Cornelio Agrippa (1486-1535) (cont.)
En el segundo libro, titulado La Magia Celeste, Agrippa presenta los ritos y símbolos más sintéticos y universales, y en él se hace muy evidente la presencia de los conocimientos cabalísticos, que incorpora en un discurso repleto de saltos, hendiduras, brillos y lagunas, tal cual los claroscuros de la existencia, sus paradojas y siempre asombrosas analogías. La Matemática sagrada es reconocida por nuestro autor como un vehículo adecuadísimo para remontarse a lo más alto:
Las ciencias matemáticas son tan necesarias para la Magia, y se relacionan tanto con ella, que quienes se dedican a ésta sin emplear aquéllas, no realizan nada de valor, pierden su tiempo, y jamás llegan al fin de sus designios; pues todo lo que existe y se realiza en las cosas de aquí abajo, a través de virtudes naturales, es hecho y conducido o gobernado con número, peso, medida, armonía, movimiento y luz, y todo lo que vemos en las cosas de aquí abajo, toma su raíz y fundamento de allá. (pág. 121).
En esta parte expone la simbólica de los 10 primeros números, confeccionando unas valiosas tablas en las que los relaciona con muchas otras simbólicas, apuntando luego el significado de las decenas, centenas, etc., y centrándose más adelante en el tema de los cuadrados mágicos de los que dice:
Los magos nos proporcionan en sus obras ciertas tablas de los números, distribuidas en los siete planetas, denominadas Tablas sagradas de los Planetas, dotadas de muchas y grandes virtudes de las cosas celestes, en la medida en que representan esa razón o forma divina de los números celestes, impresa sobre las cosas celestes, por las ideas del pensamiento divino, por la razón del alma del mundo, y por la dulcísima armonía y acorde de los rayos celestes, según la proporción de las efigies que significan el concierto de las inteligencias superiores, y que no pueden ser representadas de ningún otro modo que por las figuras de los números y los caracteres. (pág. 172-173).
Ponemos como ejemplo la explicación que da del cuadrado de Saturno y su correspondencia con los Nombres divinos hebreos, lo que repetirá luego para cada uno de los números que van del 4 al 9, que como sabemos se corresponden con Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna respectivamente.
La primera de estas tablas, atribuida a Saturno, está compuesta por un cuadrado de tres columnas, conteniendo nueve números particulares; y en cada columna tres números del lado que se los tome, y mediante las dos diagonales componen el número quince, y la suma total de todos estos números totaliza cuarenta y cinco. Los nombres que forman los números antedichos, extraídos de los nombres divinos, presiden en esa tabla, juntamente con una inteligencia para el bien y un demonio para el mal; y de los mismos números se extrae una figura o rúbrica de Saturno y sus espíritus como los representaremos después aquí sobre su tabla. Se dice que esa tabla grabada sobre una lámina de plomo, que representaba a Saturno afortunado, ayuda en el parto, torna al hombre más seguro y potente, y hace que logre sus demandas en las cortes de príncipes y poderosos; pero si esa tabla está dedicada a Saturno infortunado, es contraria a los edificios, a las plantaciones y cosas semejantes; hace decaer al hombre en honores y dignidades, crea querellas y discordias, y hace dispersar los ejércitos. (pág. 173).
