Los Hasidim
Luzzatto inaugura el período más reciente de la expresión de la Cábala. En parte, gracias al impulso, rigor y gran labor de escritura de este cabalista, el corazón de la tradición judía ha palpitado hasta nuestros días, adoptando en los dos últimos siglos unas formas bien sorprendentes de transmisión, acompasadas al acercamiento del fin de este ciclo cósmico, lo que ha puesto el acento en cuestiones fundamentales como la restauración y la unificación de todos los mundos en su unidad esencial –proceso que se corresponde con el de la realización espiritual del iniciado– e igualmente en el siempre anhelado advenimiento del Mesías, que no deja de ser otro símbolo de la restitución interna del estado de conciencia de unidad, aunque además ello no excluya la encarnación de la plenitud del Verbo tan esperada por el pueblo judío, análoga a la parusía cristiana. En este sentido, el sabhetaísmo, encabezado por Shabbetay Tsebí (1625-1676) –el cual se consideró a sí mismo el encargado de una misión mesiánica secundada por su profeta Natán de Gaza–, representó en el siglo XVII una expresión de esa aspiración, así como del deseo de renovación de los petrificados esquemas de la ortodoxia judía, pero dicho personaje y sobre todo sus seguidores mezclaron esos propósitos con intenciones particulares, cometiendo serias desviaciones doctrinales que desembocaron rápidamente en una gran perversión e inversión tradicional, acabando por sucumbir.
Es a mediados del siglo XVIII que emerge con fuerza el hasidismo, movimiento con grandes connotaciones de tipo religioso y popular que prendió con fuerza en los países del este de Europa (Polonia y Ucrania). Sobre el sustrato de un pueblo desarraigado por la prolongada diáspora, castigado por las guerras, relegado a la tareas más humildes allí donde vivía, y con claros signos de olvido de la esencia de su tradición, la Cábala y su transmisión adoptó unas maneras asombrosas, que huyeron del intelectualismo y la erudición y se impregnaron en seres humildes, arrebatados por un furor mistérico que se reveló en el seno de las diversas comunidades judías de los pueblos y aldeas de aquella geografía, las cuales se contagiaron del entusiasmo y fervor de sus promotores. Pero ante esta exteriorización y protagonismo del maestro entorno al cual se reúne la colectividad, cabe señalar que sus fundadores nunca pretendieron acaparar poder personal o grupal, lo que no quiere decir que en otros casos ciertos pretendidos hasidim cayeran en ese error, y desconociendo las posibilidades de orden esotérico, pusieran sólo el acento en las cuestiones de tipo sentimental exacerbado, devocional o piadoso –elementos típicos de lo exotérico-religioso–, o bien ahogaran ese ímpetu inicial en el racionalismo, lo que ya veremos más adelante. Pero lo cierto es que en los albores de dicha corriente, la enseñanza más interna se vuelca hacia fuera y se encarna en la figura del tzadik (el justo, el probado), cabeza de las diversas congregaciones de hasidim (los devotos), lo que provoca una explosión de aire regenerador en la forma de transmisión y vivencia de las verdades espirituales y eternas.
G. Scholem estudió en profundidad el hasidismo en varias de sus obras, dedicando la novena conferencia de su Las grandes tendencias de la mística judía a esta última etapa del esoterismo judío. En ella explica, entre otras cosas, que lo revolucionario del movimiento no consistió en sus aportaciones doctrinales (de hecho muchos hasidim estaban empapados en ella y se consideraban herederos de la Cábala luriánica) sino en la forma como dieron vida a esas enseñanzas282:
Lo que realmente adquirió importancia fue el sentido de la vida personal en la mística. El hasidismo es el misticismo práctico en su más alto nivel. Casi todas las ideas cabalísticas están ahora relacionadas con los valores propios de la vida individual, y aquéllas que no lo están, se vuelven vacías e ineficaces. Se pone un acento especial en las ideas y conceptos que se refieren a la relación entre los individuos y Dios. Todo eso gira alrededor del concepto de lo que los cabalistas llaman debecut, cuyo significado he intentado explicar en las conferencias anteriores. Los relativamente escasos términos de expresión religiosa que provienen del hasidismo, tales como hitlahabut, «entusiasmo» o «éxtasis», o Hithazkut, «autosustentación», están relacionados con esta esfera.
