macrocosmos, salvando, otra vez, los problemas necesarios a cualquier transposición. Lo que sí resulta claro es que en un universo dividido –en este caso entre el emisor y el receptor–, pero único en su esencia, algo de lo que se recibe estará implícito en lo que se emite y lo mismo a la inversa. Y esta correspondencia y analogía es la que determina incluso la estructura y la forma de lo creado, a saber, de la manifestación y los símbolos en que ésta se expresa. De igual modo, es interesante destacar que, en estos ejemplos que estamos tratando, relativos al sonido y a la luz, el "centro", de donde se expande la energía, no puede ser localizado en ningún lugar específico, lo que equivale a decir que no tiene "realidad" espacial. Ya que siendo el espacio homogéneo –o un "caldo de cultivo" que permite las condiciones heterogéneas de la manifestación–, cualquier punto del mismo bien pudiera ser el centro. |
NOTAS 1 ¿No será esta energía expresión, a su nivel, de lo que los griegos entendían por el pneuma? 2 Como en las numerosas "ruedas" esparcidas en el arte de todas las civilizaciones. 3 En el sentido que le damos a este término, y que siempre tuvo, conocido con el nombre de nous en la filosofía griega, totalmente ajeno a la conjeturación racionalista, y por el contrario, utilizado aquí como sinónimo de intuición directa, en la que tanto se conjugan la inteligencia, hoy llamada creadora, como la experiencia y la emoción. 4 Si de la representación plana llevamos esta figura a lo volumétrico,
obtenemos una cruz tridimensional o sólida. O sea, un sistema completo,
un conjunto de coordenadas, que como el cubo, constituye un modelo del
cosmos. 6 Haciendo notar, por otra parte, que las grandes religiones ofrecen no sólo la transmisión espiritual necesaria, sino también la norma, y el rito exotérico, como vehículos de la realización. 7 La triunidad de los principios temporales conocida como pasado, presente y futuro, se manifiesta en el ciclo cuaternario de las estaciones de un año. 8 Ya hemos indicado que el cielo es representado por un círculo, mientras que la tierra lo es por un cuadrado. Otra simbolización cambia al círculo por un triángulo, sintetizándolo. En el símbolo del templo, la cúpula, que corona un edificio de base cuadrada, es suplantada por un prisma triangular. Tal es el caso de la pirámide. Haciendo notar que siempre la tríada se ha considerado como más elevada o superior al cuadrángulo. 9 La cruz se subdivide otra vez simétricamente en el plano horizontal, oponiéndose nuevamente dos a dos y formando el octógono que simboliza al polígono de mayor número de lados, es decir, el de lados indefinidos, el cual, sumado a su centro, configura numéricamente la circunferencia y el ciclo completo. Esto se ve claramente en el diagrama chino llamado de Fu-Shin, donde los ocho trigramas fundamentales se subdividen en otros ocho, generando los sesenta y cuatro hexagramas del I-Ching o libro de las mutaciones. 10 Habría pues un cuerpo, un alma y un espíritu universales. 11 En este caso, el nivel más bajo correspondería a las aguas "abismales» o caos. 12 En la simbólica constructiva, el templo en su división vertical tiene tres niveles: el subterráneo donde se halla la cripta o pozo, el de la superficie y el de la bóveda o cúpula, homologables a los tres planos o mundos que bajo distintas formas llevamos vistos en este trabajo. 13 Resulta muy difícil, desde nuestras concepciones actuales, entender la parusía, o segundo advenimiento, presente en forma universal en la casi totalidad de las tradiciones. Esta idea es perfectamente clara y luminosa desde la concepción íntima, o vivencia, de un tiempo rotativo, cíclico, circular. 14 El punto, la línea, el plano y el sólido simbolizan también cuatro "dimensiones" de la conciencia y de la percepción espacio-temporal. 15 Resulta natural que el símbolo alquímico del elemento tierra sea un triángulo con el vértice hacia abajo. Asimismo es lógico que su opuesto sea el de un triángulo con su vértice hacia arriba. 16 Juan, III, 12. 17 A la derecha asimismo corresponde lo vertical, lo alto y lo activo. A la izquierda lo horizontal, lo bajo y lo pasivo. Los números impares son positivos y los pares negativos. 18 Ver anexo a esta nota. 19 Lo cual no deja de guardar relación con aquello de que los extremos se tocan (lo que es obvio cuando se acaba un recorrido circular). O dicho de otra manera, que el punto más alto de la circunferencia, y el más bajo, se hallan sobre el mismo eje. 20 Este es igualmente el caso el poeta Edgar Allan Poe, que en su fascinante libro "Eureka", su testamento intelectual, que escribiera poco antes de morir, nos plantea toda una cosmogonía muy próxima a las concepciones tradicionales, que siempre han sido consideradas como reveladas. |
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