ESOTERISMO Y SIMBOLO |
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Abordamos ahora el tema de Cristianópolis, Utopía debida a la mano de Juan Valentín Andrae, autor del que hemos dicho ya algunas palabras en relación con la paternidad que se le atribuye referida a los famosos Manifiestos Rosacruz, recién tratados, que aparecen de modo anónimo como voz de una Fraternidad, real pero invisible, expresando el pensar de una Escuela de Conocimiento, siempre presente, en la exposición de una Filosofía Perenne.1 La particularidad más saliente a simple vista de esta utopía, desde el inicio signada por su propio nombre, es la de una ciudad ideal –pero debe destacarse que el propio autor reunió grupos de trabajo muy reales bajo esta misma idea–, esotérica, mas fundamentalmente cristiana, influida por el catolicismo, aunque es el paradigma, pudiera decirse, de una comunidad reformada, es decir, protestante; debe recordarse que su autor era pastor, de una familia de clérigos importantes y que consideraba al Papa como al Anticristo. También está claro a simple vista que Andrae se propone continuar la tradición modélica renacentista de las utopías, como hemos visto inaugurada por Tomás Moro y seguida por la de Tomasso Campanella y otros autores. De más está decir que estas utopías son estudiadas desde nuestro punto de vista, es decir, desde la Tradición Hermética, razón por la que destacamos los elementos esotéricos presentes en ellas, o sea, su relación con una Tradición directamente vinculada con el Conocimiento, heredera de las Escuelas Mistéricas de la antigüedad ejemplificadas por la obra de Hermes Trimegisto, Platón y Proclo que revivieron en el Renacimiento y se prolongaron hasta la época en que fue escrita esta utopía; señalaremos así los elementos más claros de esa pertenencia, tocando sólo de modo secundario todo lo concerniente a sus aspectos sociales, legales y económicos que son los que la crítica más ha investigado. Efectivamente en el Renacimiento fue cuando se produjo una vuelta a la Filosofía Perenne, a la Cosmogonía y la Teosofía clásicas, y se asistió a un resurgimiento de los valores tradicionales de la antigüedad que pasaron a revestir formas nuevas que comenzaron a manifestarse en Italia en el siglo XIV y se extendieron por todo Occidente hasta el siglo XVIII, sobreviviendo arduamente a la Reforma y la Contrarreforma para proyectar sus epígonos, ya débiles, hasta nuestros días. Durante esta época se hace inmenso el mundo del hombre europeo: por una parte la Historia se ha hecho mucho más extensa al volverse el hombre a sus orígenes "clásicos" y aun anteriores, ingresando en un espacio otro, en un ambiente de evocación apropiado para la anamnesis y apto para entroncar con el sentido del mito; por otra parte se han expandido hasta los límites de la fantasía y la posibilidad indefinida las marcas de lo conocido y se penetra en un mundo ilimitado. Además la nueva geografía se va ampliando constantemente, revelando lugares, gentes y formas desconocidas. A ello viene a sumarse la visión tridimensional del cosmos, en profundidad, debida a Copérnico y Galileo, donde la tierra pasa a ser vivida no como el centro del mundo, sino como un satélite del sol en un espacio volumétrico que se hace casi infinito. Desde luego que todo ello conlleva un cambio radical de mentalidad en el hombre del Renacimiento, época a partir de la cual puede advertirse un verdadero precipitarse de la historia a una velocidad geométricamente proporcional a su contenido, hasta nuestros velocísimos días donde no contamos con tiempo para nada, y se piensa que esa historia ha llegado a su fin. Acabamos de señalar el sentido del mito y añadiremos que la mitología describe las aventuras, los caracteres y los escenarios de sus protagonistas, los dioses, habitantes de la ciudad del cielo. Estos dioses intermediarios son la respuesta a nuestra búsqueda del Conocimiento, grados de un Ser Universal que se manifiestan como entidades que los distintos pueblos del mundo han llamado de ésta o aquella manera. La Utopía reúne de este modo al tiempo mítico en un espacio virtual. En Cristianópolis conviven estas coordenadas bajo el lema: piedad, probidad y erudición, que se oponen a otra tríada, la de la religión, idéntica a la hipocresía, la política, asimilada a la tiranía y la academia, igual a la sofística, siguiendo en esto a Campanella. Otro texto clave de Juan Valentín Andrae, ya nombrado, es Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz, obra dividida en 7 jornadas y viajes, donde se describe el matrimonio alquímico del azufre y el mercurio, es decir la perenne coniuctio opossitorum como