|
|
|
|
|
|
|
|
Así como Cristianópolis es la versión esotérica religiosa del género utopía, como algo posible y contemporáneo, La Nueva Atlántida de Francisco Bacon es la profecía de una nueva sociedad fundamentada en la ciencia incipiente, negando la tradición greco-romana y apoyándose en la Biblia y en el componente occidental judeo cristiano, proyectada hacia un futuro de progreso indefinido.
Se trata de un nuevo método filosófico basado en la experimentación y en la investigación de nuevas posibilidades materiales, no entrevistas en las artes y ciencias anteriores, con el objeto de dedicarlas a la mayor gloria de Dios, (el científico es un sacerdote, un hacedor de lo sagrado) y en provecho real del género humano. La práctica de las búsquedas científicas y la utilización de inventos y experimentaciones tiene un lugar clave en esta utopía donde la familia y la institución del matrimonio ocupan un papel preponderante y donde la propiedad y el dinero existen, a diferencia de las utopías de Moro, Campanella y Andrae. La mención final de Colón como descubridor de las tierras occidentales y la de que la isla de Nueva Atlántida ha sido descubierta por europeos a partir de una estadía prolongada en Perú, le otorga a América, a la que se identifica directamente con la Atlántida, un protagonismo en el descubrimiento de esta Nueva Atlántida y en la difusión de su mensaje y características propias. Pasa a ser así, La Nueva Atlántida, una imagen de la Nueva América –ubicada en una isla de la mar del sur, alejada por igual de Europa y de las tradiciones indígenas propias del continente americano–, que no se puede dejar de vincular con las características que en el futuro tendrá la sociedad de U.S.A., (pragmática, investigadora, "material", e "inventora") incluido el capitalismo, y por lo tanto heredera de las posibilidades latentes de la vieja Europa, desde donde F. Bacon en Inglaterra, otra isla, soñó el advenimiento de un nuevo modelo. En este aspecto debe reiterarse la independencia del autor respecto a la escolástica medieval basada en Aristóteles cuya filosofía es juzgada severamente por el pensador inglés al punto de considerarla como palabras vanas tendientes a forzar al hombre a sujetarse a un paradigma, ideal y falso, no comprobado en la práctica, así como tampoco en los supuestos en que se basa; Platón casi no corre mejor suerte, y su filosofía, valiosa históricamente, no ha tenido suficientemente en cuenta las contribuciones del aporte presocrático, en especial el atomismo y otras corrientes del tipo –también presentes en el pensamiento hindú, aunque Bacon no lo sabía– lo que establece una nueva relación no sólo con el desenvolvimiento de Occidente en cuanto a la primacía de la acción sobre la contemplación, inversamente a lo predicado en el evangelio,1 sino también con el rumbo que posteriormente ha seguido la sociedad norteamericana. Creemos que la crítica no ha subrayado de suficiente manera esta vinculación. En su profecía el jurista, funcionario y filósofo británico no sólo ha previsto numerosos inventos modernos según iremos viendo, sino que incluso ha predicho la Teoría de la Evolución, madre de todos los errores y falsedades contemporáneas. En efecto, no solamente ha enunciado esa posibilidad sino que los propios novoatlantes la llevan a cabo. Hacemos a partir de la putrefacción un número de especies de serpientes, gusanos, moscas, peces, de los que algunos han evolucionado, efectivamente, a criaturas perfectas como las bestias y pájaros y tienen sexo y se propagan. La diferencia fundamental entre La Nueva Atlántida y las utopías precedentes es que esta última no se fundamenta, como todo en el Renacimiento, con base en la antigüedad sino que no reconoce antecedentes clásicos e incluso soslaya la paternidad del modelo platónico asentado en La República; en ese sentido es una de las propulsoras de esta era que encuentra en Descartes su heraldo principal; el uso abundante del calificativo «nuevo» ilustra profusamente esta aseveración. De ese modo se convierte en una utopía de la modernidad, y siguiendo sus postulados y desarrollos posteriores, hoy actuales, es fácil (para todos aquellos que han dejado de creer en un progreso indefinido y una ciencia inefable y exacta capaz de solucionar por sus experimentos e investigaciones todos los asuntos que aquejan a la humanidad) advertir que más bien se trataría de una antiutopía, del género de las utopías negativas registradas en el capítulo anterior y sobre todo de las composiciones contemporáneas del tipo, en