CAPITULO VII
CIERTAS PECULIARIDADES EN LA VISION DEL MUNDO DE UNA SOCIEDAD ARCAICA
Como ya se ha mencionado a veces se necesita de un gran esfuerzo para situarse en el ambiente de las culturas ajenas a la sociedad moderna, en especial en lo tocante a su visión de lo sagrado comparada con los puntos de vista actuales sobre el tema, así como a otras vivencias, usos y costumbres que no entendemos por no comprender los principios que los han conformado, al igual que, lo que nos sucede con la mentalidad de los hombres que participaban en esas sociedades. Las pautas culturales extrañas a la nuestra, y aun la nuestra misma en otros períodos históricos, son casi un tabú para nosotros, pues no logramos asimilarlas y solemos caer en el error de transformarlas en algo diferente, adulterándolas. A veces esas pautas se presentan con formas desagradables que se considera mejor no mencionar, o aun de peor modo como realidades que hay que 'desodorizar', tergiversándolas, para hacerlas consumibles. Sin embargo y según lo llevamos dicho, el esfuerzo de concebir otro tiempo, de imaginar un espacio mental distinto al nuestro, es decir, el investigar profundamente en el ser humano, se verá recompensado por el conocimiento de otra forma de ver el mundo que comulgará precisamente con las ideas originales que a éste le dieron vida. Y precisamente son estas concepciones de las sociedades tradicionales y/o arcaicas, aunque parezca paradójico, las mismas que produjeron en el pasado nuestra civilización, a la que también desconocemos. También debe decirse que cuando se estudian otras culturas a menudo causa sorpresa el valor -a veces dual- atribuido a tal ser u objeto, y esto ya sea por no corresponder sus atributos a nuestra concepción actual, o por no coincidir esa evaluación con otras sociedades conocidas, o lo que nos han contado acerca de ellas.  
 
Lo que sí debemos entender es el hecho de que el símbolo es realmente una energía-fuerza que representa verdaderamente lo que es el ser o la cosa representada, y no una 'alegoría' de ella. Para los huicholes el venado es el peyotl, y ambos elementos son idénticos puesto que traducen exactamente el mismo tipo de energía cósmica que los ha conformado, y que los hace equivalentes, ya que ella se manifiesta tanto en el animal como en la planta, los cuales obedecen principios comunes, o mejor, el mismo principio relacionado con el sacrificio y con la sangre, conceptos que ligan al venado y al peyotl -y a las ceremonias con ellos vinculadas- a la muerte y a la regeneración; transformación que por otra parte también sufre y ritualiza la tierra en la época de la sequía con su agonía, y la posterior resurrección que proclaman las lluvias. Estos y otros indígenas han asimilado a su vez esta muerte de la naturaleza y su consecuente resurgimiento a la cuaresma cristiana -como muchos campesinos europeos herederos de culturas precristianas- cuando la muerte de la tierra (y de Jesús) se transmuta en flores. Las flores son efectivamente para estas naciones indígenas equivalentes a la sangre, como símbolo directo de la vida, y ambos términos son exactos e intercambiables, como el venado y el peyotl. Lo que se quiere destacar es cómo para una sociedad primitiva se articula un sistema de correspondencias simbólicas que constituye un código de supuestos, un auténtico lenguaje de imágenes sintéticas en acción que por ser distintas a las habituales no las comprendemos, sin darnos cuenta de que pese al racionalismo y los condicionamientos impuestos en este sentido, la mente aún sigue funcionando de esa manera.1  

