Llegamos aquí a una de las utopías más bellas, y de profundo contenido esotérico con que nos ha regalado el Renacimiento. Por otra parte hay que destacar que es anterior a la de Moro. Es también uno de los libros más extraordinarios, de aquellos que, como pocos, el hombre ha concebido y ejecutado en materia editorial, empezando por sus textos cuajados de perlas sorprendentes y sus ilustraciones maravillosas tan curiosas como su literatura.
Estas últimas han sido atribuidas a varios artistas, entre ellos a Leonardo, L. B. Alberti y Botticelli, nada menos. En cuanto a la autoría de los textos, sumamente complejos, escritos con giros de diversas lenguas: latín, griego, veneciano, toscano y aún el castellano, desde el comienzo se concitó la duda y fue adjudicada a varios personajes aunque ha primado la idea de atribuírsela a Francisco Colonna; en este último caso se duda entre homónimos, uno veneciano y otro romano, no obstante nosotros nos inclinamos por la última hipótesis, más relacionada con el pensamiento hermético, mitológico y pagano, presente desde el principio al fin de este libro criptogramático.
Antes que nada declarar que se trata de una obra de amor cuyos principales referentes son Venus y el niño sagrado Eros-Cupido-Amor, aunque desfilan innumerables ninfas y dioses, de Marte a Pan, de Júpiter a Mercurio, etc. etc., en la descripción de estos verdaderos ritos dionisíacos.
Y entre las ninfas se destaca Polia, de donde el nombre del protagonista principal Polifilo, es decir el amigo de Polia, la Beatriz de Colonna, es decir la Sabiduría Universal a la que Polifilo ama tan profundamente que es capaz de seguirla con exclusión de cualquier otra cosa y dejarse guiar por ella abandonándose a su puro amor al punto de entender que la única gratificación que ansía es poseerla, ser uno con ella.
Todo el recorrido de este libro que es aparentemente un sueño, o donde, como en otros ejemplos de la literatura universal, se utiliza este pretexto para narrar acontecimientos y cosas que no podrían ser comprendidos si no se vistieran con el disfraz de la ficción, es, en última instancia, el proceso de realización espiritual conocido como la iniciación a las abundantes y hermosas mieses del Conocimiento de la mano de la Belleza y el Amor; AMOR VINCIT OMNIA (El Amor todo lo puede) reza uno de los lemas impresos de esta lucha de amor en sueños de Polifilo.
Ibid.
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La obra está dividida en dos partes bastante disímiles, la primera es propiamente el sueño de Amor y tiene una atmósfera más relacionada con "la materia de los sueños" y parte, como La Divina Comedia, de una "selva oscura" hacia un ámbito distinto que incluye un segmento por el mundo subterráneo del que felizmente se sale para encontrarse con otra puerta y otra fuente, para terminar a través de un camino plagado de arquitecturas –que el autor describe minuciosamente basado en Vitruvio y Alberti, lo cual es una característica fundamental en la obra– y jardines de ensueño, fuentes, palacios y más fuentes donde se bebe en el agua de vida; banquetes, juegos, altares y templos de un nuevo país gobernado por la reina Eleuterílide. Finalmente se subraya el estudio de las enseñanzas de la antigüedad, –Polia le invita a descifrar inscripciones y jeroglíficos, tal los egipcios que se muestran en el texto– como lo hace Horapolo en su Hieroglyphica en el siglo V, y se arriba finalmente en una embarcación piloteada por ninfas marineras e impulsadas por Céfiro a la Isla, –una constante en las utopías que estamos describiendo– de Citera, patria de Venus, imagen del Jardín del Paraíso y del estado primordial simbolizado por la desnudez de las jóvenes y los efebos que las acompañan dedicados a bailes y juegos.
A todo esto han ido sucediendo muchas cosas y acontecerán otras que nunca podrán sintetizarse de las casi 500 páginas de la edición en folio en inglés traducida y con una introducción de Joscelyn Godwin y apéndices,1 y la edición y traducción en castellano con notas de Pilar Pedraza con 765; ambas con el texto y los grabados completos,2 versiones con las que nos manejaremos simultáneamente por presentar leves diferencias, volcándonos en cada caso por la que nos parece más apropiada a nuestros propósitos, ya que ellas son de distinta fuente respecto al manuscrito escrito en una "lengua especial" que impidió que su autor fuese condenado en su momento por la Inquisición y permitió que la obra pudiera circular libremente hasta nuestros tiempos.