Y añade:
En resumen, la originalidad del hasidismo radica en el hecho de que los místicos que alcanzaron su objetivo espiritual –que, en términos cabalísticos, descubrieron el secreto de la verdadera debecut— se dirigieron al pueblo con su conocimiento místico, con su «cabalismo convertido en ethos» y, en lugar de cultivar el misterio de la más personal de todas las experiencias, se dispusieron a enseñar su secreto a todos los hombres de buena voluntad.
La vida del tzadik se convierte en el centro aglutinador y en la fuente de vida de una pequeña comunidad y adquiere la dimensión de mito vivo; es el misterio expresando sus múltiples rostros o facetas a través de cada uno de estos iluminados, lo que hace difícil, y de hecho es imposible, buscar una unidad formal entre ellos. Tal como expresa Buber en la introducción a su obra Cuentos Jasídicos 283:
El nuevo ideal de líder religioso, el tsaddic, difiere del ideal tradicional del judaísmo rabínico –el talmid hajam o estudiante de la Torá– principalmente porque él mismo «se ha convertido en la Torá». Ya no es su conocimiento, sino su vida, lo que proporciona un valor religioso a su personalidad. El es la encarnación viva de la Torá. Inevitablemente, la concepción mística original de las profundidades insondables de la Torá fue luego aplicada a la personalidad del santo y, en consecuencia, se demostró rápidamente que los distintos grupos del hasidismo tenían diferentes características, de acuerdo con el tipo particular de santo en el que buscaban orientación: es muy difícil establecer un tipo común. En la evolución del hasidismo encontraron un lugar los extremos opuestos, y las diferencias entre la judería lituana, polaca, de Galitsia y la del sur de Rusia, se reflejaban en las personalidades de los santos alrededor de los cuales se agrupaban, lo que no quiere decir que el tsaddic estuviese siempre en perfecta armonía con su ambiente.
Pero estos santos hombres, muchos de ellos verdaderos iniciados (aunque no todos pues algunos no traspasaron el umbral religioso-moral-social), sí reconocieron el centro único que era el origen de esas dispares manifestaciones de lo sacro. He aquí el testimonio de dos de estos tsadikim:
Rabí Leib, hijo de Sara, el tzadik errante, solía visitar a Rabí Pinjas varias veces al año. Ambos discrepaban en lo que concierne a los asuntos terrenales porque, mientras Rabí Leib realizaba su obra andando por el mundo, Rabí Pinjas pensaba que nadie puede cumplir su tarea de manera satisfactoria si no es en el lugar que le ha sido señalado. Pero al despedirse siempre decía a su amigo: «Nunca estaremos de acuerdo, pero tu trabajo tiene al cielo como meta y mi trabajo tiene al cielo como meta. Y eso nos une y lo que ambos hacemos es una sola y única cosa». (op. cit.)
Este acento en la vehiculación de la doctrina a través de la experiencia vital del adepto es un arma de doble filo: camino recto para quien sabe vivirlo en su sentido más alto y es capaz de leer esta vida ejemplar en clave simbólica, o sea como reveladora de pautas esotéricas, o por el contrario muy peligroso para el que sólo ansía hacerse con el manejo de pequeños poderes, o para el que busca apoyos emocionales, o incluso para el que aspira a la salvación individual, pues con ello se está cortando las alas de la plena liberación. Por eso los auténticos santos o iniciados siempre advirtieron acerca de las garras mortíferas de la confusión entre el símbolo y lo simbolizado y zarandearon a los que querían rebajar el piso de la realización espiritual. Dice Scholem en su obra citada anteriormente:
Así, cuando le preguntaron a un gran tsaddic por qué no seguía el ejemplo de su maestro, y vivía como él lo había hecho, contestó: «Por el contrario, yo sigo su ejemplo, pues yo también lo abandono tal como él abandonó a su maestro.»
Y así es como el fundador del hasidismo moderno, el Baal Shem Tov, aguijonea a la vana erudición y promueve el despertar de la intuición intelectual:
Rabí Ber era un erudito sagaz, versado por igual en las enredadas cuestiones de la Guemará y en las profundidades de la Cábala. Como oyera una vez y otra hablar del Baal Shem decidió finalmente ir hacia él a fin de comprobar por sí mismo si su gran reputación estaba justificada por su sabiduría.
Cuando llegó a la casa del maestro se paró frente a él, lo saludó y –antes de haberlo mirado realmente– se dispuso a escuchar las enseñanzas que brotarían de sus labios para examinarlas y sopesarlas. Pero el Baal Shem le contó solamente que una vez había viajado por el páramo durante días careciendo de pan para alimentar a su cochero. Pero un campesino acertó a pasar por allí y le vendió pan. Y con esto el Baal Shem despidió a su visitante.
