CAPITULO X |
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Se considera a Nezahualcóyotl, rey de Tezcoco, como uno
de los herederos de la antigua tradición tolteca que, sin duda, de
una u otra manera fue la matriz de la mayor parte de las grandes civilizaciones
mesoamericanas conocidas actualmente.
Ya nos hemos referido a la pirámide que mandó
construir de 'nueve andanas' sobre las cuales estaba Tloque Nahuaque, el dios
desconocido, el dador de la vida, aquél que no tenía segundo.
Esa pirámide era sin duda no solamente un adoratorio, según
la idea que hoy tenemos de ese término, sino también un modelo
a escala del universo –como todos los templos tradicionales–, la manifestación
simbólica de la cosmogonía heredada de la cultura tolteca. Volveremos
sobre el tema a lo largo de este libro, aunque queremos destacar ahora otro
asunto, el de la poesía de Nezahualcóyotl en cuanto ésta
es también la expresión de la imagen del cosmos que poseía
el rey-poeta. Refiriéndose a la deidad nos dice: Dios, es señor nuestro, por todas partes es invocado, por todas partes es también venerado. Se busca su gloria, su fama en la tierra. Él es quien inventa a sí mismo: Dios. Por todas partes es también venerado. Se busca su gloria, su fama en la tierra". Este inventor de sí mismo es, por cierto,
un artista creador: pintas las cosas, Dador de la Vida: con cantos tú las metes en tinte, las matizas de colores: a todo lo que ha de vivir en la tierra! Luego queda rota la orden de Aguilas y Tigres: ¡Sólo en tu pintura hemos vivido aquí en la tierra!" ensaya el canto, derrama flores, alegra el canto. Resuena el canto, Sobre las flores canta Libro de pinturas es tu corazón,
En el interior de la casa de la primavera,
Homologar el universo con una casa de pinturas –al
igual que aquélla donde se guardaban los códices–, la biblioteca
y pinacoteca divina, y al hombre como capaz de recrear el canto universal
(ser su bardo o ministro), es una explosión de formas y colores, algo
deslumbrante.1 Es concebir al mundo –y a nuestro paso por la vida– como una
permanente obra de arte donde se proyectan indefinidas imágenes cambiantes,
igualmente bellas y fantásticas, así estén coloreadas
por la dicha o la tristeza, por el florecimiento de la paz o por la dramática
batalla cósmica. José Luis Martínez escribe: "...la vida
le parece a Nezahualcóyotl semejante a los libros pintados y el Dador
de la Vida actúa con los hombres como el tlacuilo que pinta y colorea
las figuras para darles vida. Pero, al igual que en los libros, también
los hombres van siendo consumidos por el tiempo: nos iremos borrando, como una flor hemos de secarnos sobre la tierra, cual ropaje de plumas del quetzal, del zacuán del azulejo, iremos pereciendo.' nada puede hacerse contra ello, todos pereceremos,
de cuatro, en cuatro, y esta vida fingida del libro que la divinidad pinta
y borra caprichosamente es nuestra única posibilidad de existencia".2
Sin embargo, esta 'casa' o templo –esta caja teatral
con sus personajes y escenografías, este escenario o tablado–, este
espacio sagrado que es el cosmos, tiene una forma, una estructura que las
construcciones de los hombres imitan; su base es cuadrangular y se lo visualiza
o bien como pirámide de lados triangulares y escalonada cuando se quiere
destacar la presencia de varios grados o planos de realidad en él –9
ó 13 cielos– o bien como un sencillo cono, como es el caso de las
tiendas nómades indígenas o simplemente como cubos, así
las casas cultuales de numerosas tribus, las que en los mitos y códices
mayas se hallan rodeadas de iguanas gigantescas.3 Se debe enfatizar
que para los precolombinos el espacio no es sólo algo estático,
dividido en cuatro puntos cardinales fijos y ausentes, sino que está
tan vivo como el tiempo, recreándose constantemente y constituyendo
un elemento activo y permanente de la manifestación; los espíritus
que lo conforman actúan a perpetuidad como energías implicadas