La erudición de este libro es inmensa, refiriéndose Colonna de forma constante aunque casi siempre de modo indirecto a la mitología, la historia, los clásicos –hay muchas menciones a las Metamorfosis de Ovidio y Apuleyo entre cientos de otras referencias– al punto de haberse considerado estos textos como una suma de conocimientos para la época y se pensase fue escrita por distintas manos.3 Mención especial ha de hacerse respecto a la arquitectura y particularmente a la de jardines simbólicos, tan frecuentes a partir del Renacimiento, muy influenciados por este sueño erótico (de Eros = Amor) e iniciático de Polifilo, hijo delirante de la pasión inflamada y encauzada hacia la Sabiduría.
En efecto, el jardín alquímico interior o huerto del alma está también poblado por seres de la naturaleza de Dioniso, Baco, Príapo, y tantos otros que cumplen sus funciones dentro de los seres individuales en el concierto universal. El libro es pagano en su totalidad y los dioses, autores, y mitos antiguos se contraponen completamente con las fuentes judeocristianas evocadas por Francisco Bacon en su utopía tratada en el capítulo anterior. Por lo que su contenido es mucho más libre y alegre y la idea de pecado y culpa no afecta a los protagonistas pese a sus luchas internas. Pero ello no quita, que en la segunda parte del libro que comienza con la narración de la propia Polia, su noble y antiguo origen, y cómo la ciudad de Treviso fue fundada por sus antepasados, la obra, o el sueño, sufra un pesado bajón, un descenso de las altas esferas de lo imaginal a lo simplemente humano, o sea a las infelicidades propias de la especie y a las dificultades inherentes a las relaciones entre los hombres, quienes tienen que soportar la dualidad antes de unirse en una sola carne y una sola sangre, o sea, previamente a transmutar y conjugar las dos mitades del huevo cósmico, o lograr la perfección de la esfera, símbolo del hermafroditismo primordial.
La separación se extiende a lo largo de esta segunda parte, –muy probablemente escrita antes que la primera– aunque la desdicha se resuelve en un final feliz y de ese modo indudablemente se llega con merma a una situación donde las ninfas se retiran y ellos se quedan solos y Polia, besándolo, también desaparece acabándose de esta forma tan extraordinario y placentero sueño, de lo cual sin duda se lamenta Polifilo puesto que el beso venéreo de despedida fue acompañado de un abrazo estrecho y se unieron las lenguas y se mordieron los labios hasta que finalmente suspirando Polia lo abandona. Por lo que el conjunto de esta parte final completamente humana y bastante corriente incluso en sus ilustraciones me hace pensar de alguna manera que es un "racconto", demasiado anecdótico, ordinario, material, si pudiera decirse, que debiera ser anterior a la primera parte. O sea, como una introducción a todo lo numénico, lo angélico, de la atmósfera de la parte primera, obviamente sagrada, que narra con bastante claridad para nosotros los pasos ordenados de un proceso iniciático, tal cual las metamorfosis y aventuras que describen otros libros esotéricos de distintas maneras simbólicas, muchas veces extraordinarias como es el caso del Asno de Oro de Apuleyo, u otro "sueño" o visión famosa, El Sueño de Escipión de Cicerón, que debemos recordar está incluido y corona su utopía de La República; asimismo las aventuras de Gargantúa y Pantagruel en donde Rabelais menciona expresamente a la Hypnerotomachia Poliphili.
La fecha de la primera edición es de 1499 aunque se dice en ella que fue escrita en 1467, otro de los misterios, o las simbologías que esta obra lleva en sí. Desde el comienzo fue un libro de lujo, él mismo una belleza como objeto, lo que despertó el interés entre personas cultas de la burguesía y la nobleza interesadas en esoterismo, las que lo aceptaron de inmediato alabándolo y así empezó su lectura a ser entonces una moda que se propagó también entre bibliófilos e intelectuales que atribuían al libro ser el guardián de conocimientos ocultos y contenidos mágicos, mientras que para otros en cambio, situados en el lado opuesto del espectro, era una expresión de lo demoníaco.
Ya hemos hablado acerca de la imposibilidad de efectuar aquí un detallado análisis del libro por su complejidad y su copioso volumen. Nos limitaremos a ofrecer a los lectores ciertas pinceladas de sus contenidos acompañadas de algunos grabados que tantísima importancia adquieren en el libro.