A la noche siguiente volvió el maguid a lo del Baal Shem pensando que ahora, con certeza, habría de escuchar alguna de sus enseñanzas. Pero todo lo que Rabí Israel le dijo fue que una vez, mientras se hallaba en el camino, sin heno para sus caballos, llegó un labrador y dio de comer a los animales. El maguid no sabía qué hacer con estas historias. Pero estaba bien seguro que era inútil esperar a que ese hombre pronunciara sabias palabras.
Al llegar a la posada ordenó a su sirviente que preparara el viaje de regreso; quería partir tan pronto como la luna dispersara las nubes. Aclaró alrededor de media noche. Entonces llegó un mensajero del Baal Shem diciendo que Rabí Ber debía presentarse a él en ese mismo momento. Y fue de inmediato. El Baal Shem lo recibió en su cámara. «¿Eres versado en la Cábala?», le preguntó. El maguid dijo que lo era. «Toma este libro que se llama el Arbol de la Vida 284. Abrelo y lee». El maguid leyó. «¡Ahora piensa!» El pensó. «¡Explica!» Y explicó el pasaje que trata de la naturaleza de los ángeles. «No tienes verdadero conocimiento» –dijo el Baal Shem–. «¡Levántate!» El maguid se puso de pie y el Baal Shem se paró ante él y recitó el pasaje. Entonces, frente a los ojos de Rabí Ber, el cuarto se envolvió en llamas y a través del fuego él oyó el rumor de los ángeles hasta que sus sentidos lo abandonaron. Cuando despertó, el cuarto estaba tal como lo viera al entrar. El Baal Shem, parado a su lado, dijo: «Tú explicas correctamente pero no tienes verdadero conocimiento, porque no hay alma en lo que sabes».
Rabí Ber volvió a la posada, mandó a su sirviente que volviera a la casa y él permaneció en Mezbizh, la ciudad del Baal Shem.285
O sea, que una de las funciones fundamentales de estos sabios consistió en ayudar a alumbrar el caudal de sapiencia que todo ser humano alberga en su interior, y que está registrado en su alma, misión que es compartida unánimemente por todos los hombres y mujeres de conocimiento de cualquier tradición. De nuevo Buber destaca en su introducción a los Cuentos Jasídicos:
El tzadik puede facilitar a sus jasidim la comunicación con Dios, pero no puede tomar el lugar de ellos. Esta es la enseñanza del Baal Shem, y todos los grandes jasidim la obedecieron. Todo lo demás es distorsión y sus síntomas aparecen relativamente temprano. El tzadik fortalece a su jasid en las horas de duda, pero no le insufla la verdad; lo ayuda a conquistarla y reconquistarla por sí mismo, desarrolla en el jasid su propio poder para la oración verdadera, le enseña a dar a las palabras su justa dirección, y une su propia plegaria a la de su discípulo y con ello le presta aliento, le confiere un poder mayor, le da alas. (op. cit.)
Dejemos entonces que sean las palabras, los aforismos y los propios gestos y comportamientos de estos raptados por el ímpetu del espíritu los que vayan mostrando cómo el misterio absoluto se revela y se re-escribe en unas vidas extraordinarias que participan de lo milagroso y supranatural, justamente en estos dos siglos pasados ya tan cercanos a nuestros días y completamente caídos en el racionalismo y el materialismo. Cada una de sus existencias es como la página de un único libro, como la letra de una palabra, o como la rama de un solo árbol.
Muchos hasidim no escribieron nada, otros un poco, y algunos discípulos recogieron las enseñanzas orales y las fijaron en forma de leyendas o cuentos286. De hecho, el cuento se convierte en uno de los vehículos que insufla y promueve el fervor y el anhelo de conocer; o sea, que fija una enseñanza pero no la petrifica, sino que su relectura oral o silenciosa y la incorporación de sus enseñanzas a través de la labor interna y secreta de cada cual, posibilitan el acceso a un tiempo otro, siempre vivo y presente, un ámbito de reunión de las almas en la academia celeste de las letras donde todas se unifican en el corazón del mundo.