A lo sagrado las sociedades y los hombres lo han visto bajo el color con el que se les ha presentado de acuerdo a las circunstancias y los tiempos de su irrupción en la existencia colectiva o individual. Se ha vestido -y se viste- con los atavíos del horror o la dulzura. Como el completo vacío o la plenitud. Como algo benéfico o castigador. Ha tomado las formas de la guerra o de la paz. Esto es posible porque lo sagrado abarca la totalidad y se manifiesta -como todas las cosas- por una corriente de energía dual de la que el hombre participa, y por la que percibe lo metafísico como algo extraordinario por medio de la polaridad de los extremos. La borrachera sagrada sería, desde un punto de vista moralista o convencional -que tenemos muy interiorizado-, algo que sólo a un ebrio se le podría ocurrir. Sin embargo ha sido habitual en las prácticas ceremoniales de los indios americanos de norte, centro y sur, que ingerían tradicionalmente bebidas alcohólicas fermentadas -pulque, balché, chicha, etc,- como parte de sus ritos. Con esto no han hecho sino lo mismo que otros pueblos del Viejo Mundo, entre ellos los egipcios, nórdicos, griegos y romanos, sin mencionar a los cristianos en cuya simbólica, como se sabe, el vino es equiparado a la sangre de Jesús, tal cual la gentilidad lo refiere a sus dioses. La ingestión de drogas alucinógenas con propósitos rituales -el peyotl, los hongos, la ayahuasca, etc.- está estrechamente emparentada con esta cuestión aunque esta costumbre ritual sea para el lego aún más condenable -por desconocimiento- al punto de que la juzga como una verdadera inmundicia, una degeneración diabólica, aunque hoy día se sabe que la inmensa mayoría de los pueblos tradicionales ha utilizado en sus ceremonias estas substancias alucinógenas como forma de promover el conocimiento y establecer contacto con los dioses (re-ligar) por su intermediación, prácticas que se mantienen actualmente.2 Ni hablar del rechazo -y la atracción- que produce la idea del sexo como experiencia espiritual; o cualquier 'exceso' en mentalidades ahorristas y personas convencionales, sujetas siempre a los temores de una autorrepresión casi involuntaria. Con respecto a las 'drogas', utilizadas por los iniciados indígenas, que ofenden el decoro de la clase media, señalaremos la intención y el sentido con que son ingeridas y realizadas estas prácticas, es decir, su función como agentes mediadores del conocimiento en cuanto posibilitan el acceso a la realidad metafísica, y por ésta igualmente a la comprensión de la física, que se entiende entonces como una prolongación material de aquélla. También que estos ritos y substancias sagradas llevan a la catarsis a través de una limpieza o purificación -una muerte y su posterior resurrección- producida por la intensidad de la situación, la cual promueve una ruptura de nivel al sacar al sujeto de su tiempo y espacio habitual para ubicarlo en el centro de sí mismo, lo que equivale a otra lectura de la realidad, o a una realidad distinta, que aparece ahora como mucho más cierta y efectiva, como una verdad interiormente verificable coexistente con la imagen refleja que de ordinario se posee acerca del Ser y el Mundo. 

Es evidente que ciertos usos y costumbres nos resultan extraños, si no sorprendentes, y eso se debe en parte -como ya se ha dicho- a que no estamos familiarizados con ellos y sobre todo a que nuestros conceptos no coinciden con los de las culturas tradicionales.3 Pero en esa dificultad también está el camino de acceso a la comprensión de esas culturas puesto que resulta lógico pensar que si conocemos las concepciones que les han dado lugar, al vincularnos con sus manifestaciones simbólicas, podemos entender la atmósfera y el ambiente en que se desenvolvieron, el sentir y el pensamiento de una comunidad normal del tipo. Sus fiestas religiosas poco o nada tenían que ver con lo que hoy entendemos por tales, ni se hallaban de ningún modo emparentadas con lo 'sentimental' o 'conmemorativo'. En estas ceremonias participaba la comunidad entera, toda ella, la que conjuntamente psicodramatizaba la cosmogonía y la teogonía, como lo atestiguan los cronistas cuando se refieren a sus danzas sagradas y rituales, las cuales no excluían (por cierto) el placer y el entretenimiento. Con referencia a los aztecas, nos dice Fray Toribio de Motolinía:  

    "No son tan pocos los que van que no llegan a ser cerca de mil y otras veces más, según los pueblos y las fiestas. Antes de las guerras (de conquista), cuando celebraban sus fiestas en libertad, en los grandes pueblos se juntaban tres mil y cuatro mil y más a bailar".  

    "Los primeros cantos van en tono bajo como adormilados y despacio: el primer canto es conforme a la fiesta, y siempre dan comienzo del baile aquellos dos maestros y luego todo el coro prosigue el canto y el baile juntamente, y toda aquella multitud traen los pies tan concertados como unos muy diestros danzadores de España; y lo que es más es que todo el cuerpo, ansí la cabeza como los brazos y las manos van tan concertados, medido y ordenado, que no discrepa ni sale uno de otro medio compás, más lo que uno hace con el pie derecho y también con el izquierdo, mesmo tiempo hacen todos y en un mesmo tiempo y compás; cuando uno abaja el brazo izquierdo y levanta el derecho, lo mesmo y al mesmo tiempo hacen todos, de manera que los atabales, el canto y los bailadores todos llevan su compás concertado... Los buenos danzadores de España que lo ven se espantan, y tienen en mucho la danza de estos naturales, y el gran acuerdo y sentimiento que en ellas tienen y guardan".4 

