PRESENCIA VIVA DE LA CÁBALA II
LA CÁBALA CRISTIANA

FEDERICO GONZALEZ - MIREIA VALLS

Grabado de una torre en forma de athanor 1526
Grabado de Avqat rokel, Rimini, 1526.

CAPITULO IV
LA CABALA EN ITALIA (3)

Francesco Zorzi (cont.)
Las obras de Zorzi, y concretamente De Harmonia Mundi son difíciles de encontrar en los fondos bibliotecarios europeos. Lo mismo sucede con la traducción de ésta última al francés por Guy Le Fèvre de la Boderie, de la que existe una única edición facsímil de 1978. Escogemos al azar el Proemio del Cántico 3, donde los nombres de autores consignados al margen son: Proclo, Boecio, Pitágoras, Academia, Platón, y en el folio siguiente, Orfeo, Pitágoras, Estoicos, Platón, Porfirio, Jámblico, Proclo, Siria, Isaías, Ezequiel, Juan, Moisés, etc., etc., los que se alternan a lo largo de las páginas indicándonos claramente por dónde va el orden de la presentación y en qué línea filosófica y teosófica se afirma.

Volvamos a Giulio Busi quien dando un ejemplo explica:

Es en este momento de su argumentación cuando Zorzi introduce la palabra hebrea para el sol, diciendo que "Los judíos (le llaman) shemesh, que puede ser apropiadamente interpretado como la cosa cuyo principio es la luz y (que obtiene) su beneficio de sí mismo". Esta definición, bastante difícil de comprender, representa la esencia de la discusión de Zorzi sobre el sol. Está claro que la traducción "apropiada" no traduce ningún simple término hebreo. En vez de transponer el hebreo al latín, Zorzi está tratando de transferir toda la riqueza de su erudición en las tres letras que componen la palabra shemesh. En este caso, como sucede frecuentemente con sus etimologías hebreas, Zorzi utiliza la Lengua Sagrada como una especie de fórmula algebraica que expresa concisamente un largo itinerario simbólico. Desde su punto de vista, las tres consonantes hebreas, shin, mem, shin, que –juntas con las dos vocales segol– físicamente crean la palabra shemesh, contienen la soledad del sol en medio del cielo, así como su valor como símbolo de la trascendencia de Dios y el fuego sin fin que arde en el cielo. La concepción que sustenta este análisis lingüístico es uno de los principales aspectos de la Cábala cristiana de Zorzi. Lo que Zorzi ve en la lengua hebrea es una oportunidad para sintetizar, en un sola palabra, muchos diferentes aspectos de la realidad: la armonía de las vocales y los vínculos que anudan las consonantes son considerados el espejo más cercano a la naturaleza.

Asimismo:

A través de los años, Zorzi desarrolló una gran habilidad para utilizar la combinación de palabras hebreas como una herramienta demostrativa para sus teorías. Particularmente interesante es el caso de la división tripartita del alma, que constituye un tema central de la De harmonia mundi así como de Problemata y del Elegante Poema. En la mente de Zorzi, el alma humana puede dividirse en tres partes que llevan diferentes nombres y corresponden a diferentes niveles de la realidad. Esta triple división del alma, lejos de ser una mera repetición de la idea aristotélica, a saber, vegetativa, sensitiva e intelectual, es presentada por Zorzi como una alternativa a la visión peripatética. Él manifiesta explícitamente que está siguiendo las fuentes neoplatónicas y judías: "Plotino –escribe en su De Harmonia mundi– distingue tres niveles en el hombre: el más alto, el más bajo y el de en medio. El más alto es el nivel divino... El más bajo es el llamado por Pablo el 'hombre animal'. El de en medio es el alma, o espíritu, que conecta a los dos. Los judíos unánimemente les llaman nefesh, ruach, neshamah". Uniendo la distinción de Plotino con las palabras judías para el alma, Zorzi toma a nefesh como refiriéndose al alma viviente, mientras concibe a ruach como el hálito de vida, o el espíritu, atribuyéndole a neshamah la cualidad más alta del alma inmortal.

Tal cual lo han establecido numerosos adeptos y nos lo señala el autor de este digesto que tanto interés despertó en Venecia y posteriormente en Italia y toda Europa, el bagaje de la tradición hebrea pasa nuevamente a conformar nuestra cultura difundiendo el extraordinario legado hermético-cabalístico al punto que la Cábala hebrea ha sido moda en diferentes períodos del Occidente medieval, renacentista y moderno, haciendo la salvedad de que a partir del siglo XV la Cábala deja de ser exclusivamente judía y es incorporada al acervo de gentiles y cristianos, los que priman en su manejo y recta utilización hasta el siglo XX en que surge la investigación histórica del tema encabezada por la extraordinaria figura de G. Scholem y una nube de investigadores judíos que le acompañan y siguen su metodología de corte académico moderno basada en la "asepsia", objetiva y laica, a veces encubridora de la simple ignorancia y engaño "universitario" y filosófico, la moneda corriente en las "academias" de hoy día, donde se disputan las mediocres sobras de un banquete en el que jamás han participado.