Nombres divinos correspondientes a los números de Saturno:*
3. Ab b)
9. Hod dh
15. Iah hy
15. Hod dwh
45. De cuatro letras extendidas )h w)w )h dwy
45. Agiel. Inteligencia de Saturno l)yg)
45. Zazel. Demonio de Saturno lz)z
En realidad, tanto este libro como el siguiente están impregnados del arte teúrgica conocida por los cabalistas, los egipcios, los neoplatónicos, los neopitagóricos, etc., y hacen alusión a la ciencia de las letras y los números, tan extensa como profunda, por lo que se nos va a disculpar que sólo presentemos algunos ejemplos en los que destaca la importancia de los símbolos de la Cábala, aunque en otros momentos señale sus correspondencias e identidades con las otras formas tradicionales:
Dios dio al hombre el espíritu y el discurso que son, como dice Hermes Trismegisto, la señal de su virtud, de su poder y de su inmortalidad; y dio a través de su omnipotencia y providencia el discurso en diferentes Idiomas, los que, según su diferencia, tienen Caracteres de Escritura propios y diferentes, cierto orden, un número y una figura que no están distribuidos por azar ni por accidente, ni por capricho de los hombres, sino formados divinamente, lo que los hace coincidir y corresponder con los cuerpos celestes, los cuerpos divinos y sus virtudes. Entre todas las señales de los idiomas, la escritura de los hebreos es la más augusta, la más santa y la más sagrada, consistiendo en las figuras de sus caracteres, en los puntos de sus vocales, y los puntos de sus acentos, como parte de su materia, forma y espíritu (…) por ello los sapientísimos mecubales de los hebreos prometen explicar según la figura de estas letras, la forma de sus caracteres, su trazo, su simplicidad, su separación, su giro y rúbrica, su derechura, su irregularidad, su abundancia según sean más grandes o más pequeñas, su coronamiento, su abertura según estén formadas, su disposición, su cambio, su vinculación, los giros de estas letras y los puntos y los acentos; y asimismo prometen explicar cómo todas estas cosas provinieron de la primera causa y deben retornar a ella. (pág. 116-117).
Las letras de los hebreos señalan también los números, pero con muchísima más excelencia que alguna de las otras lenguas, pues hay grandísimos misterios ocultos en los números hebreos, según lo expresado en la parte de la Cábala, llamada Notaricón. Las letras hebreas incluyen veintidós principales, de las cuales cinco tienen al final de la dicción ciertas figuras diferentes, llamadas por ellos las cinco finales, que agregadas a las veintidós, totalizan veintisiete, que luego se dividen en tres grados; las del primer grado indican las unidades; las del segundo, las decenas; las del tercer grado significan las centenas. Pero si cada una de estas letras es escrita con mayúsculas, significa una proporción de millar, como podrá observarse aquí:
3000 2000 1000
g b )
He aquí los números hebreos divididos por clases:
9. 8. 7. 6. 5. 4. 3. 2. 1.
+ x z w h d g b )
90. 80. 70. 60. 50. 40. 30. 20. 10.
c p ( s n m l k y
900. 800. 700. 600. 500. 400. 300. 200. 100.
C P N M K t # r q
Sin embargo, están también los que no utilizan las letras finales y en lugar de ello escriben los números así:
1000. 900. 800. 700. 600. 500.
) ttq tt t# tr tq
Luego se explaya sobre la música, y sobre las proporciones del ser humano como un pequeño universo, y en la riquísima simbólica de la astrología, y en muchos otros temas, hasta desembocar en el tercer libro, La Magia Ceremonial, donde se centra en los ritos teúrgicos de distintos pueblos, y sigue revelando los secretos atesorados en la ciencia de los números y las letras, en sus combinaciones, que en la Cábala se conoce como Tseruf, además de en los Nombres divinos, los de los ángeles, etc., como aquí se refleja:
Los mecubales, o doctores hebreos, extraen de cierto texto del Exodo setenta y dos nombres, tanto de Dios como de los ángeles, que llaman Nombre de setenta y dos letras, y Schemhamphoras, es decir, expositorio. Otros, que van más lejos, relacionan con cada pasaje de las Escrituras tantos nombres divinos que ignoramos enteramente el número y significación. Entre el número de estos nombres, además de los señalados, está el nombre de la esencia divina, Eheie hyh), que Platón tradujo w|1n ; de allí que unos llaman to_ o2n a Dios y otros o( w1|n. Hay otro nombre, Hu )wh, revelado en Isaías, que significa abismo de la divinidad, que los griegos interpretaron como tauto\n, y los latinos idemipsum, el idéntico. Otro es Esch #), que Moisés recibiera y significa fuego. Otro nombre es Na )n, que debe invocarse en las contrariedades y nostalgias. Hay también otro nombre, Iah hy, y el nombre Elion Nwyl), el nombre Macom Mwqm, el nombre Caphu wpk, el nombre Iunon Nnwy, el nombre Emeth tm),, que se interpreta como verdad y es el sello de Dios; y otros dos nombres, Zur rwc, y Aben ambos significan piedra sólida, y el segundo, el Nb), Padre con el Hijo; y muchos otros nombres incluidos en las escalas numéricas del segundo libro. (pág. 270).