Comenzaremos al promediar la obra citando párrafos de la descripción de los cuatro grandes carros triunfales, que Polifilo registra en su visión. En uno de ellos aparece Hermes, con Júpiter, Venus y Cupido, ilustrados por un par de grabados vinculados con nuestro trabajo. Luego veremos el viaje a la isla de Citera, imagen clara de la utopía, tratada a lo largo de la Hypnerotomachia Poliphili en la que se incluye una escena memorable: el desgarramiento del velo de Venus y más luego el clímax de las difíciles nupcias entre Polia y Polifilo, la amada y el amado, siendo derrotada definitivamente la frígida y lunar Diana, penetrando de ese modo en la esquiva diosa de la sabiduría, Polia, divina esposa de Poliphilo, a la que éste finalmente posee.
En la cara anterior se veía al poderoso Cupido que dirigiendo su flecha áurea hacia los cielos estrellados hacía llover amorosamente gotas de oro, contemplado por una estupefacta muchedumbre de personas de toda condición, heridas. En la parte opuesta vi a Venus airada, liberada junto con Marte de una red mágica, que había tomado a su hijo de las alas para vengarse y le quería desplumar; ya tenía un puñado de plumas en la mano y el niño lloraba. En otro panel el dios Mercurio enviado por Júpiter, que estaba sentado en su trono, le liberaba de los castigos de su madre y luego se lo presentaba al dios. Y el benévolo Júpiter le decía en lengua ática estas palabras, que estaban esculpidas cerca de su boca divina: "tú eres para mí dulce y amargo",4 y lo cubría bajo su celeste manto.
Ibid.
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En la otra cara vi a Júpiter, el benefactor, que entregaba aquel mismo niño a un hombre celeste que tenía alas en los pies y que llevaba un caduceo, el cual luego lo encomendaba a unas ninfas que estaban en una cueva para que lo nutrieran.
Ibid.
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Bastante más adelante se narra la procesión de diversos carros triunfales y altares. Hemos seleccionado estos fragmentos:
Cerca de este carro divino marchaban con gran respeto, pompa y veneración, las ninfas Ménades con los cabellos al viento, algunas desnudas, con ninfales velos resbalando de sus hombros, otras vestidas de pieles de gamo de diversos colores, y no había entre ellas ningún hombre. Tocando címbalos y flautas, danzando como en las fiestas, celebraban las orgías sagradas, llevando tirsos con hojas de pino y de vid. Seguía inmediatamente al carro triunfal el viejo Sileno, montado en el asno. Luego, tras este jinete era conducido, adornado para el rito sacrificial, un macho cabrío, acompañado por una ninfa que llevaba una cesta de uvas. Este cuarto triunfo iba seguido y honrado por los mimallones, sátiros, bacantes, leneas, tíades, náyades, títires y ninfas, que se reían desordenadamente, hacían gestos furiosos y corrían, gritando en este rito santo y antiquísimo: "¡Evohé, Baco!"
Y Cupido los recibe de esta forma antes de partir hacia la isla de Citera, imagen del Paraíso y reino de Venus:
"Ninfa Polia y tú, Polifilo, que rendís sincero culto a mi venerable madre y que habéis optado valientemente por mis sagrados fuegos: han llegado a ella vuestros sacrificios, ofrecidos con pureza y vuestras devotísimas oraciones y castos votos. Vuestros deseos se harán realidad a causa de vuestros méritos, por vuestras oraciones. Entra pues, Polia, tranquilamente con tu compañero en mi barca, porque nadie puede ir al reino y a la isla de mi madre si yo no le hago atravesar el mar como capitán y conductor." Y con este discurso divino, la invitó a entrar.
Entonces Polia, sin demora y con viveza, tomó mi mano alegremente y se levantó en silencio pero muy decidida y, con elegante energía, profunda reverencia y amable cortesía, saltó conmigo sobre la barca sagrada, en cuya popa nos sentamos cómodamente, mientras las divinas ninfas se pusieron a remar para alejarse de la costa.