Respecto a los mayas, narra Landa:  
    "Otro baile hay en que bailan ochocientos y más y menos indios, con banderas pequeñas, con són y paso largo de guerra, entre los cuales no hay uno que salga de compás; y en sus bailes son pesados porque todo el día entero no cesan de bailar y allí les llevan de comer y beber".5 
Como se sabe, aun hoy en día estas danzas rituales siguen practicándose multitudinariamente en Perú y Bolivia, aunque teñidas de 'folklorismo', en particular durante los solsticios de verano e invierno. 

Con respecto a los juegos, sucede lo mismo. Estos simbolizan una cosmogonía en movimiento y sus jugadores actúan y actualizan el drama cósmico. Tal vez el ejemplo más perfecto de esto sea el Juego de Pelota, competencia ceremonial típica de las grandes civilizaciones mesoamericanas aunque no debemos por ello descartar otros juegos y 'deportes' de clara intención ritual y metafísica. Mencionaremos aquí el juego ritual de los 'voladores', juego que todavía se practica en ciertas zonas mexicanas y guatemaltecas. Se trata de la circunvalación aérea que efectúan cuatro protagonistas alrededor de un poste ritual, símbolo del eje y el centro. Torquemada lo describe de esta manera:  

    "Cuando habían de volar, traían del monte un árbol muy grande y grueso y descortezábanlo liso. Este era muy derecho y del tamaño suficiente que bastase a dar trece vueltas a su redondo el que en él volaba. El artificio de esta invención era un mortero que ajustaba en lo alto y cabeza del madero, del cual pendía un cuadro de madera, a manera de bastidor, de un lienzo de casi dos brazas de hueco, atado fuertemente al mortero por las cuatro esquinas del dicho bastidor o cuadro con fuertes sogas. Entre el mortero y este dicho cuadro estaban cuatro sogas del grosor que bastase a sustentar los que de ellas se colgaban...". 
Y agrega:  
    "Esta invención pienso que fue inventada del demonio, para tener estos sus falsos siervos y cultores con más viva y continua memoria de su infernal y abominable servicio; porque era una recordación de los cincuenta y dos años que contaban de su siglo en el cual círculo de años renovaban con el fuego nuevo, que sacaban al pacto y concierto que tenían hecho con el demonio de servirle otros tantos años en el discurso del tiempo venidero. Esto se verifica en las trece vueltas que daban; porque aunque tomadas todas juntas no son más de trece, consideradas en los cuatro cordeles y sogas, hacían cincuenta y dos, dando a cada uno de los cuatro que volaban, trece, que multiplicadas cuatro veces trece hacen el dicho número de cincuenta y dos".6 
Otro 'entretenimiento' interesante a considerar es el Patolli (cuya traducción equivale a juego, aunque asimismo se denomina patoll a un tipo de frijol moteado con el que se jugaba).7 Se practicaba sobre una estera en la que se pintaba un cuadrado que era cruzado con dos diagonales dobles; en el punto de intersección quedaba otro cuadrado dividido en cuatro partes iguales y cada una de las aspas de la cruz en doce casillas. Como se advierte, el total de casillas es de cincuenta y dos, que son los años que tiene un ciclo para los mesoamericanos. El número de jugadas y de jugadores, así como el de los 'dados' con que se efectúa está relacionado con cómputos astronómicos y cíclicos, según se ilustra en la Historia de las Indias de Fray Diego Durán y en otras fuentes. Hay también otro 'juego' o más bien 'deporte' al que se quiere hacer mención. Se trata del lacrosse, practicado por varios grupos indígenas de Norteamérica y que ha sobrevivido de manera folklórica todavía. Este recio y duro juego protagonizado por los varones adultos de la comunidad es también llamado 'la guerra pequeña' y nos hace ver con claridad la relación que tenían estos 'deportes' con la actividad marcial y con las iniciaciones ligadas a los guerreros y sus batallas. 