Todo esto para Agrippa no es un conocimiento teórico, ni tampoco la puesta en práctica de un "formulario", sino la vivencia de lo que se investiga, de ahí a veces lo extraño de sus conductas, gestos y acciones, que ya no responden a lo que se espera del hombre según una idea particular y preconcebida, sino a la expresión de las indefinidas posibilidades de un ser invisible que se revela a través del ser humano. Por ello Cornelio afirma:
Estos secretos están muy ocultos, son muy difíciles de interpretar científicamente y no es posible entenderlos y enseñarlos en idioma alguno, salvo en hebreo. Pero debido a que los nombres divinos, como dice Platón en Crátilo, están en posesión de los bárbaros, que los recibieron de Dios sin cuya ayuda nadie puede comprender las palabras y nombres verdaderos de Dios, no podemos decir sino lo que Dios nos reveló mediante su pura bondad. Pues son los sacramentos y vehículos de la omnipotencia divina, instituidos no por los hombres ni por los ángeles sino por el gran Dios mismo de cierta manera, según el número y la figura inamovibles de sus caracteres y su estabilidad eterna; respiran la armonía de la divinidad y son santificados por la asistencia divina. Por ello, los poderes celestes temen estos nombres divinos, los infiernos tiemblan, los ángeles los adoran, los cacodemonios se aterrorizan, todas las criaturas los reverencian, todas las religiones los veneran. La observancia religiosa y la invocación piadosa que efectuamos con temor y temblor nos dan gran fuerza y la unión deífica y también el poder para realizar obras y efectos maravillosos sobre la naturaleza. Por ello nadie está autorizado a cambiarlos de manera alguna, ni por razón alguna. (…) Las palabras sagradas no tienen, pues, en función de tales, su fuerza en la boca de los magos sino a través del poder oculto de las divinidades, que opera por su virtud en los espíritus de quienes están apegados a ellas por la fe. La virtud secreta de Dios a través de estos nombres divinos, como a través de vehículos, es transferida en quienes tienen oídos para oír, en quienes se convirtieron en templo y morada de Dios, y se purificaron por el mérito de la fe, por la gran pureza de costumbres y por la invocación de los dioses, tornándose capaces de recibir estas emanaciones divinas. (pág. 271-272).
Para terminar, hemos elegido este canto a todos los poderes, potencias y facultades emanadas del Verbo único:
Hablemos ahora de la palabra o verbo. Mercurio la cree de igual importancia para la inmortalidad; pues la palabra o verbo es la cosa sin la que nada ha sido hecho ni se puede hacer, y además es la expresión de quien expresa y de lo expresado; el decir de quien dice y lo que dice, es la palabra y el verbo; la concepción de quien concibe y lo que concibe, es el verbo, la escritura de quien escribe y lo que escribe, es el verbo; la formación de quien forma y lo que forma, es el verbo; la creación del creador y lo que crea, es el verbo; la hechura del hacedor y lo que hace, es el verbo; la ciencia de quien sabe y lo que sabe, es el verbo. Y todo lo que se puede decir no es sino el verbo, y se llama igualdad; pues hay una relación igual en todas las cosas, una no es más que la otra, acuerda a todas las cosas el derecho de ser lo que son ni más ni menos, se torna sensible y torna sensibles a todas las cosas consigo, así como la luz se torna visible y todas las cosas con ella: por esa razón Mercurio denominaba verbo al hijo luminoso del pensamiento. Pero la concepción por la cual el pensamiento se concibe es el verbo intrínseco engendrado por el pensamiento, es decir, el conocimiento de sí mismo; en cuanto al verbo extrínseco y vocal, es el nacimiento y la manifestación de este verbo, y el espíritu procedente de la boca con sonido y voz que significa algo. Es cierto que nuestra voz, nuestro verbo y nuestra palabra, a menos que estén formados por la voz de Dios, se mezclan en el aire y se desvanecen; pero el soplo y el verbo de Dios persiste con el sentido y la vida que los acompañan. En consecuencia, todos nuestros discursos, todas nuestras palabras, todos los hálitos de nuestra boca y todas nuestras voces carecen de virtud en Magia si no están formados por la voz divina. (pág. 340-341).