Ya en el mar Polifilo cuenta:
En esta barca admirable y extraordinaria remaban seis mozas sumamente dispuestas y serviciales. Los remos eran de níveo marfil que brillaba, no por haber sido pulido, sino naturalmente, los herrajes eran de oro y las amarras de seda mezclada y trenzada. Aquellas muchachas estaban ricamente vestidas de tela transparente que volaba agitada por las brisas y ponía de manifiesto voluptuosamente los miembros de sus cuerpos en la tierna flor de la edad. Algunas llevaban la cabeza rodeada por abundantes trenzas muy rubias; otras tenían la espesa y lustrosa cabellera más negra que el ébano indio. ¡Qué grato se ofrecía a la mirada su contraste! Rodeando la carne nívea de sus rostros, hombros y pecho, algunas tenían las espléndidas cabelleras dispuestas en rulos y trenzas, lascivamente atadas con cordones de plata, con nudos y lazos tan agradables y voluptuosos a los sentidos que hubieran sido capaces de apartar la mirada de cualquier otro objeto, por admirable que fuera, y apretados en la nuca por perlas más bellas que las que Julio compró para su amada Servilia. Otras tenían los rizados cabellos atados con guirnaldas de rosas y otras flores, y las frentes sombreadas con rizos como zarcillos. Rodeaban sus lácteas y rectas gargantas suntuosos collares de piedras preciosas de colores distintos y armoniosos, talladas en forma cónica. Debajo de los firmes pechos llevaban un apretado corpiño, obstinado obstáculo a la caída de la tenue tela que los cubría, pero ellos, aunque sujetos, se agitaban un poco con el movimiento del mar. Esta tela que cubría sus pechos tenía en torno al cuello un adorno de apretados hilos de oro, tejidos con un trabajo de perfección extrema, con los bordes adornados con perlas y, a todo lo largo de él, con gemas dispuestas ordenadamente …
… Cuando estas hermosas ninfas se hubieron sentado en parejas sobre los bancos de sándalo, con el rostro vuelto hacia el divino señor y las delicadas espaldas hacia nosotros, Cupido, el piloto divino, desplegando sus ligeras alas, llamó hacia sí al suave Céfiro de perfumado hálito y dio al viento sus santas plumas.
Pero Polifilo no olvida a la sabiduría transformada en belleza. En efecto:
Contemplaba también la incomparable belleza divina reunida en Polia, que cada vez parecía más delicada y hermosa. Luego admiraba el aire purísimo y sereno, el tiempo plácido y tranquilo y las aguas limpias como transparente cristal, a través de las cuales se veía el fondo claramente. Vi aquí y allí muchos islotes arbolados e islitas esparcidas verdeantes de espesos arbustos y gratamente sombreadas, y muchos lugares que se perdían en la lejanía y aparecían, como manchas sobre la superficie de las olas…
… Entonces las ninfas remeras comenzaron a cantar con suavísimas notas y voz celestial, totalmente distinta de la humana, y a tocar dulcemente un bello concierto como de pájaros con melodía bien armonizada, de tal manera que dudé de poder resistir su ternura, sintiendo el corazón palpitante y casi fuera de su lugar y como si se me fuese a escapar por la boca.
Así, libres y sin freno, navegamos alegremente y llegamos sin percances en nuestro próspero viaje a la deliciosa isla de Citera.
Y luego:
Nos dirigimos a un lugar encantado para desembarcar. Se ofrecía éste a los sentidos tan benigno y grato, tan delicioso y bello, tan adornado de árboles, que nunca ojos humanos pudieron ver nada más placentero, y la lengua más fecunda sería acusada de parca al contarlo y yo no podría comparar sin abuso este lugar con ningún otro de los que vi antes, porque era increíblemente agradable y estaba colmado de delicias, siendo a la vez huerto de hortalizas y de hierbas y frutales, ameno prado y gracioso y alegre jardín de árboles y arbustos. No era lugar de montañas ni desiertos, sino que, eliminada toda aspereza, estaba allanado e igualado hasta el graderío curvo que encerraba el admirable teatro. Los árboles tenían un aroma dulcísimo y abundantes frutos y sus ramas se extendían ampliamente. Era huerto lleno de incomparables deleites, fertilísimo, cubierto de flores que lo alegraban, libre de obstáculos y de acechanzas, adornado con fuentes y frescos arroyos. El cielo luminoso, diáfano y brillante, sin las horribles penumbras de los lugares sombríos, inmune al tiempo inconstante que pudiera ofenderle con la oculta insidia de vientos insalubres, sin las molestas escarchas invernales ni el tórrido sol del verano. No le invadía la árida sequía estival ni la horrible helada, sino que siempre se mostraba más primaveral y salubre que el aire de los egipcios que viven cerca de Libia, destinado a procurar larga salud por toda la eternidad. Lugar sembrado de árboles verdes y frondosos, de verdura hermosísima, agradable y cuyas flores exhalaban un aroma increíble en el aire límpido; todo su herboso suelo estaba cubierto de rocío y de prados floridos y colmado de deleites y bienes naturales más allá de todo lo imaginable, con coloreados frutos entre el follaje, con los caminos trazados por las plantas y techados con bóvedas de rosas; todo era bienestar y concordia.
