Federico González |
Con nuestra óptica cultural contemporánea, estamos acostumbrados a visualizar al espacio y al tiempo como homogéneos, sin fisuras. La antigüedad no pensaba lo mismo. Y establecía en distintos lugares geográficos, especialmente elegidos, y en fechas calendáricas precisas, sus espacios y tiempos rituales. Y esos son precisamente, en la trama invisible de la vida, los puntos de coyuntura (ensambles, nudos o ligaduras), o de interconexión con otros planos o mundos.15 En ese sentido, es interesante destacar la simbología de los pueblos peregrinos, que en un viaje a través de los años (tiempo) y de los distintos lugares (espacio), encuentran su ser al solidificarse, concentrarse, o cristalizar como un pueblo, o nación, en determinada circunstancia temporal y espacial.16 Advertida esta circunstancia por los sacerdotes, los sabios y los jefes, el pueblo se asienta en ese paraje y en ese tiempo, y crea de esa manera una cultura. La vida nueva de un grupo. Un plano, o medio, que por irradiación de un centro, como en el modelo de la rueda cósmica, ha de estructurar las concepciones, emociones, sentimientos, de una comunidad. O lo que es lo mismo, su razón de ser como tal. Asistimos a una re-creación del mundo, a la instauración de una cosmogonía, que hace posible la vida de ese grupo, y que el mismo pueblo conforma al actuarla. Esa "cosmización" de un punto espacio-temporal de la circunferencia –o periferia de la rueda– sería un rayo de la rueda, un reflejo de la unidad central, y un verdadero centro para los que se adscribiesen a ella. En ese sentido, debemos recordar una vez más, que a la energía centrífuga o de expansión, corresponde la energía centrípeta o de contracción. Y que conjuntamente ambas realizan el rito de la vida y la muerte, de esa o de cualquier otra comunidad, así como de cualquier cosa creada, que está sujeta a la determinante causa-efecto, como todo lo incluido en el mundo manifestado. Así pues, al instaurarse un espacio y un tiempo significativo, en la masa de lo amorfo e indeterminado,17 se lo sacraliza,18 y se lo realza por su cualidad intrínseca, en detrimento de lo menos significativo o profano, netamente vinculado con lo relativo, lo múltiple y lo trabajoso. De esta manera, mediante este rito, nace un pueblo que comienza a contar su tiempo, su historia, desde ese momento en adelante. Siendo sus orígenes, desde esta perspectiva, míticos o no temporales. Igualmente toma conciencia de sí, de su ser, y se visualiza como protagonista, "centro del mundo", o "pueblo elegido". Lo que es lo mismo que decir que tiene un nombre.19 Ese mismo nombre, o color, o número, o particularización químico-genética, o impresión digital, es absolutamente personal. Y se expresa mediante una marca o signo, que otorga al ser su individualidad dentro de un conjunto de seres. Y que –paradójicamente– es al mismo tiempo el anuncio de su propia muerte, en la limitación (causa-efecto) de cualquier plano de existencia. Ya que es claro que aquello que nos da la vida, por ese mismo expediente, nos está signando con la muerte. Hemos visto entonces, cómo el nacimiento de un ser –por ejemplo una cultura– crea simultáneamente un nuevo espacio y un nuevo tiempo, en donde se desarrolla ese ser; y que tal desarrollo no es sino ese ser mismo. O dicho de otra manera: que toda creación renueva las posibilidades espacio-temporales, arquetípicas, de la creación original, y no es sino una modalidad de esa misma creación, al actualizar las posibilidades de lo que en el universo manifestado ha dado lugar a las coordenadas espacio-temporales. Para una civilización tradicional, las fiestas sagradas son puntos significativos en la circunferencia del ciclo calendárico, que garantizan la comunicación con la energía invisible del centro, reflejo de la verticalidad.20 Lo mismo sucede con el vasto espacio que, como el año, presenta puntos y situaciones de coyuntura, de comunicación de energía a través de distintos planos o niveles.21 Ellas están dadas en circunstancias geográficas precisas, en los lugares en donde se establecen las ciudades, se fundan los templos, o se instala la casa habitación.22 Estos puntos significativos (sagrados), están claramente jerarquizados con respecto a los insignificantes (profanos), aunque íntimamente relacionados con ellos, ya que no podrían existir los unos sin los otros.23 En esta perspectiva, el centro del modelo simbólico de la rueda, correspondería al origen. Y su despliegue manifestado al samsara (para emplear un término hinduista-budista), desde el cual, y gracias a una concentración de energías, se retornaría a la unidad nirvánica simultánea de los seres y las cosas. De la que éstos no han salido jamás, sino en forma ilusoria y sucesiva, de acuerdo con los patrones dialécticos de la mente dual. Por otra parte hay que destacar que esta división jerárquica entre lo nirvánico y lo samsárico, y asimismo entre lo sagrado y lo profano, lo simultáneo y lo sucesivo, es por cierto relativa. Y válida sólo desde el punto de vista de lo samsárico, loprofano y lo sucesivo. Es decir, de lo discursivo, que trata de expresar un solo hecho y una sola realidad, que en sí misma comprende la gama indefinida de todas las posibilidades de manifestación, ya fueran las que éstas fuesen. Desde la periferia hacia el centro se establecen esas jerarquías, siendo el centro mismo la máxima jerarquización, como símbolo en el plano de la unidad original vertical, que produce por grados todas las cosas, y a la cual necesariamente ellas retornan en forma sucesiva. Si una gota de agua cae en un estanque, forma un campo de irradiación que llega hasta sus propios límites. Desde el punto de vista de un ser situado en ese límite, y por lo tanto, un ser sucesivo, el retorno a su fuente original se realizaría a través de la ruptura de los diversos círculos concéntricos, que se le presentarían como imágenes de mundos o estados espacio-temporales diferentes, como escalonados, los que impiden asimismo su fusión con el centro. O envuelven y ocultan esa gota original, esa semilla primigenia, que se vislumbra como anterior en el tiempo. La figura simbólica de un círculo24 que contiene otros círculos internos, considerada desde el punto de vista de su expansión (ad-extra), es la sucesión de escalones intermedios que hacen posible la existencia de cualquier creación.25 Tomada desde el punto de vista de la periferia, es el viaje jerarquizado (ad-intra), o la escala sucesiva que se recorre al pretender la fusión con el centro primigenio.26 Así, en el modelo de una ciudad tradicional (o civilización), los límites de la misma enmarcan un espacio significativo. Fuera de este orden todo es incertidumbre, confusión, barbarie o salvajismo. Pero esta ciudad se halla jerarquizada. En su periferia vive la gran masa.27 Un grado más adentro (o más alto), se halla un número menor de personas que se dedican a actividades más específicas. Otro grado o paso más adentro o arriba, se encuentra un grupo aún menor, la nobleza, y por encima de ella, solo, el emperador, como encarnación del poder real y sobre todo del conocimiento o sabiduría sacerdotal.28 Esta es la verdadera idea de aristocracia, siempre ligada a la jerarquía espiritual, y al conocimiento que ella entraña, sin punto en común con las versiones a las que estamos generalmente habituados, degradación e inversión, propia de "este mundo". En el simbolismo constructivo, la arquitectura del templo se levanta desde el plano cuadrangular de la base (tierra), hasta la semiesfera de la cúpula (cielo), escalonada jerárquicamente en planos o niveles superpuestos. Este templo, en su planta, o plano horizontal, reproducirá las mismas Jerarquías verticales de su estructura, y el paso dificultoso y jerarquizado a su través. La calle representaría el mundo de lo confuso y lo aleatorio. A ella se abre la puerta (símbolo de pasaje de un espacio a otro espacio, o de un estado a otro estado) del templo, que establece propiamente el límite entre lo sagrado y lo profano. Al transponerla, y luego del paso por el área donde se halla la pila bautismal (símbolo de la regeneración por el agua, o nuevo nacimiento), se penetra en el recinto propiamente dicho: y se recorre el camino 29 que lleva al centro del templo 30 donde se encuentra el altar, como proyección, en el plano, de la verticalidad de la cúpula. Y sobre la piedra de sacrificio, relacionada con el fuego, el sagrario,31 un recinto o recipiente vacío capaz de recoger los efluvios celestes, que se derraman sobre este punto como emanaciones, y que bien pudiera ser llamado el "corazón" del templo. De allí en más las jerarquías son verticales, y para percibirlas hay que morir nuevamente, y resucitar o regenerarse en el fuego. Mientras las aguas bautismales están emparentadas con los nacidos de vientre de madre (aunque hagan ayunos, penitencias, sean ascetas, o practiquen la castidad como Juan Bautista), el bautismo de fuego está relacionado con la piedra de sacrificio, la