En efecto, para la época del 'descubrimiento' de América, por razones cíclicas y astrológicas correspondientes al tiempo en que les tocaba existir, las sociedades nativas eran guerreras, como llevamos dicho, y la lucha era un símbolo místico mediante el que se encarnaban las energías del cosmos, y a la que los hombres se sumaban, jugando así su vida y su Destino. La guerra formaba parte del rito cotidiano y los que se entregaban a ella, convenientemente adiestrados -y no sólo militarmente- obtenían por las fatigas, las virtudes y las artes inherentes a este oficio, la realización en el plano ordinario de manifestación y el acceso -como consumación- a otros mundos invisibles. La guerra sólo se explica por ser una actividad sagrada puesto que con ella se combate el mal; se niega una negación y por lo tanto se afirma el ser. La generalidad de las batallas entre los pueblos arcaicos se producen contra los espíritus del mal que encarnan sus adversarios, a los que la comunidad no puede acceder por el peligro eventual del derrumbe de un orden, del que ellos son custodios.8 Todos los pueblos americanos de la época eran guerreros sin necesidad de que unos representaran el papel de 'buenos' y otros de 'malos'. En el contexto americano la guerra era una actividad del alma, un estado que los hombres actuaban cuerpo a cuerpo con el ímpetu y la intensidad adecuados a este menester "donde se brindaba el licor divino" (la sangre) y el aliento.9 Para la Antigüedad -y esto es unánime en todos los pueblos- la idea de un exterminio o aniquilamiento total del contrario jamás tuvo cabida de acuerdo a la mentalidad tradicional que no excluye los opuestos sino que los complementa y por lo tanto necesita de ellos. Para acercamos a una concepción marcial de este tipo deberíamos relacionarla con la imagen de un 'torneo' medioeval, es decir, con las órdenes militares y las iniciaciones caballerescas cristianas e islámicas que también existían en el Nuevo Mundo -recordemos a los 'caballeros del Sol', los caballeros águilas y tigres mexicanos, los halcones y los pumas andinos- y las diversas guerras santas.10 La expresión de esta concepción en el continente americano estaría netamente ejemplificada por las llamadas 'guerras floridas' sostenidas por los aztecas y los tlaxcaltecas durante años, cuyo objetivo era proveer víctimas para los sacrificios solares, o lo que es lo mismo, morir heroicamente en la batalla y alimentar así al astro-rey pasando a conformar (como parte activa del mundo por él regido) el espacio sagrado de los dioses. Mencionaremos también la fiesta o representación bélica que los aztecas realizaban el último día del mes panquetzaliztli en la cancha de juego de pelota de Tenochtitlán y que estaba dedicada a Painal, vicario de Huitzilopochtli, el dios guerrero, la cual simbolizaba la batalla de las energías cósmicas, encarnadas por los planetas y también por los hombres, la misma que los jugadores representaban en el juego de pelota, a resultas del cual muchas veces eran sacrificados después del encuentro, unidos en la sangre con los soldados muertos en combate. Habría que recordar aquí que las dos más grandes civilizaciones vigentes en la época del 'descubrimiento', es decir, los aztecas y los incas, vivían un régimen imperial caracterizado por el 'militarismo'; sus costumbres y aun la naturaleza misma de sus ritos y símbolos se hallaban desvirtuadas en la medida en que se encontraba más o menos alejada de sus principios y su realidad simbólica opacada por una lectura lineal y profana. Esto puede advertirse en lo tocante a los sacrificios humanos, idea y actitud que está muy cercana en sus principios a la de la guerra. Bástenos decir que aquél que era elegido para el sacrificio o la tortura, o se prestaba generosa, valiente y alegremente a ello, era considerado, como los guerreros, un individuo tocado por la fortuna y por la gloria, y por su muerte pasaba a conformar parte del ejército divino acompañando al sol en su triunfante recorrido. Existen documentos que nos dicen que esta concepción no era prístina en los imperios militaristas, se había degradado, lo cual no invalida que haya sido cabal en las culturas americanas originales de las cuales estos imperios habían extraído sus raíces o que aún permanecieran vivas en esa época en otros pueblos del continente.11 

No queremos acabar estas líneas en que se han señalado ciertas concepciones de la Antigüedad que difieren de las nuestras (con la intención de adentrarnos en el mundo precolombino), sin hacer mención de la diferencia entre la idea actual de educación y enseñanza, con respecto a la de las culturas tradicionales, en especial en lo tocante a las iniciaciones sapienciales. En ese sentido diremos que el mundo moderno ignora todo lo referido a la iniciación, si no lo niega como algo obsoleto o fantasioso. Por el contrario, en una cultura tradicional toda la Enseñanza está encaminada en esta dirección, puesto que la iniciación en los misterios es lo mismo que la obtención del Conocimiento, a partir del cual se estructura la cosmogonía y se articula la vida colectiva e individual. Nada tiene que ver este Conocimiento con lo cuantitativo, la suma enciclopédica de información, la experimentación empírica o la multiplicidad analítica, sino más bien con una síntesis, con la vivencia de la esencia y la totalidad. 