Y Polifilo continúa con la narración de su sueño:
Por este lugar alegre y delicioso, entre el verdísimo seto de mirto y este otro de naranjos, discurrían libremente innumerables animales de diversas especies. Aunque su naturaleza les hubiera hecho enemigos, vagaban aquí inofensivos y mansos, mostrándose mutua amistad.5 Vi primero los caprinos sátiros, con las barbas colgantes y rizadas, y faunos bicornes de ambos sexos. Luego, ciervos semisalvajes y cabras, amantes de las rocas, y tímidos gamos, manchados cervatillos, corzos saltarines, liebres de grandes orejas, tímidos conejos y blancos y amarillentos armiños y engañosas comadrejas, inquietas ardillas y somnolientas marmotas, unicornios, y toda clase de leones, sin ninguna crueldad, sino más bien juguetones, y cuelludas jirafas, y otros infinitos animales, entregados a los placeres de la naturaleza.
Más allá, encontré la magnificencia de un noble y delicioso vergel de frutales como nunca podrán los humanos no sólo diseñar, sino ni siquiera imaginar. Fácil es pensar que las segundas causas dependen de las primeras y afirmo que no se encontraría ingenio tan fecundo que pudiera dar dignamente una ligera idea de las obras fantásticas de este lugar sagrado.
Para dar posteriormente la descripción de la isla:
Diré que la circunferencia de esta isla deliciosa y amenísima era de tres millas a la redonda. Tenía una milla de diámetro que, dividido en tres partes, daba un tercio que contenía 333 pasos, un pie y dos palmos y algo más. Desde el borde de la playa hasta el seto de naranjos había un sexto de diámetro, es decir, 166 pasos y diez palmos. Desde aquí comenzaban los prados, que ocupaban hacia el centro otro sexto de diámetro. Distribuido, pues, cuidadosamente un tercio entero de diámetro, queda un sexto desde aquí hasta el centro, es decir 166 pasos y diez palmos.6
Ibid.
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Y seguir narrándonos que:
El agua estaba llena de multitud de peces de formas hermosas y variadas, con las escamas de color dorado y los ojos grises, con los que la naturaleza se mostraba propicia, pues nada les molestaba y estaban seguros y sin temor y no huían. Algunos eran tan grandes, que transportaban cómodamente a las muchachas, sirviéndoles de vehículo, y ellas rodeaban con las níveas pantorrillas y los lindos piececitos sus cuerpos escamosos y complacientes, que no olían a pescado y nadaban suavemente y oblicuamente de derecha a izquierda obedeciendo a las mozas y llevando a cualquiera que lo deseara. Ellas se sentaban de costado y los montaban a la manera femenina y, saltando con ellos como si fueran caballos, se acometían unas a otras. También se agolpaban allí los blancos cisnes, profiriendo gritos y derramando lágrimas por su amado Faetón, y nutrias y castores y otros animales acuáticos que, muy alegres bajo la sombra de la pérgola, festejaban con gran placer, sin otro pensamiento que el de apartar cualquier cosa que les causara molestia o que fuera obstáculo a su diversión y solaz. En mi ánimo surgía este deseo tácito: "De buena gana viviría yo eternamente en este lugar con mi divina Polia". Extinguido y repudiado luego cualquier otro deseo, volvía al amor firmísimo y único de mi queridísima Polia. Consideraba esto excelente sin ninguna duda y deseable sobre cualquier otra cosa y por encima de cualquier placer por dulce que fuera.
"… de repente veo… a un espantoso y horrible dragón…
sintiendo que las fuerzas abandonaban mi ánimo, invoqué aterrorizado a cada una de las divinas potencias." Ibid.