Como ya hemos dicho, el fundador del hasidismo moderno fue Israel Ben Eliézer (1700-1760) que adoptó el nombre de los Baal Shem al que añadió el epíteto Tov (bueno). Al respecto Scholem escribe:
Ba’al Sem («Dueño del Nombre Divino»; literalmente «Poseedor del Nombre) era el título que daba el uso popular y la literatura judía, y en especial las obras cabalísticas y hasídicas, a partir de la Edad Media, a quien poseía el conocimiento secreto del Tetragrámaton y de los restantes «Nombres sagrados», y que sabía cómo obrar milagros por el poder de esos nombres (…) A partir de fines del siglo XIII, el término ba’al sem se empleó también para los que escribían amuletos basados en los nombres sagrados (…) Algunos de los ba’al sem eran muchas veces una combinación de cabalista práctico –que realizaba sus curas por medio de oraciones, amuletos y encantamientos– y curandero popular familiarizado con segullot (remedios) confeccionados a partir de materias animales, vegetales y minerales.287
Este hombre humilde, nacido en la pequeña ciudad de Okup en Podolia, que estudiaba a escondidas de noche y apenas dormía un poco durante el día, es uno de los herederos del núcleo de su tradición, muchos de cuyos conocimientos secretos le llegaron por canales fuera de lo común:
Antes de los tiempos del Baal Shem Tov hubo, según se cuenta, un hacedor de milagros llamado Adán, de quien no se sabe exactamente dónde vivió, pero que puede haber sido en la ciudad imperial de Viena. Como toda la serie de hacedores de milagros anteriores a él, Adán fue llamado Baal Shem, es decir el Maestro del Nombre, porque conocía el nombre secreto de Dios y podía decirlo de tal modo que, con su ayuda, le era dado realizar extraños conjuros y sobre todo curar cuerpos y almas. Cuando sintió que iba a morir no supo a quién dejar los antiguos escritos que le habían enseñado sus arcanos, y que se remontaban a los tiempos de Abraham el patriarca. Porque si bien su hijo era a la vez docto y devoto, no le parecía sin embargo merecedor de semejante herencia. Así pues, Adán interrogó al cielo durante el sueño sobre lo que debía hacer y le fue indicado que los escritos debían entregarse a Rabí Israel ben Eliézer, en la ciudad de Okup, el cual tenía entonces catorce años. Y en su lecho de muerte Adán confió a su hijo este mandato.288
Y en adelante, después de recibir este legado y de prepararse en el silencio y la soledad, Israel ben Eliézer escuchó la señal celeste y se puso a exteriorizar todo lo conocido, obrando milagros, curando enfermos, revelando sueños y visiones hasta donde podía o le era permitido, enseñando en la vida cotidiana, y contagiando su exaltación (no sólo anímica sino de una naturaleza mucho más elevada) a la comunidad para que toda ella realizara la labor de unificación y restauración del Ser. Usó como vehículo de conocimiento el canto, la danza, la invocación de los nombres de poder, el baño ritual, el arte de la espagiria, etc., todo lo cual queda reflejado en algunos de los siguientes fragmentos que hemos seleccionado de sus hazañas convertidas en mito. Y es bien importante destacar que entre todas ellas ponen de manifiesto que en el Baal Shem Tov se encarnaron las ideas universales y las funciones espirituales que en la tradición hebrea están patrocinadas por Enoch-Elías, entidad análoga al Toth egipcio o al Hermes-Mercurio greco-romano, el mensajero celeste, promotor de las iniciaciones, curandero de cuerpos y almas, guía en la senda de Conocimiento, así como revelador e intérprete de la Ciencia Sagrada. De esta manera es como se cuenta el momento en el que el Baal Shem Tov inicia su labor difusora:
Y se sentaron y comieron juntos. Cuando terminaron la cena el Baal Shem pidió a su huésped que dijera algunas palabras de enseñanza. Tratando de no exceder la capacidad mental de su anfitrión, el discípulo de rabí Guershom explicó brevemente el capítulo de la semana acerca del cautiverio de los hijos de Israel en Egipto. Esa misma noche, la última antes del día en que el Baal Shem habría de completar los treinta y seis años de su vida, el cielo le hizo saber que el tiempo del secreto había terminado. En mitad de la noche el huésped despertó y, desde su lecho, en el gran salón de la posada, vio arder un gran fuego en el hogar. Corrió hacia allí pensando que los troncos se habían incendiado, pero advirtió que lo que había tomado por fuego era una gran luz: un vivo resplandor blanco que brotaba del hogar y llenaba toda la casa. El hombre retrocedió y perdió el conocimiento. Cuando el Baal Shem lo hizo volver en sí, dijo: «Un hombre no debe contemplar aquello que no le está destinado».