Ya hemos señalado que antes de este libro de libros, Agrippa publicó en 1526 De vanitate scientiarum, en el cual criticaba a las ciencias, incluso a las más arcanas. Para muchos esto fue, y es, desconcertante, casi incomprensible, señal hasta de un desequilibrio, pero también puede leerse como una evidencia de la paradójica conjunción de dos modos de encarar la realidad: la que mira por la edificación y constante recreación del ser universal con el soporte de la Vía Simbólica y la que en última instancia niega todo lo manifestado, por determinado y limitado, y puede así vivir la intangible presencia de lo absoluto e infinito. Además, Agrippa aprovecha esta obra para cargar contra el escolasticismo, el academicismo, la erudición vacía, la vanidad y la soberbia humana, o sea, contra todo lo que tiende a menguar y encarcelar lo que nunca podrá ser contenido por nada. Sobre el De vanitate scientiarum dice Yates:
El primer capítulo comienza con una atmósfera hermética "egipcia", con algunas referencias a "Theuth" y "Thamus", que recuerdan el diálogo hermético sobre los misterios de los egipcios. Luego se expone el tema del libro, que es la incertidumbre de los conocimientos del hombre. En la lista de ciencias vanas figuran la gramática, la poesía, el arte de la memoria, la dialéctica, el llullismo, la aritmética, la música, la geometría, la cosmografía, la arquitectura, la astronomía, la magia, la Cábala, la física, la metafísica, la ética, la superstición de los frailes, la medicina, la alquimia, la jurisprudencia. Esta selección de nombres indica el curioso alcance de la obra, que no sólo condena las ciencias ocultas tales como la magia, la Cábala o la alquimia, sino también las ciencias numéricas, la aritmética, la geometría, la arquitectura y la astronomía, así como la física y la metafísica y la estructura intelectual de la tradición escolástica. Y la alusión a la "superstición de los frailes" indica que el autor escribió esto cuando los vientos de la Reforma comenzaban a soplar.298
La advertencia es clara. Nadie accede al Conocimiento por méritos propios, ni lo pierde o no lo encuentra por culpa de sus faltas; esta es la visión siempre dual, restringida y casi paralizante del oficialismo exotérico, ya sea religioso o social. Tampoco el saber es propiedad particular, ni es el individuo quien lo alcanza, sino que se trata de un don gratuito, del Intelecto o Espíritu universal que se revela en el alma del que lo invoca. Alma que puede ser la cárcel más lúgubre si pretende aprisionar a las potencias universales, o bien un vergel inmenso en el que todas ellas germinan, florecen y dan frutos, renaciendo perennemente en una danza cíclica en torno al centro tácito que "convive" con la misteriosa presencia del Misterio insondable.