"El ala hacía girar fácilmente a la bola y al niño y los colocaba en la dirección del viento, que, entrando por el agujero de la nuca, hacía sonar la trompeta." Ibid.
"… vi con gran placer, perfectamente pintados a la encáustica, los siete planetas con sus propiedades innatas." Ibid.
"… vi a Cupido con una innumerable caterva de gente de ambos sexos, todos heridos, que se admiraban de que el niño disparara su arco hacia el alto Olimpo". "… Vi a Marte ante el trono de Júpiter lamentándose de que el niño hubiera atravesado su impenetrable coraza; y el benigno señor le mostraba su propio pecho herido …extendiendo el brazo sostenía el siguiente letrero: NADIE." Ibid.
"… hermosísima diosa… con la mano derecha sobre un vaso de sacrificio del que salían llamas, arrojaba flores y rosas, y con la otra sostenía un ramo de mirto. Junto a ella un niño alado con sus hirvientes atributos, y unas palomas." Ibid.
"… coronada de espigas… y vestida como una ninfa, sostenía a la diestra una cornucopia llena de grano maduro y en la otra mano tres espigas. A sus pies yacía un haz de ellas…" Ibid.
"En la parte superior de este altar venerable la ruda imagen del guardián de los huertos, con todos sus atributos propios y adecuados. El misterioso altar estaba cubierto por un umbráculo en forma de cúpula…" Ibid.
"En cuanto a la altura, no puede decirse sino que se observó la regla universal de elevar un templo redondo con la dimensión de su diámetro, pero hay que encontrar también la altura de la ligadura que está sobre el peristilo, es decir de la línea superior de la cornisa." Ibid.
"Conjeturé que este había sido un templo magnífico y maravilloso, de estructura eximia y soberbia, según me había dicho la excelente y esclarecida ninfa, que lo conocía bien." Ibid.
"Las bandas estaban hechas de placas de mármol blanquísimo fijadas al suelo, de tres octavos de anchura, que ceñían a modo de muretes las hierbas que crecían apretadamente coloreando el dibujo: ostentación, por Júpiter, conspicua y agradabilísima a los sentidos." Ibid.
"… marchaban dos sátiros pánicos y procaces, con barbas de macho cabrío… llevaba cada uno un monstruo rudamente tallado en madera y dorado, humano y vestido solamente desde la triple cabeza hasta el diafragma; el resto era un prisma que se adelgazaba hacia la parte de abajo, donde acababa en una base… En vez de brazos tenía unas hojas antiguas, y en el pecho un fruto; en medio del prisma, en su parte más ancha, aparecía el falo erecto." Ibid.
"… trataré primero de la inaudita disposición y felicísima composición del teatro, que sin duda fue realizado milagrosamente y más allá de la capacidad de nuestra imaginación, en forma, como he dicho, de teatro." Ibid.
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Asimismo:
Este lugar delicioso era refugio y morada de los pájaros más raros y hermosos que nunca fueron vistos por ojos humanos, entregados al amor, gorjeando gratísimamente, cantando entre la moderada frondosidad de las ramas cuyo verdor era vivacísimo y nunca caduco. Este bosque bendito, feliz, confortable y frondoso, estaba atravesado por aguas que corrían por canalillos y riachuelos, con murmullo adormecedor, procedentes de las fuentes puras, clarísimas y sagradas. Y aquí, bajo las frescas y densas sombras y la suave inclinación de los árboles, mientras el trino múltiple y agudo de los pájaros corría entre las hojas nuevas, innumerables ninfas y muchachos se proporcionaban unos a otros un discreto placer y, cantando acompañados con antiguos instrumentos, buscaban las sombras más espesas y los lugares apartados, fugitivos del dulce Cupido. Iban cubiertos negligentemente con sutiles vestidos de seda rizados y de tinte semiazafranado, muchos de ellos blancos como cisnes, amarillos y algunos de color violeta, y calzaban con sandalias y zapatos ninfales.
Todos los habitantes de estos lugares de voluptuosidad, al sentir la llegada triunfal de su dueño el arquero Cupido, se presentaron sin demora a venerarle festivamente, excepto estas últimas ninfas. Luego volvieron a su placer propio y continua diversión.
