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Debo cantar la entraña del Amazonas donde fui a parirme por primera vez misteriosamente llamado por una esposa tropical; yo, que no conocía sino la cultura del frío. Informar sobre seres acuáticos y vientos narcóticos en el hálito de la selva; dar cuenta del gigantesco hongo violeta y de aquel negro y dorado, todos venenosos. Insinuar que el espíritu de la foresta es la ayahuasca y decir que ella me inició en los misterios sexuales de mí mismo y del Universo. Que me preparó para vislumbrar a mi princesa indígena, una gigante blanca de piedra, dormida, esperando el momento de alumbrar un mundo, una nueva humanidad y el Mesías.