en el proceso generativo donde se conjugan con las deidades del tiempo y
sus cifras numéricas y los númenes del movimiento, divinidades
pasajeras siempre presentes. Asimismo el sol no es algo fijo, sino que éste
expresa distintos tipos de energía cuando nace (oriente), cuando está
en su apogeo (sur-mediodía) o cuando se pone (occidente).4 Esta dinámica de reflejos o energías múltiples
construye y destruye el cosmos perennemente y también lo equilibra,
para conservarlo, constituyendo la dialéctica, la ley del ritmo universal
que en las coordenadas de tiempo, espacio y movimiento se asemeja a una caja
de espejos, o de sueños. Ometéotl, Dios uno y dual como el
andrógino primordial platónico, el hermafrodita alquímico,
la esfera ideal pitagórica, o las dos mitades del huevo del mundo
egipcio e hindú, permanece impasible mientras se alternan estas dos
energías, emanadas sin embargo de su cuerpo increado que no se inmuta
ni transforma: el que está tendido en el ombligo de la tierra, el que está metido en un encierro de turquesas, el que está encerrado en aguas color de pájaros azules, el dios viejo, el que habita en las sombras del recinto de los muertos".5 La manifestación de esta suprema deidad –una y dual y, por lo tanto, trina– es el plano del mundo, el cuaternario, sobre el que asimismo ella actúa, sintetizándose en la quintaesencia, o punto central (lo que es claro en el signo de la cruz) el cual es simbolizado por el número cinco, que se convierte así en un módulo, en una proporción presente en todos los seres y cosas, medida arquetípica de la armonía universal. Estas ideas son el fundamento de la teogonía y la cosmogonía náhuatl y son también válidas para toda la tradición americana –con diferentes variantes secundarias como seguiremos viendo– haciendo la salvedad de que una teogonía no es una teología dogmática, así como la cosmogonía no es una cosmología en el sentido de una tesis 'científica' basada en la estadística, sino una simbólica, en la acepción real de esta palabra. De otro lado la comparación entre las diversas
sociedades precolombinas y sus expresiones simbólicas es tan válida
como la comparación de estas culturas con otras que no sean autóctonas
y continentales. Ya los griegos y romanos que vivieron y fecundaron el pensamiento
tradicional y coexistieron con otros pueblos y culturas de muy diversa naturaleza
que la suya –piénsese en la multitud de influencias y formas religiosas
y filosóficas que caracterizaron al Mediterráneo, antes y después
de Cristo– daban como cosa normal hacer las transposiciones del panteón
o de los símbolos de una civilización a otra y de ésta
a una tercera, porque de este mismo modo habían procedido los seguidores
de estas deidades o ideas, lo que equivale a decir que las asimilaciones
se habían producido en forma espontánea, lográndose
naturalmente las identidades y las equivalencias –adaptadas a un nuevo contexto,
a una cultura surgente– que se tomaban como parte del desenvolvimiento normal
de una sociedad y de las relaciones que en ella se producen. Comparaban distintos
panteones y sus símbolos y registraban las distintas formas y nombres
que las energías de lo sagrado, la deidad, asumía de acuerdo
a los lugares, los tiempos y los hombres. Por otra parte los mismos mecanismos
del pensamiento son asociativos y la comparación se produce instantáneamente,
pues forma parte del discurso de la mente. Para establecer una proposición
cualquiera cuya evidencia no es inmediata, la mente selecciona por sustitución
un problema y lo relaciona con otro, y éste a su vez con un tercero
hasta que llega a uno conocido –a través de este proceso concatenado
y prototípico–, cuya verdad ya ha sido establecida con anterioridad,
o se hace evidente, con lo cual se ilumina tanto la validez de la proposición
en sí, como el conjunto –el contexto de una sociedad tradicional en
este caso– en el que ella se efectúa. |
XI. El Cosmos y la Deidad (en América Indígena) |
XII. La Dualidad. Energías ascendentes y descendentes |