especial las llevadas al extremo por Aldous Huxley2 y George Orwell3 basadas en datos de la actualidad tanto científica-técnica como sociopolítica. Pero desde luego ése no fue el propósito de La Nueva Atlántida (1627), obra valiosa y respetable totalmente alejada de una crítica satírica al medio, sino bien por el contrario, su autor la presenta –al igual que al resto de su obra– como una reforma del pensamiento "oficial", que ya pesaba por anquilosado para la época; en ese sentido logró el cometido de ser un despertador anticipándose a los hechos y creando verdaderamente una utopía futurista que terminó convirtiéndose en una realidad que ha creado existencialmente la sociedad en que estamos inmersos los contemporáneos, liderada por Norteamérica. La crítica al mundo moderno ha sido cada vez mayor a medida que el tiempo se ha ido acercando a nuestros días al igual que a los excesos de todo tipo de una comunidad científico técnica y no sólo es denostada por autores esotéricos como Alan Watts y René Guénon, sino por distintos escritores, filósofos o científicos, los que han visto, o mejor, vivido, al igual que todos nosotros, los peligros inminentes que circundan al hombre contemporáneo, víctima de las manipulaciones de la sociedad actual, afortunadamente puesta en jaque por numerosas instituciones entre las que debemos agradecer en primer lugar a los grupos ecológicos pioneros.4 En ella tiene un papel fundamental la praxis y en consecuencia se valoriza el trabajo manual. Esto ya estaba en La Ciudad del Sol de Campanella, y en Cristianópolis se detallan los artesanos presentes en la ciudad. De otro lado es probable que Bacon hubiera conocido a Giordano Bruno durante su estancia en Inglaterra (1584) y escuchara sus conferencias en Oxford; el nolano explicaba la relación entre las manos y el espíritu y la necesidad de estimularla con el fin de lograr una especie de segunda naturaleza, lo cual es sin duda una realidad presente en el trabajo artesanal y un gran progreso relativo a posibilidades escondidas en el ser humano que mediante un entrenamiento adecuado florecen y producen sus frutos. Entre las curiosas novedades que se narran a los náufragos se encuentran inventos para transformar agua salada en dulce, cambiar un árbol o planta en otra y hacer germinar la naturaleza sin semilla, también la construcción de máquinas para multiplicar y acumular la energía de los vientos, cámaras con aguas para la salud, lluvias provocadas y nuevos metales artificiales; igualmente se obtiene por diversos procedimientos la prolongación de la vida, la generación de nieves y granizos y la de cuerpos en el aire, tales como lluvia de ranas, moscas, etc. Fabrican aguas nutritivas tan excelentes que algunos no quieren probar otra cosa, así como experimentan la alimentación por filtración o sea por ósmosis; asimismo laboran con carnes y pescados conservados indefinidamente, alimentos concentrados que una vez ingeridos habilitan para ayunar de manera prolongada, igualmente con barcos para navegar debajo del agua, y como en el Corpus Hermeticum imitan criaturas vivientes mediante estatuas robóticas de hombres, bestias, pájaros y peces. Debemos citar aquí de forma textual algunos de estos prodigios, que no tienen desperdicio, según los explica confidencialmente el narrador –un judío perfectamente adaptado a esa nación cristiana (como lo quería Moro) evangelizada por San Bartolomé de modo milagroso mediante la aparición sobre las aguas de un libro, la Biblia, que se presenta de modo mágico a sus habitantes– al protagonista autorizándolo para que los difunda:
Asimismo:
Y finalmente:
Como se verá muchos de estos inventos o descubrimientos encantadores ya se han producido y otros muchos ni siquiera se han planeado, pero sintetizan de modo concreto las aspiraciones del mundo moderno que se apartan diametralmente del pensamiento tradicional del primer Renacimiento y se cortan solos en su pretensión revolucionaria de un futuro cientificista, paradójicamente encarado como un progreso del trabajo mágico y sapiencial efectuado a partir de la naturaleza, a la que se investiga, conoce y se domina, amparado el hombre en esta empresa por la protección del dios Pan, el cristianismo, el matrimonio y la institución de la familia. Tampoco parece que como en las otras utopías renacentistas, especialmente en Campanella, la estructura sociopolítica tenga como modelo el orden del cosmos. Por lo que se aparta de la línea tradicional inaugurada por Moro que tenía sus bases en La República de Platón, directamente