Además, no podemos dejar de reconocer en el burilado de esta obra una ingeniosa estrategia, ya que para criticar las ciencias primero las explica en detalle, advirtiendo de los peligros, desviaciones e incluso subversiones a las que se han visto sometidas. Por otra parte parece también un alegato para defenderse contra las acusaciones de herejía que recayeron sobre su persona; por ello va anunciando en muchas de sus páginas que sólo en Cristo está la verdad, y en el nombre IESU,299 lo que nos parece una nueva demostración de su pensamiento universal –tal como sucede igualmente en Pico, Reuchlin y otros–, y no tanto una afiliación o sumisión de tipo religioso (aunque así quiera hacerlo creer a la curia que lo persigue). Sobre la Cábala dice cosas como las que siguen:
El arte, según se dice, es muy antiguo, pero en cuanto a su nombre ha permanecido desconocido hasta los tiempos más recientes, cuando ha sido puesto en uso entre los cristianos. La doctrina y ciencia de éste se enseña doblemente o tiene dos partes: una dicha de Bereshit, llamada también cosmología: es la que explica la virtud de las cosas creadas, naturales y celestes, expone y da a entender los secretos de la Ley de la Biblia por razones filosóficas. Por esta razón, según mi parecer, no se diferencia en nada de la Magia natural, en la que es muy creíble que Salomón fuera muy experto, puesto que leemos en las historias sagradas de los hebreos que solía hablar del cedro del Líbano y del hisopo, de los caballos y las bestias de cuatro patas, de los pájaros, de las serpientes y de los peces, todas ellas cosas que pueden portar en sí virtudes mágicas. Según ésta, Moisés el Egipcio, entre los modernos hebreos, ha hecho exposiciones sobre los cinco libros de Moisés y ha sido seguido e imitado por otros Talmudistas. La otra parte de este arte se denomina Mercabah y trata de las virtudes más altas, angélicas y divinas, de las contemplaciones de los nombres y signos sagrados, casi como una Teología alegórica o enigmática que consiste en notas y marcas, en la cual todas las letras, números, figuras y nombres, los vértices y ángulos de las letras, trazos, líneas, puntos y acentos denotan y significan grandes misterios de cosas muy profundas y escondidas.300
Aunque tras explicarla, luego la desprestigia y rechaza; entonces, ¿cómo salir de la dualidad con la que Agrippa parece jugar constantemente?
El mismo da la respuesta; sólo el mago se libera, pero eso sí, pasando por todos los conflictos, abriéndose a las revoluciones y estremecimientos de todas las potencias universales, dejándose devorar por los dioses, amándolos y siendo amado por ellos, tocando todos los extremos, traspasando los límites tras haberlos conocido, despojándose de ataduras y velos, y orientándose siempre hacia la piedra angular que es la única salida del Cosmos. En una carta que envió a un amigo suyo y que ha recogido F. Secret en su Hermétisme et Kabbale301 le dice:
Veo que sabes que todos los que profesan la magia trabajan en vano, a excepción de aquellos que habiendo remontando el binario, saben relacionar el ternario con el cuaternario en la mónada, ya que la unidad se presenta una vez en el binario; si esta unidad es extraída de lo que permanece en la recta línea de su orden "per saccum", entonces el cuaternario pasa a la sociedad más pura de la mónada.
Y abundando en este tema, en el que hemos centrado este acápite de Agrippa, recogemos las siguientes citas de su opúsculo La Magia de Arbatel,302 donde es más que evidente su constante referencia a la Unidad subyacente en los indefinidos ropajes simbólicos en los que se apoya la teúrgia:
Aforismo XIII.– Dios es el Dios vivo y todo lo que vive, vive en él. El es verdaderamente IHVH (hwhy) que se esparce en todas las cosas para que sean lo que son, y con una sola palabra de su boca ha manifestado por su hijo todo lo que es para que sea. Ha dado a todas las estrellas y a todo el ejército del cielo sus nombres propios. Aquel a quien Dios revele los nombres de sus criaturas, conocerá la naturaleza de las cosas y sus verdaderas virtudes, el orden y la armonía de toda la creación visible e invisible. Pero queda recibir de Dios el poder de manifestar las virtudes y hacerlas pasar de la potencia al acto, de las tinieblas a la luz, en la naturaleza y en la creación universal. Por lo tanto tu fin ha de ser conocer el nombre de los espíritus, es decir, sus funciones y sus poderes para que, con la ayuda de Dios, su fuerza venga a juntarse y a sujetarse a la tuya. (pág. 78).
En primer lugar hay que precisar qué es lo que entendemos por mago a lo largo de esta obra. Para nosotros es aquel a quien, por gracia divina, obedecen las esencias espirituales manifestadas con el fin de darle a conocer el conjunto del universo y las cosas contenidas en él tanto visibles como invisibles. Esta definición es muy amplia y de carácter universal. (pág. 121).