sangre y el vino ceremonial; con Cristo, y los que ya virtualmente no tienen ningún condicionamiento humano, ni aun el borroso signo de la determinación del nacimiento, por lo que no se encuentran identificados con su persona, ni incluso con sus mismos actos relativos. Es decir, los que ya conocen por intuición directa los estados supra-individuales del ser, de los que se dice ya no perciben exclusivamente por los sentidos, y se hallan en condiciones de emprender entonces un nuevo viaje, esta vez vertical. Esta misma significación (de los círculos contenidos los unos en los otros, jerarquizados con respecto a su aproximación a un centro o eje) la dan los hebreos, cuando dicen que Sión es la tierra elegida, que dentro de ella se halla la ciudad sagrada de Jerusalén, en el interior de ésta su templo, y oculto en el corazón de este último, el Sancta Sanctorum. Si el templo es un modelo del cosmos, los efluvios divinos han de hallarse en forma inmanente en lo más oculto del mismo. Si el cuerpo humano es también un templo y un modelo, o miniatura del cosmos, estos efluvios también se han de encontrar en forma virtual, o en potencia, en el fondo del corazón. En el modelo cósmico de la rueda se hallará el punto central (invisible), que articula sus irradiaciones o vibraciones graduales de energía, hasta llegar a sus propios límites, o sus formas superficiales. Pero: a) el templo no es la suma de sus ladrillos, ni el inventario cuantitativo que pudiera hacerse en cualquier dirección de su conjunto, o de sus partes. b) Asimismo el hombre no es la suma de sus células, ni el catálogo de sus innumerables componentes. Y c) por otra parte, en el modelo simbólico que estamos estudiando: "treinta rayos convergen hacia el cubo de la rueda, pero es el vacío del centro el que hace útil a la rueda".32 En realidad, lo que verdaderamente interesa, es el espacio interno y sus cualidades diferentes, significativas, sagradas, y no la sucesión cuantitativa de ventanas y columnas del templo, o músculos y poros del hombre, o lugares indefinidos por donde pasa, haya pasado o pasará la rueda. En verdad, ese lugar interno, es la morada del silencio, o del misterio. El corazón y la clave (llave) del ser. Pues en él se halla la posibilidad del ascenso vertical. La salvación mesiánica, o la salida definitiva del samsara al nirvana, o estado de "iluminación".33 Esta liberación, se logra a través de un camino gradual, por estaciones, que en el caso de la tradición extremo oriental, se enumeran de la periferia al centro, como Tao del hombre, Tao de la tierra, Tao del cielo, y el Tao de Taos, o Tao abstracto. En la tradición judía (y también de la periferia al centro), como Olam ha'asiyah, o mundo de la realidad materializada, Olam hayetsirah, o mundo de las formaciones cósmicas, Olam haberiyah, o plano de la creación y Olam ha'atsiluth, mundo de las emanaciones. Este camino espiral ascendente, que va de lo más bajo a lo más alto,34 de lo más grueso a lo más sutil, de lo múltiple a lo sintético, y vincula varios planos entre sí, de manera sucesiva, es el que describe Dante en la Divina Comedia. Y es bien sabido que esa vía es llamada la de la iniciación en los misterios. Lo que equivale a la transmutación de la conciencia del aprendiz o alumno, la ampliación de todas sus posibilidades latentes o dormidas. El cual, a través de un proceso arquetípico, realiza un "viaje", o camino sucesivo; la aventura del conocimiento, que finalmente termina en la obtención de lo buscado. Este hallazgo es llamado licor de inmortalidad, elixir de larga vida, paraíso, tesoro, vida eterna, o Santo Graal. En el centro arquetípico, o en el eje vertical, está ese lugar que todos los seres anhelan, aun sin saberlo. Y allí es donde lo encuentran los hombres de la ciencia, o filósofos, o artistas, como se denomina a los alquimistas medioevales. Es por otra parte, en ese lugar invisible, apenas virtual, donde los sabios de todos los pueblos y todas las tradiciones lo han hallado unánimemente. Pues conocen que lo que es mayor en un sentido, es menor en otro, y viceversa. Así, lo que es mayor en un orden elevado (cielo), es casi imperceptible en un orden bajo (tierra). Y lo que es mayor en un orden bajo (tierra), es menor en un orden alto (cielo). Estos personajes buscan entonces lo pequeño, lo imperceptible, lo invisible, lo sutil, porque saben que allí se halla en potencia toda la posibilidad del poder. Y no lo buscan para luego utilizarlo con ánimo práctico. Ni tampoco manipulan