Otra cosa muy distinta sucedió en ese espacio de tiempo, donde numerosos centros de enseñanza resurgieron o se renovaron al empaparse de esas fuentes griegas y hebreas imbuidas de magia y teúrgia, además de toda la revitalización del saber que se alimentó con nuevas publicaciones de manuscritos traídos de todas partes que se traducían y estimulaban así la redacción de otros tantos tratados. También mencionar el sin fin de expresiones culturales que incluían desde reuniones en las que se conjugaba la música con la danza y la poesía, a todo tipo de juegos y divertimentos, o animaciones teatrales que requerían la ejecución de decorados, vestuarios, joyas, sin olvidar la construcción de los palacios, y sus revestimientos pictóricos, mobiliario, etc., de todo lo cual Venecia fue uno de sus máximos exponentes. Además devino la sede de una de las principales casas editoriales del momento, la de Daniel Bomberg (?-c. 1549-1553), el cual destacó por ser de los primeros editores de libros hebreos. Pronto dejó su Amberes natal y se afincó en Venecia, donde instaló su taller, dada la gran afluencia de marchantes de libros que pasaban por la ciudad. Interesado por la lengua hebrea, y tras estudiarla con Felice da Prato, publicó ediciones del Pentateuco y de la Biblia Hebrea, y se sabe de su gran interés por la Cábala. Es el primero en editar la Biblia rabínica Mikra'ot Gedolot, así como la primera edición completa de los dos Talmuds con la aprobación del Papa León X, y en 1516 obtiene el privilegio de editar en hebreo libros de judíos de diversas disciplinas. Por su casa pasaron los principales personajes que estamos visitando y que nos visitarán en adelante, deviniendo un potente faro para la difusión de la cultura hebrea incluida la Cábala, y su tarea fue secundada por editores de otros lugares, como Plantino, Fine, Oporin, y después de Bry, etc. Aunque sea anticiparnos a ciertos autores, y para hacernos una idea del ambiente que se respiraba en la residencia de Bomberg, citamos del libro Vie et caractère de Guillaume Postel de Weill:176

Es en casa de Bomberg donde Postel conoce a Elías Levita, como atestigua en el "Alfabeto de 12 lenguas". Y es también en casa de Bomberg, donde conoce a Teseo Ambroggio, de la familia de los Condes de Albonese, canónigo de Letrán, quien, desde 1512, había sido encargado de traducir del caldaico la liturgia de la Iglesia siríaca. Es amigo del Dominico Agostino Giustiniani, que vino a París a enseñar el hebreo y publicó su Occtaplum Psalterii, amigo de Abraham de Balmes, de J. Potken que publicó un salterio etíope, amigo del cardenal Egidio de Viterbo, de quien publicará muchas páginas de su tratado de cábala, "Libellus de literis sanctis". Teseo Ambroggio ha sido el maestro de siríaco de Johann Albrecht von Widmanstetter, un protegido del cardenal Egidio de Viterbo, que editará en 1555 en Viena el "Nuevo Testamento siríaco", en el que colaborará Postel. Ambroggio, víctima como muchos otros eruditos de la época, especialmente Elías Levita, de los desórdenes de la guerra, ha perdido muchos documentos lingüísticos recogidos para la obra que prepara. En su "Introductio in chaldaicam linguam", contará cómo interrogó en casa de Bomberg al joven viajero francés, a quien llama "Postellus Ambolateus doctor medicinae", y quien además del latín, el griego y el hebreo aprendidos en Francia, maneja letras púnicas, árabes, armenias, samaritanas e indias. Ambroggio le muestra el Salterio siríaco, caldaico y árabe que ha reencontrado, después del saqueo, en la tienda de un artesano, sus Horas en armenio, y todos sus alfabetos de los Jacobitas, de los Coptos, de los Georgianos. Le invita a venir a su casa en Ferrara…

Pero antes debemos dirigirnos a Roma, donde el esoterismo y el pensamiento hermético, es decir la Sabiduría, llega al colegio cardenalicio, e incluso dos veces netamente al papado en una ciudad donde conviven las artes y las ciencias tradicionales también en las academias, y donde León Battista Alberti177 ocupó un cargo fundamental durante treinta años antes de trasladarse a Florencia. Por lo que a la Academia de Ficino se sumó el colegio cardenalicio como foco de sabiduría y de energía viva, así como también sucedía en Ferrara, Pavía,178 Mantua y en todas las cortes y ciudades italianas, donde prendió tan fuerte lo esotérico cabalístico.