El verdadero mago divino puede tener a su servicio, con un solo gesto de su mano, los gobernadores del mundo y de todas las criaturas. Los gobernadores del mundo le obedecen, acuden a su conjuro, ejecutan sus órdenes; pero sólo Dios es el autor de estos milagros. Así fue como Josué paró el sol en los cielos. (pág. 82).
Toda magia es la revelación de una clase de espíritu cuya ciencia propia es esta magia. Así las nueve Musas incitaron a Hesíodo a la magia novenaria como cuenta él mismo en la Teogonía; así el genio Ulises inició a Homero como lo prueba su Psigiogagie; Hermes fue instruido por el espíritu del alma de las alturas; Moisés por el mismo Dios en la zarza ardiente; los tres Magos que vinieron a Jerusalén a buscar a Cristo, por el ángel del Señor que los conducía; Daniel por los ángeles del Señor.
Por lo tanto que nadie se vanaglorie de poseer la magia por sí mismo. Sólo la misericordia de Dios o algún otro destino espiritual pueden hacer que se adquiera. Este es el origen, esta es la causa del desarrollo de toda magia sea buena o mala. (pág. 131-132).
Y aquí van los tres primeros aforismos de un total de siete en los que sienta los fundamentos de este arte o ciencia de las simpatías:
Aforismo I.– Que quien quiera conocer los secretos sepa primero guardar secretamente los secretos; que selle lo que debe ser sellado, que no dé a los perros lo que es sagrado y que no arroje perlas a los puercos. Observa estas leyes y los ojos de tu alma se abrirán a la comprensión de los secretos, escucharás una voz divina que te revelará todo lo que tu alma haya deseado. Tendrás mensajes de los ángeles de Dios y servicios perfectos de los espíritus existentes en la naturaleza tal como no los puede desear ningún humano.
Aforismo II.– Invoca en toda cosa el Nombre del Señor y no comiences acción ni meditación alguna, sin haberlo invocado por su hijo único. Pero utiliza a los espíritus que te han sido dados o atribuidos como servidores, sin temeridad ni presunción, con el respeto debido al Señor de los espíritus. Considéralos como emanaciones de Dios y trabaja pacíficamente el resto de tus días honrando a Dios y mejorándote a ti mismo y a tu prójimo.
Aforismo III.– Vive para ti y para las Musas, evita la amistad de la multitud, sé avaro de tu tiempo, benefactor para todos, manifiesta tus cualidades, vela por tu vocación; que nunca se aleje de tu boca el Verbo de Dios. (pág. 55-56).
En cuanto a los preparativos necesarios para el estudio de la magia, dice:
1.– Que el neófito busque día y noche cómo elevarse al conocimiento del verdadero Dios, bien por el Verbo revelado y desde ahí hasta la creación, bien por la escala de la creación y de las criaturas, bien por los admirables efectos que producen las criaturas visibles e invisibles de Dios.
2.– Que busque cuál es el camino por el que el hombre puede descender a sí mismo y que trabaje en conocerse lo mejor posible, que aprenda lo que en él hay de mortal y lo que hay de inmortal, lo que en cada una de las partes le es común y lo que es especial.
3.– Que mediante su ser inmortal aprenda a cultivar, a amar y a respetar al Eterno. Después que haga lo que sabe del agrado de Dios y lo que es útil a su prójimo, mediante su ser mortal. (pág. 117).
Parece que su ser mortal volvió a la tierra en 1535, en Grenoble, después de haber sufrido prisión en Bélgica y también en Francia, y rechazos e incomprensiones hasta el último momento. Pero sobre lo inmortal, ¿qué se podría decir? En todo caso, existencias como estas no dejan a nadie indiferente, y aún algunos posteriormente asumirán el papel de magos sin oponer resistencia, deviniendo los nuevos teúrgos de esta carrera de relevos que siempre va ascendiendo los círculos concéntricos hasta el Centro en su proyección vertical hacia la auténtica y abismal realidad del No-Ser. |