A la mañana siguiente el Baal Shem se dirigió a la caverna vestido con su blanca túnica sabática, volvió a la casa y entró con el rostro resplandeciente, erguida la cabeza, cantando «Prepararé la comida en la mañana del shabat.» (ibid.)
Desde ese momento, se van encadenando una serie de acontecimientos extraordinarios que ante todo son reveladores de una metahistoria eterna simultánea a la senda deificadora para alcanzar tal estado supremo de la conciencia.
El Rav de Polnie contó:
«Al principio el Baal Shem no sabía cómo dirigirse a la gente, a causa de su profunda unión con Dios. Por lo tanto hablaba muy quedo para sí mismo. Entonces vino Ajías, el profeta, su maestro enviado de Dios, y le enseñó los versículos de los salmos que debía recitar cada día hasta lograr la habilidad para hablar al pueblo sin interrumpir su comunicación con Dios.
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El cantor del Baal Shem Tov «contó cómo, en la larga secuencia de los cantos de alabanza, el maestro no recitaba nunca un versículo hasta haber visto al ángel de ese verso y escuchado su especial acento. Habló de las horas en que el alma del maestro se elevaba al cielo y su cuerpo permanecía a la zaga, como muerto. Y allí su alma dialogaba con quien él quisiera; con Moisés, el fiel pastor, y con el Mesías, y él preguntaba y le contestaban. Contó que el maestro podía hablar con todas las criaturas de la tierra en su propia lengua y con todo ser celestial en su propia lengua. Contó que en cuanto su maestro veía una herramienta cualquiera sabía al instante el carácter del hombre que la había hecho y lo que había pensado mientras la hacía. Y el cantor se puso de pie y atestiguó que una vez él y sus compañeros recibieron la Torá de labios de su maestro del mismo modo que Israel la recibió en el Monte Sinaí, en medio de truenos y trompetas, y que la voz de Dios ya no está silenciosa sobre la tierra sino que perdura y puede ser escuchada.
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Los jasidim cuentan: Rabí Dov Ber, el Magid de Mezritch, pidió una vez al cielo que le mostrara un hombre que fuera santo en cada miembro y en cada fibra de su cuerpo. Entonces le fue mostrada la forma del Baal Shem Tov, y era toda de fuego. No había en ella ni una brizna de sustancia. Era únicamente fuego.
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Dijo el Baal Shem: «Cuando yo uno mi espíritu a Dios dejo hablar a mi boca lo que desea porque entonces todas mis palabras se atan a sus raíces en el cielo.
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El Baal Shem dijo: «Todo se lo debo al baño. La inmersión es mejor que la mortificación de la carne. Mortificar la carne debilita las fuerzas que se necesitan para la devoción y la enseñanza; el baño de inmersión aumenta esas fuerzas.»289
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El Baal Shem dijo: «El tiempo ha llegado de revelarles el sentido profundo del baño de inmersión.» Se detuvo por un momento y luego, con vigorosas palabras, construyó las bases y la estructura de sus significados. Al terminar echó atrás la cabeza y su faz comenzó a brillar con ese resplandor que anunciaba a sus discípulos el ascenso de su alma a los mundos superiores. Estaba completamente inmóvil. Sus alumnos, con los corazones estremecidos, se pusieron de pie y lo miraron, porque ésta era una de las ocasiones en que podían ver a su maestro tal como era. Rabí Najman quiso levantarse como los demás pero no pudo hacerlo y lo dominó el sueño. Trató de evitarlo, pero le fue imposible.