NOTAS | |
1 | Curiosamente, el mazdeísmo da al paraíso el nombre de 'mansión de los cantos'. |
2 | José Luis Martínez, Nezahualcóyotl, Vida y Obra, Fondo de Cultura Económica, México, 1980. |
3 | J. Eric S. Thompson, Historia y Religión de los Mayas, Editorial Siglo XXI, México, 1977. |
4 | El tiempo para los precolombinos no es lineal sino cíclico, circular. En esto coinciden plenamente con todas las sociedades tradicionales donde el símbolo de la Rueda –imagen del ciclo que vuelve a su punto de partida– tiene un papel tan destacado, lo mismo que en los mitos asociados al 'eterno retorno'. Prueba fehaciente de ello son los calendarios, que se repiten de manera invariable –como el ciclo de los planetas y el paso de ciertas estrellas–, aunque nunca de forma idéntica sino análoga, dada la cantidad de variables, posibilidades y nuevas coordenadas que se establecen de continuo en virtud de la inmensa diversidad de elementos, correlaciones y factores siempre diferentes que entran en juego en el drama cósmico y que hacen que una situación o un ser no puedan repetirse jamás de manera exacta, o sea en su misma forma o manifestación individualizada, pero sí como proyecciones de un arquetipo eterno con el que se corresponden e identifican. |
5 | Códice Florentino, traducción de Angel Mª Garibay K. |
6 | Es decir, se considera a una descripción de la realidad como si fuera la realidad misma. Hay un documento que prueba claramente el nivel de conocimiento que tenía la mayor parte de los pueblos precolombinos a la llegada de los europeos. No se trata en este caso de sacerdotes que responden »a sus invasores, como en el episodio de los Tlamatinime narrado en el capítulo primero de esta obra, sino de un guerrero, Nicarao, que contesta a las admoniciones y juicios de González Dávila, primer conquistador de la actual Nicaragua, país que, por otro lado, lleva su nombre por este cacique. El hecho está narrado en la primera de las Décadas de Pedro Mártir de Anglería, conocido humanista del siglo XVI. Allí se da cuenta de un diálogo entre ellos, donde el conquistador, después de vencerlo, comenzó a amonestarle diciéndole que sería bueno que ya los indios no se hicieran la guerra entre sí, que dejaran de bailar y emborracharse, que obedeciesen de una vez al Rey de España que era todopoderoso y al Pontífice que era infalible. A lo que Nicarao respondió que la guerra no se la iban a dejar a las mujeres, y con bailar y emborracharse no le hacían daño a nadie. A continuación comenzó a hacer preguntas: ¿Cómo, si la religión de los españoles les prohibía matar, por qué ellos entonces mataban a los indios? Y más sibilinamente, y esto es lo interesante: ¿Tenían ellos acaso noticia del diluvio? ¿Habría otro? ¿Qué sucedería al fin de los tiempos: se destruiría el mundo o caerían los astros sobre él? ¿Cuándo cesaría el curso del sol y se apagaría junto con la luna y las estrellas? ¿Cómo eran de grandes los astros y quién los sostenía y hacía mover? ¿A dónde irá el alma después de la separación del cuerpo? ¿Tal vez el Rey y el Pontífice no se morirían por ser uno todopoderoso y el otro infalible? Y, además, cambiando de terna, ¿para qué querían tanto oro unos pocos hombres? Es evidente que el cacique que había perdido su batalla frente al español no por falta de valor sino por la diferencia técnica en el armamento, conocía perfectamente la ignorancia de los ambiciosos conquistadores y con despecho debía rendirse ante la fuerza de los que ya nada sabían de la cosmogonía y la teogonía universal, lo que demuestra una superioridad intelectual y espiritual del conquistado ante el conquistador, el cual no supo, es obvio decirlo, responder a sus preguntas. Este texto es citado aquí como ejemplo del conocimiento que sobre los problemas de la cosmogonía y la teogonía tenían los precolombinos, especialmente en una nación pequeña en la que no hubiera podido verse ninguna gran civilización. |
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