Pero, sobre todo, lo que definitivamente distingue a un tipo de conocimiento del otro consiste en que la sociedad actual cree que éste progresa con el devenir del tiempo y es el logro de 'tesis' personales, es decir, de 'inventos' o 'descubrimientos' individualizados e históricos; mientras que, por el contrario, una cultura tradicional lo considera eterno y revelado, actual y vivo y de origen no humano, es decir, divino.

NOTAS
1 Nos cuenta Fray Diego de Landa que en Yucatán cuando a un indio su mujer lo hacía cornudo se decía que "le había puesto el espejo en el cabello sobrante del cocodrilo". Desde luego que este dicho nos es ajeno hasta el punto de parecemos inverosímil por no corresponderse con nuestras imágenes. Es tal la complejidad de las relaciones y supuestos que posee un tipo de lenguaje tan sutil que es muy probable que no lleguemos a entenderlo, exacta y literalmente, nunca; pese a que sepamos que el adulterio estaba penado con la pena de muerte por lapidación, o que los hombres y no las mujeres usaran allí espejo, etc. Los pueblos antiguos siempre han utilizado un idioma de este tipo basado en asociaciones y analogías, el que incluso graficaron con sus signos ideogramáticos, tal el caso de chinos y egipcios, al igual que los precolombinos.
2 Ver R. Gordon Wasson, El hongo maravilloso Teonanácatl, F.C.E. México, 1983, y R. Gordon Wasson y A. Hoffmann, The Road to Eleusis: Unveiling the secret of the misteries, New York, 1978. Ver Mercedes de la Garza, Sueño y alucinación en el mundo náhuatl y maya, U.N.A.M., México 1990.
3 Por ejemplo el suicidio ritual utilizado por los indígenas -al igual que en otras tradiciones- en razón de la conquista; algunas comunidades se dejaron morir de hambre así como otros se ahorcaron y despeñaron por barrancos de modo masivo..
4 Memoriales, Cap. XXVI.
5 Relación d elas Cosas de Yucatán, Cap. XXII.
6 Monarquía Indiana, Libro X, Cap. XXXVIII.
7 Este juego fue comparado por el infatigable Humboldt con el Parchesi (o Parchís), de origen hindú cuya reproducción monumental hemos visto en un patio de la ciudad roja de Fatehpur Sikri. Este juego posee también semejanza con el europeo llamado 'juego de la oca'. El Patolli fue prohibido durante la conquista por considerárselo peligroso, idolátrico y pagano, y a los jugadores que eran sorprendidos practicándolo se les quemaba las manos, tal la importancia que el poder cristiano otorgaba a este juego y entretenimiento cosmológico de origen sagrado con el que los indígenas se identificaban.
8 "Lo que más me maravilla de sus guerras y crueldad es que no se puede saber por qué razón se hacían la guerra unos a otros, puesto que ni tienen bienes propios ni señorío, de imperio o reino, ni saben qué cosa sea codicia, es decir, robo o ambición de reinar, lo cual me parece ser la causa de las guerras" (Américo Vespucio, Carta a Lorenzo de Médici).
9 La caza es también una forma de la guerra. El animal abatido después del rastreo y la búsqueda ha sido el objeto y el 'blanco' del. cazador. Hay una identificación entre víctima y victimario e incluso un acercamiento ceremonial, una unidad entre la presa y el cazador que forman parte del mismo rito. Nótese también que el objetivo de las guerras sagradas indígenas no es tanto matar como hacer cautivos. Atrapar al prisionero es cazarlo.
10 Como 'curiosidad' señalaremos que los romanos invocaban a sus dioses antes de las batallas y estos combatían contra los númenes de sus adversarios.
11 "Las gentes de la Nueva España excedieron a todas las otras naciones del mundo en ofrecer a sus dioses sacrificios tan costosos y dolorosos, y por eso más preciosos, aunque horrendos". (Fray Bartolomé de las Casas, en su Apologética Histórica).