CAPITULO IV |
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Tal
vez en ninguna sociedad tradicional sea tan notoria la obsesión
de simbolizar el eje y el centro como se puede observar en las antiguas
culturas americanas. En todas sus manifestaciones estos símbolos
están presentes expresados en los cuatro rumbos del espacio y el
tiempo y en el quinto punto equidistante y central en el que se conjugan,
que marca el eje vertical, la dirección alto-bajo, cielo-tierra.
Nos dice Alfonso Caso: 1
"Los cuatro hijos de la pareja divina (que representa la dirección central, arriba y abajo, es decir, el cielo y la tierra) son los regentes de las cuatro direcciones o puntos cardinales". "Esta idea fundamental de los cuatro puntos cardinales y de la región central, se encuentra en todas las manifestaciones religiosas del pueblo azteca y es uno de los conceptos que sin duda este pueblo recibió de las viejas culturas de Mesoamérica". En el Popol Vuh puede leerse:
Para los mayas el mundo era una superficie plana y cuadrada, un cocodrilo o iguana que flotaba en un lago, al igual que el Cipactli de los aztecas, el dragón chino, o la tortuga mítica de los iroquíes norteamericanos y también de los hindúes y muchos otros pueblos tradicionales. En el centro de la tierra, que era una isla, crecía un inmenso árbol, una ceiba, como símbolo axial y en cada una de las esquinas de este cuadro había asimismo un árbol más pequeño en el que moraba un pájaro. Fray Diego de Landa comenta:
En el mito de la fundación del imperio Inca, una pareja ancestral, Manco Capac y Mama Ocllo, después de un intenso viaje, una peregrinación auspiciada por el sol quien les había regalado un bastón de oro –símbolo del eje– consiguen hundirlo sin dificultad en un lugar mágico y preciso en donde según el astro debían detenerse pues ese sería su centro, el sitio donde fundar y desarrollar su imperio. La señal se había producido y ella mostraba la conjunción de cielo y tierra dada por la verticalidad del bastón como factor masculino y la receptividad horizontal de la tierra como componente femenino. En aquel lugar mítico que según ciertas leyendas resultó ser el Cuzco se manifestó pues la confluencia de dos energías sin contradicción –como se había profetizado– produciéndose la reconciliación de opuestos que hizo posible la irrupción de la energía celeste, divina, axial, en forma de efluvios que mediante la labor de este pueblo, heredero del sol, se podrían extender en las cuatro direcciones del espacio y en la totalidad del tiempo cíclico, marcado este último también por el cuaternario de las estaciones en el año o el de las grandes eras del mundo –a las que asimismo se asociaba con los cuatro estados de la materia– o el de las horas del día.3 En la fundación de México Tenochtitlan el simbolismo no es menos evidente. Nuevamente una isla –símbolo como el del omphalos universalmente utilizado para marcar el centro– donde se encuentran una piedra y un nopal –que como la montaña y el árbol son expresiones del eje– y sobre ellos un águila y una serpiente (o dos corrientes de energía cósmica manifestándose por dos fuentes de agua, una de color rojo, otra azul, expresiones ambas de la dualidad y de la complementariedad de los contrarios) que son las señales que buscan durante años dirigidos por su deidad, Huitzilopochtli, imagen guerrera y solar. Allí encuentran su centro, su ubicación, y a partir de él es que han de crear su nación, cumplir su destino como pueblo y como hombres, en la totalidad del espacio y el tiempo que desde ese momento se ordenan y sacralizan, es decir existen verdaderamente, pueden ser considerados como tales. Miguel Léon Portilla dice: 4
"El tiempo primigenio –ab origine, illo tempore– en que su nueva existencia transcurre, desde la manifestación del dios portentoso se desenvolverá en una secuencia que culminará en el espacio sagrado, en la región de, los lagos". Efectivamente esto es así en perfecta correspondencia con toda civilización tradicional y fundación de las ciudades en el tiempo y el espacio sacralizado, exclusión hecha de las modernas metrópolis y su pseudo-cultura.5 Por otra parte la imagen del corazón como centro –reflejo del eje– está presente en la mayor parte, si no en todas las tradiciones conocidas y esta simbolización del centro de la ciudad como posibilidad de irrigación del organismo social, es decir, de la totalidad de ese ser, se transpone al individuo que conforma esa misma sociedad, al que se le otorga una nueva vida al iniciarse en una realidad distinta, en un tiempo y un espacio regenerados. Los indios de Estados Unidos también lo encaran de la misma manera:
Esta cita pertenece a Mircea Eliade, autor que se encarga también de aclaramos que:
Todo esto que efectivamente es así nos sugiere una serie de asociaciones. En primer lugar se destaca la relación eje, centro, corazón, templo, espacio sagrado, iniciación, regeneración del ser, nueva vida y realidad, etc. Esto frente al caos amorfo, indeterminación, reiteración y esclavitud cíclica, vida falsa, mundo profano, etc. Tratemos de aclarar algunos términos a la luz del conocimiento tradicional que es, precisamente, quien los emplea. Lo Sagrado y lo Profano
Tampoco lo sagrado es mojigatería, religiosidad o superstición. No está vinculado exclusivamente con una moral y sus comportamientos de acuerdo a leyes coactivas. Incluso a veces contiene algo de anormal o se presenta en forma monstruosa (enfermedad, locura, desgracia) y hasta grotesca. De alguna manera esto se patentiza en el tabú y lo tabuado, realidad que se encuentra marcada por un halo equívoco –para quien está de fuera– como todo aquello que pudiera ser 'antinatural'. Lo sagrado existe en el interior de la conciencia del hombre que participa del Ser Universal, y sin embargo, este estado, esta realidad, es tan difícil de describir como la naturaleza de aquello que ella misma expresa. Tal vez se pudiera afirmar lo sagrado negando todo lo que no es tal. Pero tomando muy en cuenta que lo santo no es sólo un 'sentimiento', como se pretende, ni una fantasía, como se sospecha, ni una 'virtud' como se imagina. La realidad de lo sagrado, su verdad, se desprende de la falsedad de lo profano, de su ineficacia. Se piensa en la salud cuando se comprueba la enfermedad. Es gracias a la creación que concebimos lo increado; en lo substancial lo esencial es inmanente. Una concepción tradicional de la sacralidad está íntimamente ligada con el conocimiento de otros planos o mundos a los que se vivencia como reales y que no están fuera del hombre, como si constituyeran otros mundos físicos, o lugares, sino que se hallan en el núcleo de su conciencia con la que puede percibirlos. Ya que se le presentan como idénticos a sí mismo, cual si fuera su auténtico ser el Ser Universal que es su origen y su destino y del cual derivan todos los hombres y las cosas retornando a El indefinidamente. Este cambio, esta vuelta al Ser Universal, está a cargo del hombre como administrador de la creación. Y el rito y el símbolo son los vehículos que emplean las sociedades tradicionales para establecer un puente entre lo fugaz y lo permanente, entre la ignorancia y el conocimiento. Toda su cultura, que se traduce en los ritos cotidianos y los símbolos diarios, no es sino un recordatorio gestual y mental continuo del plano invisible, de la sacralidad del mundo, y una ofrenda constante de acción de gracias y reverencia a la deidad, a los númenes que perpetuamente nos están generando. Cualquier pensamiento en contrario jamás ha tenido cabida en una sociedad tradicional,8 la cual extrae todo su conocimiento de la aprehensión de estas verdades arquetípicas que constituyen su cosmogonía –su forma de ver la cosmogonía única– merced a la cual pueden organizarse y vivir libre y prósperamente a su medida y poseer una identidad que se traducirá en sus actividades diarias, sus trabajos, ocupaciones familiares, individuales, sus fiestas y juegos, su organización social, su escritura y calendarios, sus dioses, sus mitos y símbolos, en suma, en su cultura como un gigantesco rito total. |
V. El Mundo Precolombino |
NOTAS | |
1 | Caso, Alfonso. El Pueblo del Sol, Fondo de Cultura Económica, México, 1976, págs. 21 y 22. |
2 | Relación de las cosas del Yucatán, Porrúa, México 1973, Pág. 63. |
3 | El Cuzco, la capital, era el centro tanto geográfico como político-social del imperio, el que se dividía en cuatro grandes regiones o provincias; gobernada cada una por un miembro de la familia real, que conjuntamente con el Inca regía todo el Tawantisuyo (el imperio), vocablo que en quechua significa literalmente la 'Tierra de los Cuatro Cuartos'. |
4 | México Tenochtitlan: Su Espacio y Tiempo Sagrado, I.N.A.H., México, 1978. |
5 | También en la China existía una isla mítica en donde vivían cuatro 'maestros', uno en cada punto cardinal. En Irlanda antiguamente había cinco reinos, uno en cada dirección y otro central. Lo mismo en la India y Tibet donde regían los cuatro Mahârâhas, o grandes reyes. Igual con los cuatro Awtâd del esoterismo islámico. Ver René Guénon, El Rey del Mundo, capítulos IX y X. |
6 | El juego sagrado de pelota mesoamericano se practica en un espacio que simboliza el cosmos y sus participantes protagonizan en ese rito a los dioses primigenios –las energías cósmicas– merced a los cuales la creación tuvo lugar en un tiempo original. |
7 | Cantares Mexicanos, anónimo de Tenochtitlan, traducción Angel Mª Garibay K. |
8 | La que podría engendrar un ladrón, un asesino, un traidor, pero nunca un ateo; éste es un fenómeno que no puede darse en ella. |
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