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Hemos sido invitados a un banquete y llevamos un bocadillo por si acaso. Nos han convidado a un festín y nos contentamos con migajas. Perdonamos a la deidad por sus antiguallas y errores, convencidos de que la pasamos muy bien. Creemos que somos más vivos que los demás, que nadie es mejor que nosotros, cosa muy curiosa e imposible, pues ese es el credo de cada cual compartido por todos. Pasamos el tiempo entretenidos haciendo guiños y morisquetas; el gran detective siguiendo una buena pista, un hilo conductor, ha salido del laberinto de sus dudas guiado por su más alta intuición. Y se ha hallado a sí mismo reconociendo que es la víctima y el asesino.


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