Es tan
fácil comprender que el Universo
es un juego de relaciones cuando uno pone un poco de buena voluntad,
que cualquier ejemplo tomado de lo que está a mano nos lo dice.
Así la sangre –y con ella la vida– se derramaría
por los poros si no estuviese contenida por la presión atmosférica.
A la atmósfera la controla otra entidad y así le da su
existencia. Esa otra entidad ¿de quién depende? ¿quién
la conoce? La cadena de mundos, el collar cósmico, la sucesión
indefinida de la multiplicidad numérica, que eso precisamente
simboliza. El coito reiterado y la antropofagia natural. No hay nada
en la sucesión horizontal de mundos o en el ciclo perenne de
uno de ellos. Declaro que es pecado mortal poseer la idea de un infinito
material, de una eternidad relativa. La suma de las vueltas alrededor
de un eje es igual a la numeración de galaxias: ambas no nos
dicen nada acerca del Universo. Lo que está implícito
en lo horizontal, lo que en él es inmanente, o potencial, lo
que advertimos en la interioridad de la conciencia, eso es lo que interesa.
No el vagabundeo de existencias análogas, sino la esencia, la
encarnación.
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