Por último, más allá del mencionado bosquecillo, sin nada entre medio, se hallaba la última escalera de siete gradas, con el orden mencionado; en el escalón superior estaba bellamente cerrada por una columnata semejante en cuanto a estilo y materia a la que antes describí y que se hallaba tras el río. Rodeaba un espacio amplio, despejado y plano, con maravillosos emblemas de mosaico y entrelazos de figuras diversas: anillos, triángulos, cuadrados, conos, óvalos, rombos y escaleras, que se entrelazaban hermosamente, con brillo de espejo y colores variados y extraordinarios.
Y Polifilo prosigue con su visión describiendo la fuente de Venus en el centro del teatro:
Estando la prudente Polia y yo arrodillados amorosamente ante la fuente misteriosa de la madre divina con la adecuada veneración y gran homenaje, sentía yo que me invadía difusamente una dulzura imperceptible que me estremecía, y no sabía qué hacer. Porque, a causa de la amenidad e increíble delicia del lugar, deleitoso más allá de todo lo imaginable por su adorno de verdor primaveral y por las avecillas que volaban trinando por el aire purísimo y por las frescas frondas, sumamente agradables a los sentidos, y oyendo cantar y tocar a las ninfas amorosas, que producían sonidos con sus extraños instrumentos, y viendo sus gestos sagrados y modestos movimientos, ardía en voluptuosidad extrema y mientras yo examinaba cuidadosamente y con curiosidad la invención de este edificio elegante y noble en su diseño y aspirando ávidamente tan desacostumbrada fragancia, ¡por Júpiter inmortal! No sabía a qué sentido atender, aturdido por el placer excesivo, y me acusaba de necedad. Todas aquellas cosas bellas y dulcísimas me ofrecían un placer tanto más agradable y deseable, cuanto que yo comprendía que la celeste Polia participaba de ellas plácidamente y se deleitaba viendo en este lugar la rareza y excelencia de la admirable fuente.7
Se hallaba esta en medio de aquel edificio sobrehumano, construida divinamente de este modo. En el centro de la piedra negrísima y monolítica que constituía por sí sola el pavimento del área del teatro, sobresalía un muro de un pie de altura, de gran perfección y con los adornos adecuados: por fuera era heptagonal y por dentro redondo, teniendo alrededor un pequeño pedestal y un zócalo y plintos y molduras según las reglas del arte y, sobrepuestas ordenadamente sobre el punto medio de los ángulos, las bases de siete columnas provistas de éntasis o vientre y torneadas exquisitamente. Dos de ellas correspondían a la entrada, donde nosotros caímos de rodillas.
Aunque nos sigue contando:
Aquí, entre la columna de zafiro y la esmeralda, colgaba de unas anillas, atada con lazos, una cortinilla de terciopelo, que era la cosa más bella que jamás pudo producir la fecunda naturaleza como más grata a los dioses; su tejido y materia eran tan hermosos que no sabría yo expresarlo; del color del sándalo, brocada con flores bellísimas y tenía sutilmente bordadas en oro cuatro letras griegas: YMHN.8 Ceda ante ésta con toda justicia la cortina admirable enviada a Delfos por los de Samos. Parecía sumamente grata a mi Polia, pues ocultaba, velándola como un precioso tesoro, la presencia majestuosa y divina de la venerable madre. Y estando los dos, Polia y yo, hincados de rodillas e inclinados, el divino señor Cupido dio la flecha de oro a la ninfa Sinesia y le hizo vivas señas de que se la ofreciera a Polia y de que ésta rompiera la nobilísima cortina con la dicha temible saeta. Pero Polia, doliéndose de la orden de desgarrar y dañarla, aunque estuviera sujeta a la autoridad de aquel dios, parecía indecisa, rehusando asentir. En aquel mismo momento el señor ordenó sonriendo a la ninfa Sinesia que se la diera a la ninfa Philedia para que luego ella me la presentase a mí y yo hiciera la penetración, lo que la dulce y purísima Polia no se atrevía a hacer, ya que yo estaba avidísimo de mirar a la santísima Venus; y, apenas toqué el instrumento divino, inflamado ciegamente, emocionadísimo golpeé la cortina violentamente y, al romperse ésta, vi la mirada triste de Polia y la columna de esmeralda pareció ir a fragmentarse completamente en pedazos.