Emanuela Kretzulesco-Quaranta nos cuenta en Los Jardines del sueño:179

Una época de violencia y de "lenguas arrancadas" (reducidas al silencio por la tortura y la muerte de un grupo de hombres) marcó el fin de la Academia romana, cuyas actividades y existencia se remontaban a los prelados del entorno de Nicolás V y de su heredero espiritual, Pío II. Bajo el pontificado de Nicolás V (1447-1455), el genio de los cardenales Nicolás de Cusa, Bessarion, Prospero Colonna y Enea Silvio Piccolomini atrajo a la corte vaticana a los mejores cerebros de la época. Una primera Academia bessaroniana se reunía en la casa del cardenal Bessarion (muerto en 1472). Hubo también una agrupación, que se llamó Academia romana, en torno al humanista Pomponio Leto. Pero un célebre proceso terminó con estas primeras agrupaciones académicas romanas en 1468, bajo Pablo II. Ya había habido, sin embargo, antes de llegar al proceso de 1468 –desde 1466–, arrestos e interrogatorios a humanistas pertenecientes a la Academia romana. Fue en 1466 cuando Leon Battista Alberti, habiendo perdido el cargo de abreviador apostólico del que vivía desde hacía treinta años, optó por refugiarse en Florencia, con los Médicis. Esta decisión del arquitecto que había figurado en el entorno de Nicolás V y del cardenal Colonna suponía "elegir la libertad"; quizá incluso la vida. Los vientos habían cambiado en 1464: una fecha digna de ser retenida. El año anterior (1463) y ese mismo año, murieron de la misma enfermedad, diagnosticada como "la podagra" (en realidad, se trataba de un mal sospechoso que atacaba a los huesos), los tres prelados más altos de la Iglesia: Prospero Colonna, a los sesenta y tres años; el cardenal de Cusa, a la misma edad; y el papa Pío II Piccolomini, a los cincuenta y nueve. Se podría hablar de funestas coincidencias, pero se da la circunstancia de que las tres desapariciones conllevaban un cambio de rumbo en el seno de la Curia frente al problema del poder temporal.

Desde luego todo el mundo pasa por Roma, principalmente porque muchos cabalistas cristianos y judíos conversos eran sacerdotes católicos y llegaban otros sacerdotes de otras partes del mundo y se facilitaba así el contacto intelectual, la recomendación de libros, la tertulia, el arte, las fiestas y sus refinados modos de manifestarse, donde eran cotidianas las poesías, los epigramas, los mensajes y los pensamientos en los carnés de baile, billetes amorosos, frases apasionadas, o simples galanterías que heredó el romanticismo y la burguesía de los siglos XIX y XX, como los juegos de salón y mesa, el canto, la música, etc. Lo que se entiende por cultura de corte. Situación que crea grandes facilidades para conocer gentes, ideas, libros y participar de todo ello en cualquier medida, lo que es una gracia, derivada de una entidad que se manifestó en una forma espectacular en esa época y generó un ambiente intelectual-espiritual en toda Italia y que se contagió luego a Alemania, Francia y posteriormente a España e Inglaterra, y durante tres siglos y medio fue la cultura dominante en esos países. Referido a Roma y a lo que narra E. Kretzulesco-Quaranta al respecto, que es verdadero, no se contrapone con el hecho de que una generación después reviva el pensamiento esotérico en la figura, nuevamente, de un cardenal de la Iglesia Católica, Egidio de Viterbo que participó directamente en materia de Cábala de la que, como sabemos, era cultor.



NOTAS
176 Georges Weill y François Secret, Vie et caractère de Guillaume Postel. Archè, Milán, 1987, pág. 39-40.
177 León Battista Alberti (Génova 1404-Roma 1472), gran arquitecto y tratadista se sumó a esa labor, pues su amplitud de miras fue muy grande, y de él nos dice E. Garín en su "El filósofo y el mago" de El hombre del Renacimiento. Alianza Editorial, Madrid, 1993, pág. 185-186: "Alberti, tal y como lo muestran claramente sus obras, está bien informado en el plano filosófico, y además afronta en cada plano concreto de investigación problemas teóricos y cuestiones técnicas precisas, ya se trate de la "perspectiva" o de los "juegos matemáticos", ya se ocupe de cuestiones astronómicas o de problemas de óptica. De otra parte, si su interés más fuerte y su investigación más fecunda en el ámbito de las ciencias morales, también abarca desde estructuras arquitectónicas de ciudades y villas hasta el sentido de la vida, su ambición es enciclopédica con miras a una concepción global de la realidad, a una filosofía en suma. La sangrante ironía del Monus en el fondo lo declara abiertamente. Era, se sobreentiende, una aspiración común de los artistas. La pintura –pero no fue diferente en otras artes–, teniendo por objeto el mundo en su totalidad, implica un conocimiento universal y también una filosofía".
178 En este sentido, Jacobo Ammannati, cardenal de Pavía, secretario apostólico de Pío II y amigo del Cardenal Bessarion, también participó de ese colegio cardenalicio y fue figura clave para Pavía, así como lo fue igualmente Egidio para Viterbo.
179 Emanuela Kretzulesco-Quaranta, Los Jardines del sueño. Ediciones Siruela, Madrid, 1996, pág. 41.