En su sueño llegó a una ciudad en la que hombres de alta talla caminaban por las calles en dirección a un gran edificio. Llegó con ellos hasta la puerta, mas no pudo proseguir porque la multitud llenaba el recinto. Sin embargo, alcanzó a oír la voz de un maestro que llegaba desde adentro; no lo logró ver pero escuchó perfectamente sus palabras. Hablaba sobre el baño de inmersión y revelaba todo su secreto significado. Hacia el final de la alocución se hizo más y más claro que estaba presentando una enseñanza que difería de la tradicional doctrina de Arí, el santo «león» Rabí Isaac Luria y, al terminar, así lo anunció abiertamente. Entonces la multitud se apartó y el mismo Arí apareció en la puerta. Al caminar hacia el púlpito casi rozó a Rabí Najman a su paso. El movimiento de la gente cerrándose tras él arrastró a Rabí Najman. Repentinamente se encontró parado frente al púlpito. Miró hacia arriba y vio el rostro de su maestro, cuya voz había reconocido. Y ahora el debate tenía lugar ante él. El «león» y el Baal Shem Tov discutían citando diferentes pasajes del santo Libro del Esplendor y dando diferentes interpretaciones. Las contradicciones se abrían y se cerraban como brechas entre un pasaje y otro y finalmente ambas llamas flamearon en un solo fuego que se remontó hasta el corazón del cielo. Y no había perspectiva alguna desde la cual los ojos pudieran ver y hallar una solución. Entonces ambos resolvieron pedir al cielo que decidiera y juntos cumplieron el ritual que conduce a la elevación. Lo que sucedió después ocurrió más allá de los confines del tiempo, e instantáneamente Arí dijo: «La decisión ha sido tomada a favor de las palabras del Baal Shem Tov.» En esto Najman despertó. Ante sus ojos, el maestro enderezó la cabeza, que había tenido inclinada hacia atrás, y le dijo: «Fue a ti a quien elegí para que me acompañaras como testigo.»
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Se cuenta que:
Una vez que el Baal Shem pidió a Rabí Zvi, el Escriba, que copiara los versículos para las filacterias, le dio instrucciones sobre la especial actitud del alma que es conveniente para realizar esta acción. Luego le dijo: «Ahora te mostraré las filacterias del Señor del mundo.» Y lo condujo a un bosque solitario. Pero otro de sus discípulos, Rabí Wolf Kitzes, que había descubierto hacia donde se dirigían, se ocultó en ese mismo bosque. Oyó exclamar al Baal Shem: «¡El baño de Israel es el Señor!» Y al instante divisó un baño allí donde nada había antes. En ese momento el Baal Shem dijo a Rabí Zvi: «Aquí se oculta un hombre». Y en seguida descubrieron a Rabí Wolf y el maestro le ordenó que se fuera. Nadie supo jamás lo que sucedió después en el bosque.
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Una noche de Simjat Torá el Baal Shem mismo danzó junto con su congregación. Tomó el rollo de la Torá en sus manos y bailó. Luego lo dejó a un lado y siguió la danza sin él. En ese momento uno de sus discípulos, que conocía íntimamente sus gestos, dijo a sus compañeros: «Ahora nuestro maestro ha abandonado las enseñanzas visibles y mensurables y ha incorporado las enseñanzas espirituales en su interior.»
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El Baal Shem contó:
«Una vez fui al paraíso y mucha gente me acompañó. Pero a medida que yo me acercaba al jardín la gente iba desapareciendo y, cuando caminé por el paraíso, quedaban ya muy pocos. Y cuando me detuve al lado del Arbol de la Vida y miré a mi alrededor, me pareció que estaba solo.»
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Rabí Zvi, el hijo de Baal Shem, contó que: «Algún tiempo después de la muerte de mi padre lo vi bajo la forma de una montaña encendida que estallaba en incontables chispas. Le pregunté: ‘¿Por qué apareces bajo este aspecto?’ El me respondió: ‘En esta forma serví a Dios.’»290
Es evidente la función teúrgica de este sabio, intermediario entre el cielo y la tierra, que usa métodos precisos como la música, el ritmo, la inmersión ritual o el «juego» con las letras con fines indefinibles, poniendo el acento no en lo fenomenológico o en lo milagroso por lo milagroso sino en tanto que expresiones simbólicas de la concatenación entre todas las cosas y seres de los mundos, que penden de un punto indestructible sumergido en el Océano sin fin. Para el Baal Shem Tov el medio más poderoso para realizar esa identificación con los estados superiores de la conciencia es la meditación y concentración en el núcleo de cada letra, en el corazón de cada palabra, y en el recitado y la oración secreta del corazón. En una carta que dirigió a su discípulo, el rabí Gershon de Kuty, le revela estos misterios:
…el día del año 5507 [15 de setiembre de 1746] hice un juramento, así como una ascensión del alma según [los procedimientos místicos] que tú conoces. Contemplé cosas insólitas, en una visión que nunca jamás he vuelto a obtener desde el día que me fue dado pensar.
Es absolutamente imposible evocar estas cosas vistas y aprendidas mientras subí allí arriba –aunque te las comunicara cara a cara.