forma de trabajo hermético, para procurar la Iniciación o proceso del Conocimiento. Las Bodas Químicas es un texto simbólico, repleto de referencias míticas y cabalísticas y estrechamente emparentado tanto con la Fama y la Confessio, como con la propia Cristianópolis. Esta última se halla situada en la isla de Cafarsalama, (Aldea de Paz) que se encuentra en la Antártida y es descubierta casualmente a raíz de un naufragio simbólico de la nave de la fantasía, agitada por los torbellinos de la envidia y la calumnia, por el propio Juan Valentín Andrae. En castellano no había una traducción de este libro, escrito originalmente en latín y publicado en 1619; tampoco se encuentran salvo en algunas bibliotecas europeas versiones de ella en francés o inglés, por lo que debemos agradecer al traductor y autor de la introducción Emilio García Estébanez,2 con cuya versión nos manejaremos aquí. Sin embargo el comentario del texto no admite la posibilidad de una conexión de Cristianópolis con algo más allá de una visión piadosa y cristiana de una comunidad. A diferencia de Moro y Campanella la Cristianópolis de Andrae no es una ciudad-estado, o la capital de una nación, sino más bien un castillo medioeval con un villorrio a los pies, o una comunidad religiosa, o mejor una ciudad universitaria, cual Oxford y Cambridge en Inglaterra, o aún más pequeña, ceñida a un colegio, ya que el mismo hecho de estar diseñada para sólo 400 personas, la convierte en un convento, o un colegio que, como un módulo, podrá repetirse a lo largo de un país, aunque Andrae no es preciso ni coherente respecto a cuál es exactamente la naturaleza de su proyecto en este sentido. Pero sí es preciso en el número de sus habitantes y en que se trata de un gran establecimiento de enseñanza poblado por matrimonios y sus hijos que conviven como una especie de orden religiosa donde la piedad cristiana se da la mano con la sabiduría de todos los tiempos. En ese sentido se ha señalado el parentesco en muchos aspectos con las escuelas de los jesuitas y con su orden, fundada por Ignacio de Loyola poco tiempo antes, aunque debe reiterarse el carácter sexual mixto de Cristianópolis. La comunidad tiene un trazado concreto aunque curiosamente el autor da de él algunas descripciones detalladas dejando otras en el olvido. Textualmente dice lo siguiente:
Para finalmente obviar el asunto diciendo que esto podrá verse mejor en el dibujo que acompaña a su texto, que en este trabajo por otra parte publicamos. Previamente nos dice, como Moro, al que cita, que todo se trata de un juego aunque hay que tomar con pinzas estas afirmaciones al igual que aquellas de negar la paternidad de los Manifiestos Rosacruz. Pero a diferencia del autor inglés la guerra –aunque se contratan tropas mercenarias– no forma parte de esta sociedad reformista cristiana que la evita por todos los medios y sólo es aceptada en caso defensivo y a regañadientes. Igualmente en esta sociedad aristocrática y no monárquica, pues se consideraba que el puesto del Rey sólo podría tocarle al propio Cristo, no se admitían formas cercanas a la esclavitud, como era en cambio el caso de Moro y Campanella. En la ciudad vivían seres que tenían el control de sí mismos, que luchaban contra el mundo, que aceptaban la muerte y que vivían en la contemplación del cielo y de la tierra, en el escrutinio de la naturaleza, en la armonía de todas las cosas, en la patria del Cielo y con la familia de Dios. Por el contrario no acogían a meros curiosos, fanáticos, "sopladores" que deshonran a la alquimia e impostores que simulasen ser hermanos de la Rosacruz. A partir de su capítulo 8 se tratan con minuciosidad temas concretos, lo que hace que se pueda pensar en Cristianópolis, con sus 400 habitantes, como en un colegio de funcionamiento posible, equilibrando el trabajo con el descanso, sobre la base de una economía autónoma. En sus calles se congregaban todos los oficios, aunque a la sastrería y el bordado lo llevaban las mujeres. Se hacía oración pública y ciertos aspectos de esta utopía hacen pensar que pueda haber sido el modelo o haya influido en pequeños pueblos protestantes, calvinistas, cuáqueros y puritanos en U.S.A. La propiedad es común y en principio todos están llamados a ejercer todas las artes y ciencias, incluso las mujeres. De otro lado las penas legales son leves y se trata de precaver en lugar de agregar más desgracia a los que han caído. No existe la pena de muerte, al igual que en Moro y Campanella. Nada se hereda y la mitad de la ciudad está regida por ocho autoridades que a su vez dirigen a otros ocho prefectos de modo paternal utilizando más el ejemplo que la palabra.
