Hoy al despertarme en la mañana, durante el transcurso del día, al levantarme de la siesta, aparecen las manifestaciones de Dios que guardo siempre secretas.
Sus atributos, sus nombres, el de la Creación por la Palabra, la Luz, el Rayo, el Señor de ida y vuelta, el Siempre perenne, el que se autogenera, el Dios que se ignora. El que se recibe a Sí Mismo, el que no sabe quién es, el que no es sin mí. El que siempre te sume en la ignorancia. El escondido. El que No Es, el disfrazado de todas las cosas. El que se inventa a sí mismo.
¿Por qué esto es lo único que me interesa desde siempre?
El esquivo, el siempre presente, el principio y el fin y el Misterio, tú Mismo. Irremplazable, Arquitecto y Constructor del Cosmos, Sujeto y Objeto simultáneo, una Sombra, un vago Recuerdo, un gesto perenne y todo eso y mucho más en el vacío de tu mente que aparentemente no te conduce a nada porque no hay nada ni dónde, ni nunca, ni siempre, ni otra vez, ni lugar posible, aunque esta ignorancia es propia de tu Dios, la del precario Dios de González Frías, el que se acerca alejándose, al que recibes como huésped en tu casa, que no es sino un habitáculo de la suya, dicho todo esto sin demasiada pretensión, antes de que se produzca la distracción y el olvido.
El psicopompo Hermes Trismegisto, Quetzalcóatl, Gucumatz, Viracocha, el Padre Ñamandú, el Primero. El Señor de la quinta dimensión, del Silencio Absoluto. El Ser increado, el Dios es Amor nacido del Caos.
La perfección de las sefiroth de la Cábala hebrea, el de mi esposa la Shekhinah, los nombres divinos del Areopagita, el de la Moreneta, la Pilarica, la Sagrada Virgen de Guadalupe para los que somos guadalupanos, Nuestra Señora de Luján, el Santo Niño de Atocha, el Cristo Negro de Esquipulas, el cura de Ars, Teresita de Lisieux, la bendita ánima de los difuntos. ¿Quién será el gauchito Gil?
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