Y en pleno clímax:
… he aquí que de repente vi mostrarse con claridad brotando de la fuente salada la forma divina de Venus, de cuya venerable majestad emanaba deliciosamente toda belleza; apenas aquella aparición inesperada y divina se mostró ante mis ojos, ambos, excitados por una extrema dulzura e impulsados por aquel nuevo placer tan largamente deseado, permanecimos juntos casi en éxtasis, con sagrada admiración…
La divina Venus estaba en pie, desnuda en medio de las aguas transparentes y límpidas, que le cubrían hasta las amplias y divinas caderas y no deformaban la visión de su cuerpo ni lo hacían grueso ni doble ni roto ni corto, sino que se veía completamente íntegro y perfecto como era en sí mismo. Y en el escalón inferior surgía una espuma que olía a almizcle. El cuerpo divino se ofrecía con tanta luz y notable transparencia en su majestad y venerable aspecto como un diamante precioso y resplandeciente brillando a los rayos del sol, compuesto con algo milagroso de una belleza admirable nunca vista ni imaginada entre los humanos.
Aunque:
¡Cielos! de repente comencé a sentir que tenía en las vísceras la dulce quemadura de una llama que se difundía exuberantemente y se propagaba como la hidra de Lerna que me poseía y me llenaba el fuego del amor y se me velaban los ojos! Y sin pausa abrió mi pecho ardiente, más tenaz y mordaz que los serpeantes tentáculos del pulpo y que el tifón que sorbe el agua. Y ahí se depositó el precioso amor y la divina efigie de Polia, para no ser nunca borrada, y con sus nobles, castas y dulcísimas condiciones, se introdujeron en el sujeto preparado para el amor, donde permanecieron dominando eternamente. Y aquella imagen celeste, indeleble y preciosa, quedó impresa firmísimamente, en mí, que como paja seca ardí con súbito y violento fuego como la llama de una antorcha encendida, no permaneciendo ni una partícula de cabello en la que no penetrara la amorosa llama. Y me pareció que me metamorfoseaba, con gran vacilación y lamento de la inteligencia al no poder comprenderlo sino por comparación con lo que ocurrió a Hermafrodita y Salmacia cuando se abrazaban en la viva y fresca fuente y vieron que se transformaban en su mutua mezcla en una sola persona. Y me sentí ni más ni menos que como la infeliz Biblis cuando sentía que sus lágrimas la convertían en la fuente de ¡las ninfas náyades! Así, permaneciendo en las dulcísimas llamas más muerto que vivo y casi sin pulso y cuando, en la suprema dulzura, daba libre curso a mi espíritu para que me abandonara, pensando que me había invadido la epilepsia estando de rodillas, la piadosa Diosa, sosteniendo la concha en el hueco de su mano, cerrando los largos dedos, nos roció con pura agua salada. No como la indignada Diana al infortunado cazador al que convirtió en bestia para que le destrozaran los perros, sino todo lo contrario, volviéndome grato y amable a las ninfas…
Quiero excusarme con el lector por ofrecer sólo estos fragmentos que disminuyen la obra al no representarla totalmente. Es imposible, además, seguir toda la trama donde al final aparece –y desaparece– un dios guerrero (obviamente Marte, y de allí su conexión con la idea de la lucha de Amor de este sueño)9 y tantos otros episodios y menciones que escapan a la posibilidad de intentar un resumen de unos textos que se ocupan de la Belleza –entre otros temas– como esplendor de la Sabiduría. O de cómo la Belleza es puerta de entrada a la Sabiduría por la gracia del Amor.
No he podido siquiera haberme ocupado con precisión de la isla de Citera. Ni de una sola de las múltiples arquitecturas. He espigado aquí y allí con la idea de presentar una muestra del tono y la atmósfera del conjunto, como hemos hecho con otros textos de este libro, dejando que las distintas utopías en tanto que documentos vivos hablaran por sí mismas, sin intérpretes, dada la carga intelectual y emocional que las caracteriza, y aún así, he dejado más de veinte páginas ya seleccionadas de lado en este estudio que trata del simbolismo hermético de las utopías renacentistas del cual El Sueño de Polifilo de Francisco Colonna es uno de los más bellos exponentes, aunque por razones de brevedad no podía explayarme lo suficiente ya que se necesitaría todo un libro para hacerlo.
Te invito entonces a compartir la lectura completa de este vasto monumento –con 171/172 grabados– que fue leído como una enciclopedia renacentista, un tratado de arquitectura, una suma pagana y sobre todo como lo que es, como una gran construcción hermética, donde las energías de los dioses nos guían por el esplendoroso camino del Conocimiento.
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