Las flores
 y los frutos del trópico
 son aparatos asombrosos. La forma del ananá, el árbol
 de la jícara diseñado por el aduanero Rousseau, esas
 flores fragantes, carnosas, repetidas en todos los colores. Las mujeres
 son así: artefactos prodigiosos. Nos avasallan con una vibración
 que encuentra eco en nuestra sangre. Una embriaguez completa que no
 tiene ningún sentido en sí misma sino en la plenitud
 de lo que simboliza.
 
 
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