Sin embargo, cuando retorné al Jardín del Edén inferior, discerní almas, tanto de vivientes como de muertos, –algunas me eran familiares, otras desconocidas. Las había en multitud, que iban y venían, se elevaban de mundo en mundo, a lo largo de la Columna que los iniciados en la Gracia conocen. Su exaltación era demasiado intensa para que los labios la expliquen y la oreja de carne la entienda. Había también innombrables malvados que operaban un retorno sobre sí mismos, y todas sus faltas eran borradas, pues [esto se desarrollaba] en el interior de una temporalidad [que es] la de la Suprema Voluntad [divina].
De entre esta retahíla de almas cuyo Retorno ha sido aceptado, tú conoces algunas –y todo esto era verdaderamente sublime a mis ojos. Ellas también exultaban en extremo, se elevaban con las otras –cuando unidas, como una sola alma, me llamaron, me solicitaron hasta abrumarme y me dijeron:
[Es en razón del] eminente grado y [de] la Gloria de la Torá que Dios te ha concedido una sobreabundancia de discernimiento, con el fin de que captes y conozcas también estos misterios.
¡Elévate pues con nosotras!
¡Y sé para nosotras un sostén, un socorro!
Y puesto que vi esta alegría –¡que era tan viva en su seno! Me dije: ¡Ascenderé con ellas!
Entonces rogué a mi maestro [A’hya HaShiloni] que se uniera a mí, visto que un grave peligro pesa sobre los que suben y penetran los universos superiores; desde que yo existía, no había experimentado nunca una ascensión tan formidable. Y desde allí, progresé de grado en grado hasta lo que se me insinuó en el Palacio del Mesías, allí donde él estudia la Torá con los Tanaïm, los Justos y los Siete Pastores. Allí también, me di cuenta que reinaba una gran felicidad, pero no sabía el motivo –como mucho pensé que este fervor estaba relacionado con mi partida [extática] más allá del mundo material. Enseguida, ellos [los Tanaïm, Los Justos y los Siete Pastores] me anunciaron no obstante que yo no estaba todavía muerto, pues en estas alturas ellos se regocijaban cuando, sobre la tierra, yo cumplía actos de Unificación al absorberme en sus santas lecciones.
Siendo así, a día de hoy, la esencia de esta felicidad permanece desconocida para mí.
Y yo interrogué al Mesías:
¿Cuándo vendrás, maestro?
Y me respondió:
Por esto lo sabrás: cuando tu Enseñanza sea publicada y revelada en el mundo entero, cuando lo que te he divulgado y lo que tú has elaborado por ti mismo brote hacia el exterior, cuando por tu ejemplo los hombres puedan cumplir actos de Unificación y de ascensos del alma, destruyendo así todas las cáscaras –entonces será la hora de la Gracia y de la Redención.
Me quedé estupefacto [por esta respuesta], y muy afligido a causa de la duración excesiva que exigiría la realización de todo esto.
Pero mientras estuve allí [en el Palacio del Mesías], me reveló tres Remedios místicos, así como tres Santos Nombres, los cuales pueden ser fácilmente aprendidos e interpretados.
Entonces mi espíritu se sosegó.
Y pensé que por estas enseñanzas sería posible a la gente de mi generación elevarse hasta mi grado de percepción, es decir, que ellos serían también capaces de practicar ascensiones del alma, de aprender y después volver a descender. Sin embargo, se me negó el derecho de levantar el velo de mi viviente [las enseñanzas recibidas en el Palacio del Mesías]. Pedí igualmente autorización para revelártelas. Pero se me opuso un rechazo categórico. Juré de no hacerlo nunca. (…)
Y ahora escucha:
A la hora que ores, o estudies, y por cada palabra que articulen tus labios, que tu intención resida en la Unificación del Nombre [de Dios]. Ya que cada cuerpo alfabético encierra en sí Universos, Almas y la Divinidad, que se elevan, se encajan y se unen los unos a los otros. Seguidamente por la combinación y la unión de las letras, adviene el vocablo, que a su vez se une a la esencia divina; así, en cada una de estas dimensiones, tú deberás implantar tu alma, y todos estos mundos no formarán más que Uno, y elevándose, suscitarán una alegría así como una voluptuosidad sin límite. Considera el júbilo de la pareja al unirse en la exigüidad del mundo físico, y comprenderás cuán superior es [el placer cuando la unificación se realiza] en tan altos grados.291
Esta es pues una clara expresión de la «mística» del lenguaje que tanto exploraron esos hombres, es decir, del poder cosmogónico y deificador que reconocieron en la Palabra, la cual se traduce en sonidos y en letras, o sea, en ritmos y en llamas de fuego respectivamente, lo que no son sino dos modalidades de la única realidad del Verbo. Con estos símbolos poderosos todo puede ser nombrado, lo que no tiene nada que ver con vaguedades, alegorías o metáforas, sino con el conocimiento verdadero de la naturaleza interior de cada cosa. Además, la letra escrita o proferida en el aire, posibilita la identificación directa con el núcleo espiritual que ella reviste y adorna. Ofrecemos del Baal Shem una serie más de meditaciones acerca de estas cuestiones:
La plegaria en un coito con la Presencia divina. Y a semejanza del movimiento [de los cuerpos] que marca el acto amoroso, se trata de iniciar la oración por un balanceo [creciente]; solo después de ello el ser que ora podrá mantenerse en la pura inmovilidad, en una unión absoluta con la Presencia divina. La energía que procura esta expresión corporal [a la hora de la oración] puede suscitar en [el hombre] un inmenso despertar espiritual. Hasta que él piense: es a causa de que la Presencia divina me abraza, que mi ser se estremece –y es la fuerza de este estremecimiento la que conducirá al alma a una formidable iluminación.