vinculada igualmente como hemos recordado en más de una ocasión, con la Atlántida (Timeo y Critias) y con Las Leyes. Pero sin embargo el continente sigue siendo una isla, en la que un pueblo apartado del mundo elabora un modelo social, donde Dios y la Sabiduría son los valores supremos que reinan como origen y fin de esas sociedades, ya que sus creencias están relacionadas y son tendientes a tales ideales; de otro lado apuntan a la felicidad del género humano. Ya hemos destacado en otro lugar qué se entendía por ciencia en la época y el medio de Bacon, o sea, como magia natural y desarrollo de la obra de la creación siempre inacabada.6 Se hace mención también a la importancia dada al libro como despertador y transmisor de conocimientos, en el caso de La Nueva Atlántida a la Biblia, y el hecho sorprendente de que esta civilización alejada de todo sea cristiana ya que por un acontecimiento milagroso les llegó a ellos el mensaje de Jesús; aunque el Antiguo Testamento y la Tradición Judía –a la que pertenecía el Divino Maestro– tengan una importancia tan destacada al punto de que el instructor del protagonista en la isla es un judío, haciendo gala así de respeto tradicional, pero al mismo tiempo afirmando la herencia religiosa judeo-cristiana de Occidente en detrimento del otro legado que compone nuestra civilización, el sapiencial griego y romano, suplantados por una nueva forma de ver expresada en otras valoraciones y métodos de enseñanza.7 Aunque debe señalarse que tampoco se niegan esos antecedentes –salvo en el caso de Aristóteles– sino que tomándolos como base, empero se los desoye en aras del empirismo científico-técnico, lo que inaugura una era nueva, un eón, donde los acontecimientos se precipitan y se vuelcan unos en otros, a velocidad cada vez más creciente, al punto que un invento o un descubrimiento promueve otro y éste un tercero, sin solución de continuidad, como es el caso de la sociedad actual encabezada por los Estados Unidos. Lo cual desemboca en nuestra época donde una novedad científico-técnica es sucedida casi inmediatamente por otra haciéndola vieja en apenas un lustro en una carrera desenfrenada donde lo nuevo es prácticamente lo único que interesa, porque esa novedad es una fuga hacia adelante, un ahora, siempre inexistente, ya que se han destruido las raíces que lo vinculaban con lo Eterno, que lo sustenta todo y que constituye la Tradición, el hilo de oro mediante el cual el hombre puede conectar con la Ciudad Celeste y conocer espacios y tiempos distintos y ligar con otros estados, cada vez más sutiles, casi impalpables, prácticamente inexistentes del Ser Universal. Realidad que tratan de describir las utopías y su organigrama interno, que es también lo que en una forma completamente moderna, hasta entonces casi desconocida, se propuso Francisco Bacon –también canciller de Inglaterra como Moro–, extraño personaje, con fama de esoterista, genio y mago y al que, entre otras cosas, se le atribuye la paternidad de la obra de Shakespeare,8 en una existencia de éxito político y social, que según parece tuvo a la contradicción como su norma; aunque su abundante obra reconocida9 abona puntualmente, incluso refrenda, al contenido de La Nueva Atlántida, y nos enfrenta una vez más con la paradoja presente constantemente en el esoterismo, de lo que es un ejemplo –existente asimismo en numerosos autores herméticos– La Nueva Atlántida y su creador sir Francis Bacon. |
VIII. Utopías del Sueño Hypnerotomachia Poliphili |
NOTAS | |
1 | Ver Marta y María. Lucas X, 38-42. |
2 | Huxley, escritor esotérico declarado, autor de La Filosofía Perenne y de las utopías inversas Un Mundo Feliz y Regreso a un Mundo Feliz, lo es también de La Isla, descripción de un mundo idílico posible. |
3 | Rebelión en la Granja, 1984. |
4 | Este nuevo método es fundamental en el pensamiento de Bacon y el título de uno de sus principales libros: Novum Organum. |
5 | Francisco Bacon. Nueva Atlántida. Mondadori, Madrid 1988. |
6 | Hermetismo y Masonería. Cap. III, obra citada. |
7 | Recordamos aquí la atención especialísima que tuvieron para el científico Newton sus estudios bíblicos cabalísticos, a la par que los otorgados a la alquimia. |
8 | Aprovechamos la cita del dramaturgo inglés para observar que en La Tempestad se produce un naufragio y se desembarca en una isla gobernada por un mago: Próspero. Siempre la crítica ha calificado a esta obra como esotérica. |
9 | Instauratio Magna, Novum Organum, De la proficiencia y el avance del saber, etc. |
Indice |
Home page |