este conocimiento como una "fórmula" literal. Sino que, experimentando en sí mismos, reconocen o encarnan la verdad de estos asertos, netamente invertidos con respecto a la educación ilusoria recibida en el mundo profano, que hace de lo cuantitativo y lo mayor lo más poderoso, cuando la realidad es precisamente lo contrario, pues cualquier acto está incluido en su potencia. En todo caso, ese "camino", o "viaje", es análogo al de la creación de un mundo o cosmos. Es también la reintegración del alma a sus planos superiores, tanto después de la muerte física, como de la muerte iniciática. Y en ambos casos, el alma que detiene su andar en el "viaje" divino del ser, debe necesariamente caer hacia abajo y reencarnar nuevamente, si se trata de la muerte física, y de limitarse a un nivel del camino fijado por sus propias convicciones o condicionamientos, si nos referimos a la iniciación. No habrá podido entonces ser reabsorbida en su origen, y se verá impelida a errar, una vez más, a través de innumerables estados del ser universal, habiendo perdido la oportunidad que representaba el estado humano, sin que esto implique la condenación definitiva,35 sino la dificultad de la realización espiritual, y las "pruebas" necesarias para el "pulimento de la piedra", o sea: el azaroso paso de un estado a otro estado (muerte-resurrección, desanudar-anudar), hacia la inmovilidad del principio siempre presente. En este sentido debemos anotar que el hombre "progresista", "victorioso" y "de ciencia", según es concebido por la sociedad moderna contemporánea –es decir, por nosotros al ser hijos de la programación condicionada que nos ha tocado–, no ha llegado aún, a los ojos de una sociedad tradicional, a ser hombre. Según esta concepción, existimos ordinariamente en un estado infrahumano, y debemos actualizar, mediante un intenso trabajo, nuestras potencialidades latentes o dormidas, hasta llegar al estado edénico, virginal o primordial,36 que en nuestro modelo de la rueda es el punto central, original, el tabernáculo del templo, el corazón del ser, espacio vacío en el que podemos ser fecundados por el espíritu. Se daría entonces la posibilidad del nacimiento del Cristo interno (anunciado por Juan y Elías),37 el que, a su vez, a través de su pasión y muerte, pudiera finalmente identificarse con el Padre, en forma directa, lo que le permite la resurrección y la vida eterna. En este último caso, se llegaría a la fusión con la deidad –sin confusión–, a la unión en el eje vertical representado por el árbol de la cruz. Es decir, a los estados suprahumanos, o supracósmicos, y a la posibilidad de la trascendencia absoluta, que ningún lenguaje o código podrá jamás expresar, pero que puede ser vivenciada por el verdadero hombre, en su carácter intermediario. |
15 La serie numérica y la escala musical son dos códigos discontinuos, y sus componentes no son homogéneos. De allí las paradojas aritméticas y los semitonos musicales. 16 En el caso de los aztecas, luego de un peregrinaje de un número preciso (mágico) de años, éstos hallan su momento o la maduración necesaria o la escisión temporal adecuada, que se corresponde con un hecho espacial: el descubrimiento de una isla entre las aguas, símbolo tradicional del centro; y de una piedra, miniatura de la montaña, que junto con el árbol –en este caso un nopal– es emblema del eje. 17 Por ejemplo, el esquema circular o cuadrangular de una ciudad (o civilización), en medio de la confusión de las selvas o los campos salvajes. Por otra parte, los templos o tiendas de culto de forma circular son propios de los pueblos nómadas, mientras que los de base cuadrangular corresponden a los sedentarios. 18 Lo sagrado no tiene nada que ver con lo "religioso" tal cual hoy se lo entiende vulgarmente. 19 Recordar la potestad creativa e intermediaria que posee el hombre, otorgada a Adán en el paraíso; la de nombrar todas las cosas. Por otra parte, los nombres no son sino las formas simbólicas de lo innombrable. Y ya se sabe que el nombre expresa la esencia de la "cosa". 20 O rayos, en el modelo de la rueda del cosmos. Estos "rayos", cuya relación con lo celeste resulta obvia, son emisarios que unen la tierra con el cielo. En el caso del círculo son los "radios" los que vinculan el centro a la circunferencia. 21 Como ya se indicó, cada uno de los indefinidos puntos de la periferia constituye una "individualización" y una imagen refleja del punto arquetípico, así ésta corresponda a una sociedad o a un ser humano. 