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Unos abominables espíritus amorfos han venido a perturbarme con sus protoplasmáticas excrecencias, residuos psíquicos que encarnan en un mundo contaminado, aguardando el momento señalado con odiosas caras centrífugas. Esa basura manifiesta que está asimismo en nosotros no tiene poder, sino sobre el mundo que las teme como a un amo imposible; esas formas son demasiado semejantes a los intestinos para que les prestemos dedicación exclusiva. Constituyen comunidades cerradas dentro del sistema sanguíneo. Hay que llegar a ellas y despedirse de acuerdo al ritmo del líquido vital que va ascendiendo hacia el corazón, su centro. No recordarlas demasiado, ni prestarles mucha atención, pues ya llegará el momento de retornar a verlas, posiblemente a actuarlas, actualizarlas. Ahora es urgente seguir adelante pues cuentan con una condición particular: cuando se las visualiza literalmente, materializan. Y entonces todo se vuelve pequeño, comenzando por nuestra visión.


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