*
Cuando el hombre ore, pensará que Dios se reviste de las letras [de su oración]. Nadie puede saber lo que un hombre piensa, a menos que lo exprese [por palabras]. De lo que resulta que hablar es el adorno de pensar. El hombre en oración experimentará pues la exaltación de aquel que cose un vestido a un Rey majestuoso. Y pondrá toda su energía en su palabra, la cual le conducirá a la unión mística; pondrá toda su fuerza en cada letra, porque en cada una de ellas, Dios reside.
Esto es la Unión con El.
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El Talmud acentúa la dificultad [al hablar] de un fuego devorador. De hecho, estas palabras designan la extinción [intermitente] del fervor en ti, estado que también designa esta expresión: «alcanzar, para inmediatamente alejarse». Y [nosotros hemos visto que a la pregunta]: ¿Cómo es realizable esta adhesión [absoluta a su Ser]? –los sabios han respondido: adhiérete a Sus atributos.
Comentario: Adhiérete a Sus adornos, es decir, a las letras, [de la Torá]. Ya que a las letras les es dado el fijarse de manera continua en tu pensamiento. La Torá es el hábito divino.
E igualmente, cuando el hombre se dirija a sus semejantes, no dejará de pensar en las veintidós letras de la Torá de las que las palabras [que el pronuncia] están formadas.292
En este sentido veamos lo que se recoge en la Encyclopaedia Judaica 293:
El estudio de la Torah es también de una importancia principal en las enseñanzas de Israel [Baal Shem Tov], si bien el no interpretó el ideal tradicional de la «Torah por su propio amor» en su sentido generalmente aceptado, sino que entendió, «por su propio amor» como «por el amor de la letra». «Así lo aprendí de mi maestro en esta materia» (Toledot Ya’akov Yosef, p. 151). Contemplando las letras del texto que estudia, el hombre abre los mundos divinos que están ante él. Esta creencia está basada en la asunción de que las letras de la Torah se desprendieron y descendieron desde una fuente celestial. De este modo, quien estudia adecuadamente, contemplando las letras, restituye las formas exteriores de las letras a sus prototipos espirituales, su fuente divina. Cuando el estudiante vincula las letras de la Torah a su raíz, él mismo queda unido a sus formas superiores y así recibe revelaciones místicas. «Para un hombre, la intención deseada en el estudio por amor a éste, es vincularse en santidad y pureza a las letras, tanto activa como potencialmente; éstas le harán sabio y radiará mucha luz y una vida eterna verdadera –y quien consiga entender y vincularse a las letras santas, incluso podrá predecir el futuro a partir de estas letras» (M. Margoliouth, Sod Yakhin u-Vo’az (Ostratha, 1974), 6). (…)
Al igual que en el estudio de la Torah, también en la oración la vía hacia la debecut es por medio de la concentración en el significado místico de las letras: «Según lo que aprendí de mi maestro y profesor, la principal ocupación de la Torah y de la oración es que uno se vincule a la espiritualidad de la luz de Ein Sof que se halla en las letras de la Torah y de la oración, lo cual es llamado estudio por su propio amor» (Toledot Ya’akov Yosef, p. 25).
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