22 Estos términos son equivalentes e intercambiables. El altar de la casa es el hogar, el pater familias es el sacerdote. En los pueblos nómadas se lleva un poste ritual, símbolo del eje, que se asienta en el lugar en donde le toca acampar a ese pueblo. Otros peregrinos llevan ese mismo centro dentro de sí. 23 En la vida (ciclo) de un hombre, esos puntos significativos, en los que se establece comunicación directa o vertical, con otros tiempos o espacios, o mejor, donde se actualizan otras lecturas o vivencias, de las coordenadas espacio-temporales en las que estamos enmarcados (crucificados), pueden ser visualizados como estados especiales de la conciencia y muchos de ellos se recuerdan como significativos o como evocaciones o "remembranzas", en el sentido que Platón atribuía a ese término. 24 O su equivalente cuadrangular. 25 Jacob, andando por el desierto, se acuesta en un lugar determinado y con una piedra, símbolo del eje (miniatura de la montaña), como almohada, "sueña" con "ángeles", que "descienden" y "ascienden" por una escalera, del cielo a la tierra y de la tierra al cielo. Esta irrupción de lo vertical en lo horizontal, es equivalente a la irradiación del centro o al rayo de una rueda, que comunica el movimiento a la periferia, como ya hemos visto. 26 Así Dionisio Areopagita, hablando de las líneas rectas que convergen en el centro, nos dice que en la medida en que ellas están más próximas del mismo, la unión es más íntima. Y al contrario, cuanto más alejadas están de él, mayor es la separación. 27 Lo que podríamos decir, la base, si a este modelo plano de la ciudad le damos tridimensionalidad o relieve. En efecto, círculos o cuadrados sucesivos, los unos dentro de los otros, nos dan la idea, en el plano, de lo que es la pirámide o el zigurat, en el espacio. Que va desde la base numerosa, a la culminación del punto único final. 28 Obsérvese que la serie expansiva (ad-extra) pudiese expresarse así: 1 + 2 + 3 + 4 = 10 (número de totalidad). Mientras la serie contractiva (ad-intra) sería: 10 = 4 + 3 + 2 + 1, según la conocida tetraktys pitagórica. 29 En este recorrido se encuentra el "laberinto" (como en Chartres y en otras catedrales y templos), símbolo del peregrinaje en la búsqueda del conocimiento y del peligro de "perderse". Del que hay que encontrar dificultosamente la salida, para nuestra propia salvación. 30 En algunas iglesias, en especial en las catedrales góticas, este centro no se halla en el "medio" de la forma arquitectónica, sino en el centro de la cruz, que es el esquema del plano constructivo. Como se sabe, la cruz cristiana no tiene los brazos iguales. 31 El santuario o arca de la alianza es, a su vez, otra miniatura del cosmos. 32 Lao Tse: Tao Te King 11. 33 Es curioso destacar que muchas personas piensan que la iluminación es algo que se produce con coros sentimentales de violines y arpas o con una música grave y solemne, en un mundo cinematográfico autocompasivo y pomposo. Otros creen que llega de casualidad o como algo fulminante. En ambas versiones, debe notarse que esta "iluminación" viene de fuera y alumbra al sujeto en cuestión. O sea, que hay un sujeto que ilumina y un objeto iluminado. Bien por el contrario, la iluminación se refiere a un estado de conciencia, en donde las cosas y nosotros somos una sola identidad, sin confusión de ninguna especie. Y donde una iluminación distinta abarca todos los objetos, que simultáneamente brillan a la nueva luz de un estado, que se acaba de descubrir, y que se traduce en ese conocimiento. 34 Pese a que sus primeras y largas etapas son descritas, muchas veces, como un descenso a los infiernos, un viaje al inframundo, al interior de la tierra. 35 Por un acto de arrepentimiento del presente, o sea, una reactualización, se borran los "pecados" del pasado. El eje de la rueda se mantiene inmutable, mientras es propio de la movilidad el cambio permanente. 36 Saber que no somos nada, que nada debemos saber, deponer el vano orgullo de la ignorancia oficializada y nuestra falsa seguridad. 37 Este sería, propiamente, el estado humano. Y correspondería, entonces, a la función mediadora del hombre entre cielo y tierra. A título adicional, diremos que es bien conocida la identificación entre Adán y Cristo. Esta situación central es llamada tifereth en la cábala hebrea y corresponde al centro de donde el sol extrae su energía, que manifiesta, repitámoslo, a través de sus rayos o los rayos de la rueda. |
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