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Desconocida hasta hoy Asclepigenia, de ti solo tu nombre, tu ascendencia, cómo iba a sospechar que en el Río de la Plata, se encontrara viva tu presencia por efluvios de Proclo el prodigioso varón, hijo de Hermes, insigne recreador de Platón y de la ciencia sagrada. Ni yo mismo creo algo así, me lo impide mi propia desventura mi ignorancia los cuarenta años pasados en la sombra de la caverna, el destierro del Sí que no quita mi visita al Olimpo. Y el tuteo reiterado con los dioses realizado con simples intuiciones y el recuerdo de los arquetipos aprendidos de la mente divina. ¡Magnánimo Proclo, cómo he venido a parar a estos menesteres que no se pueden explicar sino por la locura divina! Llenar quiero mi copa hoy vacía y honrar tu presencia permanente en mí Asclepigenia y en los que están a mi cuidado, milagro de amor no sujeto a las horas, ya que no hay muerte sino simultaneidad en la patria celeste, ni nadie que se niegue a compartirla. Y allí estás tú sencilla y complaciente encarnación de la diosa a tiro de piedra de nuestras necedades y olvidos. Madre del saber (no me has hablado en griego) y la teúrgia, infalible guía en un camino sembrado de horrores e incertidumbres donde tu belleza y tu calor avivan perennemente la llama del deseo de llegar al último puerto, al lugar donde habitas, una vez que tus pares designen que mi menguada labor es ya innecesaria. |
Lectura del texto por el autor en la presentación del libro en la Librería Alibri de Barcelona: |
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