Nadie tiene su vivienda en propiedad y mudarse es aún más fácil que en la utopía de Campanella. El colegio es el corazón de la ciudad, marcando así su carácter. Juan Valentín se deleita en pequeños detalles y anota un triunvirato de autoridades, también dos cuatorviros y finalmente un senado de notables. Como se ve es vago en ello y generalmente al final de todas las descripciones hay una comparación con el mundo profano al que se anatematiza y una breve reflexión moral o doctrinal concluye los capítulos. Hay dos tablas –como las de la ley mosaica– fundamentales, donde se hallan inscriptos los principios religiosos y constitucionales, y usos y costumbres de esta ciudad, que todos sus habitantes conocen. Se distingue lo civil de lo religioso. Existe un teólogo:
Este es un supremo sacerdote, un sabio, que
Su esposa es una mujer extraordinaria que le ha dado prole y se llama simbólicamente "la conciencia". A continuación se mencionan otras autoridades como "el diácono", "el juez", "el erudito", estos dos últimos –que junto al teólogo constituyen el triunvirato– con sus respectivas mujeres: "la razón" y "la verdad" respectivamente. Así se siguen enumerando distintos ítems variados hasta llegar al acápite 44 denominado "El laboratorio" que tiene para nosotros un especial interés pues está dedicado a la alquimia, y del que queremos destacar algunas frases.
Continúa su narración con importantes temas relacionados con la enseñanza y los ámbitos utilizados para ello. Hasta llegar a la metafísica y la Teosofía de las que se dice:
En el acápite 62:
Y se pasa a los números místicos. Con Campanella5 nuestro autor dice:
En el capítulo 64:
Se continúa en el 67 y siguientes:
Sin embargo:
Y de este modo
hasta el acápite 100, donde termina la obra, de la cual hemos
querido parafrasear lo anterior puesto que consideramos que esas citas
la definen concretamente. |
VI. Las utopías negativas, inversas o literarias |
NOTAS | |
1 | También el término Filosofía Perenne fue acuñado en el Renacimiento; así se llama una obra en diez volúmenes de Agostino Steuco considerado un teólogo católico publicada en Lyon en 1540. Se ha puesto en duda el significado de una Filosofía de ese tipo antes del conocimiento de Oriente y América y su cultura. Sin embargo la idea de unanimidad en Dios ya campeaba en esa época donde se conjugaban distintos pensamientos, especialmente el clásico con el cristiano. |
2 | Cristianópolis, Johann Valentin Andreae. Akal, Madrid 1996. |
3 | Como la Jerusalem Celeste que descenderá del Cielo al fin de los tiempos, o sea la cristalización del Conocimiento, la coagulación en términos alquímicos de las posibilidades implícitas en el ser humano por medio de los estados superiores de conciencia. Recordemos que Juan Valentín es milenarista, como Joaquín de Fiore y Cristóbal Colón, influencia que se ha señalado en su obra. |
4 | Una ciudad semejante, en una isla cuadrada y con una torre de siete niveles en su centro, se describe en un viaje que tiene lugar en la jornada V de Las Bodas Químicas de Cristian Rosenkreutz (Muñoz Moya Ed., Brenes, Sevilla 1988). Este viaje tiene analogías con el de Polia y Polifilo a una isla, Citera, patria de Venus, en una barca capitaneada por Cupido. Ver más adelante "Las Utopías del Sueño: Hypnerotomachia Poliphili". Ver también The Chemical Wedding of Christian Rosenkreutz, traducción de este libro de Andrae del latín al inglés por Joscelyn Godwin (Phanes Press, Grand Rapids MI 1991). |
5 | Almirante: – "Indudablemente ellos se apoyan en la doctrina pitagórica sobre el valor de los números. Mas no sé si obran por superstición ni tampoco si se basan exclusivamente en los números o bien en la medicina acompañada de los números". Gran Maestre: – "En ello no hay superstición alguna, pues ningún canon o escritura divina ha condenado el valor de los números. Antes bien, los médicos se servían de él en los periodos o crisis morbosos. Además está escrito que Dios hizo todas las cosas con número, peso y medida. En siete días creó el mundo. Siete son los ángeles que tocan las trompetas; siete, los vasos; siete, los truenos; siete, los candelabros; siete, los sellos; siete, los sacramentos; siete, los dones del Espíritu; siete, los ojos en la piedra de Zacarías. Por eso San Agustín, San Hilario y Orígenes disertan ampliamente sobre la fuerza de los números y en especial de la del siete". (T. Campanella, La Ciudad del Sol ). |
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